Quién se lo iba a decir a él hace cinco años… Que hoy, en los bancones de cientos de librerías iba a estar librando una batalla. De un lado, Ken Follet y Dan Brown, con todo su despliegue de carros de combate, drones y bombas nucleares, y, del otro, él, Rafa Tarradas Bultó, con su arco, su flecha y el chirrido de las máquinas a vapor de fondo (que lo del rugir de las motos ya también es historia...). Y les aguanta el tipo. Vaya que sí. Es más, los mira directamente a los ojos, cruje los dedos y… vence.
Porque a corazón no le ganan. Y él, para más inri, lo lleva al descubierto. Su pasión por la escritura es tan sincera y tan apasionada que te arrastra. Perdón, te arrolla. De hecho, es abrir uno de sus libros y sentir que te falta como el aire. ¿La última de sus novelas? La protegida, un relato trepidante. De amor y de venganza; de lucha de clases y de injusticias; de salones deslumbrantes y de miserias en cada esquina; de mujeres poderosas y de hombres melifluos; de revueltas, de dinero, de superación y… de telas.
Y se preguntarán, pero ¿y la casa? Sí, sí, también hay casa. Pero vamos un poco más allá. Este, y no están equivocados, es el habitual reportaje de entrada a la revista a través del dintel y las jambas de una mansión majestuosa, pero, además, en esta ocasión, la "Masía de San Antonio" no solo es imponente, sino que ha sido —y es— escenario, personaje, ilustración, espacio e inspiración de las historias de Rafa Tarradas Bultó. Y sí, también, su casa de familia… ¿Se puede pedir más?
Nieto del legendario Paco Bultó, empresario textil que fundó las escuderías Montesa y Bultaco; sobrino del ya fallecido Álvaro Bultó, y primo del piloto Sete Gibernau, Rafa es el primer escritor de la familia
Lo tenemos. Nos abre sus puertas al lado de su madre, Lucía Bultó Sagnier, una de las nutricionistas de mayor predicamento y referencia de Cataluña (¿Se acuerdan de Los consejos de la Nutrinanny? Ea), pero que, sin embargo, no ha metido muy en cintura a su hijo. Como que hacemos esta entrevista desayunando Coca-Cola con palmeras de chocolate para dos... Han leído bien. Nada que ver con la imagen que ofrece este diseñador industrial y, hoy, al frente de la agencia de comunicación Montaz, cuando escribe. Igualito-igualito que William Wordsworth, Percy Bysshe Shelley o John Keats. O sea, detrás de un escritorio de nogal, con un jardín a la inglesa tras los cristales, un mastín a los pies y el crepitar de la chimenea de fondo… Muy romántico, sí. Y evocador y cinematográfico. Casi neogótico... pero, sobre todo, pertinente.
Su novela y la casa responden a ese mismo momento del siglo XIX en lo literario: a la revolución industrial catalana, 1850, en el caso de la novela, y 1830, en el de la masía. Años en los que nacen las colonias, una especie de ciudades utópicas —como las del siglo XV o el XVIII—, pero que, en este periodo y espacio, se materializaron en torno a una fábrica. Concretamente, a un telar, en donde el amo y patrón era el padre y la Iglesia, la madre; donde todo se organizaba jerárquicamente a golpe de trabajo y privilegios de clase, y en donde, en vez de morir de hambre, los obreros tenían una casa, un médico y educación para sus hijos. Ganaban en seguridad, pero perdían la libertad y la ambición. Un microcosmos que, sin embargo, en menos de una generación, desapareció y cayó en el olvido.
"San Antonio", llamada así por la devoción que profesa la familia históricamente al santo de Padua, hospedó durante meses a Leopoldo III, Rey de Bélgica, tras su abdicación, en 1951
La familia de Rafa, antes que a los cilindros y los pistones, se dedicaba a los hilos. Más de cien años. Y aunque nadie se acuerde, ¿él? sí. Lo lleva en la masa de la sangre, incluso, en la pituitaria. O su memoria pop. Recuerden si no cómo Demi Moore sincopó ambas cosas. O ¿es que han olvidado aquel logo de Bultaco ciñendo su pecho a modo de chupa de cuero en "Una proposición indecente"? Nosotros… lo comentamos. Porque Rafa es un gran conversador.
