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Qué significa no contestar ni participar en los grupos de WhatsApp, según los psicólogos


Desde el punto de vista de la psicología, los expertos apuntan que el silencio en estos canales de comunicación puede tener múltiples significados: desde simple falta de interés en el tema, hasta inseguridad para expresarse, miedo al juicio, sobrecarga emocional o necesidad de preservar energía mental


mujer pensativa sentada en el sofá, con un móvil en la mano© Getty Images
15 de septiembre de 2025 - 7:00 CEST

En la era digital, los grupos de WhatsApp se han convertido en un espacio cotidiano de interacción: familias, amigos, compañeros de trabajo o estudios. Sin embargo, no todos participan de la misma manera. Mientras algunos escriben con entusiasmo, otros permanecen en silencio, lo que puede despertar dudas, interpretaciones e incluso malentendidos. Así nos lo explica Beatriz Romero, directora de Consulta Despertares, que apunta que “el silencio puede tener múltiples significados: desde simple falta de interés en el tema, hasta inseguridad para expresarse, miedo al juicio, sobrecarga emocional o necesidad de preservar energía mental”. En opinión de la experta, “no siempre es un ‘vacío’, a veces es una forma de regularse”.

Qué significa guardar silencio en los grupos desde la psicología

Ahonda en esta idea Luis Guillén Plaza, psicólogo general sanitario del Centro de Psicología Psicopartner, que coincide en que guardar silencio tiene muchos significados. “En muchos casos esto se debe a que el silencio actúa como regulador emocional ante el tecnoestrés. Ya que los grupos de WhatsApp al igual que en otras redes sociales generan sobrecarga emocional y comunicativa que acaban produciendo agotamiento y ansiedad en la persona. Por lo que este silencio actúa como un mecanismo para reducir la presión de tener que responder de manera instantánea y de esa sobreestimulación”, apunta el experto.

También se plantea que pueda deberse al lurking, el cual hace referencia a un tipo de perfil específico de usuario, que en redes sociales como por ejemplo en WhatsApp, participa en silencio. “Este lee toda la conversación y sigue el hilo sin intervenir. Este perfil no implica desinterés ni hostilidad, suele responder a una gestión consciente del propio tiempo y a la necesidad de evitar la presión de la inmediatez”, comenta Guillén Plaza.

mujer sonriente utilizando su móvil, sentada en un puf en el salón© Getty Images

 ¿Una señal de desinterés?

Una de las dudas que nos surge es si el silencio en estos espacios es siempre señal de desinterés o puede tener otras lecturas más profundas. “Aunque en algunos casos, el resto de integrantes pueda pensarlo, no siempre implica desinterés. Puede reflejar respeto (no querer saturar de mensajes), prudencia, fatiga social, necesidad de observar antes de intervenir, o incluso una manera de mantener distancia emocional, y así evitar situaciones que generen tensión, o estrés”, comenta Beatriz Romero, que añade que, en otras palabras, no intervenir no equivale a no valorar el grupo o a no querer a las personas que lo integran.

El psicólogo de Psicopartner también remarca la importancia de la espiral del silencio: cuando alguien percibe que su postura es minoritaria o que el clima del grupo es muy homogéneo, puede optar por callar para evitar fricción o exposición innecesaria. En estos casos, el silencio no expresa apatía, sino prudencia y cuidado del clima relacional.

 En casos de ansiedad social, el silencio puede estar vinculado al miedo al juicio: “¿y si digo algo incorrecto?”, “¿y si nadie responde?”.

Beatriz Romero, psicóloga

Introversión y ansiedad social

Los rasgos de personalidad, como es el caso la introversión, juegan un papel importante en opinión de la psicóloga, que explica que quienes son más reservados suelen preferir conversaciones individuales o profundas en lugar de charlas grupales rápidas y superficiales.

“En cambio, en casos de ansiedad social, el silencio puede estar vinculado al miedo al juicio: “¿y si digo algo incorrecto?”, “¿y si nadie responde?”. Esta inseguridad puede llevar a borrar mensajes antes de enviarlos o a elegir la inactividad como estrategia de autoprotección”, indica la experta.

La ansiedad social, en opinión del psicólogo, puede llevar a evitar contextos públicos como los grupos de WhatsApp por miedo a la evaluación negativa de los “demás”. Quien la padece tiende a rumiar antes de escribir (darle muchas vueltas a cada palabra, imaginar respuestas posibles, temer ser malinterpretado) y eso eleva el miedo a intervenir.

