Vivir la Navidad con un hijo adolescente dista mucho de los tiempos que se vivían en familia cuando era pequeño. Ahora, puede estar pensando más en cuándo llega la hora de salir con los amigos o en qué se va a poner en Nochevieja o puede que esté pegado al móvil todas las vacaciones escolares; si a eso le sumamos que algunos de ellos solo interactúan con el móvil en comidas y cenas navideñas con otros familiares y están en la mesa casi sin hablar, los padres pueden sentir que el mundo se derrumba bajo sus pies. Y con razón… Pero hay una explicación a esos comportamientos, tal y como nos indica Mariana Capurro, Mariana Capurro, psicóloga especializada en infancia y adolescencia (@permisoparaeducar).
Capurro manda un mensaje tranquilizador al respecto y da pautas muy concretas acerca de cómo gestionar situaciones comunes con los adolescentes en épocas navideñas para mejorar el ambiente familiar y reconectar con nuestro hijo.
Las expectativas sociales tienen un peso importante en la adolescencia, y en Navidad se intensifican.
¿Cómo viven y perciben los adolescentes la Navidad, una época tan marcadamente familiar y social?
La Navidad suele vivirse de forma ambivalente. Para muchos adolescentes es una época de descanso y más tiempo libre, pero también de alta intensidad social y emocional. Hay más encuentros, más exposición y muchas expectativas implícitas sobre cómo “deberían” comportarse o lucir. En plena construcción de su identidad, este contraste entre la necesidad de pertenecer y la de diferenciarse puede generar incomodidad. Por eso no es raro que, tras un rato en una comida familiar, se muestren cansados, irritables o quieran retirarse. Sumado al deseo de rodearse siempre de amigos, con quienes sí comparten gustos, actividades y se sienten cómodos
¿Cómo afrontar la Navidad en familia con uno o varios hijos adolescentes?
Funciona mejor cuando las familias ajustan expectativas y aceptan que esta etapa no se vive igual que la infancia. Debemos ofrecer espacios compartidos, pero también respetar momentos de intimidad, para reducir tensiones. Es buena idea incluirles en algunas decisiones (qué planes les apetecen más, cuánto tiempo quedarse, cómo organizarse), lo cual favorece un clima de mayor colaboración. La flexibilidad, combinada con cierta estructura básica, suele ser más eficaz que imponer una “Navidad ideal”.
Algunos adolescentes se aíslan en mayor o menor medida de su familia y en las comidas y cenas navideñas, en las que también están otros familiares, hacen lo mismo. ¿A qué puede deberse?
Las reuniones familiares suelen implicar mucho ruido, conversaciones simultáneas sobre temas que no les interesan, preguntas personales y comparaciones que no siempre se viven bien. Para algunos adolescentes, aislarse o refugiarse en el móvil es una manera de autorregularse y reducir la intensidad emocional del momento. No suele ser una falta de interés por la familia, sino una estrategia para manejar la saturación. Entender este comportamiento como una necesidad y no como un desafío ayuda a responder con más calma y menos conflicto.
¿Qué hacer para evitar esas situaciones en las que los adolescentes apenas interactúan con la familia extendida en los encuentros navideños?
Más que obligarles a participar, conviene facilitar la interacción de forma natural. Pactar previamente tiempos razonables de presencia, permitir pequeños descansos y evitar comentarios incómodos o invasivos suele ser muy eficaz. También ayuda que algún familiar conecte con ellos desde intereses reales y cotidianos, sin interrogatorios ni juicios. Cuando el adolescente siente que no está siendo evaluado, la interacción aparece con mayor espontaneidad.
¿Es la intensidad emocional propia de los adolescentes mayor en esta época del año? ¿Cómo la manifiestan?
En muchos adolescentes la intensidad emocional se hace más visible durante las vacaciones, no tanto por el descanso o la falta de él, sino por el cambio en el ritmo diario y la pérdida de estructura. Durante el curso, la rutina escolar, las actividades y las obligaciones organizan el día y, en cierto modo, ayudan a contener y regular lo que sienten. En Navidad, al desaparecer ese marco, hay más tiempo para pensar, sentir y compararse, y las emociones emergen con más fuerza.
Además, es una época con una carga simbólica importante: encuentros familiares, expectativas sociales y una idea colectiva de cómo “deberían” vivirse estas fechas. Los adolescentes son especialmente sensibles a la pertenencia, al reconocimiento y a la forma en que se sienten dentro de sus vínculos. Todo ello puede manifestarse en cambios de humor más evidentes, mayor susceptibilidad ante comentarios familiares, silencios prolongados o necesidad de aislarse en determinados momentos. En la mayoría de los casos no es un signo de malestar profundo, sino una forma de procesar internamente una etapa emocionalmente intensa.
Para algunos adolescentes, aislarse o refugiarse en el móvil es una manera de autorregularse y reducir la intensidad emocional.
Si es la primera vez que van a acudir con amigos a una fiesta de Nochevieja, ¿qué deben decirle antes sus padres? ¿Debe haber algún tipo de negociación en cuanto a horarios, dónde van a estar o algún otro aspecto?
