El pasado mes de mayo se cumplieron cinco años desde que Ana Obregón afrontó el momento más doloroso de su vida: la pérdida de su hijo Aless. Desde entonces, su camino ha estado marcado por la fortaleza que ha sacado, buscando motivos para seguir adelante siempre. Con el tiempo, ha aprendido a mirar la vida de otra manera, dejando que los recuerdos convivan con la ilusión de enseñar a vivir a su nieta de dos años Anita, siempre desde la ilusión y nostalgia. El motor de su día a día y la razón por la que ha vuelto a sonreír.
“Me gustaría ser recordada como la mujer que vivió intensamente, que murió con su hijo y que resucitó con su nieta”, afirma, una frase que habla de todo lo que ha superado durante estos últimos años, llegando a sentir desde la oscuridad más profunda recuperar la ilusión viendo el mundo a través de los ojos de Anita. Con ella, Ana ha encontrado no solo amor incondicional, sino una nueva oportunidad de llenar de vida cada momento.
Su vida quedó marcada para siempre, llena de grandes lecciones y momentos vividos junto a su hijo. “El día que me dijeron que Aless tenía cáncer dejé de mirarme en el espejo. Estéticamente no me cuido nada, no me pueden importar menos las arrugas. Cumplir años es un privilegio, porque hay mucha gente joven que muere”, reflexiona. Recuerda cómo, un verano en su casa familiar, asomada al mirador, una estrella fugaz le hizo cambiar de opinión. “El primer verano sin Aless fue tan terrible que no me acuerdo de nada. Supongo que es una defensa del cerebro”.
Todo cambió cuando supo que Anita venía en camino. “Cuando me dijeron que Anita venía en camino, resucité”. La decisión de traerla al mundo no fue impulsiva: “Heredé de mi padre un cociente de inteligencia alto, y alguien con ese cociente no toma una decisión tan importante en su vida sin meditarlo mucho. Lo medité durante dos años”. Y añade con emoción: “El mayor acto de amor de mi hijo hacia mí fue escribir en su testamento que trajera al mundo a su niña. Él sabía que, sin su hija, yo me habría muerto. Y no hay nada peor que estar muerto en vida”.
Desde entonces, Anita se ha convertido en el centro de su universo. “Es lo único que tengo en el mundo y no quiero que le pase nada. La llevo al pediatra cada tres o cuatro meses; mi hermana dice que me excedo, pero creo que es lógico y humano”. La llama “Anita Dinamita”, como la apodaban a ella en la universidad, por su energía inagotable. “Tiene más energía que su padre —y tenía mucha— y yo juntos”. Una niña llena de carisma e ilusión que ha venido a pintar de colores el hogar de la protagonista, tras tantos años de vacío y tristeza.
Siempre llevando por bandera a su hijo, hablándole a Anita desde pequeña sobre quién fue su padre. “Dormimos en su cuarto, que está como lo dejó. Le enseño sus zapatos, su camisa… Ella lo tiene muy presente”. Cada momento juntas es un regalo: “Tardo una hora en dormirla, pero es mi momento maravilloso del día. Me tumbo con ella en la camita, le pongo música relajante y le cuento cuentos”.
Sus prioridades han cambiado radicalmente. “De lo único que me arrepiento en la vida es de todas las horas que trabajé en lugar de estar con mi hijo. No me quiero perder nada de Anita”. Habla con Aless todos los días y siente que él sabe que ha cumplido sus tres deseos: traer al mundo a su hija, impulsar su fundación —que financia investigaciones contra el cáncer infantil— y publicar su libro, cuyos derechos donó íntegramente.
Mirando al futuro, Ana se propone cuidarse para estar el mayor tiempo posible con Anita. “Mi padre murió con 98 años y mi madre con 92. ¡Me quedan muchos años!”. Y así, entre el recuerdo imborrable de su hijo y la luz que le aporta en su vida su nieta, ha podido encontrar un poco de paz después de tantos años llenos de dolor. La ilusión de poder cuidar, educar y ver crecer a su nieta es para ella su máxima prioridad a partir de ahora, la que le ha hecho poder volver a vivir.
Y aunque ya lo ha dicho antes, lo repite como un lema de vida: vivió intensamente, murió con su hijo y resucitó con su nieta. Así es como Ana demuestra que Anita le ha dado la fortaleza que necesitaba, dejando claro que todavía le quedan muchos capítulos que vivir junto a su nieta, llenos de primeras veces a través de sus ojos, inocencia y alegría.