La Navidad es una época de alegría y encuentros, pero también puede convertirse en un desafío para nuestro cuerpo y mente. El jet lag social, un desajuste entre los ritmos circadianos y las exigencias de la vida cotidiana, afecta a muchas personas durante las fiestas, provocando cansancio, apatía y ansiedad.
No se trata solo de viajes o cambios de horario, sino de cómo nuestro organismo responde a la sobrecarga de compromisos, comidas copiosas y luces navideñas. Comprender este fenómeno y aprender a gestionarlo es clave para disfrutar de unas fiestas más equilibradas y con energía.
"Damas y caballeros, bienvenidos a Madrid. La temperatura actual es de 12 grados centígrados. Por favor, permanezcan sentados con el cinturón de seguridad abrochado hasta que el avión se detenga por completo y la señal luminosa se apague. En nombre de la tripulación, les damos las gracias por volar con nosotros".
Si este mensaje lo escuchas de vuelta a casa y has viajado a un país remoto con un uso horario distinto, es más que probable que estés cansada y aletargada, que el regreso se te haga cuesta arriba y que solo sientas la necesidad de convertirte en Marty McFly y viajar al pasado en un DeLorean modificado por el excéntrico Doctor Brown.
No solo porque querrías repetir tus fantásticas vacaciones, sino porque sabes que, en las horas venideras, se apoderará de ti el famoso jet lag, ese desajuste que se produce cuando tu reloj biológico interno no es capaz de adaptarse de forma automática al nuevo lugar en el que te encuentras.
Pero ¿y si te dijéramos que ese jet lag también puede ser de carácter social y que es común experimentarlo, por ejemplo, en Navidad? Till Roenneberg, profesor de Cronobiología del Instituto de Psicología Médica de la Universidad de Múnich (Alemania), acuñó el término jet lag social para referirse a ese "desajuste entre lo que tu cuerpo pide y lo que la vida te exige".
Por su parte, María José Ortolà Sastre, psicóloga clínica integradora experta en ansiedad y directora en las clínicas Libélula, asegura que cuando nuestros ritmos circadianos (que regulan funciones esenciales como el sueño, el apetito y el estado de ánimo) y los ritmos sociales (horarios laborales, compromisos familiares, celebraciones y obligaciones) no van al mismo son, pueden aparecer, sin motivo aparente, el agotamiento, la debilidad y la apatía.
Navidad: ansiedad anticipatoria
Para la experta, el hecho de que las fiestas calienten motores a finales de octubre es algo que no contribuye, en absoluto, a reducir ese jet lag social del que habló el cronobiólogo alemán. Nos pone en modo anticipatorio y llegamos sobreestimulados, con el sistema nervioso en estado de activación constante.
¿Y qué consecuencia ofrece esto? En palabras de la psicóloga: una tristeza silenciosa, una sensación de vacío difícil de explicar que, ¡cuidado!, no está mal, solo es la señal de que somos humanos. "La Navidad despierta emociones intensas, recuerdos y comparaciones; nos conecta con las ausencias y también con la exigencia de estar bien todo el tiempo. Cuando a eso le sumamos el cansancio físico y la falta de descanso real, el cuerpo y la mente pueden sentirse desajustados incluso en momentos aparentemente felices. Y reconocerlo no es negativo, sino una forma de escucharnos con más honestidad y respeto", señala.
El Grinch no lo padecía
Que te gusten estas fiestas y que sufras jet lag social puede pasar. Y eso no te convierte en el personaje verde que odia la Navidad. Según Ortolà Sastre, este fenómeno "habla de cómo responde nuestro sistema nervioso a los cambios de ritmo, las demandas externas y la falta de escucha interna".
Por eso, "algunas personas son más sensibles a estos desajustes". Es importante recordar que "la madurez emocional no consiste en forzarse a funcionar igual que los demás, sino en entender cómo funciono yo, qué necesito y cómo puedo cuidarme sin sentir culpa por hacerlo".
