La boda de Clara en Barcelona, la novia del vestido con encaje 'vintage' y espalda lágrima

El diseño, compuesto por algunas piezas antiguas, también llevaba la enagua nupcial de su bisabuela

Por Estrella Albendea

El proceso de creación de un vestido de novia a medida está marcado por las diferentes pruebas y las ideas que las novias ponen en común con la firma que diseña el look. No obstante, no es el único paso a paso que cuenta, pues existe la posibilidad de que la prometida lleve meses e incluso años con una idea en su cabeza para el día de su boda. Es lo que le sucedió a Clara, quien ha cautivado con una propuesta elaborada a partir de piezas vintage para su enlace en Barcelona. Su "obsesión" era el encaje, un detalle que, desde que era pequeña, tenía claro que debía estar presente sí o sí en su estilismo. Y así sucedió: fue el tejido que protagonizó su conjunto nupcial.

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Apasionada del encaje

“Debía tener unos siete años cuando fui a la primera boda que sigo recordando a día de hoy, de una de mis primas mayores. Recuerdo perfectamente que iba con un vestido "algo flamenco" de Victorio & Lucchino, y me pareció una pasada. Estaba todo bordado de encaje, y me enamoré. ¡Ahí supe que me quería casar algún día con ese tipo de telas!”, nos explica ella misma. Desde entonces, su idea de look ideal había ido evolucionando con el tiempo, pero lo que no había cambiado era su amor por el encaje de Bruselas.

Para Clara, el encaje es su mayor pasión en materia nupcial: “es la paradoja de lo sencillo, pero a la vez trabajadísimo y elaboradísimo. Es atemporal, es romántico, es elegante… ¡Es, para mí, lo que mejor me representaba!”. Por eso no podía faltar en su gran día, aunque en un principio no había definido cómo. En el que iba a ser uno de sus primeros movimientos, decidió acercarse a L’Arca Barcelona a ver sus históricos velos de encaje: “a ver si, realmente, la idea que tenía en mente, el flechazo que sentía hacia el encaje, era real”. Y justo entonces se dio cuenta de que sí, había acertado, porque contra todo pronóstico, de aquella búsqueda de velos, saltó a idear, en la misma visita, vestidos con estas piezas antiguas. 

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La magia de lo 'vintage'

Nuestra protagonista sentía que estaba vistiendo auténticas joyas. “Envuelta de esos velos, telas que no tenían forma alguna más que la que le dábamos nosotras, me sentía yo, mucho más yo que con otros vestidos completos que me había probado. ¡No pudimos hacer mejor elección!”. Fue así como L’Arca Barcelona dio forma a un diseño muy especial, esparciendo delicados encajes históricos por puntos estratégicos de la prenda para que crearan un dibujo “como buscando encontrarse”, apunta ella.

El espectacular encaje estaba presente en el pecho, por debajo de la cintura, en el velo, en los puños y todo casaba a la perfección en un diseño sin excesos, pero al mismo tiempo romántico y personal. En este acierto de estilo, la espalda también gozó de protagonismo: aunque en un primer momento Clara la imaginaba descubierta, no se sintió cómoda con la imagen que resultaba de ello. “Fue ahí cuando Nina, de L’Arca, propuso la idea de abrirla por en medio, como una lágrima”, señala. Y, de este modo, casi sin saberlo, se sumó a una de las tendencias más aclamadas de esta temporada nupcial.

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El vestido estaba completo en tan solo tres pruebas, todo un alivio para Clara, dado que reside en París y necesitaba que sus viajes fueran productivos. Ya en la segunda prueba apostaron por incorporar unas enaguas al diseño: “fue ahí cuando mi abuela recordó que ella tenia en casa unas de su madre: ¡algo antiguo y prestado!”. El equipo de L’Arca las cosió y adaptó a la falda y a ello sumaron el ‘algo azul’ de un pequeño lazo que fijaron en el interior de la prenda.

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Accesorios con historia

Con un look perfectamente definido a nuestra protagonista solo le hacía falta definir los complementos. En materia de joyas, postó por la alianza que le regaló su ya marido, Ignacio; el anillo de pedida con el que le obsequiaron sus suegros y unos pendientes de perlas y diamantes talla brillante de su madre. “Para el baile, me los cambié por unos pendientes que me regalaron mis abuelos por los 18 años, que son unas tiras dobles de diamantes. Una maravilla también, pero más fiesteros, por eso no me los puse para la ceremonia”, nos cuenta.

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Sus zapatos de Serena Whitehaven eran de color verde e iban a juego con el ramo de novia, una creación que definió con claridad el día de su pedida. “Aquel día nos llegaron unos 30 ramos a casa y uno de ellos fue de los que iban a ser los padrinos de boda, los mejores amigos de Ignacio. Y ese ramo me llegó tanto y fue tan, tan bonito y tan acertado, que me sirvió de inspiración al que sería el ramo que me acompañaría al altar”. 

