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Irene López, psicóloga: "Premiar las notas con cosas materiales puede hacer que los niños estudien solo por la recompensa"


¿Se debe premiar a un hijo cuando sus calificaciones escolares son buenas? ¿Cómo debería ser esa recompensa? ¿Es bueno en todos los casos? Una experta aclara todos estos conceptos y las diferencias que puede haber según la situación de cada hijo.


Irene López, psicóloga© Anda Conmigo
23 de octubre de 2025 - 18:09 CEST

Cuando un hijo se ha esforzado con los estudios o cuando ha sacado buenas calificaciones, en muchas familias se le ofrece un premio. ¿Hasta qué punto es adecuada esta costumbre y cómo impacta en el modo en que él asume esa responsabilidad del estudio?

Hablamos con Irene López, psicóloga y directora del centro anda CONMIGO, de Boadilla del Monte (Madrid), para que nos aclare en qué contexto estas recompensas son aconsejables y cuándo no es así.

Un paseo especial, una cena elegida por el niño, una actividad compartida o un gesto de reconocimiento público, como felicitarle delante de la familia, pueden tener un impacto más positivo que cualquier regalo tangible

Irene López, psicóloga

¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de premiar a un niño por las notas?

Premiar a un niño por las calificaciones puede tener algunos efectos positivos si se utiliza de manera puntual y equilibrada. El refuerzo externo puede actuar como un estímulo inicial para fomentar la motivación, especialmente en niños que están atravesando un momento de desánimo o que todavía no han desarrollado una motivación interna sólida hacia el estudio. En estos casos, recibir un reconocimiento puede transmitir la sensación de que su esfuerzo ha sido visto y valorado, algo que todos los niños necesitan. 

Sin embargo, cuando los premios se convierten en el centro del aprendizaje, el mensaje cambia por completo. El niño puede empezar a estudiar únicamente para obtener una recompensa y no por el interés de aprender o por la satisfacción personal que produce superarse. Desde la psicología infantil y juvenil sabemos que este tipo de motivación, llamada extrínseca, tiende a ser menos estable y más vulnerable al fracaso. Cuando el premio desaparece o no llega, el esfuerzo también se diluye.

Además, existe un riesgo emocional importante: el de asociar el propio valor personal con el resultado académico. Si las buenas notas son lo único que se celebra, el niño puede interiorizar que solo merece reconocimiento cuando tiene éxito, lo que afecta directamente a su autoestima y a su tolerancia a la frustración. Por eso, los premios pueden ser útiles si se entienden como un gesto de apoyo dentro de un acompañamiento afectivo, pero no deben ser el motor principal del aprendizaje.

Padres dan a su hija un regalo© Getty Images

En el caso de que se quiera premiar al niño por las buenas calificaciones, ¿qué tipo de premio debería ser?

Si se decide ofrecer un premio, es fundamental que tenga un valor emocional o simbólico, no material. El objetivo debe ser reforzar el vínculo, no fomentar la dependencia de recompensas externas. Un paseo especial, una cena elegida por el niño, una actividad compartida o un gesto de reconocimiento público, como felicitarle delante de la familia, pueden tener un impacto más positivo que cualquier regalo tangible.

Este tipo de premios favorecen la conexión afectiva y refuerzan la idea de que los logros se celebran juntos. Además, es importante acompañar el reconocimiento con palabras que destaquen el esfuerzo y las estrategias utilizadas para conseguirlo: “Has sido muy constante”, “se nota cuánto te has esforzado”, supiste organizarte mejor que antes”. Este tipo de feedback es lo que realmente fortalece la motivación interna y la percepción de autoeficacia, es decir, la confianza del niño en su capacidad para lograr objetivos por sí mismo.

Por el contrario, los regalos materiales frecuentes (dinero, juguetes, pantallas) corren el riesgo de convertir el estudio en una transacción. El aprendizaje debe conservar su valor propio y emocional: aprender porque genera curiosidad, porque produce satisfacción o porque representa un logro personal.

Padres paseando por el campo con su hija© Adobe Stock

Si los padres deciden no premiar con algo material, pero el niño les dice que ha hecho mucho esfuerzo y que a sus amigos sí les dan premios, ¿cuál debe ser el argumento de los padres para que entienda la postura por la que han optado?

Es una situación muy habitual, y puede ser una gran oportunidad para educar en valores y en la comprensión de las diferencias familiares. En estos casos, los padres pueden explicarle al niño, con calma y empatía, que en su familia se da más importancia al esfuerzo, al compromiso y a la satisfacción de haber hecho un buen trabajo que a los premios materiales. Lo ideal es hacerlo desde la comprensión, sin invalidar el deseo del niño ni compararse con otras familias.