“Además, el mensaje queda por escrito y lo leen varias personas a la vez, lo que aumenta la sensación de exposición. Como resultado, aparece menos participación visible, más lectura en silencio y, cuando se interviene, se hace de forma puntual y muy medida. En algunos casos se suma el perfeccionismo (‘si no es perfecto, no lo mando’) o una baja autoeficacia comunicativa, que refuerzan el patrón de callar”, comenta el psicólogo.

Por otra parte, el especialista añade que la introversión no es desinterés, sino que implica una menor necesidad de estimulación social y preferencia por interacciones uno a uno o más pausadas. “En chats con alto volumen de mensajes, las personas introvertidas suelen ahorrar energía leyendo, seleccionar los temas en los que aportar y evitar la respuesta impulsiva. Su estilo es más observador y selectivo, no hostil. Conviene distinguir introversión de timidez o de ansiedad. La persona introvertida puede sentirse cómoda en el grupo, pero elige intervenir menos. Mientras que la ansiosa, en cambio, quiere participar más, pero el miedo al juicio la frena”, argumenta.

De forma implícita, existe una norma social digital: ‘Estar en un grupo = participar’

Beatriz Romero, psicóloga

Sentimiento de presión

En este mundo de las relaciones a través de las aplicaciones de mensajería, hay personas que sienten presión por participar activamente en chats grupales. “Muchas personas sienten que deben responder para no quedar mal. Esto ocurre porque, de forma implícita, existe una norma social digital: ‘Estar en un grupo = participar’. Quien no lo hace puede experimentar culpa o la sensación de no encajar, aun cuando su silencio no tenga nada que ver con el grupo en sí”, comenta la psicóloga.

Esto se debe, para Luis Guillén Plaza, al telepressure, que consiste en una serie de factores que presionan a que la persona participe en las redes sociales. El experto nos explica que, por una parte, se debe a que la mensajería instantánea introduce inmediatez e hiperconexión, y con ellas una norma implícita de disponibilidad. “No es solo una demanda interna (‘debería contestar ya’), en los grupos la presión también es externa: menciones directas, etiquetas, preguntas dirigidas o recordatorios hacen visible quién ha respondido y quién no. A ello se suman los marcadores de presencia (doble check, ‘en línea’, ‘escribiendo...’, última conexión), que convierten la interacción en un espacio donde la respuesta rápida parece obligatoria”, nos indica.

En opinión del psicólogo, hay otros factores que refuerzan la presión como el volumen y la velocidad de los mensajes (miedo a descolgarse), la reciprocidad (si me leen/comentan, siento que debo corresponder), y el temor reputacional (no querer parecer desinteresado). “El resultado es que muchas personas acaban interviniendo por cumplimiento, no por motivación genuina, con el coste de estrés, menor desconexión psicológica y una participación más reactiva que deliberada”, nos cuenta.

Mujer sosteniendo un teléfono móvil © Getty Images

Miedo a un posible juicio

La psicóloga hace, además, una reflexión interesante: “El callar por miedo a ser malinterpretado puede generar ansiedad anticipatoria, autocrítica (‘seguro piensan que soy raro’), sensación de exclusión o de no pertenencia. A veces esto lleva a hiperanalizar los mensajes ajenos o a borrar lo que uno escribe antes de enviarlo. Incluso puede sentirse incomprendido, reforzando la tendencia al silencio”.

El ser humano es un ser social por naturaleza, y para todos es muy importante encajar y no ser excluidos por los demás. “En entornos digitales, la ausencia de respuesta o la falta de señales de acogida se vive con facilidad como ostracismo digital. Cuando alguien anticipa evaluación negativa o siente que su postura puede chocar con la mayoría, tiende a autosilenciarse para no exponerse al juicio”, nos cuenta por su parte el psicólogo, que añade que en los grupos de WhatsApp esto se intensifica, el mensaje queda por escrito, lo leen varias personas y permanece en el historial, lo que incrementa la sensación de escrutinio público. Además, actúa la espiral del silencio, ya que, si se percibe en minoría, la persona prefiere callar para preservar la armonía del grupo y su propia imagen.

“El resultado es un círculo vicioso, cuanto más miedo hay a no encajar, menos se participa, cuanto menos se participa, más ajeno se siente uno del grupo y más se activan las alarmas sociales. Suele aparecer ansiedad, inseguridad y frustración, pero también pérdida de visibilidad y de oportunidades de influir o ser tenido en cuenta. A medio plazo, este patrón erosiona la autoeficacia comunicativa y consolida el rol de “quien no habla”, incluso cuando existe deseo de pertenecer y aportar”, explica Luis Guillén.

