Sufrir maltrato o acoso escolar es una de las situaciones más graves a las que se enfrentan muchos niños y adolescentes en España: uno de cada cinco menores lo padece. “Si eso se extrapola a la población escolar, son un millón y medio de niños los que lo sufren”, advierte Enrique Pérez-Carrillo, presidente de la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (AEPAE).
Esos niños, esas víctimas, soportan importantes problemas emocionales que arrastrarán a lo largo de toda su vida si no se les ayuda a tiempo. Pérez-Carrillo subraya que no solo se encuentran en AEPAE con cada vez más niños tratados en Salud Mental y medicados, sino que cada vez hay más que incluso han tenido que ser ingresados en unidades especializadas. ¿Qué medidas hay que tomar para prevenir el acoso escolar y para, una vez detectado, atajarlo lo antes posible?
El sufrir un maltrato de esa manera, reiterado, que anula la persona, lo que provoca son problemas cognitivos y cerebrales para siempre si no se trata de la manera adecuada
Ninguna medida es infalible para evitar el 'bullying', pero ¿cuáles pueden ser las consecuencias de no hacerlo, de que el centro escolar no implemente ninguna medida contra el acoso escolar?
Bueno, desde AEPAE pensamos que sí tenemos medidas eficientes. Infalible no hay nada, pero sí eficientes. Un plan eficiente debe intervenir tanto con el alumnado como con las familias, como con el profesorado, y debe medir la incidencia en la pre-intervención y en la post-intervención para poder medir el impacto de forma científica. Sobre todo, para que se puedan detectar, en el pretest, si ya hay niños que lo sufren y necesitan de una intervención inmediata.
Digo “inmediata” porque a veces no se entiende que cualquier proceso de acoso escolar es sumatorio y es incremental, o sea, va siempre a más y, en cualquier momento del proceso, un suceso de especial intensidad incrementa el daño es imprevisible.
En caso de no aplicar un plan de prevención eficiente, operativo y que se puedan medir en cuanto a impacto, las consecuencias pueden ser gravísimas. Hoy mismo nos ha llegado un correo, de los muchos que nos llegan, de un chico de 29 años que sufrió acoso escolar en su infancia y tiene graves problemas para seguir con su vida. Y no es el primer correo que nos llega de ese tipo porque, en el proceso de crecimiento cognitivo del cerebro, el sufrir un maltrato de esa manera, reiterado, que anula la persona, que lo hace sentirse vulnerable, sentirse destrozado, sentirse sin confianza ni autoestima, lo que provoca son problemas cognitivos y cerebrales en las emociones de ese niño para siempre si no se trata de la manera adecuada.
Estamos hablando no ya del daño inmediato que el niño sufre y pasa por un infierno, sino del daño a posteriori. Estamos hablando de un problema que hoy día no se aborda con las herramientas adecuadas, que se niega, que se minimiza, que se invisibiliza… y se produce un fenómeno que es bastante curioso, que es que da la sensación de que se hacen más cosas contra el acoso porque está muy visible hoy día en los medios de comunicación, en vídeos virales, campañas… Sin embargo, no se aborda como se debe y se desconoce su verdadera naturaleza, que es algo muy grave.
¿Que habría que saber para poder abordarlo correctamente?
Lo primero, en cuanto se detecta un caso de uso escolar, es entender que ese niño lo lleva sufriendo mucho tiempo porque las señales de alerta, las somatizaciones, surgen cuando ya ha sufrido este maltrato en ocasiones reiteradas, que es cuando ese niño ya empieza con la expectativa, empieza a anticipar lo que le va a ocurrir de nuevo y ya entra en un proceso de ansiedad continua, en estado de alerta. Y se cronifica, que es lo que ocurre cuando no se interviene, cuando se hace muy tarde, cuando cuando el protocolo no se abre o, si se abre, se abre tarde y el propio protocolo es una trampa más para proteger al centro educativo más que al niño al ser tan lento, tan burocrático.
Pues eso es lo que hoy día pasa, que no se entiende que es un problema, que hay que hacer una buena prevención, que hay que hacer una buena detección temprana y una intervención inmediata, porque el tiempo es oro, y eso es lo que no se quiere entender.
