© Mattia Bettinelli Alejandra Castro Rioseco HOLA4094

Alejandra Castro Rioseco, la mayor coleccionista de arte femenino del mundo, nos abre las puertas de su espectacular casa de Dubái, con impresionantes vistas al Burj Khalifa y al Museo del Futuro

En doce años ha acumulado más de novecientas obras de arte creadas por mujeres. Hasta grandes museos, como el Guggenheim, le piden prestadas sus piezas

Alejandra Castro Rioseco posee la colección de arte realizado por mujeres más grande del mundo. En doce años ha acumulado más de novecientas piezas. Hasta grandes museos, como el Guggenheim, le piden prestadas sus obras. La filántropa chilena pertenece a la nueva generación de coleccionistas activos en el arte: exponiendo, viajando por el mundo y reuniendo a otros coleccionistas. Le gusta crear proyectos y hacerlos crecer, siempre con un sentido social y una atenta mirada feminista.

“Llegué aquí por el trabajo de mi marido y nos dividimos entre Dubái y Madrid. No es difícil porque siempre lo hemos hecho así”, nos dice Alejandra, que está casada con Frederic Janssens Mattise, empresario belga en el campo de la energía y el petróleo
©Mattia Bettinelli
Nuestra anfitriona, en el salón principal de la casa, ante un sillón de Cini Boeri, sobre el que se puede contemplar una serie de siete dibujos de Dalí, de su obra ‘La creación del mundo’. Tras Alejandra, vemos una lámpara de pie de José Antonio Corderch.

Con su primera fundación, Mujer Opina, lanzó un proyecto filantrópico en Chile para promover y educar el desarrollo y empoderamiento de las mujeres. Su institución Mia Art Collection no solo acumula arte, sino que lucha por los derechos de las mujeres artistas, que siempre han estado en desigualdad. En su impresionante currículum figuran puestos en el Museo del Barrio de Nueva York y el Museo Guggenheim; ha sido la primera mujer sudamericana en la Junta Directiva de la Federación Internacional de la Sociedad Chopin, con sede en Varsovia, Polonia, y forma parte de la junta directiva del prestigioso ballet internacional José Limón, cuya misión es la educación de niños y jóvenes a través de la danza.

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Sobre estas líneas, perspectiva de las dos plantas del apartamento: en la parte superior, ante el ventanal, una de las características esculturas de Cristian Salineros.

Alejandra está casada con Frederic Janssens Mattise, un brillante empresario belga en el campo de la energía y el petróleo, y tienen una hija de dieciocho años, Augustina Walker Castro Rioseco, que escribe poesía helénica. Fue el trabajo de Frederic lo que les trajo a vivir a Oriente Medio.

Su casa de Dubái es como un pequeño museo, un apartamento de trescientos cincuenta metros cuadrados en uno de los edificios más elegantes de la ciudad, con impresionantes vistas al Museo del Futuro —elegido el edificio más bello del mundo— y al Burj Khalifa, el más alto del mundo.

“La filantropía es lo que más me gusta, aunque estudié Ingeniería. En 2010 creé la fundación Mujer Opina, un gran proyecto en el que hacemos mejoras en colegios y ayudamos a miles de mujeres”

La casa, muy moderna, está decorada con pinturas y esculturas de importantes artistas, como Fontana, Botero, Miró, Matisse, pero lo más impresionante es el sentido de cada obra, con mensajes que alaban la libertad. Un lenguaje que se expresa a través del arte, destacando los temas más candentes de la sociedad actual.

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Alejandra y su marido, Frederic.

“Mi abuela fue mi inspiración”

—¿Cuál es la historia de tu familia y tus orígenes?

—Vengo de una familia muy especial, con una mezcla cultural y social que creo que me ha ayudado a ser la mujer que soy: mi madre es de origen español y mi padre, chileno. Mi abuela fue mi inspiración y mi amor. Ella amaba la música clásica, las matemáticas y las historias sobre la vida de artistas. Mi adolescencia estuvo marcada por su muerte, un hecho devastador… Teníamos un mundo mágico y, cuando murió, ese mundo ideal desapareció y me enfoqué en lo práctico. Estudié Ingeniería Civil y luego trabajé como ingeniera por un tiempo. Después, volvió a resurgir en mí ese amor por la belleza heredado de mi abuela materna, Luisa Arratia Wolleter, de quien aprendí el sentido de la sobriedad, de elegancia, de la importancia de la simpleza, de ayudar a otros.

“Me gusta llenar de arte mis casas, creo que el arte habla por ti y hace una casa viva”, comenta nuestra anfitriona, que tiene obras de Fontana, Botero, Miró, Matisse, Chillida…
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Sobre estas líneas, vista cenital de la sala principal y el comedor, donde se aprecia una escultura de la artista chilena Voluspa Jarpa y una obra de la alemana Kerstin Pfefferkorn. “Adoro invitar a mi casa a amigos y coleccionistas que quieren ver lo que hago, disfruto mostrando mis piezas de arte, mis tesoros, como yo los llamo”, confiesa la filántropa chilena.

—¿Cómo definirías tu vida profesional?

