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No hay alimento sin su día mundial en el calendario gastronómico y el 13 de septiembre le toca al chocolate. Hay que reconocer que morimos por él y como somos más de catar que de cocinar, le vamos a homenajear viajando. Porque hasta en el rincón más inesperado de nuestra geografía nos esperan obradores centenarios, museos y chocolaterías donde dar rienda suelta a nuestro amor. Sabemos que a nadie le amarga un viaje y menos aún si es tan dulce como en estos destinos.

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PAMPANEIRA (GRANADA)

Hace más de una década que las rústicas tiendas de Abuela Ili (abuelailichocolates.com) forman parte del paisaje de la Alpujarra. En 2007 abrió la de Pampaneira y luego en Capileira, además de otra que hay en Granada capital. Ili es (o era, porque falleció en 2003) Lidia Postigo, la madre y la inspiración del actual propietario, una mujer que vino a España procedente de la Patagonia argentina, lugar donde hubo mucha inmigración suiza con tradiciones chocolateras muy arraigadas. Salvo el cacao, que es africano, el resto de los productos son de la zona. Con ellos elaboran artesanalmente más de medio centenar de variedades de chocolate: con arándanos, con ron y pasas, con pimienta, con canela, con naranja, con mostaza, con mora, con menta, con lima, con chili picante, con regaliz… También una cerveza con cacao.

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MONASTERIO DE PIEDRA (ZARAGOZA)

No fue en un palacio real ni en una gran capital. El primer chocolate de Europa se elaboró en 1534 en este antiguo monasterio cisterciense de Nuévalos, cerca de Calatayud, con las semillas de cacao que envió desde América fray Jerónimo de Aguilar, el cual anduvo con Hernán Cortés en la conquista de México. Por eso la vieja cocina monacal alberga una exposición sobre la historia del chocolate. En verla, visitar el resto del monasterio y el alucinante parque que lo rodea, lleno de cascadas, lagunas y grutas, se echa el día entero.

Al día siguiente podemos acercarnos a la capital zaragozana y darnos un dulce homenaje en la más numerosas chocolaterías y pastelerías de la ciudad. Para un chocolate acompañado de churros Churrísimo (churrisimo.es), Lalmolda (pastelerialalmolda.com) o chocolatería La Fama (C/ de Prudencio, 25), en el casco antiguo; para unas compras Chocolates Capricho (C/ Don Jaime I, 25) o La Bombonera Oro (bomboneraoro.com).

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ALCORISA (TERUEL)

Isabel es pastelera de profesión y tuvieron que pasar muchos años de duro trabajo por algunas de las mejores pastelerías y chocolaterías de Europa hasta decidirse a establecer su propio obrador artesanal en su pueblo, Alcorisa, bajo el nombre de Chocolates Artesanos Isabel (chocolatesartesanosisabel.com). En él apuestan por una forma de trabajo en la que se controla el proceso al completo, utilizando materias primas de comercio justo y ecológicas -como el cacao, el azúcar de caña y las coberturas- para hacer de sus chocolates una joya: un producto innovador, natural, sano, de máxima calidad y con un origen justo. Con esta filosofía, formación y mucho trabajo han conseguido numerosos premios a la excelencia y vender sus productos tanto a nivel nacional como internacional.

El obrador realiza visitas guiadas un sábado al mes para dar a conocer todos los secretos de la elaboración del chocolate, acompañadas una cata y degustación.

 

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ABADÍA DE JÁBAGA (CUENCA)

Hay que ser algo más que un apasionado del chocolate, un loco, para construir una fábrica de 3.000 metros de planta, con muros de piedra y trazas de abadía gótica, en el pueblecito de Jábaga, a 12 kilómetros de Cuenca, donde esta dulce industria apenas tiene tradición. No se ha escatimado en nada: esta catedral del chocolate tiene hasta un moderno órgano de viento y pinturas de Jesús Mateo. La Abadía de Jábaga (abadiadejabaga.es) es un obrador de chocolate gourmet, elaborado con ingredientes de primera, como el cacao criollo, y un museo que se puede visitar con visitas guiadas de unos 45 minutos (5€, adultos; 3€, niños). También es un espacio para hacer todo tipo de celebraciones.

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ASTORGA (LEÓN)

Dicen que fue el mismísimo Hernán Cortés el que trajo el cacao a esta ciudad, cuando quiso casar a su hija María con Álvar Pérez de Osorio, heredero del marquesado de Astorga. La realidad es que aquí echó raíces y floreció como en ningún otro lugar de España, llegando a haber 50 fábricas de chocolate a principios del siglo XX. Quien tuvo, retuvo, y aún hoy cinco productores locales defienden contra el viento y la marea de la globalización la suprema calidad artesana del chocolate de Astorga: La Maragatina (Avda/ de la Estación, 16), La Cepedana (chocolaterialacepedana.com), Peñín Chocolatier (peninseleccion.com), Santocildes (chocolatessantocildes.com) y El Arriero Maragato (elarrieromaragato.com), famoso, este último, por haber inventado el chocolate con cecina.

