"Un día te das cuenta de que has dejado de reconocerte y no entiendes cómo llegaste hasta aquí. Deberías ser feliz: tienes unos hijos maravillosos y la familia que siempre habías soñado. Pero algo dentro de ti se ha apagado. La distancia con tu pareja ya ni siquiera es una preocupación, porque se ha convertido en rutina. Ya no sois un «nosotros», sino dos personas que simplemente viven bajo el mismo techo".
¿Qué pasa cuando el padre de tus hijos deja de ser el amor de tu vida? Es el punto de partida de El amor más grande (Ediciones B), un libro donde Angie L. Luna, creadora de contenido con más de un millón de seguidores en sus redes sociales (@eyesofthemoon), aporta su propio testimonio y una guía para las parejas que deben gestionar el final de esa relación romántica para construir una nueva familia basada en la coparentalidad. Hemos charlado con ella.
Anteponer a los hijos no significa quedarse en una relación infeliz. A veces, lo más generoso que podemos hacer por ellos es mostrarnos completas, en paz, y auténticas, aunque eso, en ocasiones, signifique hacerlo sin una pareja.
¿Se sigue anteponiendo a los hijos a la hora de tomar una decisión difícil como el divorcio?
Sí. A día de hoy muchas madres siguen poniendo a sus hijos por delante de todo, incluso de su propia salud emocional (y hasta física), cuando llega el momento de tomar decisiones tan duras como una separación. Pero la verdad es que para poder cuidar bien a nuestros hijos, primero tenemos que estar bien nosotras. Una madre agotada, desconectada o anulada, por más amor que tenga, no puede dar lo que no tiene.
Llenar el vaso de los hijos empieza por llenar el nuestro. No desde el egoísmo, sino desde la conciencia de que el bienestar emocional se transmite. Estar bien como mujer me permitió ser una mejor madre, y también encontrar la manera de sostener una nueva forma de familia. Anteponer a los hijos no significa quedarse en una relación infeliz. A veces, lo más generoso que podemos hacer por ellos es mostrarnos completas, en paz, y auténticas, aunque eso, a veces, signifique hacerlo sin una pareja.
En el libro confiesas que en tu primer embarazo te diagnosticaron una depresión perinatal, pero que seguiste como si tú sola pudieras con todo. ¿Crees que la falta de apoyo en momentos tan difíciles va alejando a las parejas de modo definitivo?
Sí. Una mujer nunca olvida cómo fue tratada en el embarazo, el parto y el posparto. Son momentos tan intensos, tan vulnerables, que marcan profundamente el vínculo con la pareja. Cuando no hay acompañamiento real, cuando la mujer se ve obligada a contenerlo todo sola, a sostener el hogar y su salud mental a la vez, algo se rompe. A veces de forma silenciosa, pero definitiva.
Yo creí que tenía que poder con todo. Que ser fuerte era no pedir ayuda. Pero lo que viví fue un abandono emocional encubierto. Una desconexión que poco a poco me fue alejando no solo de mi pareja, sino de mí misma. Y cuando pasa eso, es difícil volver a encontrarse.
Dices en tu libro: "Si algo he aprendido tras vivir toda esta experiencia es que un matrimonio no son solo dos personas que se quieren. Un matrimonio es también una sociedad mercantil". ¿Cómo cambia todo al tener hijos?
Con la llegada de los hijos, muchas mujeres —yo incluida— nos damos cuenta de que el amor no es suficiente. Que una relación de pareja necesita funcionar también como un equipo, como una sociedad corresponsable. Lo emocional y lo logístico se entrelazan. Y si no hay reparto real de tareas, de presencia, de implicación, la balanza se desequilibra y duele.
Según datos del INE (2022), las mujeres siguen asumiendo más del 70% de las tareas de cuidado no remunerado en los hogares españoles. Eso se traduce en agotamiento, resentimiento y, muchas veces, ruptura. Porque no solo queremos que nos “ayuden”, queremos una corresponsabilidad real. Queremos compartir la carga, no ser las únicas que sostienen. Y descubrir que ese equilibrio no existe, después de tener hijos, es un golpe muy duro.
"Me di cuenta de que una madre enferma, que se ve obligada a tomar ansiolíticos para mantenerse funcional, tampoco podía garantizarle la mejor de las vidas a sus hijas", relatas. ¿Crees que es una situación común entre las madres que se plantean un divorcio?
