Verano, vacaciones, más horas de luz... Todo invita a sentirse mejor. Pero cuando el termómetro supera los 36 o 37 grados, la cosa cambia. Y no es solo una sensación. El calor extremo activa un mecanismo interno en el que el cuerpo —y especialmente el cerebro— debe reorganizar sus recursos para mantenerse estable. ¿La consecuencia? Te cuesta concentrarte, sientes más ansiedad, duermes peor y, a veces, ni siquiera tienes hambre.
Así lo explica la Dra. María García Galant, jefa del Servicio de Neuropsicología del Hospital HM Nou Delfos: “Cuando se superan los 36-37 grados, el hipotálamo se concentra al máximo en cumplir su función de mantener el cuerpo fresco y, si es necesario, saca recursos del lóbulo frontal, el área donde se alojan la flexibilidad cognitiva, la atención, la memoria de trabajo y el razonamiento”. Es decir, el cerebro deja de priorizar tareas mentales para concentrarse en una más urgente: evitar el sobrecalentamiento.
Cuando el calor 'roba' funciones al cerebro
La neuropsicóloga explica que "la función cognitiva general se resiente”. Y no es la única zona cerebral afectada. “Otra de las áreas perjudicadas es el sistema límbico, donde se alojan las emociones. Por esta razón, el calor extremo puede generar inquietud, apatía, mal humor y agresividad”, detalla. A esto se suma el insomnio: “La sobreexcitación del hipotálamo también impide conciliar el sueño y descansar con normalidad”.
Pero no solo el descanso y el estado de ánimo cambian: la sensación de hambre también se ve alterada. El organismo entra en un modo de ahorro energético y requiere menos alimentos para funcionar, pero necesita más hidratación. Por eso, durante las olas de calor, lo que más pide el cuerpo es agua.
El calor te irrita y hace que salten chispas
“El calor actúa como un estresor ambiental que exacerba emociones negativas y disminuye la tolerancia al malestar”, explica, por su parte, el psicólogo Jorge Buenavida, experto de BluaU de Sanitas. Es decir, cuando hace demasiado calor, el cerebro trabaja el doble para mantener el equilibrio interno del cuerpo, y ese esfuerzo extra se traduce en un mayor cansancio emocional y físico.
Como ya adelantaba la neuropsicóloga, Buenavida insiste en que, cuando sube el mercurio, el cuerpo humano activa el sistema nervioso simpático ante temperaturas elevadas con el objetivo de regular su temperatura interna. Este proceso provoca un aumento del cortisol, conocido como la hormona del estrés, y una reducción progresiva de serotonina, un neurotransmisor clave para el equilibrio emocional. La consecuencia es clara: “Este incremento sostenido puede alterar el equilibrio emocional y aumentar la sensación de tensión o amenaza”, aclara Buenavida.
Este cóctel hormonal hace que muchas personas se sientan más nerviosas, irritables o tristes durante los picos de calor. Y si a eso sumamos el mal descanso nocturno, la deshidratación o el cambio de rutinas, el impacto se amplifica.
Calor, falta de sueño y amígdala descontrolada
Uno de los grandes enemigos del bienestar emocional en verano es el insomnio, o más concretamente, la mala calidad del sueño. El calor nocturno, la sudoración o las interrupciones constantes impiden un descanso profundo. “La falta de sueño debilita la corteza prefrontal, que regula el control emocional, y potencia la reactividad de la amígdala, que gestiona las respuestas automáticas”, detalla el psicólogo. Esto explica por qué en verano a veces reaccionamos de forma desproporcionada o sentimos que estamos “a la defensiva”.
Sin un sueño reparador, el cerebro pierde capacidad para gestionar el estrés diario, lo que se traduce en más irritabilidad, menos tolerancia y una sensación continua de estar al límite.
El calor excesivo y la falta de sueño debilitan la corteza prefrontal, que regula el control emocional, y potencia la reactividad de la amígdala, que gestiona las respuestas automáticas
¿A quién afecta más el calor emocional?
No todas las personas sufren del mismo modo los efectos emocionales del calor. Según Buenavida, hay perfiles especialmente vulnerables, como los niños y adolescentes, cuya autorregulación emocional aún está en desarrollo, o los mayores, que tienen menos capacidad para termorregularse. También quienes padecen ansiedad o trastornos del estado de ánimo pueden notar un empeoramiento durante estos días.
El entorno también influye. Las personas que viven en ciudades muy densas, sin acceso a aire acondicionado, o que trabajan al aire libre, están más expuestas y, por tanto, más propensas a experimentar cambios emocionales relacionados con el calor.
Por su parte, García Galant recuerda que los efectos negativos del exceso de calor también afectan más a aquellas personas que tienen alguna enfermedad neurológica previa. Las personas con demencia, epilepsia o daño cerebral adquirido pueden experimentar más episodios de confusión, desorientación o agitación. Y no solo por el calor, también por la deshidratación o los cambios de rutina propios del verano.
“El calor extremo, la deshidratación y los cambios de rutina como los viajes o la interrupción de terapias pueden actuar como un desencadenante de síntomas neurológicos o comportamentales, como un síndrome confusional”, advierte la doctora. Además, ciertos fármacos, como los psicotropos o los anticolinérgicos, “pueden aumentar la vulnerabilidad ante un golpe de calor con manifestaciones cognitivas, conductuales o neurológicas”.
Cómo proteger el cerebro y modular las emociones en verano
La buena noticia es que existen estrategias prácticas para sobrellevar mejor estos días intensos. “Mantener una buena hidratación, evitar las horas de más calor y priorizar el descanso son medidas básicas”, recomienda el experto. También ayuda reorganizar las rutinas, no exigirse tanto y buscar momentos de autocuidado.
Incorporar ejercicios de respiración, técnicas de atención plena o pequeñas pausas para reconectar con uno mismo pueden ayudar. Además, crear espacios de sombra, vestir ropa ligera y adaptar la dieta a alimentos frescos y ligeros ayuda a regular la temperatura corporal… y también el ánimo.
Por último, hay que tener en cuenta que la irritabilidad provocada por el calor es transitoria y depende directamente del contexto ambiental. Tiende a desaparecer en cuanto mejora el confort térmico. En cambio, los trastornos del estado de ánimo incluyen síntomas más persistentes y complejos, como tristeza constante, insomnio crónico, falta de motivación o pensamientos negativos recurrentes.
Eso sí, si esa irritabilidad persiste más allá de las olas de calor o interfiere con la vida cotidiana, conviene consultarlo con un profesional de salud mental.