—La filantropía es lo que más me ha gustado a pesar de que estudié Ingeniería. En dos mil diez creé junto a un grupo de amigos la fundación Mujer Opina, un gran proyecto en el que trabajamos junto al gobierno de la presidenta Bachelet, movilizamos recursos, hicimos mejoras en colegios, ayudamos a miles de mujeres…

Sufrimiento y desigualdad

—¿Cómo te afectó apoyar a las mujeres necesitadas?

—Fue una maravilla, descubrí el gran sufrimiento y la desigualdad que se viven en Sudamérica. Aprendí muchas cosas que no pensaba que existían, pero también sufrí mucho. En ese momento, mi marido me impulsó a dejar un tiempo la fundación e irme a Nueva York para cambiar de aires. Ahí se despertó mi interés por el mundo del arte, el real, no el pequeño, el grande, el arte en Nueva York.

©Giorgio Baroni
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Sobre estas líneas, la cocina, diseñada por Alejandra, toda en blanco y negro, incluida la vajilla Hermès. Arriba, destaca una pieza de Cecilia Avendaño y el gran cuadro de color negro de Pablo Jansana. Sobre la mesa, copas de Zaha Hadid y platos heredados de la familia de los años cincuenta, mezclados con la loza rosa comprada en distintos viajes.

—Y se te abrieron las puertas del mundo del arte.

—Contacté con uno de mis grandes amigos y mentores, Toni Bechara, que me presentó a grandes artistas, museos. Lo pasé increíble en Nueva York, vivía en el Waldorf Astoria y mezclaba la vida familiar con todo lo que estaba aprendiendo. Hice unos cursos de arte para aprender un poco más, mi inglés no era perfecto, así que recibir clases de arte en inglés era superdifícil y llegaba a casa rendida. Pero no fue un impedimento para mí. Luego fui invitada a formar parte de la junta del Museo del Barrio en Nueva York, que fue una experiencia magnífica. Conocí gente increíble mientras mi colección de arte crecía y se hacía cada vez más importante.

“No fue fácil encontrar este apartamento, porque en Dubái las casas son muy grandes o muy pequeñas y yo quería algo intermedio y en el centro. Estoy feliz. Desde mi cama puedo ver las hermosas mezquitas y el sol ponerse cada día”
©Mattia Bettinelli
Alejandra posa ante el comedor, en cuya pared cuelgan obras de Sonia Gómez, Lucio Fontana, Razan AlSarraf y Teresa Giarcovich, entre otras.

—Hasta llegar al Guggenheim.

—Recuerdo como si fuera hoy cuando hablé con un curador que me ha inspirado mucho, Pablo León de la Barra. Me dijo que había que hacer crecer mi colección porque ese era mi motivo. Tenía razón. A los pocos meses me invitó a formar parte del comité latinoamericano de adquisiciones del Guggenheim de Nueva York, en el que estuve tres años, hasta que me mudé a Dubái, donde continué hasta el año pasado, en el Guggenheim de Oriente Medio.

—¿Así empezó tu gran colección?

—Yo no pretendía ser coleccionista ni que fuera arte de mujeres, pero pasó como la vida, fueron sucediendo unas cosas tras otras, gente increíble que me motivó a hacerlo. Mi mirada feminista me guio de nuevo a enfocarme en las mujeres. Ya llevo más de doce años y he acumulado más de novecientas piezas de arte, he creado exposiciones, he apoyado a artistas, galerías, ferias… Mia Collection ha sido una hija para mí. Ha construido en mí el sueño de la igualdad en el mundo del arte.

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Desde el dormitorio principal —arriba—, se contempla el ‘sky line’ de Dubái.

—¿Cómo fue llegar a vivir a Dubái?

—Ha sido uno de los mejores regalos de la vida, estar en esta ciudad, que cambia día a día, llena de personas de todo el mundo, culturas distintas, mentes brillantes, positivas, creativas, es una experiencia única. Llegué aquí por el trabajo de mi marido y nos dividimos entre Dubái y Madrid. No es difícil porque siempre lo hemos hecho así.

—Una pareja muy feliz la vuestra. ¿Cómo es Frederic?

—Mi marido es belga y toda su vida ha vivido viajando junto a su familia. Frederic viene del mundo de los negocios y es un tipo brillante, habla siete idiomas, un líder en lo que hace, culto, tranquilo y mi mejor amigo… Nos encanta viajar. Pasamos parte del año en Madrid, luego en nuestro pequeño apartamento de Amberes y un mes en nuestra casa en Sudamérica.

©Giorgio Baroni
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Arriba, sobre el cabecero de la cama, dos dibujos de artistas clásicos, y, ante la misma, ‘lounge chair’ ‘Ottoman’ de Charles y Ray Eames. Sobre estas líneas, fotografía del recibidor de la casa, con piezas de arte de Rana Begun, Liliana Porter, Anish Kappor y la artista egipcia Nevine Hamza.

Varias casas por el mundo

—Háblanos de tus casas.

