El juego es una poderosa herramienta que la naturaleza ha brindado a los niños para adaptarse a la vida adulta, según nos indica Víctor Juan Ventosa, pedagogo social, Doctor en Filosofía y profesor universitario que lleva años investigando lo lúdico en ámbitos muy diversos y la conclusión es clara: el juego es necesario. Y lo es no solo en la infancia (etapa en la que es la piedra angular, junto con el vínculo seguro de los adultos de referencia del niño), sino también en la adolescencia y la juventud, dado que el cerebro no acaba de desarrollarse hasta, al menos, los primeros 25 años de vida de todo individuo.
¿De qué manera influye el juego en el desarrollo cerebral del niño? ¿Cómo debe ser el juego para que el cerebro desarrolle todo su potencial? Hemos hablado sobre ello con Víctor J. Ventosa, que acaba de publicar el libro La vida es juego. Cómo mejorar tus capacidades cognitivas a través del juego (Ed. Pirámide), y esto es lo que responde al respecto:
El juego simbólico es al desarrollo cerebral, lo que el ejercicio físico al desarrollo muscular
En el libro, indica que el juego “es un mecanismo biológico de supervivencia”. ¿Qué quiere decir, en la práctica, esta afirmación?
Es una de las principales tesis del libro, derivada de investigaciones recientes que desmontan la creencia de que el juego es un mero entretenimiento o una actividad exclusivamente pueril. Estos avances nos dan pie para identificar el juego -más allá de un pasatiempo- como el recurso adaptativo más primario y placentero que la naturaleza ha creado para garantizar la supervivencia de la vida y la recreación de la realidad.
De este modo, los niños juegan -al igual que el resto de mamíferos- no para divertirse (la diversión es el medio, no el fin), sino para aprender las habilidades imprescindibles para poder defenderse y relacionarse con éxito en su entorno y con los demás. Creemos que somos nosotros los que jugamos, cuando en realidad es la naturaleza la que juega con nosotros para perpetuarse a sí misma. No jugamos para pasar el tiempo, pasamos el tiempo porque jugamos.
¿De qué manera el juego potencia el aprendizaje del niño?
Voy a responder con un ejemplo. Quien aspire a ser piloto de aviones, no puede ponerse el primer día a los mandos de una nave real, porque cualquier error podría ser fatal e irreversible. Para evitar este riesgo existe el simulador de vuelo, donde -al igual que en un videojuego- el aprendiz puede experimentar y entrenarse todas las veces que quiera de manera lúdica y en un entorno seguro donde sus errores no suponen riesgo alguno, porque en realidad no pilota un avión real, sino que actúa como si lo pilotara. Pues bien, esta regla del “como sí” es el principio sobre el que se asienta el juego; un truco del que se sirve nuestro cerebro y que vincula la realidad con la ficción y actúa como un potente y universal simulador de aprendizaje donde entrenarse en entornos seguros, sin los riesgos asociados a la vida real.
Gracias al poder motivador del juego, el niño consigue prepararse -sin riesgo y con placer- para la vida adulta y crear vínculos sociales mediante estrategias de aprendizaje basadas en la imitación, exploración, simulación o en el juego de roles. Así, juegos infantiles como el escondite, la persecución, los juegos de lucha o de búsqueda y captura, transcienden su dimensión lúdica desvelando su sentido vital.
¿Qué papel ejerce el juego simbólico en el desarrollo cerebral del niño?
Tanto la neurociencia como las ciencias cognitivas o la filosofía del lenguaje, nos dan pie para considerar el juego simbólico mucho más que un tipo de juego infantil o educativo. En realidad es la estrategia básica que utiliza el cerebro humano para conocer y comprender el mundo, para recrear la realidad. Por eso podríamos afirmar que el juego simbólico es al desarrollo cerebral, lo que el ejercicio físico al desarrollo muscular.
¿Otro tipo de juegos son igual de importantes o el simbólico es piedra angular del desarrollo del niño?
