¿Alguna vez has sentido que vives tu vida como si fueras el protagonista de una película, pero desde la butaca del espectador? Las escenas se suceden, los personajes interactúan, y tú, en tu sala de cine mental, simplemente observas sin involucrarte del todo. Podría recordar a la película del Show de Truman, donde parece que la vida está pensada para ser grabada y verla desde fuera. Esta sensación, aunque no es lo habitual, puede resultar familiar a quiénes llevan a cabo la metacognición.
La metacognición es, sin duda, un proceso psicológico fascinante y, sobre todo, muy beneficioso. Nos permite ir un paso más allá en lo que sentimos. Como bien explica el psicólogo y autor del libro ¿Qué le cuento a mi psicólogo? (Plataforma Editorial, 2024), Rafael San Román: "Es ir más allá de nuestros pensamientos. Concretamente, es nuestra capacidad para pensar acerca de lo que pensamos, es decir, la de reflexionar sobre nuestros propios contenidos mentales y tener conciencia de lo que estamos pensando, deduciendo, infiriendo, o decidiendo".
Esta increíble habilidad nos abre la puerta a un regalo invaluable: integrar pensamiento y emoción. Porque, tal y como explica el experto: "Logra hacernos más conscientes de qué sensaciones o emociones van asociadas a un determinado contenido mental". En esencia, la metacognición nos lleva a ser un observador interno que supervisa cómo aprendemos, recordamos, resolvemos problemas o tomamos decisiones. Y, aunque no es una capacidad que todos tengamos desarrollada por igual, se puede entrenar y fortalecer.
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Según explica también Cecilia Heyes en el artículo científico El origen cultural de la metacognición (2020), la metacognición se construye sobre tres pilares fundamentales:
- Discriminación: Identificar cuáles pensamientos provienen de una reflexión consciente y cuáles no.
- Interpretación: Evaluar la importancia que se le da a esos pensamientos, decidiendo si merece la pena atenderlos.
- Difusión: Aprender a expresar y compartir de manera clara y significativa lo que pensamos y sentimos sobre nuestro mundo interno.
Desde esta perspectiva, la metacognición funciona como un botón de pausa emocional personal. Nos permite observar las situaciones con una perspectiva más serena, evitando esas reacciones impulsivas de las que a veces nos arrepentimos. Una herramienta fantástica en el día a día.
La metacognición emocional extrema
Pero, como todo en la vida, el equilibrio es la clave. Porque de ser una pausa, podría pasar a ser un parón. Un uso excesivo de esta capacidad puede llevarnos a desconectarnos tanto que, sin darnos cuenta, nos convertimos en meros observadores de nuestras propias vidas.
Después de analizar y diseccionar cada situación hasta extraer su lógica, corremos el riesgo de cerrar la puerta a las emociones. Y es que, al encontrarles una razón, a veces parecen menos reales. Esto puede generar esa extraña impresión de que, en el fondo, no estamos sintiendo nada.
Es fácil entenderlo al pensar en las relaciones románticas. Una persona que acaba de romper con su pareja, se supone que primero debería sentir tristeza, confusión. Luego, puede que busque entender lo ocurrido para gestionar esas emociones. Sin embargo, si esa persona se queda atrapada en un análisis constante de lo que siente y del porqué, esa habilidad tan valiosa puede volverse una trampa.
En lugar de sanar y avanzar, la persona que acaba de terminar su relación de pareja queda atrapada en entender su dolor, tratando de entenderlo tanto que no permite que fluya o se libere. Es decir, podría justificarlo y restarle manifestación al pensar ideas del estilo "con la cantidad de personas que somos en el mundo, es lógico que no encajáramos", "no estamos hechos el uno para el otro", "siento dolor, pero no puede ser para tanto porque esta relación no iba a ningún lado". Pensamientos válidos que dejan de serlo cuando se usan como vía de escape para reprimir la emoción.
Ni sentir tristeza, ni alegría
Siguiendo este caso, no es raro que quienes tienen metacognición emocional extrema no muestren tristeza o alegría en momentos donde se esperaría que esas emociones aparecieran. Esto ocurre porque a menudo existe un conflicto entre lo que se piensa que se debe sentir y lo que realmente siente en lo profundo. Sobre esto, Rafael San Román aclara: "Surge una incoherencia entre lo que creemos que debemos sentir ante un estímulo determinado, como puede ser una supuesta buena noticia, y lo que sentimos en realidad".
Los motivos de esta disociación los explica claros: "Probablemente se debe a que no todo lo que en teoría, según nuestra lógica — o, a menudo, la lógica de los otros — nos conviene, lo percibimos de verdad como conveniente a la luz de nuestras tripas, de nuestros instintos, motivaciones o intuiciones que no se basan tanto en la lógica sino en otros criterios."
La mente racional y nuestro cuerpo emocional, en este caso, no siempre caminan de la mano. Cuando la lógica predomina y vivimos como observadores internos, desconectados de nuestro sentir, puede aparecer un vacío, una neutralidad donde ni lo bueno ni lo malo parecen afectarnos de verdad. Aunque observar las cosas desde la razón ayuda a evitar dramas y a entenderse mejor, vivir siempre en ese estado puede dejarte con la sensación de una caja vacía. En ese momento, la metacognición emocional deja de ser una herramienta y se convierte en una barrera.
Cómo reconectar con los sentimientos
El psicólogo señala que la clave para conectar con las emociones está en "encontrar un equilibrio para que ese estilo no se convierta en vivir disociados de amplias áreas de nuestra experiencia. Se trata de aprender a contactar poco a poco con la parte emocional mediante técnicas como el contacto con el cuerpo, o de darse permiso para vivir experiencias más intensas que quizá se está evitando".
Existen varias técnicas que ayudan a reconectar con uno mismo y lograr el propósito que señala el psicólogo. Antes de recurrir a terapia, hay algunas que se pueden practicar:
- Permanece con la emoción: Siéntela, sin prisa por ponerle palabras o por encontrarle una solución. Solo siéntela.
- Permite que el cuerpo hable: Antes de buscar explicaciones racionales, deja que tu cuerpo sienta. A veces, un nudo en el estómago o una punzada en el pecho son el mensaje.
- Exprésate sin analizar: Si hay ganas de llorar, ¡llora! Si surge la necesidad de escribir, hazlo enfocándose solo en la emoción, sin analizar causas o motivos.
Ser muy emocionales, y poco racionales
Por otro lado, el experto también advierte sobre el caso contrario: "Las personas muy emocionales, pero menos racionales, deben trabajar más la toma de conciencia, el poner palabras a las sensaciones, describir sus emociones, encontrar sentido a sus motivaciones, para potenciar una parte más conceptual y abstracta. Estos y otros procesos son los que se trabajan a lo largo de una terapia con un psicólogo profesional".
En conclusión, la metacognición es una herramienta poderosa que, como un buen vino, requiere de equilibrio para ser disfrutada plenamente. Pensar sobre lo que pensamos y observarnos es invaluable para nuestro crecimiento, pero nunca debemos olvidar que estamos aquí para vivir plenamente: para sentir, para equivocarnos, para aprender, para emocionarnos con cada pequeño o gran acontecimiento, y, sobre todo, para participar activamente en la vida. La clave está en saber cuándo bajar de esa pantalla mental y dejar de ser espectadores... para volver a ser los protagonistas de nuestra propia historia.