Psicología

De 'Emily in Paris' a 'Girls': por qué no es necesario quedar bien con todo el mundo

Emily o Hannah son dos de los personajes que, por ser siempre complacientes, no responden a sus necesidades, sino más bien a las de los demás. Te contamos por qué esta actitud no ayuda a tu bienestar.

Por Paula Martíns

Quedas con tu grupo de amigas para cenar en un sitio que a ti no te apetece, pero por no discutir aceptas. Sintonizas en Netflix una película que no te gusta, pero que ha escogido tu pareja para que terminéis la noche del domingo juntos. Añades una actividad extra que te ha pedido un compañero a tu agenda de trabajo aún a pesar de que estás saturada y tienes tantas tareas que no das abasto, das un like a una foto sin motivos, o, simplemente, comes ese plato de más sin disfrutarlo porque el resto de personas de la mesa lo están haciendo. Si has asentido en alguna de estas afirmaciones nada más leerla por haberla vivido varias veces o te has identificado con varias de esas situaciones, tenemos noticias para ti: puede que seas una persona complaciente.

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La complacencia define a esa características que muchas personas tienen de querer quedar bien siempre con los demás, o lo que es lo mismo, intentar ser siempre agradable y esforzarse por cumplir todas las expectativas que creemos que les gustaría que cumpliéramos a los demás. Para que lo entiendas mejor (¡spoilers!): piensa en la protagonista de Emily in Paris cuando llega al acuerdo con Camille para que ninguna de las dos tenga algún tipo de relación con Gabriel (aún a pesar de gustarle mucho a ambas), y finalmente la parisina incumple el trato. O en Hannah, el personaje principal de Girls, cuando casi se desnuda frente a su jefe en la primera temporada porque todo le indicaba que era lo que él quería que hiciera. Tambien Paula, la amiga de Olivia en The White Lotus, presencia el racismo colonial de la familia con la que se ha ido de vacaciones y permanece callada a pesar de no compartir su misma opinión (ni estilo de vida). Ni siquiera le dice a Olivia que sigue molesta por su comportamiento con los chicos que a ella le gustan. ¿Los motivos? Como la mayoría de los problemas que acarrea nuestra salud mental, todo se resume en nuestra autoestima.

Cuando pensamos que hacer felices a los demás nos dará a nosotros felicidad, nos equivocamos a medias. Es decir, obrar bien y ser agradable siempre es una buena opción, pero no debemos acostumbrarnos a priorizar los intereses ajenos sobre los nuestros, porque entonces estaremos perdiendo parte de nuestro ser, sin darnos la oportunidad de ser nosotros mismos nunca. Es como vivir una ficción permanente en la que solo importa el deseo del resto. Y además, como nos explica Jose Sánchez, neurocientífico social y analista del comportamiento humano, es imposible que lleguemos siempre a todo: "La principal característica de nuestro cerebro no es que sea racional o emocional, sino que es hipersocial. Acorde al llamado número de Dunbar, los Sapiens somos Sapiens porque hemos socializado históricamente en grupos de unos 150 a 200 individuos, mientras que para otros hermanos primates sus comunidades apenas superan la veintena o treintena de miembros. Es imposible para el cerebro tener en mente una agenda, horarios, respuestas, citas, recuerdos, detalles y características de todo el mundo", cuenta, y coincidiendo con la obsesión de Lilly Collins en Emily in Paris de buscar siempre la aprobación en sus followers, detalla: "Quedar bien con todo el mundo tiene una evidente limitación cognitiva a nada que nuestro grupo de conocidos, no digamos ya de seguidores en redes sociales que nos demanden atención".

Complacer siempre a los demás ni es bueno ni es fácil

Las causas y consecuencias de adoptar este comportamiento son mayoritariamente negativas. Intentar complacer siempre a todo el mundo puede llevarnos a generar situaciones de ansiedad extrema que guarda origen en la frustración que sentimos por no estar haciendo lo que realmente queremos y, al mismo tiempo, en la que también nos provoca sentirnos "utilizados". Contamos mentiras piadosas constantemente que terminan convirtiéndose en problemas mayores, nos comprometemos a realizar actividades que nos generan pánico al pensarlas y, también (y aunque sin ser conscientes) estamos educando a los demás en cómo tratarnos.

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Si una persona se acostumbra a que tú pienses o hagas todo lo que ella quiere, entonces le estás emitiendo mensajes de que eres capaz de hacerlo y de que te sientes a gusto en ese papel, por lo que desvirtuas tu persona sin darte cuenta de que, realmente, lo que le estás diciendo es que puedes abarcar todo lo que te pide (o tú crees que te pide), e incluso a veces mucho más. Un esfuerzo que tiene efecto rebote sobre nuestra salud y que, además, resulta difícil de ejercer, como nos cuenta el experto en neurociencia: "La vida con prisas, estrés, competitividad en exceso, la obsesión por la apariencia o la opinión de los demás dificulta la relación genuina, empática, sincera y atenta con el otro. En numerosas ocasiones estamos tan ocupados en nosotros mismos, que el otro pasa desapercibido, no vemos su necesidad o petición o incluso olvidamos la reciprocidad necesaria en toda relación". Por lo tanto, aquí cabe diferenciar la empatía de la mímesis. Entender, querer ayudar o apoyar a otra persona no consiste en cumplir todas sus expectativas ni en actuar como él.

Para explicarnos lo complicado que puede ser para nuestra mente y el esfuerzo que supone para la misma ser una persona complaciente, Jose Sánchez expone la 'Teoría de la mente': "Los seres humanos tenemos una capacidad de mentalización con la que tratamos de anticipar y conocer las intenciones y pensamientos de los demás. A su vez, los otros también aplican la teoría de la mente sobre nosotros intentando predecir nuestros movimientos, acciones y decisiones. Es un juego del tipo 'si Pepe se va, y María viene, entonces Diego llamará a Carmen'. En tanto Pepe, María, Diego y Carmen tienen su propia visión y teoría de la mente del asunto, es realmente complicado quedar bien en ocasiones con el otro. El otro simplemente tiene otros esquemas diferentes en su cabeza".

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¿Cómo dejar de ser complaciente?

Pisar el freno y comenzar a pensar en uno mismo es una tarea que siempre se puede abordar. Para dejar de ser complaciente el primer paso es poner siempre unos límites y saber hasta qué punto estás cediendo porque quieres hacerlo y saber cuál es aquel en el que tu bienestar se ve quebrado y te supone quebraderos de cabeza en lugar de placer. Una cosa es querer conocer cosas nuevas, otra, en cambio, verse obligado a hacerlo. Sin embargo, siempre hay términos medios y pautas a seguir para no ser Emily, pero tampoco tener la desconexión emocional de Miércoles Addams: "A pesar de la dificultad de manejarnos con grupos grandes, de las diferencias de personalidad, de las primeras impresiones viscerales llenas de prejuicios y esquemas,  del estrés y competitividad habitual y de que cada persona hace inferencias particulares sobre los demás, sí podemos quedar bien en muchas ocasiones utilizando el lenguaje, la apertura a los demás y la confianza en la fuerza de la amabilidad y compasión humanas", cuenta Jose Sánchez.