Muchos peregrinos, la mayoría, no han oído hablar de Cee –así se llama este pueblo– más que de refilón, mientras preparan la mochila y alguien les cuenta que, poco antes de llegar al final del Camino y de la Tierra, se pasa por una localidad de nombre chocante, que cuesta pronunciar y del que poca gente vuelve a acordarse. “¿Ceeeeeeee?”, se preguntan extrañados añadiendo seis es a las dos que tiene. “¿Y qué habrá en Cee?”, vuelven a preguntarse y se encogen de hombros porque lo suyo es caminar, no investigar qué hay en cada uno de los mil lugares por los que pasan las muchas variantes de la ruta jacobea. Para eso ya estamos nosotros y les contamos a los peregrinos y al resto de los que andan o piensan andar por Galicia las maravillas que Cee esconde.
EL PRIMER LUGAR DEL CAMINO DESDE EL QUE SE VE EL MAR
Por Cee pasa el tramo más interesante del Camino de Santiago, el que más ha crecido últimamente en popularidad, el que va de Compostela a Fisterra. Después de recorrer 66 kilómetros por el interior de A Coruña, el peregrino llega a la capilla de San Pedro Mártir, ya en el término municipal de Cee. Allí bebe y se lava en su fuente, que dicen que es mano de santo para la piel y los ojos, y es verdad, porque poco más adelante su epidermis se siente rejuvenecida por una brisa fresca y yodada y su vista descansa en algo distinto: el océano. Desde allá arriba se ve el puerto de Brens –una de las seis parroquias de Cee–, se ven la ría y la villa de Corcubión y, más allá del faro de Cee, en alta mar, se ven las islas Lobeiras, a las que el peregrino no irá, porque sería apartarse mucho de su camino, pero nosotros sí: luego diremos qué hay en ellas y cómo llegar. La villa de Cee, la capital municipal, está en lo más profundo de la ría de Corcubión, oculta a la vista por la vegetación del monte. No se puede ver todo nada más empezar.
LA RÍA MÁS PEQUEÑA Y BONITA DE GALICIA
La villa de Cee está en la ría de Corcubión –que debería llamarse ría de Cee o, al menos, de Cee y Corcubión– pero su término municipal se estira como un pulpo buscando el mar en todas direcciones. Una de sus patas, la más larga, llega hasta Lires, al norte de Finisterre. Lires es una aldea encantadora, llena de hórreos y señales para los peregrinos que se acercan al fin de todos los caminos desde Muxía. Es también una ría, la más pequeña y bonita de Galicia, que se adentra en tierra poco más de un kilómetro. Y es una playa virgen que, cuando baja la marea y la ría se reduce a un hilillo en su desembocadura, forma con la vecina de Nemiña, ya en Muxía, un arenal de un kilómetro y medio, sin casas, barcos, ni nadie a la vista. Bueno, sí, se ve un chiringuito, el Bar Playa de Lires, a cuya terraza vienen los pocos afortunados que saben de su existencia para admirar al atardecer cómo el sol se pone al rojo vivo y se sumerge en el agua de templar del océano: “¡¡¡CHISSSSS!!!”. Todos guardan silencio en ese momento casi sagrado. Hasta el camarero, que el resto del día no para de contar chistes.
RESTAURANTES QUE NO SALEN EN LA GUÍA MICHELÍN
En el Bar Playa de Lires se come bien antes y se cena mejor después de que el sol se vaya a la cama: pulpo a feira, navajas, zamburiñas… Habituales de este chiringuito son los senderistas que recorren O Camiño dos Faros (caminodosfaros.com), cuya última etapa, la que va de Nemiña al cabo Finisterre, pasa por aquí. En Lires, en el pueblo, también hay dos buenos restaurantes que deberían figurar en la Guía Michelin, si los que la hacen supieran dónde está Lires. Uno es Liresca (liresca.com), una casa del siglo XIX de aspecto juvenil y con muy buen rollo: el que tiene la dueña y chef Mariví Areas y los que hace de calabacín, que están deliciosos. Y el otro, As Eiras (ruralaseiras.com), donde se come un gran chuletón y una lubina fuera de serie, recién pescada.
PLAYAS SALVAJES ¡Y BIOLUMINESCENTES!
En el extenso término de Cee hay playas salvajes increíbles, como la que acabamos de ver de Lires, o como la de Gures, en la parroquia de A Ameixenda, a siete kilómetros al sureste de la capital. Antes de bajar a pie a la playa, hay que asomarse al mirador de Gures. A un lado, se otea la ensenada de Caneliñas –a la que más tarde volveremos– y, a lo lejos, el promontorio de Finisterre. Al otro, la playa de Gures, de 350 metros de longitud, demasiados para los cuatro bañistas y el velero que hay. Y detrás, el famoso y prehistórico monte Pindo, también conocido como el Olimpo de los Celtas.
A los pies del Pindo, en la ensenada de Ézaro, desemboca el Xallas, el único río de España que da al mar en cascada ¡y qué cascada!: Las noches de verano, en las playas de Cee se ve el llamado mar de Ardora, que parece que hay focos bajo el agua y lo produce una microalga luminiscente, la Noctiluca scintillans. Y se ven también millones de estrellas, todas las de la Vía Láctea, la guía celestial que llevaba a los peregrinos hasta el fin de la Tierra antes de que se inventaran la brújula y la imprenta.
