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Natalia Durán, dietista: "Muchas veces pensamos que si no hay gases o dolor abdominal, la microbiota está bien, y no es así"


Hablamos con la experta sobre el vínculo que existe entre nuestra microbiota y las enfermedades de carácter autoinmune


Natalia Durán, dietista integrativa especializada en microbiota y autoinmunidad.© Raul Perez
25 de septiembre de 2025 - 16:00 CEST

Durante años, el intestino ha sido valorado como un simple órgano digestivo. Nada más lejos de la realidad. Hoy sabemos que alberga un ecosistema invisible —la microbiota intestinal— que influye en nuestra inmunidad, metabolismo, estado de ánimo y hasta en el desarrollo de enfermedades autoinmunes. Por eso, cuando este equilibrio se rompe, pueden aparecer síntomas tan diversos como fatiga crónica, dolor articular o brotes cutáneos. En concreto, su vínculo con las dolencias de carácter autoinmune está más que probado, tal y como nos explica Natalia Durán, dietista integrativa especializada en microbiota y autoinmunidad.

¿Qué es exactamente la microbiota intestinal y por qué es tan relevante para nuestra salud?

La microbiota intestinal es el conjunto de billones de microorganismos —sobre todo bacterias, pero también virus y hongos— que viven en nuestro intestino. Lejos de ser “enemigos”, la mayoría de ellos son aliados imprescindibles. Podemos imaginarla como un ecosistema vivo que convive con nosotros desde que nacemos y que influye en casi todas las funciones de nuestro organismo.

Su importancia va mucho más allá de la digestión: una microbiota equilibrada nos ayuda a absorber nutrientes, a regular el sistema inmunitario, a producir vitaminas, a mantener la barrera intestinal “sellada” y hasta a modular nuestro estado de ánimo a través de la conexión intestino–cerebro.

Cuando este ecosistema se desequilibra —lo que llamamos disbiosis—, se favorece la inflamación crónica de bajo grado, que es un terreno común en muchas enfermedades modernas: desde problemas digestivos y autoinmunidad, hasta alteraciones metabólicas o de salud mental.

Por eso hoy sabemos que cuidar de la microbiota es cuidar de la salud global: de nuestro cuerpo, de nuestra energía e incluso de nuestras emociones.

mujer comiendo un yogur sentada en el sofá© Getty Images

¿Por qué piensas que, por fin, hemos empezado a darle la importancia que realmente tiene?

Durante décadas la salud intestinal pasó desapercibida, pero en los últimos años la ciencia ha dado un giro enorme. Hoy contamos con estudios que demuestran cómo la microbiota se relaciona no solo con la digestión, sino también con el sistema inmunitario, las hormonas o el cerebro. Esta evidencia ha despertado un interés creciente en la comunidad médica y, al mismo tiempo, en la sociedad.

Además, cada vez hay más personas que sufren problemas digestivos, autoinmunidad, intolerancias o fatiga crónica. Muchos no encuentran solución en un enfoque puramente sintomático y descubren que mejorar la alimentación, reducir el estrés y cuidar la microbiota sí marca una diferencia real en su calidad de vida.

En mi opinión, lo que está pasando es un cambio de paradigma: hemos pasado de ver el intestino como un “simple tubo digestivo” a comprender que es un órgano clave para la salud integral, casi como un “segundo cerebro”. Y cuando la ciencia, la experiencia clínica y la propia vivencia de los pacientes se alinean, se vuelve imposible no darle la importancia que merece.

¿Qué factores pueden alterar o desequilibrar nuestra microbiota?

Nuestra microbiota es muy sensible y se ve influida por nuestro estilo de vida. Entre los principales factores que la desequilibran están:

  • La alimentación moderna: ultraprocesados, azúcares, harinas refinadas, exceso de aditivos o alcohol. Son productos que nuestras bacterias no reconocen y que favorecen la inflamación.
  • El uso frecuente de antibióticos y otros fármacos, como los antiácidos o los antiinflamatorios, que alteran directamente la diversidad bacteriana.
  • El estrés crónico y la falta de sueño, que afectan al eje intestino–cerebro y modifican el equilibrio de las bacterias.
  • El estilo de vida sedentario y la falta de contacto con la naturaleza, que reducen la exposición a microorganismos beneficiosos.
  • Factores modernos como contaminantes, tóxicos ambientales o incluso el exceso de higiene, que han reducido nuestra “educación inmunitaria” natural.

En resumen, todo lo que nos aleja del estilo de vida que los seres humanos hemos mantenido durante casi toda nuestra historia en la Tierra —con alimentos reales, movimiento, descanso y contacto con la naturaleza— tiende a dañar la microbiota y abrir la puerta a la inflamación.

