Coronavirus: ¿Cómo enfrentarse al duelo por la muerte de un familiar?

La imposiblidad de acompañar al enfermo o despedir al fallecido hace mucho más duro el duelo por la muerte de un ser querido.

Por Nuria Safont

La situación creada por el coronavirus responsable de la enfermedad Covid-19 ha superado nuestros mayores miedo. El incesante incremento de los contagios y de los fallecimientos ha instaurado en nuestros corazones sentimientos encontrados. Por un lado, la confianza en que todo esto pasará y resistiremos y, por otro, el miedo a que tengamos que lamentar la muerte de algún ser querido. Y no solo esto, también la angustia por no poder acompañar y despedir a los afectados por esta pandemia. Para intentar aliviar el dolor que produce esta ausencia de despedida, entrevistamos a la terapeuta Paloma Rosado, experta en duelo en el Instituto de Interacción de Madrid y autora del libro 'El poder del dolor' (ed. San Pablo). Ella nos dará las claves para enfrentarnos a los momentos más duros. 

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Entrevista sobre cómo enfrentarse al duelo en tiempos de coronavirus 

Ante una situación como la que estamos viviendo, en la que muchos familiares no pueden acompañar a sus seres queridos en el proceso de la muerte, ¿qué emociones pueden surgir? 

En una situación como esta, los familiares del fallecido pueden experimentar el dolor y las emociones habituales del duelo (tristeza, añoranza, enfado, rabia...) engarzadas con algunas otras que impactan con mayor intensidad en una situación tan especial.

Por ejemplo, es muy probable que la persona en duelo se sienta sola (habrá tenido que ir sola a recoger las pertenencias del fallecido, no habrá tenido el sostén de sus seres queridos en el velatorio, ya que están prohibidos, o el entierro, muy restringidos). Esto es algo que no ocurre habitualmente en un contexto 'normalizado'.

También puede haber mayor presencia de miedo entrelazado con la tristeza, ya que se puede sentir que la propia integridad está en riesgo (¿habrá podido contagiarle?). Es decir, en estos duelos puede haber más ambivalencia y es importante poder expresarlo sin ser juzgado y normalizarlo, ya que es muy posible que una misma persona hubiese deseado cuidar al familiar enfermo y, al mismo, tiempo protegerse del riesgo del contagio.

Una gestión inadecuada de estas emociones puede generar una importante culpa en los familiares, como también hacerlo dar vueltas, una y otra vez, a la posibilidad de que se podría haber evitado el contagio ("¿por qué no le impedí ir a trabajar, a comprar…?" "¿Por qué le pedí que fuera a…?"). 

Una persona en un duelo así necesita poder hablar de la pérdida, llorarla... con alguien que le sostenga respetuosamente para poder ir creando un relato, su propio relato, yendo del pasado al presente y al futuro que ya no podrá ser. Así podrá integrar la realidad.

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¿Pueden existir más particularidades en este tipo de duelos?

Creo que un riesgo importante es que si no se convivía con el fallecido, la situación de aislamiento puede funcionar como un ‘retardador’ de las emociones dolorosas que hay que vivir en un duelo. El confinamiento reduce la exposición a la realidad de la ausencia, a la de la muerte del ser querido al no exponerse a ver su casa vacía, el coche inmovilizado…. Y, además, pospone una necesaria reorganización de la vida cotidiana, ya que esta llegará cuando el estado de alarma acabe. 

Por otro lado, la muerte de un ser querido suele ser una experiencia que se vive en la intimidad, pero esto cambia cuando se forma parte de un evento noticiable. En la situación que estamos viviendo algunas personas pueden sentir malestar al considerar que se transforma la muerte de su ser querido en solo una estadística despersonalizada o una noticia de prensa.    

¿Cómo se gestiona la rabia que puede aparecer al considerar injusto el fallecimiento de nuestro familiar o no poder acompañarle?

En los momentos iniciales, puede ser sano dejarla salir a través del llanto, la palabra o el lenguaje corporal, siempre que no se agreda a personas o se destruyan propiedades (se golpee un colchón, por ejemplo). Después sería adecuado introducir alguna herramienta expresiva al servicio de la salud mental como la escritura o la pintura e ir razonando sobre los hechos vividos. Porque aunque pueda parecer duro, no quiero dejar de recordar que es sano que vivamos con un cierto grado de conciencia nuestra vulnerabilidad y finitud. Todos vamos a morir algún día.

