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La primera sensación es la de haber retrocedido en el tiempo: al caminar por las calles empedradas de San Martín de Castañar, flanqueadas por vetustas casonas de piedra cuyas fachadas, testigos de la historia, han sido invadidas por el musgo invernal, uno se imagina que, de cualquier puerta, tras cualquier esquina, puede aparecer algún vecino vestido con ropajes medievales. Será que este pueblito de postal se agarra a su pasado con fuerzas.  

 

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Sin embargo, enseguida sacuden los aires de modernidad. Desde hace unos años, los escasos vecinos de la localidad rinden homenaje a aquellas palabras autóctonas cada vez más olvidadas, decorando los rincones de San Martín de Castañar de pintorescas jardineras con frases que incluyen vocablos como avíos, peoná, mezuquear o escarrapicharse. Arte urbano en toda regla o, visto de otro modo, una lección de cómo mantener viva la esencia de un pueblo: de cómo revindicar sus orígenes.  

 

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Pero situémonos, porque para entender la belleza de nuestro destino, declarado conjunto histórico, primero estaría bien conocer el privilegiado entorno en el que se halla. Al amparo de la Peña de Francia, y a 74 kilómetros de Salamanca, San Martín del Castañar forma parte también de la Reserva de la Biosfera de la Sierra de Francia y Sierra Quilamas. Casi nada.  

 

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Un forma perfecta de ser consciente de la barbaridad paisajística de la zona es recorrer la vía principal del pueblo hasta alcanzar, en lo más alto, el conocido como Castillo de la Biosfera. Construido en el siglo XV, perteneció al obispo de Salamanca y fue recientemente rehabilitado y musealizado. En su interior, el centro de interpretación aporta toda la información necesaria para entender la riqueza de las Sierras de Béjar y Francia antes de continuar subiendo, en esta ocasión, hasta el mirador ubicado en una de las torres principales: desde allí podremos contemplar la panorámica. ¿Una curiosidad? El recinto amurallado del castillo guarda en su interior, además, un camposanto. Y es que resulta que todo el terreno sirvió de cementerio para el pueblo durante décadas.  

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Salimos del histórico monumento para, sin apenas caminar unos pasos, encontrarnos ante otro: la plaza de toros de San Martín del Castañar, de forma irregular y considerada la segunda más antigua de España –la primera referencia escrita es del siglo XII, pero se conoce que es anterior–, se despliega junto a la entrada principal del castillo. Antiguamente contó con burladeros levantados en esa piedra granítica tan típica en la zona y hoy sirve de enclave para fiestas de lo más variadas.  

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Pero literalmente. Porque bajando de nuevo desde el castillo hacia el centro de la localidad, alcanzamos la plaza de la Iglesia, un espacio no proyectado como tal en sus orígenes, aunque se le fue dando forma al ir construyendo diferentes edificios eclesiásticos en torno a él. Por un lado, la capilla de la antigua Cofradía de la Pasión; por otro, la iglesia de San Martín de Tours. Frente a ella, dos casas que datan de mediados del siglo XVII y que en el pasado pertenecieron a los beneficiarios de la parroquia. Una fuente aporta el toque final a la estampa. 

 

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Entramos en la iglesia con los ojos bien abiertos, dispuestos a dejarnos sorprender, y enseguida nos percatamos de la variedad de estilos arquitectónicos que la conforman. ¿Entre ellos? La puerta meridional gótica, el retablo barroco con las figuras de San Martín de Tours y el Cristo del Misere, o el deslumbrante artesonado mudéjar. Una obra de arte en sí misma.  

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Pero, además de visitar sus monumentos y edificios más emblemáticos, San Martín del Castañar invita a ser paseada. Solo de esta manera podremos ser conscientes de la paz y tranquilidad que se respira por estos lares. Nos aferramos a ese vetusto empedrado que guía nuestros pasos para detenernos frente a las singulares tramoneras que decoran sus casas, herencia de aquellos franceses que, para repoblar la zona allá por el siglo XII, vinieron desde el país vecino trayendo consigo algunas de sus costumbres. También llaman la atención sus elaborados balcones de madera, las ventanas y contraventanas. Las mismas que, llegado el buen tiempo, lucen repletas de plantas y flores de todos los colores gracias al cuidado y esmero de los vecinos.  

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En la planta baja, la mayoría de las casas contaban antiguamente con una bodega en la que almacenaban el vino. Una tradición que define a los 22 municipios que conforman la Ruta del Vino Sierra de Francia, entre los que se encuentra, claro, San Martín del Castañar, y que tiene a la uva rufete como protagonista. Para catar las bondades de los ricos caldos que por aquí se elaboran, hacemos parada técnica —que, oye, nunca está de más— en uno de sus dos restaurantes más emblemáticos. Ya sea en el Mesón de San Martín (ruralbuenaventura.com) o en el restaurante Posada de San Martín (posadasanmartin.es), acompañamos la copita de vino con algo de jamón ibérico o embutido local, seguimos con unas magníficas patatas meneás, y terminamos con una ración de cabrito cochifrito. Qué, ¿paseamos —de nuevo— para bajar la comilona? Va a ser que sí. 

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EL LEGADO ROMANO 

Que a partir de este punto nos guíe por el pueblo una calzada de tiempos romanos no es una cuestión que pasar por alto. Nos topamos con ella nada más cruzar el puente, también romano, que nos permite sortear el río que serpentea por la zona, el llamado Canderuelo o Corral de Frías. Es él el que surte de agua las piscinas naturales junto al Parque Municipal en las que los locales se refrescan y divierten cuando aprietan los calores. El antiguo lavadero, por cierto, sirve de localización para el chiringuito estival. 

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Es la del puente, posiblemente, una de las estampas que mejor definen la esencia de San Martín del Castañar. Del otro lado, continúa la calzada que nos lleva hasta dos de las ermitas del pueblo, la del Humilladero y la del Socorro o San Sebastián, otra de esas visitas indispensables. La segunda, que data del siglo XV, cuenta con doble altar, de ahí también su doble advocación. 

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Y más allá, la naturaleza alcanza su máxima expresión tentándonos con arrancar a descubrirla. Y lo hacemos, sin duda: las múltiples rutas senderistas que se reparten por la zona son la manera idónea de entender y sentir lo especial de la Sierra de Francia y la Sierra de Quilamas. Una de las más populares es la ruta que recorre los antiguos molinos harineros mientras viñedos, olivares y fresnos hacen de compañeros. Si optamos por adentrarnos en los densos bosques, serán los robles y pinos los que hagan su aparición al tiempo que paseamos por el Camino de los Espejos, una ruta circular que une Sequeros, las Casas del Conde y Mogarraz. Siempre regalando la mejor de las estampas. Siempre descubriéndonos esa otra Salamanca tan desconocida. 

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Una última parada, con la que poner la guinda al viaje, la encontramos algo más apartada, a 2 kilómetros de San Martín del Castañar. El yacimiento visigodo de La Legoriza fue excavado entre 2004 y 2008 y en él fue descubierto un campamento minero del siglo VII hasta el que se traía el hierro extraído de minas cercanas. Una prueba más de que –ya lo advertíamos al comienzo–, en este pueblo de la Sierra de Francia, el pasado está más presente que nunca. Y qué suerte la nuestra que así sea.  

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