Vicent Ginés Romero es especialista en el vínculo familia-adolescente. Ha creado y desarrollado el proyecto Familias Estelares, para ayudar a que esa relación no se deteriore y que pueda vivirse desde la plenitud y no desde el conflicto. Acaba de publicar el libro ¡No lo mates todavía! (Ed. Alienta), donde explica qué es lo que hay y no hay que hacer para disfrutar de una buena relación con tu hijo adolescente. Hemos hablado con él de todo ello.
El libro impacta con su título: "No lo mates todavía". ¿Por qué, pese a disponer de tanta información, la adolescencia causa tantos estragos en los padres?
Porque el exceso de información no garantiza el cambio, vivimos 'infoxicados': sabemos lo que podría ser un problema con nuestros hijos, lo que podría ser un riesgo o los peligros que podrían estar viviendo, pero nadie nos dice con claridad qué hacer, cómo actuar, ni mucho menos cómo reconstruir una relación con todo lo que conlleva. No es una cuestión de tener solamente la información necesaria para saber cuál es el problema. ¿Qué podemos hacer realmente para dar con la solución y lograr un cambio?
Se puede vivir la adolescencia de otra manera, con conexión, entendimiento y complicidad. Pero para eso, primero hay que dejar de resignarse. Hay transformación si no te conformas, te incomodas y actúas.
Muchos padres caminan a ciegas, probando al azar, sin estrategia, sin un plan. No falta información, falta dirección. Y cuando la adolescencia irrumpe –porque no llega, irrumpe–, lo desestabiliza todo. Causa tantos estragos porque la mayoría de padres y madres no saben cómo cambiar la dinámica que se ha instalado en casa y liderar un cambio familiar.
Además, se ha normalizado lo que no es normal: asumir que el conflicto, el silencio o el distanciamiento son parte inevitable de esta etapa. Y no lo son. Se cree que por ser adolescente es normal actuar y comportarse de una manera y que los padres tienen que conformarse con una relación familiar mediocre y distante “hasta que pase la edad”.
Se puede vivir la adolescencia de otra manera, con conexión, entendimiento y complicidad. Pero para eso, primero hay que dejar de resignarse. Hay transformación si no te conformas, te incomodas y actúas.
No me canso de decirlo, y no lo digo solo yo, realmente lo veo reflejado ya en cientos de familias que han tomado la decisión de no conformarse y aspirar a un vínculo familiar extraordinario: Sí es posible vivir la adolescencia de una manera diferente.
"Desde que soy adolescente estoy ayudando a que los adolescentes sean más felices", dices en el libro. ¿Cuál es el secreto?
El secreto tiene dos caras. La primera: mi infancia. Me crié en una familia donde cada verano mi padre movilizaba a más de 3.000 jóvenes en Valencia. Crecí entre campamentos y centros juveniles, desde entonces me he rodeado de un entorno que valora la pasión, la efervescencia y la intensidad que impregna a esta etapa tan rechazada en la sociedad y a la vez tan humana y esencial.
Con 15 años ya era mediador escolar en el instituto, luego formé y lideré agrupaciones de mediadores, entrené a los docentes y profesionales de intervención social, fundé la AME (Asociación de Mediación Educativa) y me especialicé en el vínculo familia-adolescente. Decidí montar mi propia empresa. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que el motor del cambio no estaba solo en las aulas y que la vía empresarial era la más veloz para ver ese cambio materializado en el mundo. Eso me permitía impactar más rápido y más lejos, dando a madres y padres las herramientas para liderar el cambio desde casa.
Detrás de casi todas las conductas de un adolescente hay miedo. Y detrás de muchas respuestas de los adultos, también.
Y aquí entra la segunda cara del secreto: son más de 15 años dedicados al estudio profundo de ese vínculo, hoy trabajo con un equipo de profesionales formados, con una metodología que transforma toda esa experiencia en un escenario más claro, práctico y humano.
Lo esencial es esto: detrás de casi todas las conductas de un adolescente hay miedo. Y detrás de muchas respuestas de los adultos, también. Ese es el verdadero secreto: la empatía. Entender lo que pasa, tener las herramientas para actuar y aplicarlas. Solo así adolescentes y padres pueden volver a mirarse con complicidad… y ser más felices.
¿Por qué la adolescencia se ha convertido ahora en un tiempo más difícil, como destacas?
Porque estamos viendo crecer adolescentes desconectados… En un mundo hiperconectado y no sabemos cómo actuar en la realidad presente.