Juntos recorremos ese momento en el que la aristocracia catalana se convierte en industrial y en el que Barcelona juega a ser París, Viena o Praga; revivimos aquellas temporadas en las que el Rey Leopoldo III de Bélgica se instalaba en la masía con una señora que ¿tal vez sería su amante? (mejor no mentarlo, que a su abuela, la bromita, no le hacía ni pizca de gracia); revisitamos aquellas comidas pantagruélicas de verano cuando se juntaban los Tarradas Bultó con los Bultó Mata o los Oliver Bultó con sus macarrones, sus butifarras o sus filetes empanados cada uno; rememoramos cuando su padre cerró Bultaco y comenzó de cero con otras empresas y montones de raquetas de pádel en el maletero del coche (las Royal Padel, las que usan ahora desde Àlex Corretja a José María Aznar)…
Y, cómo no, esas inmersiones en el océano insondable de libros, recortes de periódico y notas que inundan la biblioteca de la casa. Allí donde encuentra esa marca de un jabón desaparecida, esa sastrería centenaria o ese ungüento para el bigote que le vienen fetén para sus relatos. Aquí tienen un fragmento de nuestro encuentro, solo un trocito. Pero no tengan miedo, que él se da por entero en sus novelas. En ellas se lo encuentran disfrazado en sus personajes, entre conflictos bélicos y del corazón, y quien sabe si, muy pronto, vestido también de celuloide. Ah, y a quien le haya surgido la duda, en esta novela, Rafa toma partido en el conflicto obrero, que los tiempos avanzan que es una barbaridad y se pagó la carrera como todos: trabajando de camarero y comparando el precio de los paquetes de arroz en el súper.
"La protegida"
Rafa, vamos al principio. ¿Cómo llegas a esa historia?
Llego porque... Todo el mundo piensa que mi familia —los Bultó— somos motos, motos y más motos...
Y no.
Claro que no. La realidad es que tanto la familia de Tarradas como la Bultó son dos familias textiles. De hecho, la fábrica textil de los Bultó es de 1850. Cien años antes del nacimiento de Bultaco o de Montesa. Y date cuenta de que la fábrica textil cierra en los años 90 del siglo XX, con lo que mi familia ha sido mucho más de textil que de motores en realidad. Lo que pasa es que a nosotros nos divertían mucho más las motos (risas), lógicamente (risas). Esta novela ha sido como volver a un pasado que, como decía Margaret Mitchell, se lo llevó el viento. Piensa que la industria textil, en su apogeo en Cataluña, empleaba a 350.000 personas, pero, en 15 años, desapareció por completo
No tenía ni idea.
En el caso de la fábrica de mi familia no fue así, porque se dedicaba a la hilatura, pero muchísimas familias textiles de Barcelona o se arruinaron o tuvieron que cerrar. Fíjate, toda una sociedad creada en torno a una industria (que fue la que dio origen a la Barcelona de hoy, o sea, a la Barcelona de L’Eixample, y que, en muchas ocasiones, era indiana, como la mía) se fue al garete. Y ¡había dado origen a toda una organización social! Ellos, que creyeron que duraría para siempre. Nietos, bisnietos, tataranietos... Y… ni una generación.
"En 'San Antonio' escribo muy bien. Tengo 'mi' sitio para escribir y reproduzco a la perfección la idea esa de autor torturado con perro a los pies y chimenea encendida"
Hablas de las colonias, ¿no? Que no eran algo raro...
Claro que no. Había 77. Tú ahora subes de Barcelona al Pirineo y todos los pueblos por los que vas pasando y que empiezan por "Cal" como Cal Vidal, Cal Rosal... ¿Todos? Son colonias. Y todos, pueblecitos privados.
Pero, en realidad, tú en tu novela hablas de microcosmos.
Porque todo estaba superorganizado, superjerarquizado, superestructurado… Y uno cree que la estructura siempre da perdurabilidad y, sin embargo... no pasó.
