Los niños y los adolescentes lo pasan verdaderamente mal cuando se enfadan con un amigo y, si bien estas peleas o enfados son completamente normales, es necesario que los padres y otros adultos de referencia les brinden el apoyo que necesitan. La psicóloga infantil Anna Guijarro, miembro de Doctoralia, aclara cómo ha de ser ese apoyo e indica cómo proporcionar a nuestros hijos las herramientas necesarias para aprender a poner límites a otros compañeros y para defenderse de burlas y otras situaciones complejas.
Que los niños se enfaden entre ellos es normal, pero casi siempre implica que lo pasen mal; ¿cómo ayudarles en estos casos?
Exacto, el enfado es una reacción común en la infancia, ya que todavía no han desarrollado otras habilidades como la comunicación asertiva. El papel de los padres o tutores legales es fundamental en estos casos.
Desde la primera infancia es importante ayudar a los más pequeños a gestionar los conflictos con sus compañeros. Desde el hogar, las personas adultas actúan como modelos para sus hijos, y estos aprenden por observación e imitación. Por lo tanto, es primordial la forma en que los adultos gestionamos los conflictos en casa, ya que esto sirve de aprendizaje para ellos.
Es primordial la forma en que los adultos gestionamos los conflictos en casa, ya que esto sirve de aprendizaje para ellos.
Por otro lado, se les deben proporcionar estrategias, como poner palabras a lo que sienten (“veo que estás enfadado/a, y es normal”), validar sus emociones, escuchar sus propuestas (“¿qué te haría sentir mejor?”) y enseñarles a expresarse de forma asertiva y a poner límites. A medida que aprenden a identificar y poner nombre a sus emociones, los niños adquieren recursos para resolver conflictos de manera más autónoma y saludable.
Si ya son más mayores y el enfado cobra más peso, ¿qué podemos hacer en casa para ayudarlo?
En la etapa escolar o la famosa preadolescencia, los enfados suelen ser más complejos, ya que pueden implicar temas de mayor sensibilidad: críticas sobre el aspecto físico, comentarios despectivos o exposición de intimidades. En estas situaciones no solo aparece el enfado, sino también nuevos sentimientos como la traición, la desconfianza o la culpa.
En primer lugar, es fundamental crear y mantener un vínculo de confianza con nuestros hijos e hijas para que sean capaces de explicar lo que les ocurre, tanto si se sienten responsables como si se sienten víctimas del conflicto. Se les debe proporcionar un espacio seguro de comunicación y tratar el tema con delicadeza. Aunque para los adultos pueda parecer algo menor, para ellos puede tener un gran impacto emocional. Es importante que el hogar sea un lugar donde se validen sus emociones y se sientan seguros.
Además, conviene detectar qué conductas no han sido adecuadas para poder acompañarlos en su modificación, y reforzar aquellas conductas positivas que a veces pasan desapercibidas, como pedir perdón o mantener la calma.
Cuando los niños lo pasan mal porque sus amigos no los tratan de manera adecuada o les hacen burla, ¿cómo gestionar la situación como adultos? ¿Cuándo ir al colegio?
En estos casos el papel de los adultos es fundamental, y no solo el de los padres, sino también el de los tutores escolares. Desde el primer momento en que se detecte un signo de burla o malos tratos, es primordial pedir una reunión con el equipo educativo del centro escolar para poder eliminar el problema de raíz. Pensar que son “cosas de niños” o “cosas de la edad” muchas veces agrava la situación.
Es importante que desde casa se enseñe a los niños a entender qué conductas son normales y cuáles no lo son. Por ejemplo, si te enfadas con un compañero, puede ser que este te diga algo negativo en el momento del enfado, pero eso no es lo mismo que recibir comentarios casi diarios o provenientes de alguien con quien no tienes relación.
También es importante enseñarles a poner límites con sus iguales, a saber decir qué les gusta y qué no, y a atreverse a decir que no. La intervención temprana es clave para evitar que estos conflictos deriven en problemas más serios de convivencia o autoestima.
¿Cómo darnos cuenta de que un niño que no es especialmente tímido puede tener dificultades a la hora de relacionarse?
Muchas veces se confunde la timidez con las dificultades de relación social. Es probable que detectes que tu hijo no sea el típico niño que lleve la voz cantante o que, cuando hay un grupo de niños jugando, prefiera estar solo columpiándose. Y eso no está mal, ni significa necesariamente que tenga dificultades sociales, ya que existen diversos tipos de temperamento.
En cambio, si tu hijo en ningún contexto ha sido capaz de socializar con ningún igual, lo cual le interfiere en su día a día en la escuela, el ocio o las actividades extraescolares, quizás sería recomendable consultar con un profesional para valorar si necesita apoyo en el desarrollo de sus habilidades sociales.
