María García de Jaime y Tomás Páramo nos presentan a su hija Catalina y relatan los duros momentos vividos por su ingreso en la UCI

Lucharon por su historia de amor cuando fueron padres por primera vez, a los diecinueve años; sacaron adelante a su familia, cumplieron su sueño de casarse, y ahora, por fin, disfrutan en casa con su segunda hija

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Hay veces que la vida nos tiene reservados unos planes que nunca imaginamos y pone pruebas muy duras, pero, por suerte, María García de Jaime y Tomás Páramo pueden, hoy, estar felices porque las complicaciones que sufrió su hija, a las pocas horas de nacer, se han quedado tan solo en un susto. Una nueva batalla ganada por la pareja de influencers, que, a sus dieciocho años, decidió seguir adelante con un embarazo ines­perado y luchó por su historia de amor y por formar una familia, que acaban de ampliar. Ahora, ya en casa y con su pequeña en brazos —que es el gran orgullo de su hermano mayor, Tomi—, nos relatan, aún con el corazón en un puño, los difíciles momentos de incertidumbre que vivieron cuando tuvo que ser ingresada en la UCIN (Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales).

El pasado miércoles 7 de abril, Catalina llegaba al mundo, en el Hospital Quirón San José, de Madrid, con cuatro kilos de peso, en un parto natural que fue muy fácil y sin complicaciones, pero, veinticuatro horas después, el feliz sueño se convertía para ellos en una especie de pesadilla cuando les comunicaron que la pequeña había sufrido los llamados espasmos del sollozo, provocándole una bajada de la saturación de oxígeno, por lo que tenía que quedarse ingresada para someterse a varias pruebas. Allí pasaron cinco días que se les hicieron eternos, turnándose para estar a su lado y, afortunadamente, viendo cómo cada prueba salía bien.

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Hola 4004 María García de Jaime y Tomás Páramo©Valero Rioja
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“Cuando me dieron el alta y volvimos a casa fue muy difícil. La salida del hospital dejando allí a tu bebé es un momento desgarrador”, confiesa María, que, junto a Tomás, posa con Catalina, que nació el pasado 7 de abril

Hoy nos reciben en la casa que los padres de Tomás tienen a las afueras de Madrid, nos presentan a Catalina, la niña de sus ojos, y nos cuentan su historia de superación.

—¿Cómo estáis ahora, después de los días tan intensos que habéis vivido?

María.—Completamente felices y con ganas de disfrutar.

Tomás.—Estamos liberados, como si nos hubieran puesto una bombona de oxígeno, con ganas de comernos el mundo. Y muy agradecidos por todo lo bueno que llega siempre con una vida nueva.

—Vamos a empezar por el principio, ¿cómo fue el parto?

M.—Catalina nació el siete de abril, a las 15:41. Me provocaron el parto porque estaba de treinta y nueve semanas y cinco días y la niña ya estaba muy grande. Fue increíble, superdistinto al otro, la niña pesó cuatro kilos, no necesité puntos y fue muy bonito. Tomás y yo estábamos muy tranquilos esta vez.

T.—Quizá suena mal que lo diga así, pero yo tenía la sensación de estar en el cielo porque estábamos con mucha paz.

—Entonces, fue muy distinto al parto de Tomi.

T.—Con Tomi teníamos diecinueve años y estábamos asustados los dos. Todo sonaba a gigante y, esta vez, lo hemos vivido tranquilos porque sabíamos que venía el segundo amor de nuestra vida.

M.—Y sabíamos lo que íbamos a sentir porque ya lo habíamos sentido. Hasta el momento en que nació fue muy divertido, yo estaba haciendo ejercicios para que las contracciones fueran más llevaderas, Tomás muerto de la risa, luego estuvimos rezando también un rato… Fueron unas horas muy bonitas.

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María vivió con angustia los cinco días que pasó su bebé ingresado, después de que sufriera una bajada de la saturación de oxígeno por los llamados espasmos del sollozo.

—¿Cómo fue el momento en que la visteis por primera vez?

M.—Increíble, y Tomás cortó el cordón umbilical. Nos daba miedo que no fuéramos a querer por igual a otro hijo y la prima de Tomás nos decía que no, que cuando tienes otro hijo el amor se multiplica, no se divide. Y es verdad. Me sentía incluso como si estuviera traicionando a Tomi por querer a otra persona igual que a él, y a Tomás le pasó lo mismo. Sentir ese amor tan grande por una persona que acabas de conocer es muy fuerte.

—Todo salió perfecto, pero luego llegaron las complicaciones, ¿qué pasó?

M.—Ese día estuvimos fenomenal, esa noche dormimos juntos en la habitación los tres y al día siguiente, a mediodía, Tomás se fue a recoger a Tomi al colegio. Iban a merendar, pero no pudieron, le llamé y le dije: “Ven al hospital porque me acaban de decir que van a ingresar a Catalina en la UCIN (Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales)”.

