Después de 47 años cubriendo los grandes momentos del deporte español y casi tres años después de despedirse de los platós de TVE, Jesús Álvarez ha dado un paso inesperado: contar su propia historia. Su autobiografía, Cerca de las estrellas, recorre décadas de experiencias inolvidables junto a leyendas como Rafa Nadal, Roger Federer o Ayrton Senna y rememora momentos que marcaron no solo su carrera, sino también la historia del deporte nacional: desde los Juegos Olímpicos hasta el Mundial de Fútbol en Sudáfrica.
Entre anécdotas memorables y recuerdos entrañables, desvela su relación profesional con la hoy Reina Letizia en los informativos, el secuestro de su suegro Emiliano Revilla y la educación forjada tras perder a sus padres, Jesús Álvarez y Beatriz Cervantes, siendo apenas adolescente. También reflexiona sobre la injusticia del edadismo en su jubilación, el orgullo de ver a su hijo Rafa brillar en los Juegos Olímpicos de París y la fortaleza que le brindó su exmujer, Margarita Revilla, durante años de compromiso familiar y profesional.
Más que un repaso de su carrera, Cerca de las estrellas es un viaje íntimo por la vida de un periodista que, desde la humildad y la disciplina, vivió cerca de quienes definieron el deporte mundial y ahora nos invita a conocer al hombre detrás del micrófono, un relato que combina emoción, historia y un testimonio sincero de resiliencia y pasión por la profesión.
Jesús, después de tantos años de vivencias y una carrera tan intensa, ¿qué te impulsó a transformar tus diarios personales en un libro?
Creo, sinceramente, que pesó el deseo de comunicar, de contar y de revisar lo que había sido mi vida, mi obra y mis vivencias en el plano profesional y un poquito también en el personal. Llevaba años recopilando materiales y, cuando dejé Televisión Española, por fin dispuse del tiempo necesario para dedicarme a otras cosas. Fue entonces cuando me animé a publicar y a culminar un libro cuya primera parte, como tú dices, reunía recortes, retales y todos esos recuerdos. Después lo abordé ya con un enfoque profesional: la editorial me indicó la fecha en la que debía entregarlo y así lo hice.
El título es muy sugerente, pero ¿Cómo se codea una “estrella” del periodismo con las “estrellas” que mencionas en tu libro?
¿Yo, una estrella? ¡No, no! Yo soy una persona normal que se ha codeado con las grandes estrellas del deporte. De ahí el título. Creo que refleja muy bien la realidad, porque he estado cerca de las grandes figuras deportivas. Haber podido compartir espacio con estos personajes, que, al fin y al cabo, han dado sentido a mi trabajo durante tantos años, ha sido fundamental. Tras 47 años de profesión, he estado en lo que yo llamo “las grandes salsas” del deporte, en lugares por los que mucha gente mataría por estar: ocho Juegos Olímpicos, ocho Mundiales de fútbol, Eurocopas, Champions, rallies, Fórmula 1…
Hay que vivirlo.
Sí. Y en ese sentido me siento increíblemente afortunado y profundamente agradecido a Televisión Española, que me brindó la oportunidad de formar parte de esos grandes momentos.
Retomar los recuerdos de tantos años, ¿fue un viaje agradable o te generó cierta nostalgia?
Fundamentalmente han sido recuerdos agradables, pero hay también vivencias personales que, al recordarlas, no es que resulten desagradables, pero quizá no son de las que uno desea traer a la memoria. Y me viene a la cabeza el secuestro de mi suegro, Emiliano Revilla. ¿Cuántos días estuvo secuestrado Emiliano? Oficialmente, 249, pero en realidad fueron 299 noches: noches largas, oscuras y llenas de incertidumbre, sin saber nada de lo que sucedía ni si estaba con vida.
¿Hay alguna anécdota que crees que sorprenderá especialmente al lector?
