La culpa no tiene que ser un peso eterno. La autora Sonia Rico Mainer, en las páginas de su libro Querida culpa, gracias, pero adiós, nos guía hacia una nueva perspectiva: reconocerla, entenderla y transformarla en aprendizaje. La coach, terapeuta y profesora de yoga explora sus raíces emocionales y culturales, ofreciendo herramientas prácticas para liberarnos de su carga. Nos invita, como queda bien claro desde el título, a despedirnos de ella. ¿Tarea fácil? Ella misma nos lo cuenta.
¿Qué le motivó a investigar y profundizar en el tema de la culpa?
Siempre he sentido que la culpa es una emoción muy presente en nuestra vida, pero muy poco cuestionada. La mayoría de las personas convivimos con ella como si fuera algo natural, sin darnos cuenta de cómo limita nuestra alegría, nuestras decisiones e incluso nuestra autoestima. A nivel personal y profesional, veía cómo aparecía una y otra vez, no solo en mí, sino en mis también en mis clientes, amigos y personas cercanas. Sentí que había llegado el momento de mirar de frente a la culpa, entenderla, abrazarla… y soltarla.
Ya desde el título del libro nos anima a decirle adiós a la culpa. ¿Por qué cree que es tan difícil liberarnos de ese sentimiento de culpa?
Porque, aunque parezca extraño, muchas veces la culpa nos da una falsa sensación de control. Sentirnos culpables nos hace creer que, de alguna manera, podemos “pagar” por lo que hicimos (o por lo que creemos haber hecho, no hecho, dicho o no dicho) o evitar que vuelva a pasar. También está muy ligada a la educación, la cultura e incluso a la religión, que nos han enseñado a confundir la culpa con la responsabilidad. Por eso, soltarla no es solo un acto emocional, sino también un proceso de desaprender.
En su libro, habla de la culpa como una construcción emocional y social. ¿Cómo cree que influye en nuestra vida cotidiana?
La culpa, aunque no seamos conscientes de ella, está en la cara B de la mayoría de las decisiones que tomamos. Aparece en cosas tan pequeñas como comerte un postre, o decir que no a un favor, hasta en decisiones grandes como cambiar de trabajo, dejar una relación o ser madre/padre. Influye en cómo nos tratamos, en nuestro diálogo interno, en el miedo al juicio de los demás. Es una emoción muy silenciosa, pero va marcando cada paso, haciéndonos dudar, autosabotearnos o priorizar a los demás por encima de nosotros.
¿Cuáles son los principales efectos negativos que puede provocarnos el sentimiento de culpa?
La culpa sostenida en el tiempo nos drena la energía, nos encierra en un ciclo de reproches y nos desconecta de nuestra propia compasión. Puede generar ansiedad, insomnio, estrés crónico, incluso somatizarse en el cuerpo. Pero, sobre todo, nos hace vivir desde la deuda, como si siempre estuviéramos en falta con la vida o con los demás.
¿Cómo cree que la culpa afecta nuestras relaciones interpersonales y nuestra salud emocional y física?
La culpa nos hace entrar en relaciones desequilibradas: desde la necesidad de complacer, de aguantar más de lo que deberíamos, o incluso de manipular emocionalmente sin quererlo (o ser manipulados). Puede hacernos aceptar dinámicas injustas o tóxicas por miedo a “ser malos” si nos alejamos. A nivel físico, al no expresar lo que sentimos, acumulamos tensión, dolores, fatiga… Hoy en día hay muchos estudios que demuestran que nuestro cuerpo acaba cargando lo que la mente no libera.
¿Cómo influye la educación y la cultura en la forma en que percibimos y gestionamos la culpa?
Muchísimo. Desde pequeños nos enseñan frases como “deberías estar avergonzado” o “mira lo que has hecho”, y eso se va quedando grabado. Muchas culturas, además, vinculan la culpa con el amor: si te portas mal, decepcionas; si haces lo correcto, mereces afecto. Crecemos confundiendo amor con aprobación y culpa con aprendizaje. Y no nos enseñan a perdonarnos, solo a exigirnos.
