En estos días de verano, las ganas de moverse al aire libre se disparan. Cada vez más personas apuestan por el deporte como estilo de vida, pero hay una cara B, y es que con este auge también crecen las lesiones. ¿Cómo mantenerse en forma sin poner en riesgo nuestra salud? Toni Pérez, el popular fisioterapeuta conocido como @Fisioteduca, nos da las claves en su libro No te lesiones más. Con un enfoque claro y cercano, comparte consejos para prevenir molestias y aprender de los errores de los deportistas profesionales. Nos anima a conseguir el objetivo de disfrutar del verano haciendo ejercicio, activos, sanos… ¡ pero sin dolor!
¿Qué fue lo que le impulsó a escribir 'No te lesiones más'? ¿Hubo un momento clave que le motivara?
Desde que comencé a divulgar sobre el cuerpo humano, siempre he querido transmitir la importancia de entender que en el cuerpo humano todo está conectado. Qué mejor forma de transmitir esto que dentro de un libro en un viaje por el cuerpo y cada una de las lesiones más conocidas.
Es muy habitual ver que las personas realmente no se conocen y, por lo tanto, no saben por qué tienen problemas de salud. El mayor impulso a escribirlo fue aportar a tapar ese hueco de conocimiento, lo básico que debemos saber todos sobre nuestro cuerpo y sus lesiones.
En cuanto a la motivación, yo siempre he escrito y leído, principalmente textos relacionados con lo mío, pero tenía cierto miedo a abarcar un concepto tan grande como un libro. Fue un gran alivio y un chute de energía ver cómo a medida que pasaban las horas escribiendo, más me enganchaba a hacerlo. Así me pasaba días y ni me daba cuenta.
¿Qué mensaje le gustaría que se llevase el lector que tiene su libro entre manos?
El cuerpo es tu mayor tesoro. Es decir, no está roto, está pidiendo ayuda. Y lo que más ayuda es moverse, que no es solo para atletas, sino para cualquiera que quiera vivir mejor. Y que siempre, siempre, hay algo que puedes hacer para sentirte un poco mejor.
Este libro no es un manual para expertos, es una conversación contigo, con quien lleva tiempo aguantando dolores o dejando de hacer cosas por miedo.
Quiero que al cerrar la última página pienses: “Oye, quizá mi cuerpo y yo no estábamos tan peleados”.
Nos acostumbramos a que el cuerpo funcione, al igual que no piensas en tu respiración… hasta que te falta el aire
Afirma que nuestro cuerpo “es el único lugar en el que vamos a vivir toda la vida”. ¿Por qué cree que aún lo descuidamos tanto?
Nos acostumbramos a que funcione, al igual que no piensas en tu respiración… hasta que te falta el aire. El cuerpo lleva años sacándonos de apuros sin decir nada, y cuando por fin se queja, le decimos “no tengo tiempo para esto”. Además, vivimos en una sociedad que cuida más la estética que la funcionalidad, y eso nos desconecta: lo importante es verse bien, aunque por dentro estemos llenos de tensiones, sobrecargas o fatiga.
Nos falta educación corporal y trabajo diario para cuidarlo. Nadie nos enseñó a leer al cuerpo como se merece. Y claro, cuando no entiendes un idioma, es difícil cuidarlo.
¿Cuál diría que es el mayor mito que aún circula sobre el cuidado físico o la recuperación de lesiones?
Difícil quedarse con uno, pero lo tengo bastante claro: el mito del reposo absoluto: “si te duele, para y no hagas nada”. Y no es que moverse más sea la solución mágica, pero quedarse quieto por completo rara vez lo es. El cuerpo necesita descanso, sí, pero no total. Si no te mueves, vas a perder las capacidades que tienes y muchas veces el problema de las recuperaciones no es la lesión, sino todo lo que has perdido de fuerza o movilidad por no hacer nada.
Nos hemos acostumbrado a vivir con molestias, como si fueran parte del mobiliario. El cuerpo susurra al principio: “muévete”, “descansa”, “hazme caso”. Pero como no lo oímos, sube el volumen. Y cuando grita, ahí sí, nos asustamos
Siempre se puede hacer algo, aunque sea mínimo. No se trata de machacarte, sino de acompañar a tu cuerpo con inteligencia.
¿En qué cosas pequeñas del día a día se nota que no estamos escuchando a nuestro cuerpo?