—No sé, quizá haya alguna anécdota relacionada con el deporte. Evidentemente, recuerdo el Mundial de Fútbol España 82, que yo cubrí para Radio Nacional. Estábamos en un apartamento en una localidad cercana a Valencia, junto al Parador Nacional Luis Vives, donde se encontraba concentrada la selección española. José Emilio Santamaría era muy estricto con los entrenamientos y no permitía que la prensa estuviera presente: todo era a puerta cerrada. Desde el apartamento que nos alquiló la emisora, observábamos todo con unos buenos prismáticos desde la terraza. Más tarde, en la rueda de prensa, le preguntamos al míster sobre lo que habíamos visto. Él nos miraba con cara de “¿de dónde habrán sacado esta información?”. Estoy seguro de que sospechaba que había un soplón en el equipo.
De todo lo que has plasmado en tus páginas, ¿hubo algún episodio que te costó especialmente plasmar en palabras?
No, no necesariamente. Bueno, aparte de lo del secuestro, que nunca es agradable porque son situaciones personales, familiares y muy preocupantes… ¿Cuántos días estuvo secuestrado Emiliano? Oficialmente, 249, pero en realidad fueron 299 noches: noches largas, oscuras, llenas de incertidumbre, sin saber nada de lo que sucedía ni si estaba con vida. Por eso siempre digo que no son días, sino noches, lo que realmente marcó el tiempo del secuestro.
Al margen de eso, también hay anécdotas laborales que reflejan la prudencia que debemos mantener los periodistas en nuestro trabajo y en nuestro lenguaje. Una de ellas la cuento en el libro: en el telediario confundí un término y, en lugar de decir que había sido una mala jornada para los equipos madrileños que habían jugado contra el Barça y el Espanyol, dije que había sido una mala jornada para los equipos españoles. Imagínate el revuelo que se formó en Cataluña.
Al terminar el telediario, recibí unas 200 llamadas de todos los medios explicando que había sido simplemente un lapsus, un error involuntario. Al día siguiente, todo se aclaró: Jesús Álvarez calificó a los equipos catalanes correctamente y la situación quedó resuelta. Pero esa experiencia confirma aquel dicho de la facultad: “No permitas que la realidad te estropee un buen titular”. Fue, sin duda, una de las anécdotas más destacadas y relevantes de mi trayectoria profesional.
Hablar de la jubilación también te habrá costado, porque no querías irte.
Creo que esto fue una clara discriminación por edadismo. Me resulta incomprensible tener que retirarse a los 65 años de un trabajo al que uno ha dedicado tanto tiempo, esfuerzo y compromiso, y en el que la televisión ha invertido recursos para formar a un profesional con credibilidad, prestigio y recorrido. Antes, quizá a los 65 se consideraba que alguien ya había llegado demasiado lejos en la vida, pero ahora eso ha cambiado y no tiene nada que ver. Encontrarme de repente con que debía irme de lo que había sido mi casa por este motivo…
No te hizo gracia en absoluto.
Ninguna, evidentemente. Además, el motivo formal de mi jubilación era un convenio dentro de los estatutos de Televisión Española, un convenio colectivo que obligaba a dejar la televisión si cumplías 65 años y llevabas más de 37 años y medio cotizados a la Seguridad Social. Sinceramente, no me pareció lógico. La prueba está en que, apenas diez meses después, se revocó esa parte del convenio, y ahora la gente se jubila mucho más tarde, cuando quiere o cuando le dejan. Por eso siempre dije que todo aquello fue muy injusto.
Volviendo a tu carrera, Jesús, ¿qué momento profesional consideras irrepetible y supiste que debía reflejar en el libro sí o sí?
Bueno, no sé si fue irrepetible o no, pero lo que realmente me conmovió y que me hizo pensar “después de esto ya puedo retirarme” fue cuando España ganó el Mundial de fútbol en Sudáfrica.Yo había pertenecido a la generación del “jugamos como nunca y perdimos como siempre”, acostumbrado a los fatídicos cuartos de final, a jugar muy bien y no clasificarnos.
De repente, en 2008, ganamos la Eurocopa en Austria contra Alemania y, dos años después, logramos el único gran título que nos faltaba a los españoles. Habíamos sido campeones del mundo en balonmano, baloncesto, tenis, con la Copa Davis, los Tours de Indurain, los triunfos de Rafa Nadal… pero en nuestro deporte rey, el fútbol, aún no éramos campeones.