Un mensaje posible podría ser: “Entendemos que te gustaría recibir un regalo, pero nosotros creemos que lo más valioso es que tú mismo te sientas orgulloso de lo que has conseguido. Lo que queremos es que aprendas a disfrutar de tus logros y a sentirte bien por todo el esfuerzo que has puesto”. Este tipo de comunicación ayuda al niño a entender que su esfuerzo sí es reconocido, pero desde un lugar más profundo y formativo.

También es importante evitar entrar en comparaciones. Cada familia tiene su forma de acompañar, y los niños deben aprender que no todos los hogares funcionan igual. Lo que marca la diferencia es la coherencia: cuando los padres se mantienen firmes en su postura y la acompañan de afecto y presencia, el niño termina comprendiendo que su valor no depende de recibir algo a cambio.

Alumna triste en clase© Getty Images

Si se premia a un hijo por las notas, ¿se debe premiar al resto de hijos cuando sacan buenas notas o puede ser un premio que solo se dé a uno por sus circunstancias personales?

No es necesario ni recomendable aplicar los premios de manera idéntica entre los hermanos; lo importante es que las decisiones sean justas y coherentes con las circunstancias individuales de cada niño. No todos parten del mismo punto, ni enfrentan las mismas dificultades. Por ejemplo, un hijo puede estar realizando un esfuerzo extraordinario para superar una dificultad de aprendizaje o para recuperar su motivación, mientras que otro mantiene buenos resultados sin dificultad aparente. En esos casos, un reconocimiento diferenciado no es injusto: es sensible a las necesidades y al contexto de cada uno.

Eso sí, es fundamental que exista una comunicación abierta y transparente. Los padres pueden explicar que cada logro se valora en función del proceso personal, y que no se trata de premiar “más” o “menos”, sino de reconocer el camino recorrido. Este tipo de diálogo previene sentimientos de comparación o rivalidad entre hermanos, y transmite el mensaje de que el verdadero valor está en el esfuerzo individual.

El objetivo no es crear competencia, sino promover una cultura familiar donde todos se sientan vistos y reconocidos en su propio recorrido. En definitiva, más importante que igualar los premios es igualar la atención, la escucha y el afecto que se ofrece a cada hijo.

Familia feliz© Getty Images

Si saca malas notas, ¿son recomendables los 'castigos'? 

El castigo entendido como sanción o pérdida de afecto nunca es recomendable. Desde la psicología infantojuvenil sabemos que los castigos punitivos, como prohibir actividades significativas, retirar muestras de cariño o recurrir a la humillación, pueden generar miedo, frustración y rechazo hacia el aprendizaje. En lugar de fomentar la responsabilidad, este tipo de estrategias suelen bloquear la motivación, aumentar la tensión emocional y debilitar el vínculo de confianza entre padres e hijos, que es precisamente el motor principal del cambio y del desarrollo saludable.

La alternativa más eficaz es aplicar consecuencias educativas, que no buscan castigar, sino ayudar al niño a reflexionar sobre lo ocurrido, asumir su parte de responsabilidad y reparar, en la medida de lo posible, aquello que ha fallado. Por ejemplo, si ha suspendido porque no se organizó bien, puede participar en la elaboración de un nuevo plan de estudio, revisar sus hábitos o comprometerse a dedicar un tiempo diario al repaso. En este enfoque, el adulto acompaña desde la guía, no desde la imposición. Se trata de enseñar habilidades, no de imponer miedo.

Además, es fundamental analizar las causas subyacentes de las malas notas. No siempre un suspenso refleja desinterés o falta de esfuerzo; a menudo intervienen factores como dificultades atencionales, problemas de comprensión lectora, inseguridad ante los exámenes o una autoestima frágil. Comprender el origen permite ajustar la respuesta educativa y ofrecer el apoyo que realmente necesita el niño.

El mensaje más valioso que pueden transmitir los padres es: “Vamos a entender juntos qué ha pasado y cómo puedes hacerlo mejor la próxima vez”. De este modo, el error se convierte en una oportunidad de aprendizaje, y el niño descubre que no se le juzga por fallar, sino que se le acompaña para mejorar. Este enfoque fortalece la autonomía, la autoconfianza y la percepción de que el esfuerzo siempre tiene un sentido, incluso cuando los resultados no son los esperados.

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