Es indispensable conocerse a uno mismo y cuestionar si las creencias que todavía sostenemos siguen teniendo sentido en nuestra vida. Muchas veces no las revisamos, por miedo a defraudar a quienes nos educaron, sin darnos cuenta de que el hecho de revisarlas no significa deshonrar a nuestros padres.
En su experiencia como coach y terapeuta, ¿cuál ha sido la dificultad más común que ha observado en las personas al tratar de gestionar la culpa?
Lo más difícil es darse permiso para soltarla. Muchas personas sienten que, si dejan de sentirse culpables están justificando lo que hicieron, o que son malas personas. Hay una resistencia profunda a soltar porque, en el fondo, creemos que la culpa nos hace mejores. Y no es así: la responsabilidad nos hace crecer y la culpa solo nos encierra.
En el libro explico las diferencias entre nuestra cultura judeocristiana (que nos hizo sentir “pecadores” desde el nacimiento) y otras culturas orientales, donde la culpa no tiene la misma carga emocional. En las primeras, el concepto de “pecado” parece liberarnos (en cierto modo) de la responsabilidad personal, mientras que en las segundas se vive más como un concepto de responsabilidad: cargar con el sufrimiento implica la opción trabajar en uno mismo para transformarlo.
Habla de la culpa también en positivo, como un posible motor de aprendizaje. ¿Cómo podemos transformarla en una fuerza positiva en nuestra vida?
La clave está en no quedarnos atrapados en la emoción, sino usarla como un indicador. La culpa aparece porque algo no encaja con nuestros valores. Si la escuchamos sin juzgarnos, podemos preguntarnos: “¿Qué me está mostrando esto? ¿Qué puedo hacer diferente?”. Entonces deja de ser un castigo y se convierte en una brújula que nos guía hacia nuestro crecimiento interior.
¿Podría compartir alguna estrategia que ayude a gestionar ese sentimiento de culpa y poder transformarlo en aceptación y autocompasión?
Destacaría tres estrategias grosso modo, aunque en el libro hay muchísimas más propuestas y ejercicios.
- Una práctica muy sencilla es escribirle una carta a esa culpa. Darle voz, escuchar lo que quiere decirte, agradecerle su intención de protegerte y despedirte de ella.
- También ayuda mucho preguntarte: “¿Hoy, con lo que sé y puedo, haría lo mismo o diferente?”. Porque muchas veces nos castigamos con ojos de hoy por decisiones de ayer, sin darnos crédito por todo lo que hemos crecido.
- Y, sin duda, una de las técnicas más poderosas son los ejercicios de meditación. Entrenar nuestra atención plena, sea lo que sea que estemos haciendo en el día: estar presentes, intentando que nuestra mente no parlotee. Así, cuando aparezca la culpa, podremos detectarla y confrontarla. De lo contrario, seguimos actuando en piloto automático, gobernados por ella.
¿Cómo ha cambiado su propia relación con la culpa a lo largo del tiempo?
Sin duda, ha sido un viaje. Antes vivía desde el “debería” constante, intentando no fallar, no molestar, no decepcionar… intentando un imposible: la perfección. Pero eso era agotador. Escribir este libro ha sido una forma de reconciliarme conmigo misma, de entender que no tengo que ser perfecta para ser digna de amor; simplemente debo ser humana. Ahora la culpa ya no manda en mi vida. La escucho, la abrazo y la dejo ir.
¿Qué mensaje le gustaría que los lectores se llevaran después de leer tu libro?
Que no necesitas cargar con la culpa para ser una buena persona. Que mereces soltar ese peso y vivir más ligera, más libre, más auténtica. Que el amor propio también es saber decirle a la culpa: “Gracias por lo que intentaste enseñarme, pero ya no te necesito” y despedirla con gratitud por lo que nos mostró. En definitiva, decirle: “Querida culpa: gracias, pero adiós”.