Si el silencio nace de miedo al juicio o de una evitación que te impide tratar temas relevantes, es útil revisarlo

Luis Guillén, psicólogo

El silencio para marcar límites

Todo se puede mirar desde otro punto de vista. Y es que el silencio puede ser una forma de establecer límites saludables en entornos digitales saturados. “El silencio puede ser una herramienta de autocuidado para no exponerse a la hiperconectividad, reducir la sobrecarga de notificaciones y cuidar el bienestar emocional. No responder es, en muchos casos, una decisión consciente y protectora. Y añadiría, que debe de ser respetada”, coincide la psicóloga.

Así como descansar del ruido físico es saludable, descansar del ‘ruido digital’ también lo es”, apunta Romero, que añade que silenciar grupos o no responder protege la energía mental y ayuda a mantener una relación más sana con la tecnología.

Coincide Luis Guillén, que nos cuenta que cuando el silencio es intencional y proporcionado cumple una función adaptativa. “En la práctica, sirve para regular las propias emociones y reducir el estrés, la ansiedad y la presión asociadas a la mensajería continua. Disminuye la exposición a la sobreestimulación, protege los recursos atencionales y facilita la desconexión psicológica al final del día. No es desinterés, es una forma de autocuidado y de gestión de límites en contextos donde la inmediatez y la expectativa de disponibilidad permanente (telepressure) tienden a imponerse”, detalla.

“Limitar la reactividad rebaja la presión de inmediatez (telepressure), favorece el desenganche al final del día y, en general, disminuye la tecnosobrecarga, con menos fatiga y mejor bienestar. En este sentido, hablar menos no equivale a aislarse: permite pertenecer sin saturarse y sostener una presencia más serena y estable en el tiempo”, reconoce el especialista, que comenta que, eso sí, conviene tener en cuenta algunas consideraciones: “Si el silencio nace de miedo al juicio o de una evitación que te impide tratar temas relevantes, es útil revisarlo. Como regla práctica, puede ayudar marcar ventanas de respuesta y silenciar notificaciones fuera de ellas, priorizar grupos y temas (no todo requiere intervención), y, cuando proceda, explicitar el propio estilo (‘leo aunque no siempre conteste al momento’) para prevenir malentendidos. Así, el silencio actúa como límite saludable y no como barrera”.

Cómo interpretamos el silencio en los grupos

La realidad es que cuando alguien no participa en un grupo, cuando no da su opinión o no responde, puede haber cierta tendencia a interpretar el silencio como rechazo o indiferencia. “Los seres humanos buscamos significado en la ausencia de respuesta. Cuando alguien no contesta, el cerebro tiende a llenar el vacío con hipótesis negativas: “me ignora”, “no le importo”. En lo digital, donde faltan gestos, tono de voz y contexto, estas interpretaciones suelen amplificarse”, nos comenta la psicóloga, que añade un matiz, eso sí: no siempre las cosas son lo que parecen.

El psicólogo nos comenta que hay que tener en cuenta un fator importante, la ambigüedad del texto. Y es que en mensajería faltan tono, gestos y contexto inmediato. Ante ese vacío de señales, quien recibe rellena huecos con su estado emocional o con lo que teme, y el silencio se interpreta con facilidad como frialdad o desgana aunque no lo sea.

Además, no podemos olvidar un factor cultural y de aprendizaje. “En muchas sociedades occidentales el silencio está peor valorado que la respuesta rápida, y, dentro de ellas, en culturas de alto contacto como la española, el silencio suele leerse todavía con más sospecha”, apunta el psicólogo. Si además se suman las normas de inmediatez de los chats (doble check, “en línea”, “escribiendo...”) y la expectativa de disponibilidad constante, es fácil concluir: “Si no contesta, pasa de mí”. No siempre es así. Con frecuencia, el silencio habla de tiempo, carga, estilo o autocuidado, no de rechazo. Para el psicólogo, conviene posponer la conclusión negativa y, cuando sea necesario, aclarar en privado antes de interpretar.