¿Qué ocurre cuando se dan estos casos gravísimos? Claro, al final nadie se hace responsable de eso: “el colegio hizo lo que pudo”, que “no sabía lo que ocurría”, “que estuvo vigilante”, “que abrió el protocolo”… Generalmente los colegios suelen abrir el protocolo cuando la familia denuncia y ya entra en un proceso, digamos, más grave; es cuando lo abre para justificar que lo han abierto. Es como una pescadilla que se muerde la cola, que no se quiera abordar. En 20 años que llevamos ya como asociación, estamos denunciando continuamente, pero se sigue sin abordar de forma evidente, pensando que los niños lo siguen sufriendo de una forma muy gráfica.
Algo que es muy curioso es que, cuando se habla de casos en cuanto a cifras oficiales, a veces se habla de unas pocas decenas. Pero, si se hace la media de los estudios de incidencia en los últimos cinco años (el último, de la Fundación Colacao, que dice que uno de cada cinco niños lo sufre), si eso se extrapola a la población escolar, son un millón y medio de niños los que lo sufren. ¡Esos son los datos! Y eso es un caldo de cultivo, como decía, para sufrimiento, para adultos que arrastran ese problema... En fin, que es una situación bastante lamentable lo que estamos viendo.
Aunque tarden en abrir oficialmente el protocolo, ¿hay apoyo previo al niño por parte de los colegios para intentar frenar el acoso escolar?
Eso tampoco se hace en la gran mayoría de ocasiones. Tampoco quiero hablar mal de todos los colegios, pero nuestra experiencia es que el colegio que hace lo correcto es la excepción. Cuando hemos intervenido en más de mil colegios, sí hemos encontrado alguno que hace lo que debe, pero eso es rarísimo, es la excepción de la regla.
Claro, hay también un problema de apoyo, como tú decías. Cuando cuando una familia denuncia ese maltrato, el colegio sigue los cauces que hay que seguir, que es hacer una cronología de los hechos, escribirla para que se perciba ese maltrato no es puntual, sino que es reiterado y, mientras el colegio hace lo que debe o bien dice que estarán vigilantes, ese maltrato sigue ocurriendo.
El cambio de colegio a una víctima de acoso escolar es una revictimización a ese niño porque puede llegar a sentir que él es el problema
Ese niño ya entra en un proceso de ansiedad, de estado continuo de alerta, y eso ya empieza a minar la confianza, la autoestima y hay una serie de cambios en su comportamiento normal. Desde ahí, cuando un padre o una madre siguen viendo que su hijo o su hija está mal, buscan ayuda por medio de un psicólogo o van al pediatra. Y desde ahí, desde Atención Primaria, intentan que el sistema les proporcione un psicólogo. Bueno, pues eso no ocurre.
En la mayoría de los casos no hay psicólogos o, si los hay, se los dan para dentro de tres meses y con frecuencia mensual. Eso es desconocer la situación de un niño que ya está en esa situación, que necesita urgentemente un apoyo terapéutico. Bueno, pues el padre o madre lo que hace es que busca atención por lo privado, si se lo puede permitir y si lo tiene cerca de su domicilio. Porque un niño en un pueblo en una aldea en Galicia, obviamente, no va a tener psicólogo. Entonces, el niño o niña se siente puramente indefenso porque sigue siendo maltratado y, además, el propio sistema lo obliga a ir a clase hasta 4.º de la ESO, que, uno, no lo protege y, dos, cuando ocurre el maltrato no le proporciona esa contra la policía. Pues eso es lo que está ocurriendo.
Comentabas al principio que consideráis en la asociación que sí hay medidas eficaces contra el 'bullying'. ¿Cuáles son esas medidas?
A veces lo más importante es entender que el centro educativo no puede ser juez y parte del proceso. O sea, cualquier intervención que se haga en prevención de acoso escolar debe ser externa al centro escolar. ¿Por qué? Porque va a ser objetiva, porque va a ser rápida, porque va a ser realizada por personal especializado y no por profesores que están hasta arriba en su propio currículo y, luego, esa figura nueva que salido del coordinador de Bienestar, que normalmente suele ser un profesor del propio centro, que no tiene ni el tiempo ni, incluso, el conocimiento porque le dan una formación online muy básica… pues al final son medidas cosméticas que no arreglan ningún problema.