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¿Cómo se lo contamos a los niños?

Es importante que la noticia se la dé uno de sus cuidadores principales, manteniendo un contacto físico con él (cogiéndole la mano, por ejemplo). Y que le transmita la información con afecto, naturalidad, realismo (diciendo "se ha muerto" no se "ha ido" o similares) y adaptando el lenguaje a la edad de desarrollo de cada niño.

¿Los niños también viven duelos? ¿Qué necesitan?

Tanto los adultos como los niños necesitan ser escuchados una y otra vez en la narración de su historia. En el caso del niño es muy importante que lo que diga no desconcierte al adulto y que este le dé contención y le ayude a experimentar sus sentimientos como válidos. Además el niño necesita muestras de afecto físico de los seres queridos, que no impliquen riesgos para su salud. 

Dando un paso más allá, el niño necesita ver que sus adultos de referencia aceptan la realidad de la pérdida como parte inherente de la vida, con dolor pero con dignidad. Y además, tiene que oír tres mensajes claves: ‘siempre habrá un adulto a tu lado para cuidarte. Nunca estarás solo’, ‘habrá un día en el que volverás a sentirte bien’ y ‘tú no has tenido ninguna culpa’ (según la edad, le puede pesar sentimientos negativos hacia el difunto).

Todo ello, a la vez que requiere de tiempo para adaptarse a una realidad que ha cambiado sabiendo que, en lo esencial, el niño vivirá el duelo como lo vivan los padres y que, a largo plazo, al niño le influye más la gestión de la pérdida que la pérdida misma.

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¿Alguna idea que pueda llevarse a cabo con ellos?

Puede ser buena idea empezar a dar forma a ‘un libro viajero’. En un cuaderno cada miembro de la familia plasma las anécdotas que recuerda haber compartido con el fallecido, sus fotos favoritas… y cuando acabe el confinamiento se hace viajar al libro por las casas de otros familiares y amigos del fallecido para que también incluyan lo que deseen. Al final de su viaje, ese libro será para el niño, para que pueda recurrir a él siempre que eche de menos a la persona fallecida.

¿Es más fácil que, al estrés y al trauma por la pandemia, se sume el dolor por la muerte y que todo ello acabe en depresión?

En el campo de la salud estamos viendo que en las próximas fechas puede haber mayor número de personas afectadas por trastorno de estrés postraumático dadas las características del proceso que estamos viviendo. Sabemos que la imprevisibilidad y el no poder controlar los acontecimientos se relacionan directamente con el estrés, pero eso no implica que haya que desembocar en una depresión.  

Es importante que con apoyo, ayuda y el tiempo necesario, la persona acabe aceptando la realidad de los hechos. Lo que es, es. No pelear con ello es un protector muy saludable que, además, nos ayuda a vivir de modo más humilde y conciliador.

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Se ha sabido que ha habido familiares que han escrito cartas de despedida. ¿Cómo nos ayudan a llevar el duelo?

Sirven mucho. Todos los rituales que uno sienta que encajan con su personalidad pueden ayudar a construir un duelo sano. Mientras dure el confinamiento la escritura es un valiosísimo ejercicio.

  • Escribir lo que me hubiera gustado decirle y no tuve tiempo
  • Escribir lo enfadado que estoy por su muerte y su abandono
  • Pedir perdón por algún asunto pendiente
  • Agradecerle lo compartido
  • Hacerle una canción (Como esta que se hizo en 'Luto en Colores' por un grupo de dolientes)

Además los colectivos que manejan las nuevas tecnologías pueden ponerlas al servicio de un buen duelo creando, por ejemplo, un grupo de whastsapp entre las personas más allegadas para compartir recuerdos, fotos, anécdotas… 

Porque algo que ocurre en el duelo es que al principio nos cierra y nos encierra en nuestro dolor (es un ‘proceso egoísta’). Pero poco a poco la experiencia del doliente se puede hacer permeable a los dolores del otro y ayudarle a crecer en empatía y hondura.