La boda de Cristina en Cáceres, la novia del look satinado y bohemio con detalles años 20

Su amor por lo 'vintage' la llevó a incorporar un velo antiguo con bordado metálico a modo de capa para su esperado enlace tras 11 años de amor

Por Estrella Albendea

Recuperar un detalle vintage y darle un nuevo uso en un vestido nupcial es una de las elecciones que hacen las prometidas con más estilo para convertir su diseño en una pieza mucho más especial. Cristina, una de las novias virales de las últimas semanas, se apuntó a la tendencia en su gran día y con ella consiguió un look bohemio que derrochaba personalidad. “Tenía predilección por el satén y quería que mi vestido llevara algo especial, un bordado o pedrería antigua, que tuviera alguna historia que contar y que en un futuro pudiera dársela a mis hijas, si tuviera esa suerte. Soy una romántica en ese aspecto”, nos explica ella misma. 

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Un vestido ‘made in Spain’

Y encontró lo que estaba buscando en el atelier de Marcela Mansergas, quien dio con un material que fue el centro de todo su estilismo. “Cuando estábamos afinando el diseño de las mangas y el cuerpo, por fin me enseñó la pieza que había conseguido. ¡Un velo de los años 20 con encaje metálico y algunas piezas del casquete que llevaba la novia, realizado con perlas y mostacilla de cristal! Recuerdo que me dijo: “esto tiene que ser para ti”. Y desde ese momento pasó a ser la pieza fundamental del vestido”, nos desvela.

Fue así como los elementos que conformaban el casquete adornaron el cuello y los bordados fueron la base e ingrediente principal con el que dieron forma a una espectacular capa desmontable. Estos eran dos detalles indispensables para Cristina en su ansiado look nupcial, pues ella estaba convencida de que quería un cuello cisne, los hombros descubiertos, mangas largas y poner una nota diferente: “con alguna pieza en bronce o dorado, que bajaría hacia el escote recto que habíamos diseñado en la primera cita”.

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Hecho a medida

Marcela Mansergas fue, para nuestra protagonista, su mejor ángel de la guarda, desde que visitó la firma por primera vez. “Siempre me ha encantado la moda. Cuando era pequeña hacía gimnasia rítmica y jugaba a diseñarme los maillots que luego llevaría en competición, por lo que al principio me costó decidirme entre varios estilos. Tenía claro que no quería verme vestida de novia como tal, por lo que creé una carpeta de inspiración con vestidos de fiesta y de novia que me gustaban. ¡Me encantaban y me siguen encantando los diseños de Marcela! Son delicados, con detalles y elegantes”, señala. 

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Desde el primer momento, supo que sería ella quien diseñaría su estilismo nupcial, porque fue capaz de aunar todas sus peticiones en una única propuesta: "era difícil de encajar en un solo vestido todo lo que quería. ¡Empezó a dibujar y lo consiguió! Con su paciencia infinita Marcela es genial, siempre consigue hacerte sentir bien y especial. ¡Recuerdo salir exultante del atelier! Además, ese día me enseñó un satén en color champán, que le acababa de llegar y que terminó de enamorarme”.

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Accesorios discretos

A su aclamado look hecho a medida, tampoco le faltaron unos complementos discretos, pero cuidadosamente seleccionados, que sumaron puntos al conjunto. “Solo me puse el anillo que me habían regalado los padres de Fer meses atrás, cuando organizamos la pedida (un precioso anillo de brillantes con una esmeralda central) y unos pendientes muy especiales de brillantes y aguamarina, que mi tía Pilar me había regalado para el día de la boda y que compramos en Numinsa, un centro especializado en joyería antigua”, recuerda. Los zapatos, por su parte, eran de piel metalizada, de Mint and Rose, que añadían una nota sofisticada a la propuesta.