De mi afirmación anterior, se desprende que el juego simbólico, más que un tipo de juego (como lo describen tipologías canónicas como la de Piaget), es en realidad un metajuego transversal y subyaciente a todos los demás. Porque, independientemente del juego elegido, para poder entrar en estado lúdico, -una experiencia similar a lo que la Psicología Positiva denomina estado de flujo (flow)- el niño recrea de manera automática un escenario imaginario, una simulación, una representación o simplemente una situación extraordinaria diferente a la realidad cotidiana.
Tanto los juegos motores o de movimiento, como los cognitivo-emocionales o los sociales, sean en formatos físicos como digitales, se rigen por la misma regla del “como si”. Una estrategia lúdica con la que el niño va entrenando a su cerebro para desenvolverse en el mundo del adulto, mediante la recreación de la realidad a través del juego del lenguaje.
En el libro indica que la interpretación dramática (y, por tanto, el juego interpretativo) se asocia a la activación de una zona del cerebro relacionada con la visualización; ¿esto qué implica o qué aporta al neurodesarrollo del niño?
El juego teatral es precisamente un ejemplo paradigmático del “como sí” que caracteriza a la actividad lúdico-recreativa. Interpretar es jugar a ser otro, identificándonos con personaje como si realmente lo fuéramos. Por eso cuando un niño juega a interpretar otros personajes, además de divertirse, está entrenando su cerebro para desarrollar su capacidad interpretativa del mundo y poder adoptar el punto del vista de los demás. En este proceso, se ha comprobado que interviene una región cerebral (el lóbulo parietal) implicada en la visualización, esa capacidad cognitiva que tiene nuestro cerebro para recrear imágenes mentales mediante funciones como el procesamiento visual y auditivo, la orientación espacial y la coordinación de movimientos.
El entrenamiento de la capacidad de visualización que implica el juego teatral, igualmente supone fortalecer en el niño una de las herramientas de aprendizaje más potentes, como es la memoria visual. En razón de todo ello, podemos afirmar que el juego dramático, además de sus demostradas virtudes lúdico-creativas, es una excelente palanca de desarrollo cognitivo. Algo que yo he podido constatar de manera empírica en mi actividad teatral con niños y jóvenes durante más de cuarenta años.
También da muchos ejemplos de juegos lingüísticos; ¿qué aportan?
Jugar implica divertirse, y diversión -en su sentido más auténtico- viene de los términos latinos diversio y divertere, "desviarse", "dar la vuelta a las cosas", es decir, hacerlas (por ejemplo, desrutinizando la vida cotidiana) mirarlas (agudizando los sentidos mediante juegos sensoriales) o decirlas de otra forma, mediante juegos de palabras. Esto ya lo intuía Albert Einstein al identificar la creatividad como la inteligencia divirtiéndose. Por eso en La Vida es juego dedico un apartado especial al juego lingüístico a través de las múltiples figuras retóricas que posee nuestro rica lengua, desde los acrósticos y las aliteraciones -base de los trabalenguas- hasta los calambures de los que se sirven muchas adivinanzas.
Una falta de juego se puede traducir en un déficit madurativo
Todos los ejemplos lúdico-lingüísticos que ofrezco al respecto (a partir de anagramas, homonimias, palíndromos, retruécanos o paradojas) no son sino una muestra de los innumerables recursos lúdico-recreativos al alcance de chicos y grandes para entrenar su mente, agudizar su ingenio y enriquecer su vocabulario. Este mismo juego de palabras lo aplico al propio libro, en el que me sirvo de retruécanos, homonimias, acertijos, paradojas o metáforas, para titular muchos de sus apartados. Con ello, pretendo demostrar el poder heurístico del juego, jugando con el lector.
¿Qué diferencias hay en el juego en cada etapa de la vida del niño?
Interesantes avances de la neurociencia -especialmente la neurociencia evolutiva- nos muestran cómo existe una estrecha correlación entre juego y cerebro. Los animales que más juegan son precisamente aquellos que tienen mayor desarrollo cerebral. En el niño, juego y desarrollo cerebral evolucionan de manera acompasada.