Para Clara el ramo era una pieza fundamental en su gran día: “a través de él me acompañaban la abuela de Ignacio (Nuria), a quien queríamos muchísimo y falleció hace un año y medio, y mi bisabuela Clara, que en casa siempre la hemos querido mucho y ha sido un referente”. ¿Cómo lo hizo? Ella misma nos lo explica: “el ramo llevaba una cinta verde agua del mismo tono que los zapatos, un pañuelo bordado antiguo con una C, que pertenecía a mi bisabuela, y una medalla de la Virgen, que fue la medalla de bautismo de la abuela de Ignacio, y que me regaló su madre el día de la pedida. La abuela Nuria fue para mí una segunda abuela, así que me hizo una ilusión enorme poder tener algo suyo entrando conmigo en la Iglesia en el que sería el día más importante de mi vida”.

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Belleza muy natural

El otro accesorio que a priori no se ve es el maquillaje y nuestra protagonista renunció prácticamente a él. No acostumbra a ponerse capas y capas de producto, por lo que en las pruebas no se sentía ella misma y tampoco el día de su boda; cuando se maquillaron su hermana, su madre, su cuñada, su prima, su tía y su abuela junto a ella. “Una vez maquillada, pedí que me lo quitaran y me hicieran aún menos”, reconoce. Simplemente aplicó una ampolla y una sombra sutil en los ojos y así se fue hacia el altar. 

Boda en Barcelona

No obstante, en su exitosa boda no fue el look el único factor que sumó para acertar, también una organización (a cargo de la madre) digna de la mejor wedding planner. El enlace tuvo lugar el pasado 16 de julio en la iglesia de Sant Vicent de Sarrià y el posterior banquete fue en Cavas Codorniú, en Barcelona. "Yo me quería casar en una finca de mi tío en la Costa Brava: siempre he sido más de bodas de campo. Sin embargo, me di cuenta de que logísticamente era mucho más complicado", admite. Y al final escogieron este enclave: "El sitio por sí solo es una maravilla, forma parte del Patrimonio Histórico Nacional".

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“Nosotros nos encargábamos de buscar los proveedores que queríamos, y tenía siempre una primera reunión online desde Paris para hacer el ‘fit’. La verdad es que tuve muchísimas videollamadas, porque yo creo que no solo te tiene que enamorar el servicio o el trabajo final del proveedor, sino que también tienes que encajar a la perfección a nivel personal, compartir una visión… Y, en especial, en nuestro caso, tener flexibilidad”, nos confiesa Clara. En Cavas Codorniú y en el catering Aspic encontraron a los mejores profesionales para un enlace de ensueño. 

Decoración silvestre

En lo relativo a la decoración, buscaban transformar el espacio para que fuera como un campo. “Nuestra prioridad era todo el rato ‘traer el campo a Cavas’: Y con esa idea fuimos a todos, a la florista, al menaje, al catering”, apunta. Los tonos verdes y beis fueron los elegidos para el menaje, contaron con sillas de bambú (“excepto las de la mesa presidencial que escogimos unas antiguas de hierro”) y se jugaron todo a la carta de la velas. “Montamos más de 18 árboles con ‘velitas’ colgando entre las mesas, y dando aún más sensación de verde y calidez. La gente cuando entró al salón se pensaba que estaba en un cuento. ¡Fue mucho mejor de lo que podría haber soñado yo!”, señala.

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Este recuerdo emocionante es tan solo uno de los muchos que Clara guarda en su corazón, porque hubo otras escenas memorables y si tuviera que destacar alguna, la suya sería, sin duda, la ceremonia. “Dar el sí quiero para toda la vida a mi mejor amigo, a la persona que más quiero, más admiro, más me hace reír y con quien quiero pasar el resto de mi vida. Éramos unos 400 en la iglesia e Ignacio y yo nos sentíamos solos. Él y yo con el sacerdote y Dios”, nos dice. La celebración religiosa fue muy entretenida, nos desvela, porque el sacerdote conoce a la pareja a la perfección. 

De aquellos momentos íntimos y haciendo balance de su día, ella solo puede mandar un mensaje de tranquilidad a los futuros recién casados. “¡Tengo muchas amigas que siempre cuentan que el año de la boda ‘es el peor’! Que salen mil peleas a nivel organización, que uno hace más que otro y lo echa en cara, que si la suegra impone, que si el suegro pide, etcétera. ¡Creo que es una pena! Claro que la boda es de los novios, (¡y si nos ponemos exquisitos, de la novia!) pero, al final, es una organización en la que todos quieren sentirse involucrados y si a alguien le hace ilusión algo, cede si no es un gran drama. El día de la boda, vosotros no os daréis ni cuenta, y ellos estarán felices”, aconseja. Porque, concluye, no merece la pena entrar en discusiones ni tampoco agobiarse por imprevistos. Lo verdaderamente importante ese día: “no es ni el tiempo, ni el DJ, ni la florista…¡Son los novios y su actitud! Que nada os la chafe”.