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ARENAS DE SAN PEDRO

Al sur de la provincia, tres visitas que no hay que perderse en esta localidad que es conjunto histórico son: el castillo de la Triste Condesa –cuya torre del homenaje y adarve están abiertos como museo y sala de exposiciones–, el santuario de San Pedro de Alcántara y las Cuevas del Águila (cuevasdelaguila.com), que ofrecen un recorrido kárstico por esta maravilla geológica bajo tierra.

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ARÉVALO, LA CAPITAL DEL MUDÉJAR

La comarca de La Moraña es una inmensa llanura de cereal salpicada de pequeños pueblos que reúnen uno de los mayores y mejores conjuntos de arquitectura mudéjar. Arévalo es su capital y como tal se ha quedado con lo mejor de este arte del ladrillo. El mejor testimonio es la plaza de la Villa, con sus viviendas con entramado de madera, soportales, las iglesias de Santa María y San Martín y la Casa de los Sexmos. Pero la que llegó a ser una de las poblaciones más importantes de Castilla, donde Isabel la Católica vivió su niñez, tiene mucho más por descubrir: la plaza del Real, el Arco de Alcocer –uno de los pocos restos que permanecen de la muralla–, el castillo, que fue residencia y prisión real, hasta ir a parar a la plaza del Arrabal, en torno a la cual abren sus puertas los figones donde es el tostón asado el que se lleva todos los reconocimientos.

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CANDELEDA, UN VERGEL EN EL TIÉTAR

El casco histórico de este pueblo del valle del Tiétar se parece más Extremadura que Ávila, por sus estrechas calles y casas con entramados de madera –como la colorida Casa de las Flores o la Casa de la Judería, y sus piscinas naturales, que brotan de la garganta de Santa María. Nadie se pierde la plaza del Castillo y la iglesia de la Asunción, los sequeros de pimientos –con los que se elabora el famoso pimentón de la zona–, los molinos y chozos desperdigados por su entorno, y el santuario de Nuestra Señora de Chilla, en medio de un vergel deslumbrante de robles y castaños.

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BONILLA DE LA SIERRA, EL DESCANSO DE LOS OBISPOS

Es un pueblo muy pequeño, pero se ha hecho un hueco entre los más bonitos de España y posee una iglesia de enormes proporciones dedicada a San Martín de Tours. Tiene su explicación, pues en esta villa protegida en su día por una muralla de más de un kilómetro de perímetro residían los obispos abulenses cuando querían alejarse de la ciudad de Ávila. Cruzando la Puerta de Piedrahíta caminaremos por sus calles empedradas, admirando casas populares con escudos que nos hablan de una historia de siglos hasta alcanzar la plaza porticada medieval. Aquí, además del templo gótico, está el palacio-castillo medieval en el que se alojaban los prelados y que llegó a acoger al rey Juan II de Castilla. También interesante es el pozo-aljibe de Santa Bárbara, del siglo XII.

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MADRIGAL DE LAS ALTAS TORRES, LA CUNA DE ISABEL LA CATÓLICA

En medio de las llanuras abulenses se descubre esta villa de nombre tan evocador como sus murallas mudéjares que la historia eligió para ser la cuna de Isabel la Católica. Por eso, lo primero al llegar a ella es ver el palacio donde nació, que mandó construir su padre el rey Juan II de Castilla y que no es palacio sino monasterio, el de Santa María de Gracia, donde sus monjas agustinas de clausura enseñan a los visitantes sus tesoros. El paseo lleva después al Real Hospital de la Purísima, ahora centro cultural y oficina de turismo, y a la iglesia mudéjar de San Nicolás de Bari, en cuya pila la futura reina recibió las aguas bautismales.