T.—A mí cuando me dijo eso pensé: “Estás de broma, ¿no?”.

M.—Se la llevaron a hacer la prueba del oído que se hace a los recién nacidos y, al traerla de nuevo, me dijeron: “Va a venir ahora la pediatra de neonatos para ver a Catalina porque, cuando nos la hemos llevado, se ha quedado sin oxígeno, se ha puesto de color azul y necesitamos que le hagan pruebas”. Vino entonces la doctora y me dijo que la tenían que ingresar porque no sabían qué tenía, que podía ser algo de corazón, de pulmón o de la cabeza y que tenían que hacerle muchas pruebas. Entonces, en ese momento, se te cae el mundo.

T.—Ahora venía la parte que no piensas que te pueda pasar cuando tienes un hijo y, por desgracia, no en el cien por cien de los casos los padres salen con su hijo del hospital a los pocos días. Es tal la felicidad y la emoción que experimentas cuando tienes a tu hijo que nunca piensas que esa parte amarga pueda ocurrir.

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“Hasta que nos dieron los resultados de las pruebas y, gracias a Dios, nos dijeron que todo estaba bien, vives con angustia. Ahora, el pediatra nos ha dicho que todo está perfecto”

—Menudo susto os llevaríais.

T.—Yo llegué corriendo, al pobre Tomi lo coloqué como pude y ya se habían bajado a Catalina a la UCIN y le empezaron a hacer pruebas de todo.

M.—Allí nos explicaron todo muy bien, la verdad es que fueron muy cariñosos, nos dijeron que no nos preocupáramos, que estaba en las mejores manos. Y es verdad, nos tranquilizamos cuando vimos que estaba en la incubadora dormidita y a gusto. Antes de poder entrar a verla, pensaba que iba a estar llorando muchísimo y cuando la vi bien me relajé, porque estaba con buenos médicos y con un buen personal sanitario, gente que la iba a cuidar como si fuera su hija.

T.—¡Son ángeles! Esas personas ya no se llaman enfermeras, sino ángeles.

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Junto a estas líneas, María y Tomás posan junto a Catalina, con la que Tomi, que ya tiene cinco años, está encantado de ejercer de hermano mayor.

—¿Cómo fueron esos días? Porque, además, con la pandemia, no podíais tener a vuestros padres en el hospital

M.—Esos días se nos hicieron eternos. Además, para ver a la niña no podíamos bajar los dos juntos, nos teníamos que turnar. Uno se quedaba en la habitación, que se te hacía enorme, se te caían las paredes…

T.—Los dos primeros días, hasta que nos dieron los resultados de las pruebas y, gracias a Dios, nos dijeron que todo estaba bien, vives con la angustia de “¿y si le sale algo más en el corazón o en los pulmones o en el cerebro? ¿Y si...?”. Vives con el corazón en un puño.

—Tomás, decías que este problema también te pasaba a ti de pequeño.

T.—Lo que le ha pasado a Catalina le pasaba a mi padre y a mí y es que te quedas privado de aire, se llaman espasmos del sollozo, pero esto, cuando pasa, suele ser a los quince días o al mes de nacer, no cuando eres recién nacido. A Catalina, encima, le bajó la saturación de oxígeno en esos momentos a cincuenta y eso puede generar una parada cardíaca. La niña se ponía morada, fue horrible verlo. Eso te pasa en tu casa, no sabes qué hacer y te mueres.

—Es muy duro ver a un hijo en la UCIN.

T.—Al principio piensas: “¿Por qué tiene que estar ahí mi hija si donde mejor va a estar es conmigo?”. Y te cuesta asimilar que donde mejor está es ahí. Tienes un pequeño momento de egoísmo en el que piensas que quieres irte a casa y estrenar el carrito, la cuna, dormir abrazado a ella y tenerla y no decir “tengo unos horarios para estar a su lado”. Pero luego ves el cariño, la dedicación y la ilusión que ponen en cada niño para tratar que salga adelante y entiendes que ahí es donde tiene que estar. Y piensas: “Qué suerte hemos tenido, que al final ha ido el parto tan bien y María, que le está dando el pecho, puede estar perfecta para ir a las tomas”.

M.—Yo me encontraba perfecta, estaba genial, a mí se me olvidaba que acababa de dar a luz. Para mí lo importante era ella y nada más que ella. No me tomaba ni las pastillas que te mandan después del parto para los dolores, mi mente estaba solo en mi hija. Yo lloraba todo el rato y Tomás se hacía el fuerte e intentaba animarme.

T.—Hasta que no eres padre no puedes interpretar el dolor que puedes sentir cuando un hijo no está bien. Dices: “Que me pase a mí”. Esos momentos son como si los días duraran cincuenta horas y no puedes comprender que, fuera de esas paredes, la vida continúe como su nada.