Desde una primera etapa sensoriomotriz, que abarca los dos primeros años de vida (juegos musicales, pelotas, juguetes de arrastre y empuje), avanzando por la fase simbólica e imitativa, de los 3 a 6 años de edad (muñecos, bloques de construcción, juegos de roles...), hasta llegar a los juegos de reglas, estrategias y resolución de problemas que les permitirán desarrollar sus habilidades cognitivas, socioemocionales y creativas. Esta última fase, progresa, a su vez, desde niveles más concretos (por ejemplo, con los juegos de mesa y de cartas, los juegos deportivos o de interacción social, ideales entre los 6 y 12 años) hasta los más formales o abstractos (deportes, juegos de aventura y juegos de expresión y creatividad) propios de la adolescencia.
¿Es ‘normal’ que el adolescente siga jugando? ¿Cómo es su juego?
Si tenemos en cuenta la ya constatada sincronización evolutiva entre juego y desarrollo cerebral, la actividad lúdica seguirá siendo importante para dicho desarrollo mientras aquel siga su curso evolutivo. Dado que el crecimiento cerebral externo no finaliza hasta los 20-25 años, el juego sigue siendo determinante para su desarrollo también en la etapa adolescente y juvenil, donde adquiere un rol especialmente importante en el terreno de las habitabilidades sociales, en el desarrollo del pensamiento crítico, en la creatividad, el afrontamiento de conflictos o en la resolución de problemas complejos.
Para ello, ya no servirán muchos juegos anteriores, dado el rechazo que el adolescente manifiesta a todo lo infantil en su necesidad de autoafirmación, autonomía y búsqueda de identidad. En su lugar, cobrarán importancia las actividades festivas, el deporte, los videojuegos y las actividades lúdico-convicenciales, tales como las actividades de multiaventura, los grupos teatrales y musicales, los viajes o el deporte.
¿Qué podemos hacer para, a través del juego o mediante estrategias lúdicas, captar la atención del niño hacia tareas más tediosas para ellos (ej. motivarlos para hacer los deberes o para aprender aspectos de ciertas asignaturas que les gusten menos)?
En La Vida es juego desarrollo el concepto de “ludificación” para describir la estrategia básica que permite convertir tareas escolares y tediosas, en actividades motivadoras y divertidas. Dos buenos ejemplos de esta estrategia de ludificación del aprendizaje, es la gamificación y el aprendizaje basado en juegos (ABJ). El primero consiste en aplicar los principios y elementos propios del juego (como las recompensas o insignias, las misiones, las narrativas o itinerarios y el planteamiento de metas a modo de desafíos o retos a superar) a los propios contenidos del aprendizaje.
En el aprendizaje basado en juegos, en cambio, lo lúdico no es un medio para aprender otras cosas, sino un fin, al ser el juego mismo la principal actividad de aprendizaje. A lo largo de mi libro ofrezco muchos ejemplos de estas estrategias, aplicándolas a su misma estructura y contenido, como los diferentes niveles de lectura que ofrece la obra (similares a los niveles de dificultad de los videojuegos), los retos que planteo en cada uno de sus apartados, las metas volantes (“recordando y resumiendo”) al final de cada una de sus cinco partes o la “yincana final de diez pruebas para dar juego a la vida”, con la que se descubre la estructura oculta del libro y se sintetizan todas sus capítulos.
¿Un niño que ha jugado poco en sus primeros años de vida tendrá un desarrollo cognitivo menor?
Debido a esa estrecha asociación entre juego y desarrollo cognitivo -especialmente en los primeros años de vida- una falta de juego se puede traducir en un déficit madurativo en su desarrollo cognitivo. Los estudios sobre la privación de juego, demuestran sus perniciosas consecuencias en las relaciones interpersonales, en el aprendizaje socioafectivo o en la falta de autocontrol. Estos problemas pueden afectar al desarrollo infantil temprano, hasta el punto de que podrían dejar secuelas para el resto de su vida.