¿Por?
Porque era una época en la que la gente se moría de hambre y, de repente, tú vivías en una colonia y tenías casas y tus hijos se educaban y tenías los comercios y tenías médico... Ganabas en seguridad, pero perdías toda la ambición y toda la libertad... Y eso, la segunda generación no está dispuesta a tragárselo. No eran castas, eran clases.
Y ¿por qué un universo femenino?
Porque el 80 por ciento de la gente que trabajaba en los telares eran mujeres. Se decía que tenían las manos más finas y movían mucho mejor los hilos, pero la realidad es que eran más baratas. Y se suponía que "más dóciles"... Y porque...
Lucía Bultó Saigner trabaja como nutricionista y escribió Consejos de la Nutrinanny porque "decía que los niños pequeños comen fatal... Yo comí bien hasta que me fui de casa. Ahí empezó el desastre", bromea Rafa
Para ti, como escritor, ¿era más atractivo abordar esa "república independiente femenina" en un mundo de hombres?
Y divertido. Yo escribo siempre de cosas que me divierten y porque me encantan los personajes fuertes. Y hay truco. Cuando haces un personaje fuerte en el pasado, si es mujer, es el doble de fuerte. Y si le toca luchar, de entrada, ya nace con desventaja.
Y un señor como tú, nacido en un ámbito tan masculino como el de las motos, ¿de dónde aprende los códigos femeninos? Nosotros somos unos simplones…
Absolutamente (risas). A mi alrededor tengo mujeres muy fuertes. Tengo amigas muy fuertes, y ellas me sirven de ejemplo, de investigación, de fuente inagotable de recursos.
La familia
La descripción que haces de la Barcelona de aquella época en contraposición con el Madrid del mismo momento es supersugestiva, ese "querer enseñar" la riqueza tan de la capital frente al "seny" y el modernismo catalán…
Bueno, pero ahí te digo que esas casas que ahora te parecen impresionantes y preciosas —y supermodernas— en aquel momento eran muy polémicas. Mi abuela siempre contaba que su madre decía a su vez: "Pero qué horterada, pero qué horror. Mira lo que se han hecho los Milà. Mira lo que han hecho los Batlló. Pero ¿esta gente se está volviendo totalmente loca poniendo un dragón en el tejado?" (risas). Y lo que había eran ganas de pasar a la historia. "Tengo tanto dinero que me lo permito todo y yo quiero ¡pasar a la posteridad!". Recuerdo que el abuelo de un amigo mío decía de su abuelo que era tan tan tan rico "que se sentía mal" (risas).
¿Tu familia también tenía colonia?
Mi familia comienza con una tienda de telas en Cuba y... acaba con una fábrica muy grande, aunque no una colonia exactamente. La fábrica de mis antepasados se estableció en un pueblo ya preexistente, en Vilanova; no fue un pueblo que naciera de cero. Lo que pasó es que terminó absorbiéndolo, porque todo el pueblo terminó trabajando en la fábrica. Por ejemplo, la casa del amo, la más espectacular, claro, es hoy el juzgado.
La masía
¿Y "San Antonio"?
"San Antonio" tiene más de 200 años...
¿Perteneció a tus bisabuelos?
Más lejos. La construyó la familia y ha sido "la" propiedad desde siempre. Por eso ahora les digo a mis primos: "No podemos ser nosotros la generación que la pierda" (risas).
"Es una casa que siempre es muy abierta, muy acogedora para todo el mundo. La gente siempre nos dice 'hay una energía especial'. Y es cierto. Hubo una época en la que era tal el lío de gente que te sentabas en la mesa del comedor y nunca sabías con quién te ibas a encontrar"
—Ella es protagonista de tus novelas, también escenario... y, por supuesto, el lugar donde escribes.
—En "San Antonio" escribo muy bien. Tengo un sitio para escribir —que no es mío, pero un trocito pequeñito sí— y tengo una biblioteca que es mejor que cualquier archivo de documentación. Con muchísimos periódicos encuadernados...
¿Y eso?