Lo notamos cuando pasamos horas frente al ordenador sin levantarnos ni un segundo. Cuando ese dolor en la espalda baja aparece todos los días después de comer, y ya ni lo cuestionamos porque lo hemos normalizado. Lo notamos cuando bostezamos cinco veces seguidas y aún así seguimos, sin pausa, sin tregua.
Nos hemos acostumbrado a vivir con molestias como si fueran parte del mobiliario. El cuerpo susurra al principio: “muévete”, “descansa”, “hazme caso”. Pero como no lo oímos, sube el volumen. Y cuando grita, ahí sí, nos asustamos. El problema no es que no sepamos qué nos pasa... es que no nos paramos a escucharlo.
Tu cuerpo y tú tenéis una relación similar a la que tienes con tu pareja o con tus amigos: si no hay transparencia, mano izquierda y se hablan los problemas, se deteriora hasta terminar con una lesión.
¿Qué tipos de lesiones trata con más frecuencia y qué hábitos cotidianos las provocan?
Lo curioso es que la mayoría de las personas no llegan a consulta por un gran accidente, sino por esos pequeños hábitos que se repiten sin que nos demos cuenta. Y eso, lejos de ser una mala noticia, es una oportunidad brutal. Porque si lo que te duele viene de tu día a día, también puedes cambiarlo de la misma forma que llegó.
Trato muchas rodillas que se han cansado de no tener suficiente fuerza para subir escaleras a lo loco, espaldas que piden una tregua después de años sosteniéndolo todo (literal y emocionalmente), y hombros que ya no quieren cargar con el mundo.
Pero no hay que tenerle miedo al cuerpo. Al revés. Lo bonito es que el cuerpo te da margen, te avisa, se adapta, te espera. Muchas veces con solo mejorar cómo descansas, cómo entrenas, cómo respiras o cómo te organizas los descansos, ya empiezas a notar cambios.
Y no, no me refiero a grandes cambios. Por ejemplo, la mayoría de lesiones de espalda y cuello vienen de hábitos sedentarios y, justamente, son las lesiones que más incapacitan para trabajar según la estadística. ¿Y si a través de la información esa persona entiende que su espalda está llena de músculos que, si los trabaja, van a ganar fuerza haciendo que aumente la capacidad de soportar peso y disminuyendo el riesgo de lesión?
Pequeños hábitos a lo largo del tiempo se convierten en los grandes cambios con los que sueña la persona lesionada.
Muchas veces con solo mejorar cómo descansas, cómo entrenas, cómo respiras o cómo te organizas los descansos, ya empiezas a notar cambios.
¿Cómo podemos identificar las primeras señales de alarma antes de que una molestia se convierta en lesión?
El cuerpo no tiene WhatsApp, pero manda mensajes igual. Primero te susurra: una rigidez que no estaba ahí, un gesto que ya no sale tan fácil, una sensación rara al moverte. Luego empieza a repetir el mensaje: todos los días el mismo punto molesta, todos los jueves acabas con el cuello como una piedra, cada vez que haces tal cosa, algo chirría.
Es fácil pensar que “no es nada”, pero justo ahí está el error: esas pequeñas molestias son como los trailers de una película que no quieres ver entera. Y si sabes leerlos, puedes cambiar el final. La clave está en prestarte atención, sí, a tí; como lo harías con alguien que te importa. No necesitas ser fisio ni leer anatomía, solo parar un segundo y preguntarte: “¿esto me está limitando?” Si la respuesta es sí, aunque sea poco, ya tienes tu señal.
¿Qué hábitos sencillos recomienda para mantener el cuerpo “en forma” aunque no seamos deportistas?
Con moverse un poco más y un poco mejor ya estás avanzando. Camina con intención, sube escaleras como si entrenaras para tu futuro yo, moviliza tu espalda hacia todos lados mientras esperas que se caliente el café, cambia de postura mientras trabajas, incluso da rienda suelta a tu expresividad y ponte a bailar. Estamos diseñados para movernos y en ningún momento esto para una persona que se inicia debe ser un infierno.
No hace falta hacer crossfit, ni comprarte ropa técnica, ni apuntarte al último reto viral. El cuerpo agradece los gestos cotidianos con conciencia. Y si además le sumas descanso de calidad, un poco de agua, y un mínimo de entrenar tus músculos con ejercicios básicos como sentadillas, dominadas y flexiones; ya estás entrenando para vivir mejor.
Porque estar en forma no es tener la tableta de chocolate en el abdomen, sino poder disfrutar tu vida sin dolor y con ganas.