Después de tantas tentativas y frustraciones, ver cómo España ganaba el Mundial en ese escenario, y haber podido estar allí, fue la culminación de mi vida profesional. No me retiré, claro, pero, sin lugar a dudas, fue un momento que marcó mi carrera.
Es el momento que más me emocionó, quizás.
No sé si fue el que más me emocionó, pero sí fue muy especial, porque nos dimos cuenta de que habíamos conseguido algo que siempre habíamos soñado. Todas las generaciones de periodistas de mi edad vimos cómo se nos habían frustrado tantas expectativas y lograrlo en ese instante fue como decirme a mí mismo: “Jesús, ya puedes irte tranquilo, esto ya está reflejado, contado”
Coincidiste con la Reina Letizia en TVE. ¿Qué recuerdos guardas de aquellos años compartidos?
Bueno, a mí me hace gracia ahora cuando me preguntan por aquello. Cuando digo que la llamábamos Leti, los titulares se transforman en “Álvarez desvela que… a la Reina la llamábamos Leti en la redación”. Pero yo no desvelo nada: es que la llamábamos Leti. A cualquiera que le hubieran preguntado, habría dicho lo mismo. Coincidimos en una etapa del trabajo y tuve la oportunidad de presentar algún telediario con ella y de charlar en alguna ocasión. Ahora, cuando la veo, no me sale decirle “Majestad” ni “Señora”; la sigo considerando una compañera de televisión.
¿Tienes alguna anécdota con ella que recuerdes con cariño?
Hay una foto en el libro en la que estamos ella y yo juntos, que fue además en septiembre, al comienzo de la temporada. Ese año ya habíamos terminado de hacer las fotos y, cuando ya nos íbamos a marchar del estudio, le dije al fotógrafo. “Haznos una foto". Yo no sabía que se iba a convertir en un recuerdo excepcional, que ella sería la futura reina. Estamos los dos muy sonrientes, muy simpáticos y ella disimulando porque ya tendría relación evidentemente con el Príncipe.
Tus padres, ambos referentes en periodismo y radio, fallecieron cuando eras apenas un adolescente. ¿Cómo influyó esa pérdida en tu madurez?
Pues mira, fue una madurez forzada. Perdí a mi padre con 12 años y a mi madre con 16. Todo sucedió tan rápido, tan de golpe, que no te da tiempo a reaccionar. A los 16 años me encontré sin mis dos grandes referencias y con una vida por delante que debía gestionar personalmente. Eso te cambia completamente la mentalidad: pasas de la infancia a la madurez de manera inmediata. De hecho, yo había pensado estudiar seguramente una ingeniería, porque había hecho todo el bachillerato de ciencias. Pero, de repente, obligado por las circunstancias, cambié de rumbo y opté por una carrera que me permitiera trabajar desde el primer momento, ganarme la vida y poder costear mis estudios. Fue una decisión rápida, pero forzada por la situación. No sé cómo habría sido mi vida si mis padres hubieran vivido, pero indudablemente su ausencia cambió mi camino de manera radical.
¿Qué te hizo sentir que el periodismo estaba en sus genes?
De repente, me dije a mí mismo: “Jesús, tienes que dedicarte a algo que te permita ganarte la vida desde el minuto cero”. Claro, si estudias una ingeniería, no puedes ponerte a trabajar en cualquier tema; una ingeniería requiere el título, las prácticas… No era algo inmediato. Pero con el periodismo fue distinto: me fluía, me salía de manera natural, porque lo llevaba en los genes. Mi padre periodista, mi madre periodista, mi hermana ya trabajando en radio, una tía locutora y de doblaje. Lo había visto todos los días en casa. Al principio no le daba importancia, porque no tenía esa perspectiva, pero cuando realmente te cambias y decides dedicarte a otra cosa, surge de manera espontánea: te fluye solo.
Tras tantos años acompañando a grandes deportistas, ¿qué le han enseñado sobre la humildad y la disciplina?