Pasa con las casa viejas, ¿no? Y grandes. Que son un poco "la calle sin salida" de todas las otras casas. ¿Se muere tu tío? Sus muebles, sus libros, sus pertenencias van para "San Antonio"... ¿Que las lámparas en tu nueva casa ya no caben? Pues también se van para "San Antonio".
Y poco a poco se va nutriendo de muchísimas cosas que cada vez la hacen más rica y más llena de historia. Y luego, además, mi familia es una familia muy lectora. Todos los libros tienen notas al pie y al margen. Otra cosa muy distinta es que sea... cómoda (risas). Estas son casas maravillosas, pero más incómodas que una casa nueva. "San Antonio" tiene 22 habitaciones, por ejemplo. Y es todo una liada. Ya asumes que a lo mejor la calefacción no está puesta (risas) o que, si hay que limpiar la chimenea de dos siglos…, mejor poner una estufita y ya (risas).
Que en los pasillos, pasas frío…
(Risas). Sí, pero a los que "nos toca" no podemos ser tan "paquetes" como para desentendernos de ella. Esta casa ha aguantado guerras, ha aguantado ruinas, ha aguantado de todo...
Y guarda vuestra historia, vuestros recuerdos...
Nuevos y antiguos, porque está guay que ahora, a los primos que nos ha correspondido la casa, nos "obliga" a tener un contacto permanente. Cada uno nos ocupamos de una cosa de la casa y para todos es un punto de unión. Y, como te podrás imaginar, a "San Antonio" le pasan cosas todo el rato... Es muy grande, muy antigua, muy llena de cosas... Mala combinación...
Califica su biblioteca art decó como "un tesoro", porque en ella encuentra lo que todo historiador sueña: un archivo documental en el que no solo hay libros y periódicos, sino anotaciones al margen, recortes y comentarios de sus antepasados
Pero fabulosa.
También. En verano, que coincidimos todos, nos juntamos para dormir más de 50 personas.
¡No me digas!
Mi familia era tan grande que, por ejemplo, en un pasillo había una pizarra enorme y había firmas de gente que lo había firmado hacía 30 años y que nunca más habíamos vuelto a ver (risas). Y se organizaban fiestas… Una casa muy muy muy divertida.
Cómo no, en estos jardines tan increíbles… y en los salones.
Sí, pero ten en cuenta que las masías crecían desordenadamente. Y los salones, hay varios salones, pero no hay ninguno que digas… entiéndeme. No quiero parecer idiota. Son enormes, pero ninguno... napoleónico. Pero sí que ha sido siempre una casa muy abierta, muy acogedora para todo el mundo. Hubo una época en la que ya era tal lío de gente que tú te sentabas en la mesa del comedor y cada familia Bultó llegaba con su intendencia. Estaba la de mis abuelos y luego... la de todos los demás (risas). Además, mi madre y sus hermanas se casaron con todo un grupo de amigos. Todos jóvenes, todos con chavales...
Oye, ¿y habrá novela ambientada en el mundo del motor?
(Risas). El tema de la moto... Yo sí soy motero, y la historia de Bultaco es preciosa, porque es una historia muy increíble, la de mi abuelo, que consiguió que se vendiera en todo el mundo...
Pero...
Mmm... Creo que habría que contar la historia real... O, si tiene que ser una novela, tío, dame un poquito más de tiempo (risas).
En La protegida, nuestro anfitrión se sumerge en un universo lleno de mujeres fuertes y decididas. ¿La primera persona que leyó su manuscrito? "Obviamente, mi madre"
Jo, Rafa, no sé hasta qué punto pesa semejante apellido sobre los hombros…
Tengas el apellido que tengas, lo que me importa es ser una persona decente. Mi familia ha sido gente decente, han sido buenas personas o se han sentado a la mesa con buenas personas. Yo siempre digo que en la mesa de mi abuelo no se sentaba un corrupto. Yo intento ser una persona que, si un día me muero, digan: "No me timó, no me mintió."
Fue un buen tío, ¿no?
Eso es. Con una familia tan trabajadora y correcta, no me puedo permitir ser la oveja negra.






