Cuando nos preocupa el silencio del otro

En ocasiones, el silencio de una persona en un grupo puede no ser habitual. En eso caso, el silencio se convierte en algo extraño. “Si el silencio preocupa, sí es recomendable acercarse en privado, pero desde la empatía: ‘He notado que no participas mucho en el grupo, ¿cómo estás?’. Esto abre la puerta al diálogo sin presionar ni juzgar. Así se diferencia entre el silencio como elección personal y el silencio que podría estar encubriendo malestar”, recomienda la psicóloga.

dos chicas jóvenes aburridas en un restaurante mirando sus móviles© Adobe Stock

Gestionar la participación en los grupos sin culpa

Por último, les pedimos a los expertos que nos den una serie de consejos para gestionar la participación en grupos sin sentir culpa. “De entrada, es útil recordar que no siempre es necesario contestar cada mensaje. A veces basta con usar reacciones o enviar respuestas breves que permitan sentirse presente sin generar sobrecarga (un emoji, un gif, etc). También resulta sano establecer horarios o momentos concretos para responder, de modo que el teléfono no se convierta en una fuente constante de exigencias. Y lo más importante: conviene tener presente que el valor de una relación no se mide por la cantidad de mensajes enviados, sino por la calidad del vínculo y la autenticidad con la que nos comunicamos”, explica la experta, que resume las que son, en su opinión, las estrategias útiles que pueden ayudar a fomentar una comunicación más empática y menos invasiva en estos espacios:

  • No asumir que el silencio equivale a rechazo.
  • Evitar exigir respuestas inmediatas.
  • Crear un ambiente donde no todos tengan que opinar en todo.
  • Validar la diversidad de formas de participación (algunos escriben, otros leen, otros reaccionan).
  • Promover mensajes claros, breves y respetuosos del tiempo de los demás.

Luis Guillén también nos resume, para finalizar, sus recomendaciones:

  1. Define ventanas de respuesta y silencia fuera de ellas. Establece dos o tres franjas al día para revisar y contestar, y silencia el grupo el resto del tiempo. Esto reduce la presión de inmediatez (telepressure), protege tu atención y facilita el desenganche cuando no estás disponible. Si algo es realmente urgente, quien lo necesite encontrará un canal alternativo.
  2. Aclara expectativas desde el principio. Un mensaje breve del tipo: “Leo todo, pero no siempre respondo al momento. Suelo contestar por la tarde” evita malentendidos y baja la autoexigencia. Poner límites explícitos es una forma de cuidado propio y también de respeto al grupo.
  3. Prioriza calidad frente a cantidad. Intervén cuando aportes valor (informar, decidir, resumir, cerrar). Evita responder por compromiso: alimenta el agotamiento y añade ruido. Si el hilo es largo, resume en un mensaje lo que se ha decidido y los siguientes pasos.
  4. Cuida la señal social cuando intervengas. En texto falta tono: añade contexto, cortesía y, si procede, un emoji moderado para desambiguar. Evita ironías y dobles sentidos; si el tema es sensible, di: “Comparto esto con ánimo de ayudar; abierto a matices”. Disminuye así el riesgo de malinterpretación.
  5. Gestiona el entorno: silencia o sal con respeto. Si un chat te satura, siléncialo, si dejó de tener sentido para ti, sal explicando brevemente el motivo (“no puedo seguir el ritmo; me salgo para no entorpecer”). Limitar fuentes de sobrecarga es coherente con un uso saludable.
  6. Mueve los temas complejos al privado o a otro canal. Cuando un asunto requiera matices o pueda generar tensión, propón continuar en privado o en una breve llamada. Evitas cadenas interminables y reduces presión para todos.
  7. Acordad reglas básicas en grupos grandes. Por ejemplo: horarios de envío, evitar cadenas y reenvíos masivos, usar etiquetas (“[INFO]”, “[ACCIÓN]”) y resúmenes al cerrar un tema. Las normas claras reducen la sensación de invasión y mejoran la coordinación.
  8. Normaliza estilos distintos de participación. Leer sin escribir también es participar (modelo observador). Recuérdalo cuando aparezca la culpa: tu valor no depende del número de mensajes, sino de la pertinencia de tus aportes y del cuidado de tus límites.
  9. Ten un guion asertivo para cuando te pidan más presencia. Dos líneas bastan: “Me viene mejor responder en bloque a última hora; así no me disperso. Si algo es urgente, avisadme por privado”. Repetir un mensaje consistente disminuye la presión social.
  10. Aplica la regla de “dos intercambios”. Si un tema no se resuelve en dos idas y vueltas, cambia de canal (audio breve, llamada o reunión). Evitas la escalada de mensajes y ahorras energía al grupo.

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