Es de noche, estás cenando con tu pareja, que lleva todo el día silenciosa. Con cuidado, le preguntas qué le pasa, y la respuesta es un discurso largo sobre su estrés en el trabajo, sus preocupaciones familiares o un problema con un amigo. La escuchas con atención, le das consejos, tratas de animarla y de encontrar una solución. Mientras él se desahoga y se alivia, tú sientes cómo su malestar se va instalando en ti, como si estuvieras cargando con su pesada mochila emocional. Su problema se convierte en el tuyo. Y no es la primera vez que pasa.
Esta es una escena cotidiana para muchas mujeres, que no solo se repite en el contexto de la pareja, sino también con amigos, hermanos o incluso los propios padres. El rol de “cuidadoras emocionales” o “sanadoras” parece estar integrado en nuestra forma de relacionarnos, casi de manera automática. Nos encontramos en una posición en la que, sin buscarlo, estamos "maternando" a otros adultos. ¿Por qué asumimos esta carga, a menudo hasta el punto de la sobrecarga? ¿Qué hay detrás de esta dinámica que nos lleva a maternar a otros adultos?
Maternar en pareja: consecuencias para la salud mental
"La respuesta nos la da nuestra historia de aprendizaje. En ella, las mujeres vamos asociando desde niñas que lo relativo a los cuidados nos corresponde y que nuestro valor depende de cuánto sostenemos las necesidades de quienes nos rodean. Pero esa idea no nace sola, se alimenta de siglos de discursos que han vinculado lo femenino a la naturaleza y lo masculino a la cultura", explica la psicóloga sanitaria, Saray Ares (www.sarayarespsicologia.com):. ¿Y qué tiene de malo? La dualidad de sentimientos que emerge a raíz de este hecho.
Por un lado, podemos sentir una aparente satisfacción, una validación de nuestro valor. Por otro, el desgaste es inmenso y se traduce en una serie de emociones y sensaciones muy negativas que, a la larga, nos pasan factura.
- Agotamiento, frustración y estrés: Al ser el pilar emocional de los demás, nuestro propio bienestar queda en segundo plano. Esto conduce a un agotamiento mental y físico, y a una frustración constante al sentir que nunca es suficiente lo que damos. Además, estar siempre en estado de alerta para resolver problemas ajenos nos genera una tensión que puede convertirse en estrés crónico.
- Pérdida de identidad: Este rol nos lleva a una profunda crisis de identidad. Cuando nuestro valor se define por cuánto cuidamos a los demás, dejamos de conectar con nuestras propias necesidades y deseos. Si no "cuidamos", nos preguntamos: ¿qué queda de nosotras?
- Resentimiento y culpa: La balanza no está equilibrada. El acto de dar sin recibir de la misma manera puede generar resentimiento hacia la otra persona. A esto se le suma la culpa si intentamos poner límites, ya que el miedo a ser percibidas como "egoístas" o "malas" es muy fuerte.
Por qué las mujeres cargan las mochilas en sus relaciones
La construcción cultural de que este cuidado debe darse se ha normalizado a lo largo de la historia. Como nos recuerda la psicóloga: "Simone de Beauvoir decía que "no se nace mujer, se llega a serlo". No es la biología la que nos destina a cuidar, sino una construcción cultural que, ya desde las primeras civilizaciones, nos ha colocado al lado de lo natural y lo reproductivo, relegándonos al ámbito de lo privado, mientras que los hombres quedaban asociados a lo público".
Esta construcción cultural que señala la experta afecta la salud mental de las mujeres, generando sobrecarga y malestar emocional. "Para justificar estas desigualdades, se ha recurrido una y otra vez a explicaciones que presentan esta división como innata, como si nos "tocara" por naturaleza, y en muchas ocasiones, se ha apoyado incluso en nombre de la ciencia. Pero replicar esta creencia solo la perpetúa, con el consecuente daño que ello implica, consolidando así la creencia de que querer y cuidar tiene que ver con vaciarse".
Entonces, el resultado de todo este aprendizaje es que se nos enseña que cuidar es lo correcto y alejarse de ese mandato tiene consecuencias. "Aprendemos que cuidar no solo es lo aceptado, sino lo correcto, y que alejarse de ahí se paga. El precio de hacerlo es alto, pues nos arriesgamos a ser vistas como egoístas, entre otros conceptos despectivos. Frente a esto, seguir cuidando parece más seguro porque nos confirma que "somos buenas mujeres" y, a la vez, nos protege de convertirnos en una de las “malas”, la que se desvía de lo establecido", comenta Saray Ares, que enfatiza que la perspectiva de género aquí juega un papel fundamental: "La conducta de cuidado se repite una y otra vez, hasta instaurarse y terminar calando en la identidad. Aquí está también la dificultad de salir de ese rol, porque si no cuidamos, ¿qué queda de nosotras? Es ahí donde lo aprendido se transforma en un mandato, en el salvar como dogma".