Habla de “colaborar con el cuerpo, no luchar contra él”. ¿Qué significa eso en la práctica diaria?
Significa dejar de verlo como un enemigo al que hay que controlar, moldear o corregir. El cuerpo no está en tu contra, está contigo. Aunque a veces duela, aunque se canse, aunque proteste. Luchar contra él es forzarlo a hacer lo que no puede, cuando no puede. Es callar sus señales con pastillas, ignorar sus pausas, compararlo con otros cuerpos que no son el tuyo.
Colaborar, en cambio, es escucharlo y responder con respeto. Es entender que si hoy no estás para correr, quizás estás para caminar. Que si algo te duele, no es para fastidiarte, sino para decirte algo. Que moverte no es un castigo, sino una manera de acompañarte.
Un equilibrio sano entre lo que necesitas y lo que puedes dar.
Estamos diseñados para movernos y en ningún momento esto para una persona que se inicia debe ser un infierno
Dato para la reflexión: alrededor del 80 por ciento de la población mundial experimentará dolor lumbar en algún momento de su vida. ¿Qué estamos haciendo mal?
A esta época yo le llamo siempre “sedentarismo tecnológico”. Estamos sentándonos demasiado y moviéndonos poco. Pero sobre todo, estamos olvidando que la espalda no es una estructura débil ni frágil. Al contrario: está hecha para sostener, para moverse, para adaptarse.
El problema no es solo la postura, ni el sofá, ni la silla de oficina. Es que no le damos variedad, no la fortalecemos, no le damos descanso de verdad. Vivimos con prisas, dormimos mal, llevamos mochilas emocionales (y físicas) sin repartir peso. Acostumbrados a querer todo ya, en la cultura del “one click” en la que vivimos, es muy difícil pararnos a establecer un hábito de prevención de esta lesión, porque ese hábito se llama ganar fuerza en tu espalda y, para ello, se necesita tiempo y esfuerzo.
¿Qué podríamos hacer mejor? Tratar la espalda como una aliada, no como una zona prohibida. Darle movimiento, darle fuerza, darle descanso. Y sobre todo, dejar de asumir que el dolor lumbar es “lo normal”. Porque sea común no significa que sea inevitable.
Estamos olvidando que la espalda no es una estructura débil ni frágil. Al contrario: está hecha para sostener, para moverse, para adaptarse
¿Qué le diría a alguien que lleva años con dolor crónico y ya no cree que moverse pueda ayudarle?
Pregunta difícil. Le diría que lo entiendo, aunque a su vez jamás podré comprender al 100% su relación con el dolor porque es una experiencia única del individuo. No es fácil confiar en un cuerpo cuando lleva tanto tiempo doliendo. No es cuestión de ponerle ganas ni de pensar en positivo, sino de empezar de nuevo, desde otro lugar.
Muchas veces no es que el movimiento no funcione, es que no se ha movido como el cuerpo necesitaba. No con prisas, no con miedo, no con autoexigencia. Se necesita un movimiento suave, progresivo, respetuoso. Uno que no venga de la culpa, sino del cuidado.
Hay una palabra que me encanta: seguridad. Sea cual sea tu dolor, siempre hay una zona de seguridad en la que no te molesta. Como fisio, siempre recomiendo que se parta de ese punto, de la seguridad, y que el objetivo sea poco a poco ir avanzando y subiendo esa seguridad, sin fijarte en lo bien o mal que estás. Siempre hay algo que se puede hacer, aunque sea poco o sea despacio. Puede que el primer paso no parezca nada… pero ya es un paso.
¿Cómo le gustaría que evolucionara la relación de las personas con su cuerpo en los próximos años?
Me encantaría que dejáramos de ver al cuerpo como un proyecto que hay que mejorar, y empezáramos a verlo como una casa que hay que habitar. Que cambiemos la pregunta de “¿cómo me veo?” por “¿cómo me siento?”. Que entendamos que cuidarse no es una moda, es un compromiso a largo plazo con uno mismo.
Ojalá empecemos a hablarle bonito al cuerpo, a moverlo con intención, a escucharlo antes de que grite. Que el ejercicio no sea castigo, que el descanso no sea culpa, que la comida no sea pelea.
Y sobre todo, que podamos mirar nuestro cuerpo como se mira a un viejo amigo: con respeto, con cariño… y con gratitud por todo lo que nos ha llevado hasta aquí.