¿Cómo ayudar a un niño que habitualmente se siente excluido de su grupo de iguales y cómo hacerlo en función de la edad?
Cuando un menor se siente excluido de su grupo de iguales, suele vivirlo con gran intensidad. La sensación de no pertenecer a un grupo puede impactar en su bienestar emocional, su autoconcepto y su autoestima. Este sentimiento puede generar inseguridad y afectar la forma en que se perciben a sí mismos y a los demás.
En la infancia más pequeña, hay que acompañarlos desde la comprensión y validación emocional. Tal y como hemos explicado antes, conviene ayudarles a poner palabras a cómo se sienten y ofrecerles espacios donde puedan crear vínculos con otros iguales: actividades extraescolares o entornos donde compartan gustos o intereses.
Es importante que desde casa se enseñe a los niños a entender qué conductas son normales y cuáles no lo son.
En la niñez intermedia o preadolescencia, se deben empezar a trabajar las habilidades sociales: cómo acercarse a un grupo, cómo iniciar una conversación, cómo mantener una relación de amistad sana… y también aprender a gestionar la culpa y los límites hacia los demás.
En la adolescencia, especialmente, cobra aún más importancia el sentirse parte de un grupo. Hay que intentar escuchar, validar y animarlos a relacionarse con personas de intereses similares, pero sin invadir su espacio ni su privacidad. En estos casos, podría ser recomendable buscar apoyo profesional para reforzar aspectos como la autoestima y las habilidades sociales.
¿Qué importancia tiene la comunicación asertiva a la hora de que los niños aprendan a gestionar conflictos de mayor o menor envergadura con sus amigos?
La comunicación asertiva es una herramienta que se debe empezar a enseñar desde la primera infancia. Les permite identificar y expresar lo que sienten, piensan y necesitan sin necesidad de dañar al otro ni ser dañados por los demás.
Hay que enseñar a poner límites, pero sin necesidad de herir al otro. Si nuestra hija tiene un conflicto con su compañera de clase, es primordial enseñarle que puede expresar cómo se siente sin hacer daño; por ejemplo: “No me ha gustado lo que me has hecho, porque me ha hecho sentir mal”. De este modo aprenden que pueden defender sus derechos y emociones sin recurrir a la agresividad.
¿Cómo enseñar a los niños comunicación asertiva?
Principalmente, hay que enseñarles qué es el lenguaje asertivo proporcionándoles herramientas lingüísticas concretas, como “prefiero que…”, “no me gusta cuando…”, además de ofrecer estrategias como mirar a los ojos a la persona con la que hablamos, usar un tono tranquilo y emplear palabras respetuosas.
Fomentar la empatía también es importante, mediante el uso de situaciones cotidianas (“¿Cómo crees que se siente tu amigo ahora que le has dicho esto?”) o mediante cuentos o películas (“¿Cómo crees que podría sentirse mejor este personaje?”). De la misma manera, también es importante trabajar el reconocimiento de las emociones (tanto en uno mismo como en los demás), lo cual se puede hacer mediante cuentos como El monstruo de colores, de Anna Llenas.
¿Cómo ayudar a los niños a desarrollar habilidades sociales?
Las habilidades sociales se desarrollan con la práctica y también mediante el modelaje. Es importante trabajar desde la primera infancia habilidades como compartir, pedir ayuda, resolver desacuerdos o esperar turnos. Para fomentarlas, se pueden crear espacios de interacción donde el menor pueda experimentar diversos roles (liderar, colaborar, escuchar…) y reforzar esos pequeños avances.
Otra estrategia útil podría ser ayudarles a identificar y leer las emociones de los demás: cómo se siente un compañero, qué puede estar necesitando o cómo influyen nuestros comportamientos en los demás. Estas experiencias no solo fortalecen sus habilidades sociales, sino también su empatía y capacidad de convivencia.
Y, tal y como hemos dicho antes, si se observan dificultades persistentes como aislamiento social, rechazo o conflictos frecuentes, puede ser conveniente una intervención más profesional.
¿Y a un adolescente?
En la adolescencia, el sentimiento de pertenecer a un grupo y las relaciones sociales adquieren un peso mayor que en la infancia. Los adolescentes están en constante proceso de cambio, tanto hormonal como emocional, y viven todo con más intensidad. Por ello, es primordial trabajar el autoconcepto y la identidad personal, ya que esto va acompañado de aprender a poner límites, defender sus valores y elegir amistades que les aporten seguridad y bienestar.
Además, es fundamental mantener la comunicación abierta, evitando la sobreprotección, los juicios o los “sermones”. Debemos escuchar más que hablar y orientar sin imponer, de manera que sientan que confiamos en ellos incluso si se equivocan o cometen errores. El acompañamiento respetuoso y la confianza en nuestros hijos e hijas son los pilares esenciales para su desarrollo emocional y social.