Desde siempre, el ser humano ha buscado integrarse: en su familia, en su entorno, en la sociedad. Ha necesitado ser visto, querido, reconocido, pero hoy ese deseo compite con un enemigo silencioso que llevamos en el bolsillo: las pantallas.
Internet no solo ha acelerado el ritmo de vida; ha distorsionado la forma en la que nos relacionamos. Las relaciones se han vuelto más frías, más urgentes, menos humanas. En casa, esto se traduce en enfados constantes, desmotivación, aislamiento, falta de escucha y entendimiento… Esta dinámica genera una conexión emocional que se rompe sin que nadie se dé cuenta de la inercia que atrapa a toda la familia.
Vivimos adictos a la inmediatez, a la dopamina, a los estímulos constantes. La atención se dispersa, el diálogo se empobrece y los vínculos se enfrían. Y en medio de todo eso, está el adolescente: ya no es niño, todavía no es adulto, perdido entre un sistema educativo que no siempre lo comprende y un hogar que no sabe cómo incluirlo sin conflictos.
La tecnología no es el problema. La falta de estrategias familiares para gestionar esta realidad, sí. Hoy más que nunca, las familias necesitan herramientas y aplicarlas para reconstruir esa conexión, antes de que sea demasiado tarde.
La distancia con los adolescentes nos lleva a la incomprensión y de ahí se pasa a la comodidad. ¿Cómo es ese proceso y qué implica para la familia?
Al principio, cuando los niños son pequeños, los padres son prácticamente idolatrados por sus hijos. Los niños los miran con admiración, replican, absorben todo. Pero llega la adolescencia… y aparece la pregunta: ¿quién tengo que ser para que me quieran?
El adolescente entra en una encrucijada emocional: quiere ser aceptado por sus padres y por sus amigos. Pero complacer a unos, muchas veces, significa fallar a los otros. Y desde ahí nace la incomprensión.
No es que los adolescentes tengan un problema con sus padres. Es que no saben qué hacer para seguir sintiéndose parte de su familia, sin dejar de pertenecer a su grupo. Esa confusión, cuando no se entiende ni se acompaña, se convierte en distancia, tensión, discusiones y sufrimiento.
Entonces llega la rutina. Padres e hijos repiten el mismo guión: madrugar, cumplir, discutir, distraerse, repetir. Sin pausa para preguntarse desde dónde se están relacionando. Sin conciencia de que esa rueda, por cómoda que parezca, les está alejando y metiendo en una inercia difícil de romper.
Cambiar no es fácil. Implica incomodarse, admitir que lo que hacíamos ya no funciona. Pero es ahí, en esa incomodidad, donde empieza la posibilidad de una nueva relación. Una más honesta, más cómplice, más viva.
"Si eres tú quien necesita ver a tu hijo feliz, si eres tú quien necesita que él apruebe, si eres tú quien necesita que obedezca, si eres tú quien necesita que colabore, es él quien lleva las riendas de la relación", destacas en el libro. ¿Cómo conseguir que sea feliz, apruebe y colabore, pero llevando los padres esas riendas?
Comparto un término propio que utilizamos mucho en nuestra metodología. “Bieninterpretar” es el giro que lo cambia todo.
Supone entrenar la mirada para reconocer lo que sí está haciendo tu hijo –aunque sea pequeño, aunque parezca mínimo– y reforzarlo. Una y otra vez. Una y otra vez. Cuándo entras a su cuarto ¿En qué te fijas? ¿En la cama sin hacer o en lo ordenado que tiene el escritorio? Donde pongas tu atención, aquello que le nombres es lo que seguirá haciendo, ya sea el error o el acierto. Si le dices la cama, seguirá dejando la cama sin hacer para obtener tu amor. Si le dices el escritorio, seguirá ordenando para conseguir ese amor.
Implica pasar por alto algunas conductas no deseadas, sabiendo que el reproche, por sí solo, no transforma. Lo sabemos: controlar no cambia. Castigar no cambia. Lo que cambia es mirar diferente, hablar diferente, responder y reforzar desde otro lugar.
Porque claro, si yo tenía miedo y estaba en el control para que mi hijo cambie y ahora de repente ya no estoy en el control sino que estoy reforzando y reiterando otras conductas que muchas veces pasan desapercibidas al lado de las que yo como padre quiero que se produzcan, claro, ¿eso va a funcionar o no va a funcionar? ¿Me va a llevar ese refuerzo de conductas a lograr que lo que yo quiero suceda? Esa duda sigue siendo miedo. Porque dan ganas de volver al control. Ya lo hemos comprobado: lo único que funciona es poner el foco en aquello que queremos ver crecer. Y cuando lo hacemos, el cambio sucede Cuando empiezas a bieninterpretar, tu hijo empieza a transformarse.
