Te miras al espejo y no te gusta lo que ves. Consideras que tu cuerpo es un problema y te sientes atrapada en un bucle de dietas, culpa y lucha constante con tu cuerpo. La psicóloga Rocío Rodríguez, experta en imagen corporal y psiconutrición, ve esta situación de forma habitual en su consulta. Por eso, no ha dudado en plasmar su experiencia en su libro Tu cuerpo no es un problema, publicado por Zenith, en el que nos invita a explorar el vínculo emocional que hay detrás de tu relación con la comida y a comprender las creencias y emociones que la sostienen. A través de sus páginas podrás aprender a identificar las trampas que se esconden tras las dietas, a comer de forma más intuitiva y a enfrentarte al miedo a engordar. No es poca cosa. Hemos tenido la ocasión de hablar con ella con motivo del lanzamiento de su libro.
La primera pregunta no puede ser otra, y va vinculada con el título del libro: ¿por qué podemos incluso llegar a considerar nuestro cuerpo como un problema?
La creencia de que nuestro cuerpo es un problema nace, principalmente, de la construcción del ideal de belleza que impera en nuestra sociedad. Un ideal de belleza basado en la delgadez, un molde demasiado pequeño para la mayoría de las mujeres que habitamos este planeta. No encajar en ese ideal hace que pensemos que nuestro cuerpo está mal, que es el problema y que por lo tanto deberíamos hacer todo lo posible para cambiarlo, incluso a veces a costa de nuestra salud, nuestro dinero y nuestro bienestar. Encajar en ese ideal es importante porque está vinculado a lo correcto, lo deseable, al éxito, a ser dignas de amor… Pero el problema nunca estuvo en nuestros cuerpos, si no en una sociedad que juzga y estigmatiza los cuerpos que se salen de esa norma, y que nos hace pensar que no tener un cuerpo determinado nos hace menos dignas y valiosas.
¿Es difícil darse cuenta de eso, de que nuestro cuerpo no es el problema?
Es tremendamente difícil, ya que nos bombardean con mensajes que nos hacen pensar que sí lo es. Cada vez que ponemos un pie en la calle o entramos en nuestras redes sociales, nos topamos con anuncios o influencers hablando de su “antes y después” de perder peso, de inyecciones para adelgazar, de dietas milagrosas… Vivimos en una sociedad donde querer perder peso está no solo normalizado, sino socialmente premiado, sin cuestionar las consecuencias. En ese entorno, es muy difícil darse cuenta de que ese deseo de cambiar el cuerpo puede ser síntoma de algo más profundo, y que muchas de las conductas que se aplauden podrían ser señales de un trastorno de la conducta alimentaria, por ejemplo.
El problema nunca estuvo en nuestros cuerpos, si no en una sociedad que juzga y estigmatiza los cuerpos que se salen de la norma, y que nos hace pensar que no tener un cuerpo determinado nos hace menos dignas y valiosas
¿Cuál piensa que es el impacto emocional de vivir atrapada en el ciclo de dietas y culpa?
Es una espiral que erosiona profundamente la salud mental. El bucle de restricción, culpa, hambre, atracones y más culpa convierte la comida en el centro de la vida. Se piensa de forma obsesiva en qué comer, cuánto, cuándo, si está permitido o no. Esa vigilancia constante genera altos niveles de ansiedad, estrés y frustración. Y cuando se rompe la dieta (algo inevitable, porque el cuerpo no está hecho para vivir restringido) aparece la culpa y con ella, la sensación de fracaso personal, lo que deteriora la autoestima. Esta dinámica puede llegar a ser muy destructiva y limitar seriamente la vida de la persona que lo sufre.
Hay personas, especialmente mujeres, que viven permanentemente a dieta, ¿qué les diría?
Les diría que dejen de pensar que les falta fuerza de voluntad, que el problema no esta en ellas, sino en las dietas. Las dietas no son la solución que prometen ser: si realmente funcionaran, no necesitaríamos empezar una nueva cada año. Vivir a dieta es vivir en una cárcel invisible que roba energía, alegría y libertad. Les diría que sus cuerpos no necesitan ser modificados para merecer respeto, que ya son valiosos tal y como son. Que el verdadero autocuidado no tiene que ver con contar calorías o alcanzar una talla concreta, sino con cómo se hablan, cómo se escuchan y cómo se acompañan. Que reducir su cuerpo no va a gradar su autoestima, y que quizás el primer paso para sentirse bien no es cambiar el cuerpo, sino cambiar la mirada hacia él.
Podemos sabernos la teoría, pero luego, hay muchas personas que siguen enganchadas a las dietas, ¿cuál cree que es el motivo?
Diría que el motivo principal por el que seguimos enganchadas a las dietas es que no solo prometen perder peso: prometen aceptación, control, amor, éxito. Y eso es precisamente lo que muchas personas están buscando en lo más profundo. No hacemos dieta porque nos guste sufrir, sino porque creemos que al cambiar nuestro cuerpo, por fin nos sentiremos en paz con nosotras mismas. El problema es que colocamos en el cuerpo la responsabilidad de resolver malestares que en realidad tienen raíces mucho más complejas: relaciones difíciles, baja autoestima, emociones que no sabemos manejar o miedos que no hemos podido nombrar.
No hacemos dieta porque nos guste sufrir, sino porque creemos que al cambiar nuestro cuerpo, por fin nos sentiremos en paz con nosotras mismas
Muchas mujeres dicen 'tengo que cuidarme' como un equivalente a 'tengo que ponerme a dieta'. ¿Qué piensa de esta asociación de cuidado con restricción de alimentos?