 Hemos pasado de ver el intestino como un “simple tubo digestivo” a comprender que es un órgano clave para la salud integral, casi como un “segundo cerebro”

Natalia Durán, dietista

¿Qué tipo de enfermedades están más relacionadas con un desequilibrio en la microbiota?

Cada vez tenemos más evidencia científica de que una microbiota desequilibrada no solo afecta al intestino, sino a la salud global.

  • Enfermedades digestivas: síndrome de intestino irritable, enfermedad inflamatoria intestinal (como Crohn o colitis ulcerosa), colon irritable, hinchazón, gases o estreñimiento.
  • Trastornos autoinmunes: desde tiroiditis de Hashimoto hasta artritis reumatoide, psoriasis o esclerosis múltiple. La alteración de la barrera intestinal es uno de los desencadenantes más estudiados en este tipo de enfermedades.
  • Problemas metabólicos: obesidad, diabetes tipo 2, hígado graso. La microbiota influye en cómo gestionamos la energía y en la regulación de la inflamación.
  • Trastornos de salud mental: ansiedad, depresión o incluso trastornos neurodegenerativos. El llamado “eje intestino–cerebro” explica cómo un intestino inflamado puede impactar directamente en nuestro estado de ánimo y en la función cognitiva.
  • Alergias e intolerancias: un sistema inmune desequilibrado a nivel intestinal aumenta la reactividad frente a alimentos o alérgenos ambientales.

En resumen, cuando la microbiota pierde su equilibrio, puede convertirse en la raíz silenciosa de muchos problemas crónicos que antes parecían “desconectados” del intestino.

mujer joven con ropa deportiva comiendo sentada en la encimera de la cocina© Adobe Stock

¿Cómo influye la microbiota en el desarrollo en concreto de enfermedades autoinmunes?

En las enfermedades autoinmunes el sistema inmunitario, que normalmente nos protege, se confunde y empieza a atacar a los propios tejidos del cuerpo. Hoy sabemos que la microbiota intestinal juega un papel clave en este proceso.

Cuando la microbiota está equilibrada, ayuda a educar y regular las defensas, evitando que reaccionen de forma exagerada. Pero cuando se produce una disbiosis —es decir, una pérdida de diversidad y un aumento de bacterias inflamatorias—, la barrera intestinal se debilita y se vuelve “permeable”. Esto permite que pasen al torrente sanguíneo partículas que no deberían estar allí, generando una respuesta inmunitaria crónica.

Este “ruido” constante puede confundir al sistema inmunitario y favorecer mecanismos como el mimetismo molecular: el cuerpo confunde componentes de un alimento o de una bacteria con estructuras propias y termina atacando tejidos sanos, lo que desencadena o empeora enfermedades autoinmunes como Hashimoto, Crohn, lupus o artritis reumatoide.

En resumen, cuidar la microbiota no es un detalle más: es una de las formas más efectivas de regular la inflamación y prevenir los brotes en este tipo de enfermedades.

Lo más importante es entender que la microbiota es un sistema vivo y dinámico: se puede desequilibrar, pero también se puede recuperar

Natalia Durán, dietista

¿Se puede hablar de una “firma” microbiana específica en pacientes con enfermedades como la artritis reumatoide o el lupus?

Sí, cada vez hay más estudios que identifican patrones comunes en la microbiota de personas con enfermedades autoinmunes. No se trata de una única bacteria “culpable”, sino más bien de una combinación característica: pérdida de diversidad, reducción de bacterias antiinflamatorias y aumento de especies que favorecen la inflamación.

Por ejemplo, en artritis reumatoide se han observado desequilibrios con mayor presencia de bacterias del género Prevotella, mientras que en lupus se describen cambios en familias bacterianas que afectan a la regulación inmunitaria. Estos hallazgos nos hablan de una especie de “huella dactilar microbiana” asociada a cada enfermedad.

Aunque todavía no podemos usar estas firmas de forma rutinaria en la clínica, la investigación va muy rápido. Lo interesante es que nos abre la puerta a un futuro en el que podamos prevenir y tratar enfermedades autoinmunes a través de la modulación personalizada de la microbiota, en lugar de limitarnos a controlar los síntomas.

¿Qué deben tener en cuenta los pacientes con enfermedades autoinmunes en relación al manejo de los posibles desequilibrios de su microbiota?

Lo más importante es entender que la microbiota es un sistema vivo y dinámico: se puede desequilibrar, pero también se puede recuperar. En el caso de las enfermedades autoinmunes, cuidar este ecosistema es clave para reducir la inflamación y prevenir brotes.