Ana Belén Medialdea, psicóloga general sanitaria especialista en terapia con adolescentes, adultos y familias desde el enfoque de la terapia breve, cuenta que "el jet lag social no es un rasgo de personalidad, pero sí puede reflejar ciertos patrones".
Lo explica así: "Las personas más autoexigentes o complacientes tienden a desconectarse de sus propias necesidades para adaptarse al entorno, y eso las hace más vulnerables al desajuste. También quienes son más sensibles o empáticas suelen notar más los efectos físicos y emocionales de los cambios de ritmo. Por el contrario, quienes se conocen bien y ponen límites con naturalidad suelen sobrellevar mejor estas épocas". En el fondo, para la experta, "el jet lag social nos recuerda lo importante que es vivir a nuestro propio ritmo, no al impuesto".
Factores de riesgo
- Dormir poco entre semana y compensar el fin de semana.
- Luz artificial por la noche (móviles, pantallas, luces navideñas).
- Comidas copiosas, alcohol o cambios en la alimentación.
- Sobrecarga social o emocional, tanto por exceso de compromisos como por la presión de estar bien.
La calma honesta
Antes de un evento social, muchas personas sienten ansiedad: esa mezcla de nervios, tensión en el cuerpo y pensamientos como "ojalá salga todo bien", "espero no sentirme incómodo" o "tengo que estar animado". En realidad, el cuerpo no está en peligro, pero el sistema nervioso interpreta lo social como una posible amenaza: ser observado, juzgado o no encajar. María José Ortolà Sastre recuerda que "no hay una forma correcta de vivir la Navidad" y que "cuidarte también es permitirte estar más tranquila, menos disponible o menos perfecta". "Cuando te das ese permiso, cuando dejas de exigirte, aparece una calma más honesta: la de estar en paz contigo misma, incluso si no todo está en calma fuera".
Haz este ejercicio antes de un evento
- Detente un momento antes de entrar. Apoya los pies en el suelo y nota el contacto.
- Respira profundamente tres veces: inhala por la nariz y exhala por la boca más lento de lo que inspiras.
- Lleva una mano al pecho y di mentalmente: "Puedo estar aquí sin exigirme ser de ninguna manera. No estoy obligada a sentirme bien todo el tiempo. Puedo ser yo misma".
- Después, entra despacio, con respiración consciente, sin intentar agradar o controlar. Tu presencia, no tu perfección, es lo que más calma transmite.
La psicóloga invita a practicar esa suerte de autodiálogo compasivo para cambiar la relación que podemos mantener con la ansiedad: no se trata de eliminarla, sino de acogerla sin miedo. “Al hacer esto, el sistema nervioso entiende que ya no hay peligro real y la activación fisiológica disminuye”, indica.
Así que este año tú decides. O bien te echas una siesta eterna y despiertas no cuando termine el September de Green Day, pero sí cuando lo hagan las fiestas, o bien te adaptas con calma y aguantas “hasta la noche” para acompasar tu reloj interno al ritmo del resto.
Eso sí, sin olvidar cuidarte y con la tranquilidad de saber que si tienes que echarte una cabezadita entre villancicos no pasa nada. Si te escuchas, verás las luces brillar de otra forma, brindarás con ganas, disfrutarás tanto del jamón como, si te pones, de las peladillas y los polvorones que rulan de comilona en comilona.
Porque hemos venido a jugar. Hemos venido a pasarlo bien. A veces, una retirada a tiempo es una victoria, pero que “el balance de lo bueno y malo” y “los cinco minutos más para la cuenta atrás” no se te hagan cuesta arriba. Porque, ¡oye!, la felicidad es una actitud y la Navidad te llamará más o te llamará menos, pero ¿a quién no le gusta coleccionar recuerdos buenos como si fueran cromos? El álbum no se completa solo. Así que ¡empecemos!















