¿Sabia usted que Catalina la Grande se llamaba Sofía Augusta y que ésta no fue tocada por su esposo, el gran duque, en nueve años de matrimonio?

Por hola.com

Catalina tuvo siempre en su mente a Europa. Su formación, su cultura, la transportaban a las grandes ciudades de un mundo que intuía y quería. En París, tuvo un corresponsal literario propio. Cuando se produjo la Revolución Francesa en 1789, no tomó parte de la cruzada que, en contra de ese movimiento, se organizó. Catalina, con mirada hacia el futuro, protegió todas las manifestaciones del arte y de la literatura. Voltaire fue, quizás, el revolucionario que acaparó su atención. Durante quince años, intercambió cartas con él. Hasta San Petersburgo llegó, tiempo después, parte de la biblioteca del pensador, que la Emperatriz adquirió. Los enciclopedistas franceses la atrajeron, mientras ella, como en contrapunto, iba mejorando la administración de justicia, abolía la tortura, propugnaba la reforma de los códigos, fundaba el Museo de Pinturas de la Academia del Arte, sin olvidar la guerra y sus consecuencias.

Las memorias prohibidas
Catalina escribió mucho. Cultivó todos los géneros. Por eso, ella ocupa un justo lugar entre los escritores de su tiempo. Se conocen catorce obras suyas para teatro en el que volcó su delicada intuición. Entre ellas se encuentran El caballero de la desgracia, La Fiesta de la señora Vortchalina, El charlatán de Siberia y Oleg. En Memorias de la Emperatriz Catalina II, escritas por ella misma, aflora de forma sincera el alma de una mujer. Un libro, que por cierto fue incluido por la dinastía de los Romanov en la lista de las obras prohibidas.
Ahora, cuando San Petersburgo se dispone a celebrar su tercer centenario, quizás el hálito de Catalina se pose sobre sus edificios y monumentos. Ella, que amó tanto a Europa y que supo dar a esa ciudad majestuosa e imponente un sello inconfundible, sonreirá más en el Ermitage, contemplando el pasar de unos y otros. ¿Quién fue esta mujer? Preguntarán algunos. Catalina entonces intentará soplarle, en los oídos, que esa dama blanca que observan, custodia a San Petersburgo, en una vigilia sin descanso. Por eso, Choubine la esculpió llena de vida.