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MOMBELTRÁN, CASTILLO CON VISTAS

Con las montañas de Gredos como telón de fondo, el barranco de las Cinco Villas es un territorio rico en paisaje y naturaleza, pero también en pueblos de arquitectura popular, palacios, castillos e historia que se descubren tranquilamente, incluso a pie por sus senderos. Una de esas villas es Mombeltrán, cuyo castillo de los Duques de Alburquerque se divisa desde muy lejos en el alto de un cerro (es privado, pero se puede visitar con reserva previa). Casas blasonadas, el antiguo hospital de San Andrés, la iglesia de San Juan Bautista, el rollo jurisdiccional y las numerosas rutas de senderismo por su entorno dan para una buena escapada. Al fondo, Santa Cruz del Valle.

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PIEDRAHÍTA, EL LEGADO DE LA CASA DE ALBA

Su nombre va unido a la historia del ducado de Alba, tanto que aquí nació el mismísimo Fernando Álvarez de Toledo, el Gran Duque y hombre de confianza de Carlos I. La porticada plaza de España, donde se levanta la iglesia de la Asunción es el centro de la vida de esta villa con algunas casonas nobles, como la del poeta Gabriel y Galán. Pero, ningún monumento hace sombra al palacio ducal –hoy colegio público–, al que doña Cayetana, la primera duquesa de Alba, dotó de un interesante ambiente cultural. En sus jardines de aire francés, ahora parque municipal, un busto de Goya recuerda al pintor, que pasó un verano en Piedrahíta pintando retratos de la familia ducal y bocetos para tapices. Antes de despedirse de Piedrahíta hay que subir al puerto de Peñanegra, donde los aficionados al parapente se lanzan al vacío a merced de los vientos, para disfrutar de las panorámicas. Y por supuesto, saborear su gastronomía en restaurantes como Chivis, un clásico de la localidad.

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EL BARCO DE ÁVILA, A ORILLAS DEL TORMES

La calle Mayor es el eje principal de este bonito pueblo del sur de Ávila que baña el río Tormes. Aquí están algunos de sus lugares de interés. Pero estos y otros hitos de este «barco» varado se van descubriendo en el paseo que recorre la orilla del río: el puente medieval, la ermita del Cristo del Caño, la magnífica iglesia de la Asunción, la muralla, el Museo de la Judía -la preciada legumbre con denominación de origen que tanta fama ha dado a la villa– o el imponente castillo de Valdecorneja, que fue morada del Gran Duque de Alba y ahora acoge representaciones culturales. En la oficina de turismo informan sobre la ruta de 3,5 kilómetros que enlaza, a pie o en bici, los espacios y edificios más relevantes, todos con señalización interpretativa. Quien quiera quedarse a comer, en LY.2, podrá degustar una rica cocina tradicional actualizada.

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LA ADRADA, A LOS PIES DE GREDOS

En las faldas de la sierra de Gredos, a pocos kilómetros del nacimiento del río Tiétar y rodeada de bosques, La Adrada es un pueblo de rincones que se empieza a descubrir desde la plaza del Riñón. La casa del Tío Talis es el mejor ejemplo de arquitectura tradicional; la plaza de la Villa, el lugar de encuentro de los vecinos; la calle Larga, la más señorial, con sus casas blasonadas; y El Torrejón, el barrio típico, con un excelente mirador. Aunque las mejores vistas se admiran desde la torre albarrana del castillo que domina el pueblo, en lo alto de una colina, transformado en Centro de Interpretación Histórica del Valle del Tiétar. Para un paseo está el Jardín Botánico (jardintietar.com), una inmensa finca en plena naturaleza, y para saborear, los quesos de la quesería artesanal.

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PEDRO BERNARDO, UN PUEBLO CON VISTAS

Su apodo del «balcón del Tiétar» ya adelanta que este bonito pueblo fue disponiendo sus construcciones en la ladera de una montaña dando la impresión de que están colgando. Perderse por sus callejuelas, a las que asoman casas de madera y piedra, portales y balcones es, al mismo tiempo disfrutar del paisaje en el que se enmarca. El antiguo ayuntamiento, del siglo XVI, la iglesia de San Pedro Advíncula o las ermitas son su patrimonio más destacado, pero una vez vistos hay ponerse las botas y seguir la ruta de la Chorrera del Hornillo, la del canto de la Seta o llegar hasta la garganta Eliza.

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