El plan nuestro, el Plan Nacional, es un plan que sí funciona porque es medible. Se hace un pretest y un postest, y se hace una formación integral en la vía de la prevención, primero, y en la vía de la intervención también, o sea qué niños ya lo están sufriendo, a los que incluso se les imparte un taller específico sobre ellos.
Nuestro plan nacional, con el pre-test y el postest, disminuye en un 60% la incidencia general, y un 94%, en víctimas severas. Eso, testado con un pre-test y un postest que son herramientas psicométricas, científicas y precisas. No es infalible ningún plan, por supuesto, pero un plan que hace esa reducción de incidencia es un plan que funciona. Nos están llamando desde México, desde Colombia, desde Venezuela… y en España no nos dan el apoyo que la sociedad necesita. Sin ningún tipo de apoyo público, estamos haciendo el triple de cosas que cualquier fundación.
Por ejemplo, AEPAE ha sacado este año la Psicored, que es un equipo de psicólogos especialistas en acoso escolar y, además,algunos están especializados en TEA (trastorno del espectro autista), otros en suicidio, etc. Tenemos esta unidad, esta psico-red para poder dar apoyo a la familia, incluso también para personas adultas, porque nos llegan continuamente correos de adultos diciéndonos que su vida es un infierno y que no encuentran ninguna solución ni especialistas para ello. Por eso, intentamos, dentro de lo posible, dar las soluciones que el propio sistema no da ni muestra.
Con este panorama, cuando unos padres sospechan o incluso ya tienen la certeza de que su hijo es víctima, ¿qué pueden hacer? ¿Por dónde empiezan?
Lo más importante es que se sienten con su hijo, con su hija, que les cuenten de forma detallada qué le ocurre, quién o quiénes se lo hace, en qué lugares del colegio, si se lo han comunicado o no al profesor, desde cuándo ocurre… Y eso que lo escriban de forma cronológica y que lo lleven al colegio, a Secretaría, para que haya constancia administrativa de que se ha comunicado al centro.
Aunque sea pesado decirlo, hay que entender que, cuando ya se les alerta, ya lleva ocurriendo eso mucho tiempo. Porque esa somatización, esas señales, se dan cuando el maltrato ya ha pasado muchas veces. Con lo cual el tiempo es oro.
¿Cuáles son esas señales? ¿Cómo darnos cuenta de que algo le ocurre a nuestro hijo y él o ella, por miedo o vergüenza, no dice nada en casa?
La señal más importante es cualquier cambio en el comportamiento normal del niño. El padre o madre es quien mejor conoce a su hijo, así que, cuando vea un cambio en el comportamiento. Por ejemplo, si un niño es muy disruptivo, muy dinámico, muy activo y, de pronto, se vuelve triste, se vuelve huraño, se encierra en su cuarto, no comunica nada… Eso ya es un cambio. O, al revés, también si es un niño más introvertido, pero se vuelve un poco disruptivo, un poco agresivo, es que algo ocurre.
Ese sería el primer cambio importante. Desde ahí, tenemos un montón de cambios: cuando un niño somatiza, tiene dolor de tripa, dolores de cabeza, anticipando el próximo suceso de maltrato, tiene insomnio, pesadillas e, incluso, ataques de ira en casa (cuando llega a su espacio seguro, explota por todo lo que ocurre en el colegio) y el que disminuya el rendimiento académico, por supuesto.
Y ya en la fase de rendición, cuando el niño ya percibe que no hay salida, entramos en estrés postraumático, en autolesiones e ideación suicida.
Hay dos fases que tenemos muy estudiadas en el proceso del acoso: una es la expectativa, la somatización, cuando se produce ese ‘click’ en el cerebro del niño que anticipa qué le va a ocurrir mañana y pasado y el otro, y entra en un proceso de indefensión aprendida, el niño está aprendiendo a sentirse indefenso. Y la segunda etapa, como decía, es la de rendición: cuando ese proceso lleva mucho tiempo, el niño lo normaliza, cree incluso que se lo merece y ya se rinde. O sea, ya le da igual, ya lo acepta todo y ya entra en autolesiones porque no puede más. La frustración que tiene, la ira, el estrés postraumático… esa sintomatología ya se cronifica en el día a día y ya lo último es cuando el niño piensa que la única salida es el suicidio. Ese es el proceso que ocurre en cualquier caso y lo tenemos muy estudiado y muy documentado.