Sí, y diría que incluso más frecuente de lo que imaginamos. Y muchas veces sin diagnóstico. Hay mujeres que ni siquiera saben que están atravesando una depresión o una ansiedad severa, porque lo han normalizado. Creen que vivir es eso: una lucha constante. Se levantan cada día sin energía, sobreviven como pueden y se culpabilizan por no llegar a todo.
Yo llegué a medicarme para seguir funcionando, pero eso no era vivir. Era anestesiar el dolor. Y ese dolor tiene raíz: una vida emocionalmente insostenible. Y muchas veces, el primer paso para sanar es reconocer que no estás bien, y que así no puedes seguir. Porque si tú te rompes, todo se tambalea. Elegí curarme para poder cuidar de verdad.
"Tendré que establecer algún tipo de relación con mi exmarido durante toda la vida. A la Angie mujer esto puede molestarle, pero para la Angie madre es importantísimo que sus hijas disfruten de la mejor vida posible. Y para ello, su padre debe estar presente en sus vidas", comentas. ¿Cuáles son los secretos de una buena coparentalidad?
No hay una sola forma de coparentar. No hay una regla de oro ni una guía universal. Cada familia que atraviesa una separación romántica entre progenitores tiene que encontrar su propia manera de seguir siendo familia. Porque sí, se puede seguir siendo familia. Cambian los roles, cambia la logística, pero el vínculo con los hijos sigue siendo una responsabilidad compartida.
En mi caso, fue clave dejar a un lado ciertas heridas personales y poner a las niñas en el centro. Eso no quiere decir que todo sea fácil, ni perfecto, ni que no haya momentos duros. Pero coparentar desde el respeto, con acuerdos claros, entendiendo que ya no somos pareja, pero sí equipo, ha hecho posible que nuestras hijas crezcan con ambos presentes y en equilibrio.
De tu experiencia contándole a tus hijas el divorcio, ¿qué enseñanzas importantes extraes para ayudar a los niños a entender el proceso?
La forma en que se comunica el divorcio a los hijos puede marcar para siempre cómo lo vivirán. Nosotros les hablamos con honestidad, con amor y sin mentiras. Les explicamos lo que pasaba, les aseguramos que no era su culpa y les repetimos muchas veces que ambos estaríamos ahí siempre. Que mamá continuaría siendo mamá, y papá continuaría siendo papá.
Lo importante es ofrecerles un mensaje coherente y constante. Que sientan que, aunque las cosas cambien, el amor y la presencia de sus padres no desaparecen. Escuchar sus dudas, validar sus emociones y darles tiempo para entender. Cada niño necesita su ritmo y su espacio para procesar. Y como adultos, nuestro deber es acompañarlos, sin prisas y sin forzar sonrisas.
"En un divorcio con niños vas a tener que dar tu brazo a torcer, pero no para que te lo rompan", subrayas. ¿Cuáles son las líneas rojas?
Como siempre digo, esto depende de cada mujer, de cada madre, de cada familia y de cada historia. Cada una debe tener el derecho y el deber de trazar sus propios límites, porque hay tantas casuísticas y realidades como personas en el mundo.
Estamos viviendo una verdadera revolución en la forma en que concebimos la separación de los progenitores. Aún queda mucho por desmitificar, pero cada vez entendemos más que un divorcio no daña a los niños por sí mismo. Lo que puede dañarlos es cómo se gestiona durante y después. Lo que escuchan, lo que sienten, cómo los incluyen o los instrumentalizan.
La ruptura romántica no debe significar la desaparición de la familia. Significa evolución, transformación. Significa reconfigurar acuerdos, cambiar estructuras, redefinir roles. Pero los lazos siguen, y si van a estar ahí, ¿por qué no hacerlos fuertes, bonitos y acogedores para todos? Es difícil, claro. Pero hay que saber elegir nuestros difíciles. Quedarse en una relación rota también lo es.
Todo este proceso personal —el duelo, la reconstrucción, el aprendizaje profundo sobre mí misma y sobre cómo ser madre desde un nuevo lugar— ha transformado por completo también el contenido que comparto en mis redes. Lo que comenzó como una manera de desahogarme y ponerle palabras al caos emocional, se ha convertido en un espacio seguro, donde miles de mujeres se ven reflejadas. He encontrado un nicho muy real, muy necesario y todavía poco visibilizado: hablar abiertamente de todas las etapas de un duelo por separación y de lo que implica construir una coparentalidad consciente. No desde la teoría, sino desde la experiencia, desde la herida y también desde la esperanza. Porque mostrar que es posible sanar, recomenzar y criar en equilibrio después de una ruptura, no solo es revolucionario… era urgente.