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Tomi, el hijo mayor de María y Tomás, posa con su hermana recién nacida.

—¿Qué lección sacáis de esta dura experiencia?

T.—Ha sido una gran lección. Uno nunca quiere lidiar con la parte de la vida que no es perfecta y esto es una realidad que, por suerte, la hemos vivido en una mínima parte y con un final feliz. Cuando sientes el dolor de un hijo es algo que te desgarra. Hemos aprendido que no hay que dar nada por hecho en la vida. Le decía a María: “¿Por qué siempre tenemos que empezar a trompicones?”. Luego nos va saliendo muy bien, pero todo lo empezamos a trompicones. Pero qué suerte tenemos porque luego cada cosa buena que nos está pasando la disfrutamos el doble.

M.—Y la valoramos el doble.

—¿Cómo fue salir del hospital sin ella?

M.—El primer día que estuvo ingresada, nosotros estábamos en el hospital, pero luego me dieron el alta y piensas: “¿Ahora qué?”. Nos tenemos que ir sin ella, tenemos que ir y volver todo el rato… Ahí fue cuando realmente nos dimos cuenta de lo difícil que iba a ser todo… La salida del hospital dejando allí a tu bebé es un momento desgarrador.

T.—Es un jarro de agua fría.

M.—Tomás y yo estábamos fuera del hospital y nos abrazamos. Era un horror, sin tripa, sin niña, con la maleta en la mano… Una sensación horrible. Nos fuimos a casa de mis padres, que viven cerca, para que fuera más fácil ir a todas las tomas. Y encima tienes que llegar a casa con buena cara para que no se preocupen.

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—Habéis recibido una infinidad de muestras de cariño de vuestros seguidores estos días.

M.—Ha sido increíble toda la gente que estaba rezando por ella. Tomás y yo nos emocionábamos recibiendo mensajes. Estaban muy preocupados por ella, rezaban muchísimo e hicieron hasta un rosario en el que se conectaron en directo dos mil quinientas personas.

T.—Nos mandaron fotos desde Chile, Argentina, México, Portugal, de gente que iba a poner velas a las iglesias por ella. Qué lluvia de amor.

—¿Cómo fue el ansiado encuentro de Catalina con Tomi cuando por fin pudisteis volver a casa?

T.—Es la felicidad más plena que un padre puede experimentar.

M.—Ver a sus dos hijos juntos.

T.—Hay momentos en tu vida en los que piensas: “¿Qué es la paz? ¿Qué es la felicidad?”. Hay veces que el corazón se estremece a tal nivel que dices: “Quiero que esta sensación se paralice para siempre”.

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“Cuando nació Tomi teníamos diecinueve años y estábamos asustados los dos. Todo sonaba a gigante y, esta vez, lo hemos vivido tranquilos porque sabíamos que venía el segundo amor de nuestra vida”, cuenta Tomás.

—Ahora Catalina ya está perfecta, ¿no tiene que hacerse más pruebas?

M.—Todo está bien, acabamos de ir al pediatra y nos han dicho que todo está perfecto. Además, no hay mal que por bien no venga, ya nos hemos ido del hospital con todas las pruebas que se le hacen a los recién nacidos hechas, desde el corazón hasta el cerebro.

—¿Tomi ya ejerce de hermano mayor?

M.—Desde que estaba en la tripa quisimos que supiera la importancia de su papel con ella y quiere hacer todo, menos recoger los pañales… Nos está impactando muchísimo, se está portando increíble.

T.—Catalina toma pecho y biberón y, cuando Tomi llega a casa por las tardes, él es el encargado del biberón. Está encantado. Estamos en un momento que estás tan feliz que te apetece congelarlo para acordarte siempre de lo que estás viviendo.


Texto: Cristina Olivar

Fotos: Valero Rioja

Estilismo: María Parra

Maquillaje y peluquería: Jesús de Paula (COOL) para Benefit, Wella y Ghd

Asistente de estilismo: Héctor Riaño

Vídeo: José A. Carrascoso

LOOK 1: María: vestido largo de Sézane. Tomás: Camiseta de Sandro/chaqueta y pantalón de The Kooples. Catalina: Camisa y ranita de Bonnet à Pompon. Abajo, Catalina: conjunto de Bonnet à Pompon, sombrero de Bonton

LOOK 2: María: conjunto de Antik Batik, pendientes Gilda

LOOK 3: María: vestido de Indy & Cold, chaqueta de Zara. Tomás: sobrecamisa de The Kooples, vaquero de Mango Man, camiseta de Sandro. Tomi: pantalón de Bonton. Catalina: camisa y ranita de Bonnet à Pompon

Look 4: Tomi y Catalina de Bonnet à Pompon

Look 5: María: camiseta blanca de Uniqulo, chaqueta Nekane para Drestip. Tomás: Camiseta de Shon Mott, bomber de Sandro