Esta dinámica, además, se refleja en el ámbito profesional y en nuestras primeras experiencias vitales. Algo que se refleja en datos: "Hablamos de que muchas mujeres actúan como psicólogas y enfermeras, y no es casualidad que hoy sigamos viendo cómo las profesiones de cuidado, como lo son estas, están altamente feminizadas. Los datos lo confirman: en nuestro país, el 84% de las enfermeras son mujeres, y lo mismo ocurre con el 82% de las psicólogas, según el Instituto Nacional de Estadística", comenta la experta.
La educación en la infancia, fundamental en los roles de género
Pero esto no empieza en la universidad ni en el trabajo, sino mucho antes. "Desde pequeñas, los juegos y expectativas depositados en nosotras nos orientan a maternar (muñecos, cuidados simulados, roles domésticos...) como si nuestro destino fuese la maternidad. Y de adultas, el mandato se intensifica, convirtiendo a la mujer casi en sinónimo de madre, donde quien no cumple con esa misión es señalada, mientras que quien sí lo hace muchas veces se reduce solo a ese rol", explica.
Si echas la vista atrás, es probable que te encuentres con pistas que hoy te explican por qué maternas en tus relaciones. Tiene sentido, pues la manera en que fuimos educadas desde la infancia es crucial para entender este fenómeno. "Nuestra historia personal se construye a partir de procesos de aprendizaje que nos enseñan a comportarnos según lo que se espera de nosotras en función del sexo con el que nacemos. Los mandatos de género, esa narrativa invisible que dicta cómo deberíamos pensar, sentir y actuar, comienza operando en el entorno y, desde la infancia, se van incorporando como un guion interno que orienta nuestra conducta y termina moldeando la identidad".
A pesar de creer que tomamos decisiones de forma consciente, la experta señala que no siempre es así. Estamos condicionados por nuestra sociedad y pasado: "Gran parte de lo que llamamos "decisión personal" está atravesado por esos mandatos de género y por las expectativas sociales. Creemos que elegimos cuidar porque queremos, pero en realidad muchas veces lo hacemos porque hemos aprendido que ese es nuestro lugar. Y es justo ahí donde entra en juego el mito de la libre elección, la idea de que actuamos desde la autonomía, cuando en realidad seguimos guiones sociales que nos empujan a ocupar ciertos espacios sin cuestionarlos".
Poner límites se vuelve una tarea difícil en este escenario, pues va en contra de todo lo que hemos interiorizado. Así lo señala Saray Ares: "Desde aquí, es difícil salirse de los cuidados y no ponerse al servicio de ellos, porque el coste es muy alto. Se activa la culpa si ponemos límites, el miedo a parecer egoístas, y la sensación de salirse de lo establecido, de lo que "deberíamos ser" y de aquello que nos han vendido que es el amor. Al otro lado de esto, se valora la entrega, la renuncia y el complacer como virtudes femeninas, como si nuestro valor dependiera de cuánto sostenemos al resto. Pero mientras, se nos exige también que nos queramos mucho a nosotras mismas. Una contradicción, porque justo lo que no nos han enseñado nunca a las mujeres es a querernos".
Cómo identificar la sobrecarga emocional
Teniendo en cuenta que hemos normalizado ese papel de cuidadoras, Identificar cuándo estamos sobrepasando nuestros propios límites no es fácil. A veces puede pasar que te sientes mal por los problemas de otro, que los haces tuyos, y que, incluso, tratas de buscarles soluciones. Un error muy común que guarda sentido por este contexto cultural en el que, maternar, parece lo normal. Pero, aunque dejar de hacerlo en su totalidad requiere tiempo y gestión emocional, la psicóloga recomienda algunas técnicas a seguir para dar los primeros pasos y tratar de cuidarse a una misma:
- Tomar conciencia. "Empezar a hacerse preguntas que cuestionen esa normalidad sin dar nada por sentado puede ser un buen punto de partida. Hacerlo rodeándose de mujeres, compartiendo, viendo qué realidades las atraviesan y observando cómo muchas de ellas son compartidas, puede ayudar a identificar que lo normal no siempre significa que sea lo bueno., que va en contra del propio instinto de supervivencia".
- Saber que para cuidar, primero debes cuidarte. "Debemos pararnos a discriminar cuándo tenemos que desdibujarnos, perdernos por el camino en un vínculo, puede ser una pista importante de que la balanza de los cuidados está descompensada. Y aquí entra otro punto importante que pasa por resignificar los cuidados: podemos cuidar cuidándonos. No hace falta elegir entre el mundo o yo, no es incompatible (o no debería serlo)".
- Aceptar el malestar que pueda surgir de no dar esos cuidados, o incluso bajar la intensidad de cómo lo hacemos. "Ese malestar suele aumentar antes de disminuir, y en su pico más alto puede traducirse en culpa, en la sensación de estar siendo egoístas. Pero recuerda que todos y todas cabemos en los cuidados: tú también", comenta la experta.
- Reconectar con una misma para poder ejercer un cuidado más equilibrado. "Ocurre que, de tanto estar para fuera, muchas veces no sabemos estar para dentro y conectar con nuestras necesidades. Empezar a habitarnos es muy buena idea, conectar con nuestro placer y deseo, aunque sea comenzando por cosas que puedan parecer pequeñas y cotidianas. Desde leer sin prisa, pasando por empezar el día con tu canción favorita, o descansar sin explicaciones".