Las noches de verano, en las playas de Cee se ve el llamado mar de Ardora, que parece que hay focos bajo el agua y lo produce una microalga luminiscente
EL FARO DEL FIN DEL MUNDO: Y NO ES EL DE FINISTERRE
Otra playa salvaje difícil de creer y más difícil aún de visitar es la minúscula calita blanca de la isla Lobeira Grande, a donde solo se puede ir navegando con David Trillo y su Robinsón da Lobeira, una lancha motora de seis metros con capacidad para cinco pasajeros que, a toda máquina, llega en siete minutos, pero si los viajeros desean acercarse de camino al Castelo do Príncipe, nadar en el bioluminiscente mar de Ardora o perseguir a las ballenas, puede tardar varias horas. Además, existe la dificultad añadida de que David Trillo es marino mercante y hay que pillarle libre en sus descansos llamando (o watsappeando al teléfono 658 47 04 05). Su empresa, Navieira Jalisia, no es una compañía de cruceros como las que llevan gente a porrillo a las islas Cíes y Ons. Es un simple taximar. Para ir al fin del mundo, es mejor así, en pequeña compañía.
Cuesta creer que en la isla Lobeira Grande, que mide poco más de 200 metros, hubiera hasta 1924 dos fareros con sus respectivas familias, una factoría de salazón de sardinas y dos alegres cantinas. Porque hoy solo hay un faro automatizado, la playita blanca de marras y un muelle atiborrado de huevos y pollos de gaviotas patiamarillas por el que hay que avanzar, para no pisarlos, dando pasos de break dance. En verano mola llegar y encontrarla vacía. En invierno, no tanto, porque la playita se esfuma y estas rocas peladas son azotadas por olas de 12 metros. A principios del siglo XX, un temporal dejó aislados al farero de turno y a su familia y casi no lo cuentan.
¿Y EN CEE NO HAY MONUMENTOS?
Sí, claro, en la población principal del municipio hay un instituto monumental, fastuoso, un auténtico palacio, el Fernando Blanco de Lema, que fue el primero rural gratuito de España y que se construyó entre 1884 y 1886 con parte de los 750.000 pesos de oro que dejó en herencia a su villa natal el ceense del mismo nombre, después de hacer fortuna en América. Tiene una gran capilla donde reposan las cenizas de ese buen señor y un jardín de camelios y cedros inmensos. Es este último se casó Margarita Lamela, la actual alcaldesa y la ceense más famosa después del indiano benefactor Fernando Blanco de Lema y del arquitecto Domingo Andrade –el autor de la torre Berenguela o del Reloj de la catedral de Santiago–, porque ganó como abogada las primeras sentencias judiciales sobre preferentes. A favor de los afectados, se entiende.
Otro colegio que hubo en Cee, el de niñas, es hoy el museo Fernando Blanco de Lema, donde pueden verse, entre mil otras cosas, un retrato del fundador pintado por Madrazo. Hablando de pinturas, en Cee hay un mural urbano espectacular firmado por Diego As, que es uno de los mejores artistas callejeros del mundo. Son dos rorcuales comunes dando vueltas en el azul de una fachada en la rúa da Escola. Parecen enormes, pero uno de verdad, de 20 metros, difícilmente cabría haciendo piruetas en un edificio de cinco plantas como este.
El mural de Diego As, una cola de bronce de una tonelada esculpida por Miguel Couto que adorna una fuente en la plaza del Mercado y los cetáceos que giran alrededor de un faro blanquirrojo en el vestíbulo de la Casa do Cultura, obra del pescador y artista local Xosé Iglesias, recuerdan que en Cee funcionó hasta octubre de 1985 la última factoría ballenera de Europa, la de Caneliñas, en la parroquia de A Ameixenda. Margarita Lamela, la alcaldesa de Cee, se ha propuesto inaugurar allí un centro de interpretación antes de que acabe su mandato, en 2027.
DORMIR SOBRE UNA ANTIGUA FACTORÍA BALLENERA
En lo alto de Caneliñas, atalayando las ruinas de la antigua factoría, está A Ballenera (hotelaballenera.es), un hotelito con encanto cuyas tres habitaciones tienen nombre de antiguos cazaballeneros –Temerario, Lobeiro y Carrumeiro– y cuyo logo es una ballena risueña, que está claro que no sabe lo que se hacía allí abajo con sus congéneres. En el mismo casco urbano de Cee, hay otro alojamiento recomendable, La Marina (hotellamarina.com), un lugar muy frecuentado por peregrinos y por amigos del buen comer y del mejor beber, porque es un hotel enogastronómico.
Tampoco se come mal en el también céntrico hotel Oca Insua Costa da Morte (ocahotels.com). Ni en el restaurante del hostal Playa de Estorde (restauranteplayadeestorde.com), a cuatro kilómetros al suroeste de la villa. Aquí, lo mejor, aparte de la comida, son las vistas al mar. De postre es preferible no tomar nada y reservarse para las galletas de mantequilla de Pandejuevo (pandejuevo.com), para sus merengues de limón y para el brioche artesanal con toques cítricos y anís que da nombre a este obrador artesanal. ¿Compramos unas empanadas para echar en el maletero y comer de vuelta a casa? Vale, también.