Desde un punto de vista fisiológico, las pestañas tienen una función importantísima: son el toldo natural de los ojos. Pero, dicho esto, lo cierto es que las mujeres deseamos unas pestañas largas, curvadas, tupidas y deslumbrantes por razones más cercanas y hasta frívolas: sencillamente, hacen una mirada muchísimo más bonita.
Pero ya se sabe que las pestañas son muy suyas y nacen como les da la gana. Por eso, casi desde que el mundo es mundo, nos las hemos ingeniado para crear cosméticos que las aumenten visualmente, desde el kohl de los egipcios hasta el polvo de antracita de los antiguos romanos. Pero fue a finales del siglo XIX cuando los hijos del perfumista Eugène Rimmel crearon una fórmula a base de cera, jabón y óxido que formaba una pasta negra que servía tanto para dar color a los bigotes masculinos como para resaltar las pestañas femeninas. No cabe duda que tuvo éxito. Tanto, que dos siglos más tarde, todavía se conoce comúnmente la máscara de pestañas con su nombre.
Desde entonces, la máscara no ha dejado de avanzar. En las fórmulas se han incorporado agentes tratantes que mejoran la calidad del pelo, como el pantenol o los aminoácidos, y las ceras se han combinado con polímeros que aportan elasticidad y flexibilidad, además de persistencia. Las fórmulas se han multiplicado de forma vertiginosa, y no es raro que una sola marca tenga hasta siete referencias distintas de máscara. ¿Cómo resistirse a semejante lujo?
Secretos de aplicación