Algunos puntos fundamentales son:

  • Alimentación real y antiinflamatoria: priorizar verduras, tubérculos, pescado, marisco, carne de calidad y huevos. Y reducir al máximo ultraprocesados, azúcares y harinas refinadas.
  • Regular el estrés y el descanso: el eje intestino–cerebro es bidireccional, y tanto el estrés crónico como la falta de sueño alteran la microbiota.
  • Movimiento y contacto con la naturaleza: un estilo de vida activo y en contacto con el medio ambiente enriquece nuestra diversidad microbiana.
  • Uso responsable de medicamentos: a veces son necesarios, pero es importante acompañarlos con estrategias que protejan la microbiota, sobre todo en el caso de antibióticos, antiinflamatorios o inhibidores de la bomba de protones.
  • Suplementación individualizada: probióticos, prebióticos o nutrientes como la vitamina D o los ácidos grasos omega 3 pueden ayudar, pero siempre deben adaptarse al caso concreto.

En definitiva, un paciente con autoinmunidad debería ver el cuidado de su microbiota como una estrategia de autocuidado diario, no como una moda. Es un pilar que puede marcar la diferencia en su evolución a largo plazo.

En las enfermedades autoinmunes, el simple hecho de tener un brote ya nos está indicando que la microbiota no está equilibrada

Natalia Durán, dietista

¿Qué síntomas alertan de esos posibles desequilibrios en los pacientes con enfermedades autoinmunes?

Lo primero que debemos entender es que un desequilibrio en la microbiota no siempre se manifiesta con síntomas digestivos. Muchas veces pensamos que si no hay diarrea, gases o dolor abdominal, entonces la microbiota está bien, y no es así.

En las enfermedades autoinmunes, el simple hecho de tener un brote ya nos está indicando que la microbiota no está equilibrada. ¿Por qué? Porque hay inflamación. Y cuando hay inflamación, significa que el sistema inmune está activado y respondiendo a mecanismos que se originan en el intestino, como la permeabilidad intestinal o el mimetismo molecular.

Esto se traduce en síntomas muy diversos: cansancio crónico, dolor articular, problemas cutáneos como dermatitis o psoriasis, alteraciones inmunológicas (más infecciones, resfriados frecuentes) o, en general, cualquier manifestación de inflamación persistente.

De hecho, podríamos decir que cuando el cuerpo tiene inflamación, casi siempre hay detrás un desequilibrio en la microbiota. Y lo vemos claramente en consulta: cuando la persona trabaja en reequilibrarla, desaparecen los brotes, baja la inflamación, mejora la energía y hasta las analíticas se normalizan.

¿Hay alguna enfermedad concreta en la que esos desequilibrios sean más evidentes?

Sí. Aunque la disbiosis intestinal está presente en muchas patologías, en algunas se manifiesta de forma especialmente clara.

  • En las enfermedades inflamatorias intestinales, como Crohn y colitis ulcerosa, el intestino es el órgano directamente afectado. Aquí los desequilibrios de la microbiota se traducen en brotes con diarrea, dolor abdominal, sangrado o pérdida de peso.
  • En la artritis reumatoide, aunque los síntomas principales son articulares, sabemos que la alteración de la microbiota influye directamente en la intensidad de los brotes. Muchos pacientes perciben cómo, al mejorar su salud intestinal, disminuye el dolor y la inflamación.
  • En la esclerosis múltiple también se han descrito desequilibrios, y a nivel clínico uno de los síntomas digestivos más frecuentes es el estreñimiento crónico, que refleja esa conexión entre intestino y sistema nervioso.
  • La psoriasis es otro ejemplo muy evidente: aunque es una enfermedad de la piel, se ha visto que la inflamación cutánea está muy ligada a la inflamación intestinal y a un desequilibrio de la microbiota. De hecho, muchos pacientes mejoran sus brotes cutáneos cuando trabajan sobre su salud intestinal.

Es decir, en algunas enfermedades la relación entre microbiota y síntomas es tan evidente que resulta imposible pasarlo por alto. En otras puede ser más silenciosa, pero la investigación sigue mostrando que la disbiosis también está presente.

Mujer sentada en la cama con una taza de café© Getty Images/Image Source

¿Qué papel juega la alimentación en el mantenimiento de una microbiota saludable?

La alimentación no solo influye en la microbiota cuando somos adultos, sino desde mucho antes. Durante el embarazo, la dieta de la madre ya condiciona qué bacterias se transmiten al bebé en el momento del parto. Y tras el nacimiento, no es lo mismo alimentarse con leche materna —que aporta oligosacáridos específicos para las bacterias beneficiosas— que con leche de fórmula, que no logra imitar ese efecto de la misma manera.