Sin embargo, si hubiera que destacar un elemento como el accesorio más relevante, ese sería, sin duda alguna, el ramo de novia de estilo campestre e inspiración boho que llevó. “¡Adoro las peonías, son mis flores favoritas, por lo que no podían faltar! ¡Quería un ramo relajado con toques silvestres, así que hablé con Karmen Arreglos Florales, que se encargaba de las flores de nuestra boda y enseguida hizo realidad lo que quería!”, comparte. A ese diseño floral, Cristina añadió el detalle de una lazada de terciopelo, con un colgante repleto de significado: “mi amiga Sofía se casó también este año. Decidimos regalarnos la una a la otra una medalla de Santa Ana”. Apostó, además, por conservar el ramo tras la boda mediante un proceso de secado, por ello realizó otros dos arreglos florales para su madre, su hermana y su suegra.

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En clave ‘beauty’

La naturalidad fue la mejor aliada de nuestra protagonista, que buscaba un maquillaje fresco, efecto cara lavada, con el que poder sentirse ella misma y reconocerse con el paso de los años. “Con el peinado dudé algo más. Me corté muchísimo el pelo en diciembre y a todo el mundo le encantó. ¡Me decían que me lo dejase así para la boda! Sin embargo, yo siempre he sido de ir con el pelo recogido y, además, el vestido tenía el cuello alto, cisne, con lo que finalmente, me decidí por el moño bailarina, que frecuentemente me hago para salir”, reconoce. El resultado fue obra de Oui Novias, quienes la acompañaron en un día tan especial y la ayudaron a estar más tranquila, pues Cristina no reside en Cáceres, donde se casó. “Allí no tenía referencias de estilistas, por lo que recurrí a ellos, que ya sabía la línea que seguían. ¡Así fue como conocí a Raquel y Rebeca Pérez, dos hermanas geniales que captaron a la perfección lo que buscaba! Les guardo un cariño especial”, apunta.

Boda en Cáceres

Todo fue un éxito en su enlace a la extremeña, celebrado en la Concatedral de Santa María, donde se dieron el ‘sí,quiero’ los padres de la novia. “Fernando y yo nos conocemos desde pequeños, nuestras madres son del mismo pueblo de Cáceres y aunque actualmente los dos vivimos en Madrid, decidimos casarnos allí, ya que es el lugar que nos ha unido siempre”, nos cuenta. Es así como afrontaron el reto de organizar una boda a distancia, con mucho tiempo de antelación y visitas habituales a Extremadura. Su familia fue una gran apoyo, al igual que los proveedores que les acompañaron.

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“Cuando empezamos la organización de la boda, teníamos claras dos cosas: la iglesia donde nos casaríamos y que nuestros invitados disfrutaran de ese día tanto como nosotros, por lo que empezamos a buscar fincas y catering para la celebración”, indica. En esa búsqueda y gracias al consejo de una amiga descubrió la Finca de las Golondrinas, un emplazamiento, casi desconocido en aquel momento, que les cautivó: “era una antigua finca de caza, que había estado cerrada durante un tiempo y que actualmente estaban reformando para poder abrir de nuevo sus puertas. Se encuentra a unos 15 kilómetros de Cáceres, en un emplazamiento inigualable, la dehesa extremeña, esa dehesa que tanto Fernando como yo conocíamos desde pequeños, por lo que fue un flechazo a primera vista”.

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Decoración en su justa medida

Encantados con el paisaje y las diferentes zonas y posibilidades que ofrecía el enclave comenzaron a plantear cómo sería su gran día y conocieron a Bebe, encargada de la organización de eventos de este lugar que: “nos ayudó con todo lo que necesitábamos”. También con una decisión que apostaba por dejar hablar a la naturaleza, porque un emplazamiento al aire libre como este no necesitaba mucho más: “no precisaba grandes adornos, por lo que la decoración se basó en potenciar esa naturaleza con más flores, plumones y zonas verdes”. 

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En las mesas, por otro lado, reinaban los tonos azul plomizo, beis y blancos en combinación con el verde. “El toque de color que quisimos poner en los centros de mesa lo dieron las naranjas y los limones. ¡Quisimos una estética cuidada, pero sin perder la esencia del campo!”, concluye. Porque la verdadera magia reside en disfrutar del entorno y de los que allí se reúnen. Y, ¿hay algo más inolvidable?. “Quien se case próximamente nunca debe perder de vista lo que realmente importa: ¡que ese día es de ellos y estarán rodeados de todas las personas a las que quieren!”. A juzgar por estas palabras, parece que, para Cristina y Fernando, no hubo ni habrá nada igual.