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Somos seres sociales, estamos acostumbrados a vivir rodeados de otras personas y a interactuar con ellas. Y es un hecho que hay personas que tienen un mayor don para socializar. Seguro que conoces a alguna. Pero partiendo de la base de que cada personalidad es única, quien más quien menos trata de relacionarse de forma sana con quienes le rodean. Por el contrario, en un extremo nos encontramos con un grupo de personas que padece lo que los expertos califican como Trastorno antisocial de la personalidad, en ocasiones también conocido como sociopatía, un patrón general de inatención y vulneración de los derechos de los demás, que implica, según nos resume María Magdalena Orosan, psicóloga en TherapyChat (y especialista en Trastornos de la Personalidad, Terapia Sexual y de Pareja), tres o más de los siguientes ítems (Extraído del DSM V, Criterios Diagnósticos de los Trastornos Mentales):

  • Fracaso para adaptarse a las normas sociales.
  • Deshonestidad, incluyendo mentiras y/o estafas.
  • Impulsividad, irritabilidad y agresividad.
  • Despreocupación por la seguridad propia y la de los demás.
  • Irresponsabilidad persistente, que impide la constancia o hacerse cargo de obligaciones económicas.
  • Falta de remordimiento ante los hechos, justificándolos o mostrándose indiferente ante ellos.

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¿Cómo se manifiesta?

La experta explica que puede manifestarse mediante conductas, algunas de ellas de gravedad, como hacer daño deliberado, poner en peligro la propia vida o la de los demás, quebrantar la ley, mentir, estafar, manipular, robar... “Los síntomas comienzan a aparecer ya en la infancia o en la adolescencia, aunque el diagnóstico se realiza en personas a partir de 18 años y deben cumplir el criterio de llevar al menos desde los 15 mostrando este tipo de conductas disruptivas”, matiza la psicóloga.

 

Y es que hay que tener en cuenta que para que se considere un trastorno de la personalidad es necesario que, como hemos comentado antes, exista inflexibilidad o rigidez en su forma de pensar, actuar y sentir, así como que sea duradero en el tiempo y que acarree problemas en la vida del individuo. “A pesar de ello, lo común es que la persona con este diagnóstico se sienta en armonía con su forma de ser y no lo considere un problema”, nos cuenta.

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¿Cuáles son las causas que lo motivan?

Como sucede habitualmente, se tiende a buscar las causas. Y es que somos seres sociales por naturaleza, ¿por qué una persona puede llegar a ser antisocial? “Emociones como la ira o la rabia, mal gestionadas, pueden llevar al sujeto a volcar su frustración de manera destructiva en contra de sí mismo y de los demás, llegando a altos niveles de hostilidad. Probablemente al no haber aprendido otras formas más funcionales de protegerse y de gestionar sus emociones, lo hacen actuando contra el mundo”, nos detalla.

 

“No hay una única causa que lo motive, sino una interacción entre factores genéticos, el entorno de la persona, desajustes neuroquímicos relacionados con la impulsividad y la agresividad o el abuso de sustancias. Este trastorno puede aparecer impulsado tanto por carencias afectivas o desatención como por agresión y hostilidad en la familia de origen. Así, dentro de su entorno más cercano, el menor aprende a desarrollar ciertas conductas para adaptarse al mismo, conductas que le sirven para sobrevivir en él pero que le resultarán disfuncionales para adaptarse a un entorno sano”,  matiza.

 

Y es que los rasgos de personalidad son muy importantes a la hora de predecir la conducta, y la agresividad está hasta cierto punto normalizada en el hombre en la sociedad actual. “Aquí podemos observar cómo la cultura y la sociedad repercuten también notablemente en la salud mental, ya que se ha observado un mayor número de casos de este trastorno en el sexo masculino”, nos explica.

 

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Así son quienes lo padecen

La experta matiza que suelen ser individuos con un carácter explosivo, que manifiestan comportamientos impulsivos, tienden a saltarse las normas, mienten y engañan, presentan ausencia de culpabilidad y de empatía, y suelen ser irresponsables con sus obligaciones. En muchas ocasiones, hay consumo de sustancias y psicopatologías asociadas.

“Hay estudios que corroboran que hay más probabilidades de que el sujeto padezca este trastorno cuando ha sufrido maltrato o abandono en la infancia, disciplina inadecuada o carencias afectivas durante la formación de su personalidad, de ahí la importancia de tener una figura de apego y un entorno seguro en la infancia, así como una adecuada educación emocional”, concluye la psicóloga.

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¿Cómo se debe afrontar este problema?

Le preguntamos a la experta cuál es la forma de afrontar este problema y nos cuenta que es importante trabajar la prevención de este problema ofreciendo a los pequeños un entorno seguro y enseñando a los jóvenes a identificar y a gestionar eficazmente sus emociones. “Una vez el sujeto presenta el problema, es recomendable hacer una intervención multidisciplinar, que incluya la reinserción del mismo. Para ello es fundamental elegir la terapia psicológica como tratamiento de primera línea, así como tener en cuenta la atención psiquiátrica”, nos detalla.

 

Dentro de la terapia psicológica, la terapia cognitivo- conductual se orienta a la reducción de sintomatología como la conducta antisocial, la impulsividad y el trabajo de las habilidades interpersonales. Asimismo, también habría que tener en cuenta la presencia o no de otras patologías, como adicciones, ansiedad, otros trastornos de la personalidad… y en función de ello trazar un plan de acción eficaz.

 

“Es fundamental establecer objetivos de terapia tanto a corto como a medio/largo plazo, siempre con cierta flexibilidad, dada la complejidad que suele presentarse detrás de esta problemática, aunque con un plan estructurado que facilite la adherencia y contando con apoyos sociales, dentro de la medida de lo posible”, apunta.

 

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