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Por su elevada conciencia ambiental, su adaptación al cambio climático y una eficiente planificación urbanística que hace de la tecnología y la innovación las armas de su batalla sostenible, Oslo es un espejo en el que mirarse. Una ciudad tan emocionalmente ligada a su entorno natural que no sólo promueve la buena vida (¿quién no ha oído hablar de su modélico bienestar y su prosperidad equitativa?) sino que, además, lo hace siempre desde un punto de vista verde.

 

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Como capital de un país agraciado con una de las naturalezas más portentosas de Europa, esta metrópoli tardó poco en entender que el futuro sólo podía presentarse limpio y ecológico. Y para ello empezó por sus alrededores. Por el bosque de Marka que le rodea, un área protegida a nivel nacional, y por el fiordo de Oslo, a los que conectó con vías fluviales. Con ello logró que, en apenas unos minutos, se saltara desde el asfalto al bosque urbano más grande de Europa, con bonitas rutas de senderismo para disfrutar en familia.

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Este proyecto, que permitió abrir el fiordo a la ciudad, es lo que se llama Fjord City. Allí donde antes había industria y una ruidosa autopista, hoy se suceden restaurantes, gastromercados y estudios de arquitectura como Snøhetta, autor de la famosa Ópera con la que arrancó la renovación arquitectónica. En esta zona, llamada Bjørvika, no sólo encontramos materiales sostenibles y energías limpias, sino también edificios de bajo impacto como los maravillosos The Barcode (en la imagen) que, al disponer de espacio entre los mismos, simulan un código de barras. Y más allá de la innovación, también encontramos arte y cultura con el Museo de Edward Munch y la deslumbrante biblioteca Deichman

 

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LA CIUDAD SIN COCHES

Oslo, que fue nombrada Capital Verde Europea en el año 2019, es la primera ciudad del mundo libre de coches. O al menos lo es en su parte céntrica, el núcleo urbano, destinado cien por cien al uso de los viandantes y cerrado para los vehículos. Un hecho que le convierte en un referente para la reducción de gases tóxicos y la conservación del planeta.

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Para ello, claro, han tenido que darse facilidades para animar a moverse en bicicleta, como la creación de estaciones ciclistas, carriles bici y hasta duchas en el trabajo. Y también para desplazarse en transporte público. En una ciudad donde se puede llegar en metro a esquiar en los alrededores, los humos no son bienvenidos. Sí lo es, sin embargo, el aire puro, por lo que se han recuperado espacios verdes a una velocidad sorprendente.

 

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No-coches equivale también a no-aparcamientos. Así que no ha habido más remedio que tirar de imaginación para reciclar los antiguos espacios, enormes y monstruosos, en originales elementos urbanos. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, en la fortaleza de Akershus con una vieja máquina expendedora de tickets para el parking: ahora se trata de un altavoz WIFI, con el que se puede escuchar música en plena calle.

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CERO EMISIONES

Bajo la idea de convertir en eléctricos los taxis (y hasta los ferrys) en toda la ciudad, moverse en verde es, para Oslo, allanar el camino para el ambicioso objetivo que se ha propuesto para 2050: que las emisiones de dióxido de carbono queden reducidas a cero

 

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Un reto que requiere todo un arsenal de medidas eficientes en materia de biodiversidad. De momento, no va mal encaminado: edificios con energía autosuficiente a base de paneles solares, hoteles que reciclan energía de los ascensores y proyectos como el la Ciudad Aeropuerto (que ocupará 370 hectáreas a las afueras y será la primera localidad positiva en emisiones del planeta) vienen a confirmar que esta apuesta está completamente en marcha.

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A ello se suman iniciativas tan curiosas como los huertos en los rooftops, las colmenas urbanas diseñadas por Snøhetta (sí, el estudio de la Ópera) y la gran hornada de locales de conciencia ecológica que ha puesto en marcha Grünerløkka, el distrito de moda, muy del gusto de los hípster. Mercadillos, escaparates vintage, arte callejero, cafés molones, coloridas terrazas... definen la esencia de este barrio que confirma que la felicidad, en el sentido nórdico de la palabra, pasa por ser sostenible.

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