—Adoro las casas, decorarlas, poder vivir lo mejor de cada país. Me gusta llenarlas de arte, creo que el arte habla por ti y hace una casa viva. No importa si es grande o pequeña, lo importante es la calidad de lo que tengas. Hay quien compra bolsos, joyas, yo compro arte y le doy un sentido. He creado una institución que no solo acumula arte, sino que lucha por los derechos de las mujeres artistas.

“Frederic viene del mundo de los negocios y es un tipo brillante, un líder en lo que hace, habla siete idiomas, culto, tranquilo y mi mejor amigo… Nos encanta viajar”

—¿Cómo encontraste esta casa?

—No fue fácil. En Dubái las casas son muy grandes o muy pequeñas, yo quería algo intermedio y en el centro. Vivimos durante un año en el hotel Versace, hasta que encontré este apartamento. Es uno de los primeros edificios que se construyó y se hizo por petición del jeque de Dubái, ya que se encuentra cerca de sus palacios. Lo encontré, lo remodelé por completo, trasladamos algunos muebles de otros países y nos llevó varios meses que llegaran las obras de arte… Pero estoy feliz, está en el corazón de Dubái. Desde mi cama puedo ver el Museo del Futuro, que fue elegido el edificio más bello del mundo; el Burj Khalifa… Veo las hermosas mezquitas y el sol ponerse cada día. Siento que estoy en mi lugar.

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El Museo del Futuro de Dubái.

—¿Te encargaste de la decoración?

—Sí, yo he buscado cada pieza que hay en la casa: mesas, sillas de distintos diseñadores, he mezclado piezas de arte contemporáneas con otras modernas, algunas antiguas, familiares, con historia, de todo un poco. En la planta baja, el living y el comedor están llenos de obras de arte, con una Sonia Gómez y Carmen Argote que cuelgan junto a un Lucio Fontana. Se mezclan piezas de Chillida con Margaret Harrison, Lygia Clark… Es un poco ecléctico, pero el resultado es bello. El segundo piso es más clásico y tenemos piezas familiares de Bélgica de finales del XIX, junto con artistas jóvenes. En el pasillo está la preciosa obra de la artista mexicana feminista Elvira Smeke, junto con la obra del artista de Bagdad Wafaa Bilal. He destinado una pieza especial para tener las obras de Roberto Matta, del cual somos fanáticos y tenemos varias piezas desde los años cincuenta hasta los noventa. En el salón principal guardamos como un tesoro algunas piezas familiares, un dibujo de Botero y un Calder, entre otros. También está la sala de Mia Art Collection, que, acompañada de una chimenea blanca, está llena de arte de mujeres. Vemos argentinas, americanas, africanas, iraníes, inglesas, españolas… Y, aunque están por toda la casa, esa sala en especial es solo para ellas. Siempre estoy cambiando las piezas de lugar, sobre todo, algunas instalaciones.

 —Es una casa museo.

—Desde que mi hija, Agustina, se fue a estudiar fuera, la casa se ha transformado más en un pequeño museo que en una casa, y, aunque adoro su independencia, como mamá siempre me falta. Ella es una niña brillante, sensible, que ama los animales, la poesía y creo que mucho de ello es gracias a vivir rodeada de arte y de artistas. Mi hija está presente en todo lo que Mia Collection hace y se ha transformado en mi mejor aliada y parte de la misión de las mujeres. Ella ha sido parte importante, al igual que mi marido, de nuestra colección, de la fundación, de lo que hacemos, muchas veces viajamos juntas a exposiciones y hay un tremendo aprendizaje ahí.

©Giorgio Baroni
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Arriba, el salón familiar, con sillas de Marcel Breuer, junto a obras de pintores europeos que datan desde 1890 hasta 1920 y cerámicas belgas. Alfombras persas y muchos libros de arte decoran la estancia. Sobre estas líneas, el despacho de Alejandra, con piezas de Roberto Matta, Fátima al Kindi y, en el escritorio, lámpara y silla de Philippe Stark.

“Amo lo que hago y no lo dejaría por nada”

—¿Cómo reacciona tu familia a tu apasionada vida de arte?

—Me imagino que para ellos no debe ser fácil porque realmente amo lo que hago y no lo dejaría por nada. En cierto modo hay que adaptarse a eso, tengo un carácter fuerte y he aprendido que en la vida es mejor ser claro. Soy muy sociable, adoro invitar a mi casa a amigos y coleccionistas que quieren ver lo que hago, disfruto mostrado mis piezas de arte, mis tesoros, como yo los llamo, esos traídos de Irán, de Jordania, de Perú… La vida en Dubái es superagitada, con miles de comidas y actividades sociales. Pero mi casa es mi refugio, mis libros, mi música clásica, el té y, por supuesto, mi pequeña ‘Lupita’, mi chiguagua de diez años.

—¿A dónde va tu vida?

—Quiero hacer de mi vida algo valioso para mí y para quienes lo necesitan, no quiero que el dolor o la injusticia o la desigualdad me sean indiferentes. Creo en el amor y en la belleza de hacer las cosas con amor.

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Realización y texto: Nanà Botazzi

Fotos casa: Giorgio Baroni

Fotos posados: Mattia Battinelli

Vestuario: Ermanno Scervino/ Fendi

Maquillaje: Fadi Chedid

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