Además, hay en Astorga un Museo del Chocolate (museochocolateastorga.com) y un Centro de Interpretación del Chocolate (chocolaterialacepedana.com) para conocerlo todo sobre su tradición chocolatera.

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VILLAJOYOSA (ALICANTE)

El único lugar que podría disputarle a Astorga el título de capital española del chocolate es La Vila Joiosa, donde esta delicia ya era bien conocida en el siglo XVII, cuando los marineros vileros, diestros en el comercio de cabotaje, se proveían en Cádiz de salazones, almendras y exóticos productos de ultramar, como el cacao.

De los 30 fabricantes que hubo en Villajoyosa, tres han resistido el tsunami del progreso: Valor (valor.es), que tiene dos chocolaterías en la ciudad, una de ellas con un estupendo museo donde conocer su historia y el proceso de elaboración; Clavileño (chocolatesclavileno.com), cuyos orígenes se remontan a 1880 y que también cuenta con un museo del chocolate, y Pérez (chocolatesperez.com), una chocolatería familiar donde aún se elabora el chocolate de forma artesanal por lo que luce su sello de Artesanía de la Comunitat Valenciana.

 

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BENABARRE (HUESCA)

En 1836, nada menos, comenzó a hacer chocolate en Benabarre la familia Brescó (chocolatesbresco.es). Más de 180 años después, elabora productos muy refinados, pero también un rústico chocolate a la piedra, hecho a mano, que en teoría es para desleír, aunque hay foodies a los que les encanta comerlo a mordiscos para gozar de su textura terrosa, áspera y amarga. En la calle Mayor, 11, está Chocolates Brescó, con un museo-obrador donde se muestran utensilios del siglo XVIII. Y en la carretera N-230, km. 68, la chocolatería donde la gente llega de lejos a tomar una taza en invierno o un batido en verano, y a probar la amplia gama de bombones. Entre sus productos más vendidos el chocolate con arándanos, con pistacho o el sorprendente aliño de aceite de oliva y chocolate.

 

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SUECA (VALENCIA)

Aquí, en la tierra y la ciudad del arroz, choca hallar un museo del chocolate. Pero es que el chocolate es más valenciano (casi) que la horchata. Que se lo pregunten si no a la familia Comes (chocolatescomes.com), que lleva elaborándolo oficialmente desde 1870. En su fábrica-museo, además de mil cachivaches, veremos cómo elaboran los típicos chocolates a la piedra en forma de bollet (una barrita cilíndrica, con aspecto de habano), tal cual hacían sus ancestros. También siguen produciendo el chocolate a la piedra con algarroba que lo petaba en la posguerra. Pero no solo de la tradición viven los Comes: han sido pioneros al lanzar un chocolate a la piedra picante y otro valencianísimo, con chufas.

 

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MOLINA DE ARAGÓN (GUADALAJARA)

Pocos lugares hay en España más fríos que Molina de Aragón, donde han llegado a registrarse temperaturas próximas a los 30 grados bajo cero. Y pocas maneras más gustosas de combatirlo que tomarse una taza de chocolate en la casa rural Casona Parador de Santa Rita (paradordesantarita.com), donde la familia Iturbe lo fabrica desde 1900 utilizando los mismos ingredientes (cacao, harina y azúcar) y las mismas máquinas antediluvianas. Además de para ponerse morado de chocolate La Cadena, que así se llama, el pueblo de Molina de Aragón es ideal para explorar los cañones del Alto Tajo y visitar el fantástico castillo de Zafra, uno de los escenarios españoles de Juego de tronos.

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RASCAFRÍA (MADRID)

El sueño de cualquier ‘chocoadicto’ es viajar a Suiza, pero si no se tiene tiempo o dinero, se puede ir a Rascafría, que se parece un montón, rodeada como está de verdes prados y las montañas más altas de Madrid, y tiene también un chocolate excelente, el de San Lázaro (chocolatenatural.com), un obrador familiar que elabora artesanalmente productos de primera calidad con pasta y manteca de cacao, sin colorantes ni conservantes. Antes de comprar, se pueden probar todas las variedades: negro, blanco, con frutos secos, piña, plátano, naranja, jengibre, cardamomo, sal volcánica… Y se puede ver, a través de una cristalera, cómo los hacen. Un truco: si se llevan un par de horas en la mochila, caminando monte arriba, no engordan.

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