Hablas del efecto Pigmalion aplicado a la adolescencia, ¿cómo ponerlo en práctica en casa?
El efecto Pigmalión es una profecía autocumplida: lo que creo sobre ti, lo acabarás confirmando. Si creo que eres capaz, inteligente o responsable, te trataré como tal… y tú responderás a esa visión. Si creo que eres vago o problemático, sin querer, te trataré con desconfianza, con crítica, con desánimo… y tú acabarás comportándote como se espera de ti.
Esto no es teoría, es ciencia y lo vemos en las familias que acompañamos. La mirada de un adulto –sea profesor, madre o padre– influye directamente en el desarrollo del otro. Por eso decimos que lo que tú crees de tu hijo, lo estás creando.
¿Cómo se aplica esto en casa? Muy sencillo: describe cómo ves a tu hijo, con lo bueno y con lo malo. Y luego pregúntate: ¿qué cualidad contraria me gustaría ver más? Si crees que es egoísta, empieza a buscar –de forma activa– las pequeñas señales de generosidad. Si te parece irresponsable, afina la mirada y reconoce cada gesto de responsabilidad, por mínimo que sea. Bieninterpreta si es necesario. Eso lo que va a provocar es que el hijo se transforme en aquello que yo estoy mirando y reconociendo. En lo que te centras, se expande.
"Los hijos son hijos, no deben ser ellos los que organicen ni la familia ni la pareja", aconsejas en el libro. Sin embargo, la relación de los padres puede deteriorarse cuando hay una adolescencia complicada, ¿cómo evitarlo?
La clave está en que los padres sean un equipo con un mismo foco y una misma dirección. Si están juntos, ambos deben ser líderes del mismo barco. No sirve que cada uno tome caminos distintos, porque eso crea confusión y debilita la autoridad.
Cuando los padres no están alineados, es momento de preguntarse: ¿Me enamoré del padre o madre que veo hoy? ¿Me gusta el tipo de educador que está siendo? Hay muchas parejas que ahí se dan cuenta de que no están alineados en la educación y si decidimos estar juntos tenemos que estar alineados en esta dirección.
¿Qué es lo que sucede? Que cuando los hijos no ven que hay un liderazgo dentro de la pareja, son ellos los que empiezan a organizar la familia. Los hijos han de sentirse escuchados, sí, pero las decisiones finales sobre la familia las toman los padres. Esto implica negociar, ceder en algunas batallas para ganar la guerra, pero manteniendo la unidad y el liderazgo claro. Cada uno ocupa su lugar.
En casos de separación o divorcio, cada padre lidera lo que sucede en su casa, estableciendo las normas sin dejar que sean los hijos quienes organicen la familia. Porque, al final, los hijos son hijos. Y los padres, los que guían y los que lideran.
¿Cuál es el mayor error y el mayor acierto que podemos cometer con un hijo adolescente?
El mayor error que podemos cometer con un hijo adolescente es centrarnos en aquello que queremos corregir, en vez de centrarnos en todo aquello que queremos fomentar. Eso es el mayor error, porque en el momento que estás centrándote en los errores, en el reproche, entras en un bucle destructivo que se nos puede ir por completo.
En el momento que tú pagas tus miedos con tus hijos, entras en una inercia donde constantemente vas a estar en el reproche, vas a crear una distancia, tu hijo no va a querer pasar tiempo contigo, va a sentir que eres el malo, que no eres una persona que tenga autoridad, que no eres confiable. Si estás constantemente viendo en lo que está fallando, en lo que puede mejorar, vas a crear una gran, gran, gran distancia.
¿Y cuál es el mayor acierto? El amor incondicional. Dentro del método, se habla mucho de negociar los privilegios. Genial. Pero el amor no es un premio ni un privilegio que se negocia; es una decisión firme de darlo sin esperar nada a cambio, sin condiciones, sin tener que esperar que el enfado desaparezca o que el comportamiento cambie. Yo te doy amor sin esperar nada a cambio. Te doy amor sin esperar que te portes bien. Te doy amor sin esperar que ese enfado que tienes se te vaya. Yo te doy amor incondicionalmente. Amar es una decisión y siempre va a ser un acierto.