En la infancia lo vemos muy claro: los niños con problemas digestivos suelen mejorar rápidamente solo con cambios en la alimentación, porque su microbiota es muy plástica y responde enseguida.

Lo interesante es que esta capacidad de adaptación se mantiene toda la vida. De hecho, nuestra microbiota puede cambiar en cuestión de días según lo que comamos. Si viajamos, por ejemplo, a un país con una dieta totalmente distinta, en poco tiempo nuestro ecosistema intestinal empezará a transformarse para adaptarse a esos nuevos alimentos y hábitos.

Esto nos recuerda que la alimentación es una de las palancas más potentes y rápidas para influir en nuestra microbiota. Los probióticos o suplementos pueden ayudar en casos concretos, pero la base siempre va a estar en lo que ponemos en el plato cada día.

¿Existen pruebas fiables para evaluar el estado de la microbiota?

Sí, hoy en día contamos con pruebas fiables para evaluar la microbiota. En España, por ejemplo, ya existen laboratorios que utilizan tecnología de análisis de ADN microbiológico —es decir, ADN de bacterias, parásitos y otros microorganismos—.

Esto marca una diferencia importante. En el caso de los parásitos, por ejemplo, los test basados en la detección de su ADN son mucho más precisos que los tradicionales, que solo buscan la presencia de huevos bajo el microscopio y que con frecuencia arrojan falsos negativos.

Es importante entender que este tipo de análisis son como una fotografía de un momento concreto. Igual que una analítica de sangre refleja cómo estamos el día que nos la hacemos, el estudio de microbiota muestra qué está ocurriendo en el intestino en esa muestra en particular. Y como la microbiota es muy dinámica, puede variar en cuestión de días según la alimentación, el estrés o incluso un viaje.

Lo positivo es que cada vez hay más laboratorios especializados en el mundo y la tecnología basada en ADN microbiológico está avanzando mucho. Sería muy interesante que este tipo de pruebas se integrasen de manera habitual en la sanidad pública y privada, porque nos permitirían detectar desequilibrios intestinales con mucha más precisión.

¿Qué avances científicos están surgiendo en este campo que podrían cambiar el enfoque terapéutico?

Estamos viviendo un momento muy emocionante en la investigación de la microbiota. Los avances más prometedores van en tres direcciones:

  • Terapias personalizadas: la secuenciación de ADN microbiológico nos permite identificar la “firma” de cada persona y adaptar la intervención a su caso concreto. Ya no se trata solo de recomendar una dieta sana en general, sino de ajustar la alimentación, los probióticos o los prebióticos en función de la microbiota de cada paciente.
  • Probióticos y posbióticos de nueva generación: hasta ahora trabajábamos con cepas muy comunes, pero la ciencia está desarrollando probióticos específicos para modular procesos concretos, como la inflamación o la salud mental. También se estudian los posbióticos, que son los metabolitos beneficiosos que producen nuestras bacterias y que podrían utilizarse como tratamiento.
  • Trasplante de microbiota intestinal: aunque todavía es un campo en investigación, ya se utiliza en casos de infecciones graves por Clostridium difficile con resultados muy positivos. En el futuro podría aplicarse a más enfermedades autoinmunes y metabólicas.

Lo más interesante es que todo esto nos acerca a un enfoque mucho más preventivo y de raíz, en el que no solo se tratan los síntomas, sino que se actúa sobre el terreno común que origina muchas enfermedades: el equilibrio o desequilibrio de nuestra microbiota.

¿Cree que en el futuro la microbiota será clave en la medicina personalizada?

Sin duda. La microbiota es única en cada persona, casi como una huella dactilar, y está profundamente conectada con cómo respondemos a los alimentos, a los fármacos o incluso al estrés. Esto significa que entender nuestro ecosistema intestinal permitirá diseñar estrategias de salud mucho más ajustadas a cada individuo.

Ya estamos viendo los primeros pasos: tratamientos probióticos personalizados, dietas adaptadas al perfil de la microbiota, o incluso predicciones de riesgo de ciertas enfermedades a partir de estos análisis. Todo apunta a que, en unos años, la microbiota será uno de los pilares centrales de la medicina de precisión.

Creo que el gran cambio será pasar de una medicina reactiva, que actúa cuando la enfermedad ya está presente, a una medicina preventiva, que utilice el conocimiento de la microbiota para anticiparse, regular la inflamación y mantener la salud a largo plazo.

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