Algo que te hace daño no puede considerarse cuidado, y hacer dieta nos hace daño física, emocional y mentalmente. Históricamente se ha asociado delgadez con salud, pero eso no siempre es cierto. La salud es un concepto complejo que abarca descanso, relaciones sanas, equilibrio emocional, salud económica, movimiento consciente y sí, una alimentación nutritiva… pero también placentera.
La restricción alimentaria genera un estado de alerta en el cuerpo: incrementa el cortisol, debilita el sistema inmune, altera la regulación de la glucosa y puede inducir inflamación crónica. ¿De verdad podemos pensar que hacer dieta es cuidar de nuestra salud? A veces, el mayor acto de amor propio es dejar de hacer dieta.
¿Qué impacto piensa que tiene dicha restricción de alimentos en nuestra salud mental y emocional?
Tiene un impacto enorme. A nivel emocional puede generar irritabilidad, ansiedad y estrés. También insomnio, dificultad para concentrarse y fatiga mental. Nuestro cerebro interpreta la restricción como una amenaza, y reacciona con pensamientos obsesivos sobre comida, llevándonos a comer para calmar esos pensamientos. Además, puede derivar en atracones que nos despierten culpa y vergüenza hacia nosotras mismas.
Cuando condicionamos nuestro valor al tamaño de nuestro cuerpo, cada variación de peso se convierte en una amenaza a nuestra identidad y valía personal. Todo esto aumenta significativamente el riesgo de desarrollar un trastorno alimentario.
¿Cómo influye la imagen corporal en nuestra relación con la comida?
Si ves tu cuerpo como un enemigo, como algo que está mal y que tienes que cambiar, la relación con la comida se convertirá en un campo de batalla. La comida será al arma que utilizarás para modificar tu cuerpo. Siempre les digo a mis pacientes: no se puede hacer las paces con la comida sin antes hacerlas con el cuerpo. La aceptación corporal es una pieza clave en la construcción de una relación saludable y duradera con la alimentación.
Si ves tu cuerpo como un enemigo, como algo que está mal y que tienes que cambiar, la relación con la comida se convertirá en un campo de batalla
En el libro habla de que las mujeres que acuden a su consulta tienen miedo a engordar, ¿cómo se puede gestionar esa situación?
Lo primero es validar ese miedo. No ridiculizarlo ni minimizarlo, porque es real y muy común en una sociedad que valora la delgadez como sinónimo de éxito. Después hay que preguntarse: ¿qué significa para mí engordar? A veces no es tanto el cambio físico lo que asusta, sino lo que creemos que implica: rechazo, burlas, abandono… Muchas personas han vivido experiencias traumáticas en cuerpos más grandes, así que el miedo no es solo al peso, sino a volver a sentirse maltratadas o invisibles.
¿Piensa que en ese sentimiento de culpa que sentimos al comer determinados alimentos puede influir la presión social, el hecho de sentirnos observados y, es más, fiscalizados?
Totalmente. Por una parte, tenemos que lidiar con el valor moral que se le han asignado a los alimentos: hay alimentos “buenos” y “malos”. La realidad es que podríamos hablar de comida más o menos nutritiva, pero categorizar los alimentos de esta forma incrementa el sentimiento de culpa al comerlos, en concreto los “malos”.
Por otra parte, parece que si comes alimentos “malos” has fallado como persona. Esto se agrava cuando la persona que lo consume tiene un cuerpo gordo o no normativo, que son más observadas y juzgadas. Se las etiqueta de vagas, descontroladas o irresponsables, fomentando el estigma de peso y los prejuicios hacia las personas gordas.
¿Qué consejos daría para construir una relación más libre y auténtica con nuestro cuerpo?
Cambiar la mirada. Dejar de ver el cuerpo como un objeto en el mundo para entender que es el medio que nos conecta con el mundo. Dejar de verlo como un objeto que adornar y empezar a verlo como nuestro hogar. Hay que sentir más el cuerpo y pensarlo menos. Escuchar sus señales: hambre, saciedad, descanso, placer. Valorar su funcionalidad por encima de su apariencia. Y practicar la compasión: tratarnos con el mismo respeto y ternura que ofreceríamos a alguien a quien queremos mucho.
¿Qué le llevó a escribir el libro, cuál fue su inspiración?
Mi motivación fue escribir un libro para las mujeres que tuvieran una relación complicada con la comida y con sus cuerpos, para que fueran un poco más libres y entendieran sus problemas. Quería ofrecerles una mirada más compasiva, más comprensiva y más profunda de lo que realmente les ocurre. Que entendieran que no es un problema de fuerza de voluntad, sino que hay raíces emocionales, culturales, familiares, incluso generacionales. Mi objetivo era acompañarlas a través de este libro como lo hago en consulta: con rigor y con amor.
Tenemos que lidiar con el valor moral que se le han asignado a los alimentos: hay alimentos “buenos” y “malos”
Dedica el libro a su hija y a las niñas que se convertirán en mujeres, ¿es importante que empecemos a enseñar a valorar nuestro cuerpo ya desde la infancia?
Es fundamental. La infancia es una etapa clave para construir una imagen corporal sana y una autoestima sólida. La prevención de los trastornos alimentarios pasa por educar en el respeto al cuerpo, en la diversidad corporal, en la expresión emocional y en la autonomía personal. No comentar el cuerpo de los demás, reforzar habilidades más allá del físico, enseñar a poner límites y autorregularse emocionalmente… Todo esto son pilares para que nuestras hijas crezcan teniendo una buena relación con sus cuerpos.
¿A quién va dirigido especialmente 'Tu cuerpo no es un problema’?
A todas las mujeres que están cansadas de pelear con su cuerpo y con la comida. A quienes necesitan un abrazo en forma de libro. A quienes se sienten solas o perdidas y no saben por dónde empezar. Este libro es para ellas, para recordarles que no están rotas, que no están solas y que siempre están a tiempo de empezar a vivir de otra forma.