Un comentario fuera de lugar, un mensaje que malinterpretas o un compañero que interrumpe en mitad de una reunión. Sientes cómo el cuerpo se tensa, el pulso se acelera y las palabras te suben a la boca antes de poder detenerlas. Reaccionas de inmediato contestando mal, con cara de enfado o un nerviosismo visible. Minutos después, llega la culpa.
Puede que te haya pasado, o que conozcas a alguien a quién le pasa a menudo, reaccionar en lugar de responder es algo casi instintivo, pero pocas veces nos deja en buen lugar.
La diferencia entre una reacción y una respuesta puede cambiar tu bienestar. Desde cómo manejas los conflictos, pasando por cómo te comunicas, hasta cómo te percibes a ti mismo. La psiquiatra, Victoria López (@victorialrpsiquiatra) lo explica con claridad: "Algo que está dañando profundamente a la sociedad es lo permisivos que somos con nuestros impulsos, la importancia de expresar nuestras emociones sin filtro. Realmente aquí lidiamos entre dos conceptos que a veces se presuponen sinónimos y no lo son. Estos conceptos son la reacción y la respuesta".
Cómo distinguir una reacción de una respuesta
Cuando reaccionas, no lo haces desde el presente, sino desde un reflejo emocional. "Cuando reaccionamos, permitimos que una parte, quizá herida internamente de nosotros mismos hable sin integrar del todo la información, dejamos que las emociones nos gobiernen y quizá activamos un pasado y no un presente real, este tipo de conducta aparece como una respuesta muy primaria de supervivencia aprendida en el vínculo temprano ‘algo me remueve, me activa y reacciono’, la llamada ‘acción-reacción’", comenta la experta.
En la práctica, esto ocurre más de lo que se puede creer. Ante un acontecimiento, a menudo sucede que tendemos a comportarnos mediante la primera actitud que nos sale, en lugar de detenernos dos segundos y pensar. "Un ejemplo muy claro en la actualidad es cuando tenemos la sensación de no importarle al otro si alguien nos interrumpe cuando estamos hablando, se activan emociones desde la ira y la rabia", explica Victoria López, indicando, también las consecuencias de este fenómeno. Y, es que en ese momento tu mente se polariza y tu cuerpo también lo siente.
"Desde la parte más interna podemos identificarlo como una sensación de urgencia de defendernos o de defender algo, con pensamientos muy polarizados (o es blanco o es negro). Físicamente es mucho más evidente, aparece tensión en el pecho, podemos rechinar los dientes o notar el cuerpo rígido. Y todo eso se calma con una reacción inmediata e impulsiva", explica.
Reaccionar es rápido, protector, pero poco útil. Alivia por unos segundos, pero casi siempre empeora la situación después. Pero cuando logras detenerte antes de estallar, accedes a otra dimensión emocional: la de la respuesta consciente. Como señala la psiquiatra, "sin embargo, cuando conseguiremos regularnos antes de reaccionar podemos dar una respuesta, más congruente con la situación real y con nuestros valores e ideales, somos capaces de pararnos y pensar en el otro y no solo en nuestra emoción."
Siguiendo las indicaciones de la experta, resulta necesario entender que responder no es reprimirte, sino actuar desde tu equilibrio interior. Y que, casi siempre, esta es la mejor opción: "Reaccionar es algo inmediato y protector pero poco funcional en las relaciones interpersonales; responder es algo consciente y vincular".
Y eso no significa controlarte, sino observar lo que sientes sin dejar que te domine. "Consiste en ser capaz de observar lo que te ocurre, sin soltarlo como un terremoto, pero estar presente, lo cual nos permite sostener el vínculo con nosotros mismos y con el otro", detalla la profesional.
Cómo entrenar la serenidad y aprender a responder, en vez de reaccionar
Aunque a veces puede resultar difícil parar unos segundos y pensar, merece la pena dedicarle ese tiempo. Responder es actuar desde la madurez, no desde la herida, pero nadie ha nacido entrenado, por lo que la psiquiatra recomienda entrenar esta serenidad, como si se tratara de un músculo. Para hacerlo, propone varios pasos a seguir:
- Ese entrenamiento comienza por escuchar al cuerpo: "Cuando el cuerpo empieza a activarse, es una señal de alerta que no debemos despreciar, nos está contando casi premonitoriamente lo que va a ocurrir al segundo".
- También implica ponerle palabras a lo que sientes antes de actuar: "Poder mencionar nuestras emociones de manera interna sin juzgarnos, aprender que podemos sentir rabia e ira sin dañar a otro y acabar dañados. "Estoy sintiendo rabia" "esto me ha hecho daño". Mentarlo aunque sea internamente desactiva parcialmente la reacción".
- Revisar el origen de esa emoción, especialmente si no logras contenerte.: "Debemos hacerlo si finalmente no podemos contener la reacción. Hace falta explorar de dónde parte. Puedes cuestionarte si parte de ti (o de tu niño herido que habla por ti), y hacerte otras preguntas como si se trata solo de un mecanismo de defensa. Esto nos ayuda a construir una narrativa coherente y congruente con nosotros presentes y no en pasado".
- Practicar la autoobservación cada día, incluso en los momentos más simples: "Conocernos mejor, saber qué cosas nos activan y en qué momentos debemos estar más pendientes. Hacerlo a diario con cosas pequeñas y habituales nos va a permitir ponerlo en práctica en situaciones de mayor carga emocional".
La psiquiatra lo resume con una pregunta: "Al final, es una carrera de fondo que nos permite irnos definiendo como personas “¿quiero ser el que reacciona y daña o quiero ser el que responde y respeta para ser respetado?". Responder desde la calma te da poder. Te convierte en dueño de ti mismo incluso cuando todo a tu alrededor parece perder el control.