Dado que el crecimiento cerebral externo no finaliza hasta los 20-25 años, el juego sigue siendo determinante para su desarrollo también en la etapa adolescente y juvenil
Pero esta asociación entre juego y desarrollo cerebral no sólo es privativa de los humanos. También se ha comprobado, en experimentos con animales como los ratones, con los que se ha constatado cómo la introducción de juguetes en su entorno (ruedas giratorias, rampas, balancines…) activa la sustancia gris del cerebro, las cortezas cerebral y prefrontal, así como el hipotálamo, llegando incluso a revertir déficits de memoria y aprendizaje tras lesiones cerebrales. Todo ello, sugiere que el juego no sólo es imprescindible para el desarrollo cognitivo, sino que puede tener utilidad terapéutica y rehabilitadora ante funciones cognitivas deterioradas.
¿Y si el niño no está acostumbrado a jugar con otros, juega solo pero tiene dificultades para hacerlo con otros niños por diversas circunstancias? ¿Cómo le afecta?
El juego solitario infantil no es de por sí negativo, ya que puede aportar diversos beneficios madurativos, tales como la autonomía e independencia, la creatividad, la autoestima o la confianza y el conocimiento en sí mismo. El problema puede venir cuando no se complementa con el juego social, bien por dificultades relacionales o por falta de oportunidades. Este déficit, puede repercutir en el área del aprendizaje social, donde el juego -especialmente en la primera infancia- es la herramienta básica a través de la que se adquieren las habilidades de comunicación e interacción social necesarias para autocontrolarse y relacionarse con los demás de manera satisfactoria. También puede afectar a su esfera comportamental, dado que el juego con otros implica el aprendizaje del autocontrol, el establecimiento de límites y la cooperación.
¿Es importante que los padres jueguen con sus hijos?
El protagonismo de los padres en el juego de sus hijos podríamos decir que es inversamente proporcional a la edad. Cuanto menor sea la edad y, por tanto, la autonomía del niño, la presencia del adulto de referencia se hace más importante y viceversa. Este acompañamiento paterno y materno en el juego de sus hijos ha de ir cambiando también cualitativamente con la edad. En los primeros años de vida, los padres han de adoptar un rol protagonista y proactivo, creando espacios y momentos estimulantes para con sus hijos a través de, por ejemplo, juegos musicales, rítmicos, psicomotrices o juegos de estimulación de los sentidos.
A medida que los niños vayan creciendo en años y autonomía, el rol lúdico de los padres ha de ir adoptando actitudes menos directivas, hasta que, con la adolescencia, los padres han de asumir una función asesora, orientadora y vigilante de los hábitos lúdicos de sus hijos, especialmente en lo todo lo relacionado con el mundo de las ludopantallas y del juego digital, con el fin de establecer vacunas lúdicas contra el abuso de los videojuegos y de las redes sociales.
Este último aspecto es de una importancia capital, debido al aumento de problemas de salud mental que está provocando el abuso de los videojuegos en cada vez más adolescentes (ansiedad, depresión, aislamiento social, falta de rendimiento escolar…). A tal fin, en el libro propongo a los padres una serie de estrategias de intervención, tales como ayudar a sus hijos a establecer límites de tiempo y uso, dialogar con ellos sobre sus preferencias cuando juegan y ofrecer modelos parentales de uso equilibrado de pantallas (es muy difícil convencer a nuestros hijos para que sean restrictivos con sus pantallas, cuando nosotros estamos todo el día enganchados al móvil).
Finalmente, es muy importante conocer el tipo y clasificación de los videojuegos que consumen nuestros hijos y, sobre todo, proponer alternativas lúdicas sanas (“vacunas lúdicas”), capaces de contrarrestar el poder de los videojuegos, tales como el fomento del asociacionismo infanto-juvenil, los grupos musicales y teatrales o los campamentos. Actividades a cuya organización he dedicado toda mi vida (tanto profesional como asociativa) y de las que doy testimonio de su eficacia a lo largo de todo el libro, a través de múltiples relatos autobiográficos y experiencias vivenciales.