En bucle. De repente te encuentras escuchando (y quién sabe si cantando o bailando) esa canción que hace tiempo que no aparecía en tu lista de reproducción, pero que, de repente, te ha transportado a una etapa que se vive con una intensidad como pocas, la adolescencia. Melodías y letras que te hacen viajar con los sentidos a esa época. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué, en un momento dado, hacemos un revival en lo que a nuestros gustos musicales se refiere? Nos lo explica la psicóloga Leticia Martín Enjuto (@leticiamartin.psicologa).
¿Por qué volver a escuchar la música de la adolescencia despierta tantas emociones?
Cuando alguien me comenta en consulta que una canción de su adolescencia “le removió todo”, no me sorprende. Esa etapa es emocionalmente muy intensa y el cerebro registra cada vivencia con una sensibilidad especial. La música, que acompaña muchas de esas primeras veces, se convierte en una especie de banda sonora interna. Por eso, cuando vuelve a sonar, no solo la reconocemos: la sentimos.
Y lo que sentimos no es solo la melodía. Es el eco de aquella época: amistades, momentos de libertad, descubrimientos, heridas que empezaban a cicatrizar. Las canciones de la adolescencia abren una puerta emocional que creíamos cerrada, pero que en realidad solo estaba en silencio.
Esa etapa es emocionalmente muy intensa y el cerebro registra cada vivencia con una sensibilidad especial. La música, que acompaña muchas de esas primeras veces, se convierte en una especie de banda sonora interna
¿Qué papel juega la memoria autobiográfica en esa conexión con canciones del pasado?
La memoria autobiográfica guarda la historia que contamos de nosotros mismos. Esta memoria no trabaja con datos, sino con significados. Y la música es un estímulo privilegiado para activarla. Cuando escuchamos una canción del pasado, no solo recordamos el momento: regresamos emocionalmente a él. Esta memoria nos ayuda a reconectar con quiénes éramos y cómo aprendimos a movernos por el mundo. Por eso, una melodía puede reactivar no solo un recuerdo, sino una versión de nosotros mismos que aparece por unos segundos con mucha claridad.
¿La música que escuchábamos en la adolescencia se convierte en una especie de “marca emocional” permanente?
Sí, y lo veo constantemente. Las canciones de esa etapa quedan asociadas a momentos de construcción personal: quién me gustaba, qué me daba miedo, a qué aspiraba, qué me hacía sentir libre. Funcionan como pequeñas cápsulas emocionales que sobreviven al paso del tiempo. Lo curioso es que, aunque cambiemos, esa música sigue hablando de nosotros. Es como una marca emocional que permanece, no porque no hayamos evolucionado, sino porque forma parte del suelo sobre el que caminamos hoy.
¿Qué ocurre en el cerebro cuando una canción antigua nos transporta a un momento concreto de nuestra vida?
A nivel cerebral, ocurre algo casi mágico. Al escuchar una canción antigua, se encienden de forma coordinada las áreas relacionadas con la emoción, la memoria y el placer. En consulta suelo explicarlo como un heurístico, es decir, un “atajo emocional”: la música activa de golpe los recuerdos y las sensaciones asociadas sin que tengamos que buscarlas. Por eso el viaje es tan vívido. No solo recordamos aquella escena; en cierto modo, la revivimos. El cuerpo se acuerda, la emoción se despierta y, por un instante, pasado y presente se superponen.
¿Por qué sentimos nostalgia y, a la vez, bienestar al revivir esas melodías?
La nostalgia es una emoción muy particular, mezcla de dulzura y despedida. Cuando escuchamos música de nuestra adolescencia, sentimos alegría por lo vivido, pero también una pequeña punzada por lo que ya no volverá. Suelo definirla como una emoción puente: conecta lo que fuimos con lo que somos. El bienestar aparece porque esa mirada al pasado nos reconcilia con nuestra historia. Recordarnos desde la ternura nos ayuda a integrar etapas que quizá quedaron a medias, y nos permite agradecer la vida que hemos recorrido.
Al escuchar una canción antigua, se encienden de forma coordinada las áreas relacionadas con la emoción, la memoria y el placer
¿Puede la música ser una herramienta para reconectar con nuestra identidad y nuestra historia personal?
Sí, profundamente. La música es una vía emocional directa para acceder a recuerdos y partes de nuestra identidad que a veces están dormidas. En mi desempeño profesional la utilizo en ocasiones porque permite tocar experiencias que no siempre salen solo con palabras. Una canción puede abrir un espacio que el discurso no alcanza.
Además, escuchar música significativa del pasado nos ayuda a ver nuestro recorrido con más claridad: qué hemos dejado atrás, qué seguimos necesitando, qué queremos recuperar. Es una herramienta sencilla, pero muy poderosa.
¿Qué diferencia hay entre escuchar música nueva y volver a la música de etapas pasadas?
La música nueva nos coloca en el presente: nos invita a descubrir, a sentir algo diferente, a movernos hacia lo que viene. Es expansión. Muchas personas la viven como una manera de acompañar el momento vital actual. La música del pasado, en cambio, nos invita a mirar hacia dentro. No es novedad: es raíz. Nos devuelve a lugares emocionales conocidos, a versiones de nosotros mismos que siguen siendo parte de nuestra identidad. Por eso ambas experiencias son complementarias: una abre camino, la otra nos recuerda quiénes somos en ese camino.






