Estamos en primavera. Atípica, como no recordamos ninguna, pero primavera al fin y al cabo. La crisis sanitaria sin precedentes ocasionada por la pandemia de coronavirus nos ha obligado a mantenernos en casa durante semanas, justo en una época en la que, de forma paralela, aparecen las alergias. Y es que esta estación está inevitablemente vinculada con los procesos alérgicos (según datos de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica, más de ocho millones de personas tienen alergia al polen en España). En estos días en los que los estornudos y las toses se convierten en sospechosos, no está de más profundizar en los síntomas para diferenciar dos procesos que pueden cursar con episodios, en ocasiones, similares. Todo ello teniendo en cuenta que es posible que estemos ante una primavera más suave en lo que a las alergias se refiere, pues salimos menos al exterior, pero además hay que sumar la mejora de la calidad de aire, debido a la reducción del tráfico. Y el vínculo entre las alergias y la contaminación está de sobra probado, desde que comenzara a observarse el efecto de las partículas diésel de los coches en los años 90 en Japón.
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