Pues, ante todo, que para destacar en tu trabajo y en tu trayectoria deportiva, primero hay que ser buena persona y luego trabajar con humildad: sin despreciar ningún consejo, siendo educado dentro y fuera de la pista. Sobre todo, hay que ser sincero, modesto y humilde, como Rafa Nadal, que ha demostrado con su forma de ser y de actuar todo lo que te estoy describiendo: un deportista excelente, pero también una persona excepcional. Jamás le he visto romper una raqueta y mira que he visto a muchos jugadores hacerlo en una pista. No sé si en su casa o en sus ratos libres, quizá en un garaje, haya roto alguna, pero en un partido de tenis, nunca. Desde luego, la educación deportiva que recibió ha sido todo un ejemplo de valores y profesionalidad. En ese sentido, Rafa Nadal ha sido siempre una referencia para mí, un ejemplo a seguir.
Y de los deportistas extranjeros, ¿quién te dejó la huella más profunda y por qué?
Pues mira, seguramente fue Ayrton Senna, el piloto brasileño. Tenía un halo especial: era una persona aparentemente tranquila, sosegada, pero cuando se metía en el coche y se ajustaba el cinturón de seguridad, se veía algo extraordinario.
Era un genio.
Exactamente. Sus poles, su forma de conducir, su manera de hacer las reglas… todo él transmitía que tenía algo único, algo que lo hacía diferente de los demás. Sin duda, ha sido de las personas que más me han impresionado en ese sentido.Pero no solo Ayrton Senna. También hay otros deportistas que me han dejado huella: Roger Federer, por su elegancia y constancia; Carlos Sainz, un luchador nato, trabajador desde sus primeros Mundiales de rallies. Siempre un ejemplo de esfuerzo, dedicación y profesionalidad. En definitiva, todos los grandes deportistas —hombres y mujeres— que han destacado en alguna faceta me recuerdan que nada es fruto de la casualidad.
Tu mujer, Margarita Revilla, ha sido un pilar fundamental. ¿Cuál crees que ha sido el mayor apoyo que te ha dado en tu carrera?
Llevo seis años divorciado, y para mí, siempre ha sido un pilar fundamental. Su comprensión ha sido clave: entendió lo que significaba mi trabajo, la exigencia de pasar tantos días fuera de casa y asumió con generosidad la responsabilidad de los niños, de los colegios y de todas las obligaciones familiares que eso conlleva.Su inteligencia, su paciencia y su apoyo constante hicieron que todo fuera más llevadero. Sin duda, ha sido un gran sostén en mi vida y siempre le estaré profundamente agradecido por su comprensión y por la forma en que supo gestionar todo con delicadeza y equilibrio.
Tus tres hijos han seguido caminos distintos en el deporte. ¿Cómo ha sido acompañarlos y verlos crecer con esa pasión?
Mis tres hijos son unos fenómenos del deporte. Lo que ocurre es que también les ha gustado estudiar y no se han dedicado exclusivamente al deporte. Dos de ellos, Alejandro y Rafael —que son gemelos— sí se han entregado profesionalmente al hockey sobre hierba. El mayor, Jesús, tiene 30 años, mientras que Alejandro y Rafael tienen 27. Rafa, en particular, ha destacado a nivel internacional: ha participado en los Juegos Olímpicos y estuvo en París como portero de la selección española de hockey hierba.
¿Qué sentiste al verle vivir esa experiencia?
Pues orgullo, claro. Fíjate, un padre que ha dedicado toda su vida a la información deportiva y que, de repente, ve a un hijo destacando como estrella en su deporte. Es un motivo de gran satisfacción.
Ahora que ha escrito su historia, ¿qué le gustaría permitirse en esta nueva etapa de su vida: seguir escribiendo, colaborar en medios, viajar, descansar…?
En realidad no me he planteado convertirme en escritor porque, al fin y al cabo, esto ha sido simplemente contar lo que ha sido mi vida en los últimos 47 años de mi trayectoria profesional. Sigo activo, evidentemente. En marzo me eligieron presidente de la Asociación Española de la Prensa Deportiva y, entre ese trabajo y otras actividades, mi agenda está bastante completa. Ahora, sin exclusividad con Televisión Española, puedo colaborar con cualquier medio y desarrollar proyectos que antes no podía. Mi vida profesional está enfocada en eso: aprovechar todas las oportunidades que se presenten, seguir trabajando como periodista y como presidente de la Asociación, velando por su desarrollo, luchando y contribuyendo al fortalecimiento de la prensa deportiva en España.