Muchas familias cambian a su hijo de centro con la idea de liberarlo del acoso, pero es muy habitual que el bullying se dé en los nuevos centros escolares, que los niños sean de nuevo víctimas. ¿Por qué ocurre esto?
El padre o madre que cambia a su hijo del colegio no lo hace por gusto. Lo hace cuando ya ha intentado muchas cosas: ha intentado hablar con el colegio, pero el colegio no ha hecho nada; incluso ha hablado con Inspección Educativa y tampoco ha pasado nada... Ha intentado 50 cosas, pero se encuentra con barreras académicas, barreras administrativas… De forma que el cambio es una revictimización a ese niño porque puede llegar a sentir que él es el problema: él es el que deja su colegio, sus amistades, e incluso la familia se tiene que cambiar de domicilio para estar cerca del otro colegio. Hay familias que nos dicen que hasta el padre o madre cambia de trabajo para poder estar cerca del colegio del hijo.
Cuando ese proceso de maltrato lleva mucho tiempo, el niño lo normaliza, cree incluso que se lo merece y se rinde; ya le da igual, ya lo acepta todo y ya entra en autolesiones porque no puede más.
Entonces, claro, el niño que se va a otro colegio, si no ha hecho alguna terapia, algún trabajo de recuperación de autoestima, va a otro colegio, pero su actitud pasiva o inhibida la demuestran en todo su ser. Por eso nosotros, en el Plan Nacional, hacemos prevención, pero intervención también, que es un curso específico en habilidades asertivas hacia esos niños para que su indefensión aprendida, o sea toda esa actitud pasiva de vida que demuestra en todo su ser (su posición corporal, cómo mira, la forma de hablar, el no proteger lo suyo…) todas las señales de ese proceso de maltrato, el cuerpo las muestra. Si no se hace una reestructuración de ese proceso para que ese niño salga de esa pasividad, de esa inhibición, desde esa actitud de miedo constante, de estado de alerta, pues si tiene la mala suerte de encontrarse con algún potencial maltratador, que hay en cualquier colegio, y que ya sabe que la violencia es rentable, pues obviamente va a ser el blanco, de nuevo, de ese otro victimario.
De ahí que sea imprescindible darle una serie de herramientas de asertividad corporal, verbal, protección personal, que es lo que hacemos nosotros con nuestro plan nacional, para que ese niño cuando vaya a otro colegio ya no vaya de esa manera, sino que ya se perciba, en su actitud, confianza, autoestima y asertividad.
¿Puede un niño que ha sufrido bullying ‘curar’ sus heridas emocionales?
Sí, si se actúa, en lo posible, con rapidez. Porque no es lo mismo un niño que ha sufrido un maltrato escolar durante un año, que el que lo ha sufrido cinco años, porque esa herida es más profunda, y también se puede trabajar; hemos tenido víctimas que sufrían acoso desde primaria y ya estaban en la ESO. Lo que sí es que es importante destacar es que hay una serie de condicionantes; normalmente hay un crecimiento postraumático, pues ese niño o esa niña tiene una herida emocional dentro; la ha curado, la ha sanado, pero sigue habiendo una cicatriz, obviamente.
Muchos niños y niñas resignifican; hacemos que resignifiquen lo que les ha ocurrido como algo que ha pasado, que está ahí, pero que lo vean como una dificultad ante la que ellos han dado un paso al frente. De hecho, decimos, incluso a las familias: un niño que ha sido víctima de acoso es importante entender que, cuando ya se interviene con él, ese niño no es víctima, es un superviviente. ¿Por qué? Porque la asunción del rol de víctima sobre un niño e incluso familias que, con su mejor intención, a ese niño le sobreprotegen de una forma absoluta, de alguna forma, ese rol de víctima se perpetúa.
