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Hay lugares que no precisan de superlativos para resultar deslumbrantes. Begur es pequeño y relajado, adormilado y discreto. Apenas unas calles sinuosas, un puñado de casas abigarradas y un imponente castillo medieval que domina el casco antiguo (o más bien lo hacen sus ruinas) y desde donde se vierten las mejores vistas a ese paisaje que Josep Pla describió como 'inolvidables combinaciones de tierra y mar, de bravura y delicadeza, de geología y sensibilidad'. El paisaje que dibuja la Costa Brava, al que este escritor, periodista, viajero y catalán universal dedicó miles de páginas.

 

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Por su posición privilegiada en el corazón del Empordà, Begur condensa, tal vez mejor que ningún otro pueblo, la esencia de este litoral. Su fisionomía está atravesada por carreteras que serpentean por el terreno quebrado, entre una amalgama de pinos, almendros y algarrobos que descienden hasta el mar, para llegar al fin a unas calas que se cuentan, por derecho propio, entre las mas hermosas del país.

Nada extraña que los ecos de esta joya suspendida en tiempos del Medievo llegaran hasta la misma meca del cine conquistando a no pocas estrellas del celuloide. Te contamos todas sus bondades, que son muchas, para luego acercarte a descubrirlas.

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EL CENTRO HISTÓRICO

Desde la propia fortaleza, a doscientos metros sobre el nivel del mar, se divisa esta panorámica, con el telón de fondo de un Mediterráneo que aquí parece más azul que en otros puntos del litoral. Es la zona más elevada de la villa, un fuerte del siglo XI levantado sobre un asentamiento romano y destruido en diversas ocasiones. Hoy tan sólo queda en pie una torre y parte de sus murallas, pero la subida merece la pena.

 

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Por el camino, mientras se ejercitan las piernas a través de la empinada Calle del Castillo, salen al paso los hitos de la localidad: la iglesia de San Pedro en la Plaza de la Villa, animada siempre con terrazas al sol; el mirador de San Ramón, desde el que contemplar a las islas Medas en el horizonte; las torres de defensa integradas en las viviendas, erigidas para protegerse de los ataques piratas; las pintorescas casas de indianos que exhiben un estilo colonial muy similar al de Cuba, puesto que proceden de aquellos lugareños que se fueron a hacer las Américas y regresaron con grandes fortunas.

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CALAS DE POSTAL

Pero a Begur, como ya decíamos, se viene a disfrutar de unas playas fabulosas. Nada menos que cinco pertenecen a este municipio y todas ellas conforman un entorno inigualable: Sa Riera, Aiguafreda, Sa Tuna, Fornells y Aiguablava. Su apariencia, antes de que comience el verano y lleguen cientos de visitantes, resulta de lo más salvaje.

 

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Nadie puede irse sin conocer la pequeña calita de Illa Roja, donde se practica el nudismo. Un rincón dominado por un peñasco cobrizo que emerge de las aguas transparentes y contrasta con la arena fina y, más al fondo, con los chalés que (por suerte) quedan escondidos entre la masa de pinos. Su gran baza es que sólo permite llegar por un Camino de Ronda, esos que, en su día, fueron campo de batalla de contrabandistas y cuerpos de guardia, y que luego se recuperaron por su belleza extraordinaria. Desde Sa Riera hasta la playa de Pals, en algún punto del sendero aparece esta playa intacta.

 

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GLAMUR DEL SÉPTIMO ARTE

Hasta la misma meca del cine llegaron los ecos de este pueblo de la Costa Brava. Y lo hicieron de la mano de Liz Taylor, que en 1951 apareció para rodar aquí, junto a Montgomery Clift y Katharine Hepburn, la película De repente, el último verano, dirigida por Joseph L. Mankiewicz.

Cuentan que la diva de ojos violetas quedó prendada de Begur, donde dejó su recuerdo a través de diversas escenas filmadas en las calles y de otra, memorable, en la cima del castillo. También cuentan que los begurenses, que llegaron a intervenir como extras y figurantes del filme, quedaron atónitos al ver su villa revestida del glamour de Hollywood.

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CÓMO LLEGAR A BEGUR

Begur se encuentra a unos 60 kilómetros de Girona en dirección a la costa, provincia a la que pertenece, y 130 kilómetros de Barcelona. En el corazón del Empordá, esta villa convertida en una de las más turísticas de la Costa Brava gracias a sus magníficas calas, será mejor visitarla fuera de temporada, cuando sus playas se encuentran más tranquilas. Los meses de mayo y junio se puede disfrutar de buenas temperaturas y ya es posible el baño. Lo mismo ocurre entre septiembre y octubre. Evitar la temporada alta nos ayudará también a poder dejar el coche en los aparcamientos habilitados, durante los meses de verano se saturan desde primera hora de la mañana.

 

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