España ya tiene dos nuevos pueblos en la lista de los más bellos y premiados por la Organización Mundial del Turismo: Agaete y Ezcaray. Los primeros en incorporarse fueron Morella y Lekunberri, a los que se sumaron después Alquézar, Guadalupe, Rupit, Sigüenza, Cantavieja, Oñati, Aínsa y Mura. Todas estas villas cuentan con el sello ‘Best Tourism Village’, que reconoce a los pueblos que cuidan su entorno rural, preservan sus paisajes y patrimonio, y mantienen vivas sus tradiciones culturales y culinarias. Pero España no está sola en este reconocimiento: cada país tiene sus propias joyas rurales. Y esta vez nos hemos fijado en nuestro vecino Portugal, donde tres pueblos acaban de unirse a la lista de la OMT.
LORIGA, LA “SUIZA PORTUGUESA” EN LA SERRA DA ESTRELA
Imagínate un valle glaciar a 770 metros de altura, rodeado por montañas que parecen sacadas de un postal alpino. Bienvenido a lo profundo de la Serra da Estrela, la “Suiza portuguesa”, donde la naturaleza esconde ríos helados y prados de granito. Loriga no se limita a ser espectacular por sus paisajes y su entorno: tiene historia a raudales. Los romanos dejaron su huella con una calzada y un puente todavía visibles, y el trazado antiguo se mezcla con callejones empedrados y fuentes tradicionales. Loriga fue también un motor industrial: en su día hubo decenas de fábricas de lana, lo que le dio vida y riqueza. Esa tradición lanera no murió; todavía se ven rebaños de ovejas pastando y recordarás la antigua industria al pasear por sus calles. Esa relación entre el hombre y el campo se celebra cada San Martín en la Chocalhada, cuando los pastores desfilan con sus chocalhos (cascabeles ruidosos) para ahuyentar los males del ganado, recordando que la historia, la industria y la tradición siguen latiendo al mismo ritmo.
Si su corazón rural se siente en cada rincón: terrazas agrícolas trabajadas por generaciones, canales de riego, puentes de granito y la serenidad de los pastores con sus rebaños. Uno de sus mayores orgullos es su playa fluvial, la única en Portugal que se encuentra en un valle glaciar, con pozas de agua cristalina entre rocas que son perfectas para refrescarse al sol de la sierra.
Y claro, la gastronomía de Loriga no decepciona. Aquí se come con gusto: cabrito asado, embutidos, queso serrano... aunque los platos que verdaderamente cuentan su historia son la broa (pan de maíz hecho en molinos de agua tradicionales) y el mítico bolo negro, un bizcocho con cierto aire británico, pero corazón completamente portugués.
MÉRTOLA, EL CORAZÓN MEDIEVAL DEL ALENTEJO
Si Mértola hablara, seguramente susurraría historias de castillos, ríos y civilizaciones que se superponen como capas de un pastel histórico. Este pueblo, que parece haberse detenido en la Edad Media, se alza orgulloso sobre una curva perfecta del río Guadiana.
La antigua Mārtulah islámica todavía late en sus calles laberínticas, sus arcos y patios floridos, recordando un pasado en el que el comercio y la cultura florecían. Cada dos años, el Festival Islámico transforma la villa en un zoco vibrante de música, danza, gastronomía y artesanía que transporta al visitante siglos atrás.
En el corazón del pueblo, la Igreja Matriz revela un pasado sorprendente: bajo su portal manuelino del siglo XVI, se esconde lo que fue una mezquita almohade, con vestigios de templo romano y basílica paleocristiana. Subiendo hasta el castillo, la torre de homenaje ofrece vistas de 360º del Guadiana, los tejados rojizos y la vasta llanura alentejana, recordando que aquí cada piedra tiene historia.
Mértola es, en sí misma, una villa-museo: desde barrios islámicos excavados hasta mosaicos romanos y la importante colección del Museo de Arte Islámico. Sus talleres de tejidos mantienen vivas tradiciones bereberes, mientras que los cernícalos primilla sobrevuelan las murallas, añadiendo un toque de vida silvestre al viaje histórico.
El Guadiana y el parque natural que lo rodea son la otra gran joya: desde la impresionante cascada del Pulo do Lobo hasta las dehesas habitadas por águilas reales, cigüeñas negras y el pez endémico saramugo. Y cuando el recorrido termina, el verdadero premio llega a la mesa: jabalí estofado, lamprea del río, migas alentejanas y vinos locales que saben a historia.
VILA NOGUEIRA DE AZEITÃO, CORAZÓN ARISTOCRÁTICO
Quintas, palacios y alquerías, que hoy se conservan como joyas arquitectónicas, levantaron las grandes familias aristocráticas en este rincón de la Sierra de la Arrábida que es Azeitão, a solo 40 minutos de Lisboa, elegido como su lugar de descanso desde el siglo XV.
Vila Nogueira de Azeitão es el corazón de la freguesía, con calles empedradas, fachadas blancas llenas de flores y palacios históricos, como el Palácio da Bacalhôa, el emblema de este lugar aristocrático, con preciosos jardines y azulejos que reflejan siglos de influencia europea, africana y oriental.
Historia tienen también sus bodegas centenarias. En la Casa Museo José María da Fonseca se descubre el célebre moscatel de Setúbal y el exclusivo Torna Viagem, un tipo de esta bebida cuyo viaje por barcos de la marina portuguesa le aporta aromas únicos que se han transmitido generación tras generación. La Quinta das Torres y la Quinta de Calatravos completan el recorrido entre torreones, lagos y viñedos que miran hacia las verdes laderas y el Atlántico turquesa.
Y ya que hablamos del gusto, no se puede dejar Vila Nogueira de Azeitão sin probar su famoso queijo de Azeitão, un queso de oveja suave y cremoso; la torta de Azeitão, las galletas de canela llamadas Esses y las queijadinhas. Todo ello acompañado de miel local y los vinos de la región, un festín que condensa la esencia de este rincón portugués.