El niño que es víctima que reciba todo el apoyo, todo el cariño, sí, pero tiene que entender que eso es ya parte del pasado, que él no es víctima, él es un superviviente; que ha pasado por un mal proceso, por un infierno muchas veces, pero darle las herramientas para que él siga avanzando desde el punto no de víctima, sino del de alguien que ya ha recuperado esa autoestima, esa confianza, que ha entendido que es valioso, que es valiente, que, aunque haya dificultades, él puede salir adelante.
Hemos hablado hasta ahora de la víctima, que es, lógicamente, en quien hay que centrar todo el esfuerzo, pero ¿qué ocurre con el agresor?, ¿qué hacer para que deje de acosar?
El niño que acosa a otro lo hace porque no se encuentra bien consigo mismo. También el niño que maltrata a otro necesita de apoyo y ayuda, y eso no quiere decir que no haya una consecuencia, que debe haberla, una sanción que sea reeducativa más punitiva, que sí debe haberla. Pero ese niño también necesita ayuda.
Cuando un niño maltrata a otro, lo sigue haciendo porque encuentra un beneficio (eso es una regla básica) y porque no se encuentra bien consigo mismo por lo que sea: por falta de autoestima, porque necesita sobreactuar o porque reproduzca la violencia que ve en casa o que ve redes sociales, etc. Ese niño también necesita de una reeducación, una acción en la que haya una sanción educativa con la que el niño aprenda empatía, con la que ese niño sea capaz de entender el daño que está haciendo, que tenga conciencia del daño.
El niño que acosa a otro lo hace porque no se encuentra bien consigo mismo
Todo ese proceso es algo necesario. De hecho, nuestro plan nacional también trabaja con el victimario. Tenemos incluso un taller específico para esos niños o niñas. En el taller se trabajan cinco cosas: confianza, colaboración, control de impulsos, la asertividad, la empatía, compasión y el compromiso de cambio. Nuestro plan también trabaja con el victimario y funciona.
Hemos impartido cursos, que es siempre mucho más complicado darlos porque la familia generalmente no reconoce que su hijo maltrata. Un padre o madre se pone de parte de su hijo si es víctima, obviamente, pero no siempre pasa al contrario. De hecho, la información de que su hijo acosa le llega a un padre o a una madre cuando los padres de la víctima denuncian. Normalmente, no se enteran de motu propio. Sí es cierto que es una es una pieza más del puzzle y que es imprescindible hacerla, pero es algo estructural.
Antes de todo, lo que es necesario es la prevención, la detección temprana, la intervención. Es el que se pueda medir la incidencia con una herramienta precisa, no con un sociograma; un sociograma da información de la situación del aula, de quién puede ser más popular y quién está más desplazado que otros. Sí, esa información puede servir par para prevenir o incluso confirmar, pero eso no mide la situación en absoluto: es necesaria una herramienta precisa.
AEPD tiene ya una y ahora está haciendo un test específico que va a salir ahora en septiembre u octubre. Tenemos ya un test básico en la web, que cualquier padre o madre puede hacer a su hijo in situ en cinco minutos; es un test de así rápido y es muy práctico, pero estamos haciendo ahora otro hotel mucho más amplio para poder incluso detectar la tipología del acoso, la victimización y muchas más cosas.
¿Cuál es la situación de acoso según vuestra experiencia?
Pues mira, AEPAE desarrolla todos los años un campamento de verano para víctimas de maltrato. Este año ha sido el noveno o el décimo año que lo hacemos y, a los niños que llegan a ese campamento, les hacemos una selección; elegimos los casos más graves porque tenemos plazas limitadas. Llegan niños con lesiones, que están de Salud Mental, en psiquiatría… Es un daño muy grave en los niños que lo sufren, que les condiciona su vida para ahora y para toda siempre si no hay un trabajo de asistencia.
De hecho, cada año nos llegan más niños y niñas que están en Salud Mental. Si hace seis o siete años llegaban niños dañados y, a lo mejor uno, medicado, ahora muchos más. Este último año ha sido el año más complicado para el equipo docente porque nos hemos encontrado con muchísimos problemas de niños están en Salud Mental y que han estado, incluso, ingresados.