Es fundamental que exista conversación previa y negociación. La primera Nochevieja con amigos suele vivirse como un hito importante, tanto para los adolescentes como para las familias. Hablar con antelación de horarios, dónde estarán, con quién y cómo volverán transmite interés y cuidado, no desconfianza. También es importante abordar temas como el consumo de alcohol desde la información y la responsabilidad, evitando discursos alarmistas que suelen generar rechazo.
Los estudios sobre parentalidad en la adolescencia coinciden en que los estilos educativos basados en la comunicación clara y la supervisión dialogada se asocian a conductas más responsables. En la práctica, funciona mejor un mensaje del tipo: “Confío en ti y quiero que estés seguro”, acompañado de acuerdos concretos y realistas. Cuando el adolescente se siente escuchado, es más probable que respete los límites pactados.
En Navidades, al haber vacaciones, los adolescentes tienen más tiempo libre y suelen utilizar más las pantallas; ¿hay que ponerles algún límite al respecto?
Sí, conviene poner límites, pero con un enfoque realista y negociado. En vacaciones aumenta el tiempo libre y las pantallas se convierten en una vía de ocio, descanso y, sobre todo, de conexión social. Por eso, más que prohibir, suele funcionar mejor acordar unas reglas claras que protejan lo esencial: el sueño, la convivencia y el equilibrio con otras actividades.
Una estrategia útil es pactar momentos sin pantallas (por ejemplo, en comidas y cenas, y durante la última media hora antes de dormir) y dejar cierto margen para que el adolescente gestione parte de su tiempo. También ayuda diferenciar entre uso activo y social (hablar con amigos, crear contenido, jugar con otros) y uso pasivo o de escape (scroll infinito cuando está aburrido, ansioso o triste). Cuando las pantallas se usan principalmente para desconectar de un malestar, suele aumentar el riesgo de irritabilidad y de aislamiento.
En la práctica, muchas familias encuentran un buen punto medio con acuerdos del tipo: “pantallas después de responsabilidades básicas”, “mínimo una actividad fuera de pantallas al día” (salir a caminar, deporte, cocinar, ver una película juntos) y “si se alarga el uso, se compensa al día siguiente”. Lo importante es que el límite no se viva como castigo, sino como una forma de cuidar rutinas, estado de ánimo y convivencia.
¿Cómo les pueden afectar las expectativas sociales, especialmente si no se cumplen? Por ejemplo, si creen que van a salir mucho con sus amigos y luego apenas lo hacen
Las expectativas sociales tienen un peso importante en la adolescencia, y en Navidad se intensifican. Muchos adolescentes imaginan unas fiestas llenas de planes, encuentros y momentos memorables. Cuando esa expectativa no se cumple, porque los amigos no quedan tanto, porque no les permitimos ir, porque los planes se cancelan o simplemente no ocurre lo esperado, puede aparecer una sensación de fracaso personal o de exclusión.
En esta etapa, el pensamiento tiende a ser más dicotómico: o todo va bien o todo va mal. Por eso, una decepción puntual puede vivirse como “no le importo a nadie” o “me estoy perdiendo algo”. En la vida diaria esto se observa en comentarios de tristeza, enfado o desánimo tras ver que otros parecen tener más planes. Acompañar estas emociones implica ayudarles a relativizar y a entender que no cumplir una expectativa no define su valor personal ni sus relaciones.
¿Les influyen las redes sociales a la hora de compararse con los planes o el tipo de vida que sus compañeros tienen en Navidad? ¿De qué manera?
Sí, y especialmente en estas fechas. Las redes sociales refuerzan una imagen muy idealizada de la Navidad: viajes, fiestas constantes, grupos numerosos y felicidad permanente. Numerosos estudios han señalado que la comparación social en redes, sobre todo cuando se percibe que otros lo están pasando mejor, se asocia a peor estado de ánimo y a una autoevaluación más negativa, especialmente en adolescentes.
En la práctica, muchos jóvenes comparan su realidad cotidiana con una versión muy filtrada de la vida de los demás. Esto puede generar la sensación de quedarse atrás o de no estar viviendo “lo suficiente”. Ayudarles pasa por fomentar una mirada crítica hacia lo que se consume en redes y recordarles que lo que se muestra es solo una pequeña parte, cuidadosamente seleccionada, de la realidad.
Cuando el adolescente se siente escuchado, es más probable que respete los límites pactados.
¿Cómo ayudarles si se sienten tristes por esos motivos?
El primer paso es validar su emoción. Escuchar sin minimizar, sin corregir inmediatamente y sin intentar “arreglarlo rápido” suele ser mucho más efectivo que dar consejos. Frases como “entiendo que te sientas así” o “tiene sentido que te haya afectado” ayudan a que el adolescente se sienta acompañado y no juzgado.
También es útil ayudarles a poner contexto a lo que ven en redes y a recuperar sensación de control mediante pequeñas acciones: proponer un plan alternativo, cambiar de ambiente, salir a caminar o simplemente descansar. Cuando la tristeza se prolonga en el tiempo, se intensifica o interfiere claramente en su funcionamiento diario, es importante buscar orientación profesional. En muchos casos, sentirse escuchados y comprendidos ya tiene un efecto profundamente reparador.





