Mientras medio país se debate entre sacar el edredón nórdico o subir un grado más la calefacción, otros disfrutan de algunos de los lugares menos invernales de nuestra geografía. Enclaves privilegiados donde la estación es sinónimo de paseos con pocas capas, aperitivos en terrazas y una primavera que se acaba por adelantar. No hay que cruzar fronteras para conocer estos refugios climáticos que lideran el ranking estatal pero también se posicionan de forma envidiable en el europeo. El sol es el protagonista de esta pequeña lista de cuatro destinos llenos de planes, actividades y rincones especiales donde sobran guantes y gorros.
El 'búnker solar' de Gran Canaria
El invierno en las Islas Canarias es, en general, un verano suave. Pero en Gran Canaria, y más concretamente en su zona sur y suroeste, el objetivo no es buscar el sol sino directamente decidir en qué rincón colocar la toalla. La orografía de la isla, con una gran elevación central, bloquea los vientos alisios del noreste, dejando así la franja costera libre de nubes la mayor parte del año.
El recorrido comienza en la Reserva Natural Especial de las Dunas de Maspalomas, un ecosistema móvil de 400 hectáreas que cuenta con un palmeral y con La Charca, una laguna salobre clave para la observación ornitológica de las aves migratorias, como la garza real en su ruta invernal hacia África. Un sendero delimitado permite llegar hasta el faro, una construcción de 1890 que se eleva 60 metros hacia el cielo en el extremo sur de la isla.
Desde este punto, la carretera GC-500 recorre el litoral hacia el oeste conectando varias localidades clave, como Arguineguín. En el pueblo aún se conserva la actividad pesquera tradicional, con su Cofradía de Pescadores donde desembarca y se subasta el pescado local, pudiendo seguir prácticamente su camino hasta la mesa del restaurante. Además, los martes se llena de gente para visitar el mercadillo que reúne artesanía, ropa y productos locales.
Las bonitas y resguardadas playas de nuestro Puerto Rico particular y su vecino Amadores, con temperaturas medias de entre 19 y 22 grados, compiten con las excursiones para ver cetáceos que parten de sus puertos y permiten admirar también el perfil de la isla océano adentro. Pero aún espera otra joya, el puerto de Mogán, marcado por una arquitectura de casas bajas ubicada alrededor de una red de canales y calles rebosantes de flores que invitan a pasear por los muelles.
Alejándonos de la costa, pero con ella en el punto de mira, las carreteras sinuosas del barranco de Fataga, conocido como el Valle de las Mil Palmeras, llevan hasta el pueblo homónimo, un ejemplo de arquitectura rural canaria entre riscos volcánicos que ofrece un contraste inmediato entre el turismo de sol y la geología isleña. Cerca, otro barranco, el de Guayadeque, sorprende conservando aún la tipología habitacional prehispánica de las casas-cueva.
La Costa del Sol malagueña
El microclima propiciado por las Cordilleras Béticas, que frena los frentes fríos del norte, sumado a la influencia reguladora del mar de Alborán, permite la existencia de dos zonas bien diferenciadas en la propia Costa del Sol: la oriental (Axarquía), con su esencia subtropical, y la occidental, más urbana y cosmopolita.
En la zona más oriental, el clima permite el cultivo extensivo de unas frutas tropicales que hacen la boca agua y pintan las laderas de la carretera. Nerja es un buen punto de referencia para recorrer su litoral, con su Balcón de Europa mirando desde lo alto de un antiguo fuerte, y sus cavidades kársticas de sorprendentes dimensiones y visitables todo el año. Pocos kilómetros hacia el interior, Frigiliana sigue gozando de ese clima entre las calles de su precioso casco histórico, que mantiene intacto el trazado morisco, siendo uno de los pueblos blancos mejor conservados de Andalucía.
Bajando de nuevo al mar, esta vez al centro de la bahía, Málaga capital no deja a nadie indiferente, y menos con su renovada fachada marítima. El Palmeral de las Sorpresas y el Muelle Uno conectan el puerto con el animado centro, donde se ubica la Alcazaba y el castillo de Gibralfaro, pero no hay que olvidar la interesante oferta museística, con el Museo Picasso, el Centro Pompidou o el Museo Carmen Thyssen dispuestos a acercar el arte al visitante.
Siguiendo hacia el oeste, la Costa del Sol cambia su fisonomía y ofrece su cara más occidental, una Marbella que contrasta las firmas de lujo y los yates de gran eslora de su Milla de Oro y Puerto Banús con el casco antiguo que aún mantiene en pie las murallas del castillo árabe y la Plaza de los Naranjos con su belleza renacentista. Estepona tampoco se queda atrás con su revitalizado centro, donde destaca la Ruta de los Murales y un orquideario de cristal de grandes dimensiones.
Hacia el interior se abre un abanico de opciones. Los más aventureros se animarán con el Caminito del Rey, un paseo muy vertical por las paredes del desfiladero de los Gaitanes, mientras que aquellos que buscan un deporte más tranquilo se maravillará con la mayor densidad de campos de España. Y para quienes sigan buscando cultura y pueblos únicos, Ronda, con su Puente Nuevo sobre el Tajo de 100 metros de profundidad, será una de las mejores excursiones posibles.
El litoral que bendice a Alicante
La franja costera del sur de la Comunidad Valenciana se caracteriza por estar situada en la sombra pluviométrica del sistema montañoso Prebético. Las borrascas del oeste llegan muy debilitadas a este litoral, lo que resulta en inviernos extremadamente secos y con una insolación elevada. La ausencia de humedad incrementa la sensación térmica y esto hace que ciudades como Alicante vivan volcadas al mar y, en este caso en particular, a su fortaleza.
El Castillo de Santa Bárbara, situado a 166 metros sobre el monte Benacantil, es una de las fortalezas medievales más grandes de España y ofrece una visión panorámica de la bahía. A sus pies, el barrio de Santa Cruz es un entramado de escaleras y casas bajas encaladas adornadas con macetas que recuerda la herencia musulmana de la ciudad. La vida social invernal se articula en torno al tardeo y el ocio nocturno en lugares como el Mercado Central, la calle Castaños y la plaza de los Luceros.
Siguiendo hacia el sur aparece Elche con el paisaje único de su Palmeral, Patrimonio de la Humanidad, que refleja el sistema de agricultura de oasis que importaron los árabes en los más de 200.000 ejemplares. El Huerto del Cura sigue maravillando a nivel botánico con su jardín más emblemático, donde conviven especies de todo el mundo.
Sin embargo, hacia el norte la orografía se vuelve más accidentada y aparecen pequeños tesoros, como Villajoyosa, con su fachada marítima de casas pintadas de vivos colores y sus calles oliendo a chocolate gracias a la gran producción y a los museos cuya labor gira entorno a este goloso producto. Vistosas son también las cúpulas de teja azul vidriada de la iglesia de Altea, que ya desde la carretera nacional asoman para dar paso a un casco antiguo de calles empedradas donde corre el arte y la artesanía.
Para cerrar el viaje, nada mejor que parar en Calpe, donde se encuentra el Parque Natural del Peñón de Ifach, un monolito calcáreo de 332 metros unido a la costa cuyo ascenso ofrece una visión que alcanza hasta las islas Pitiusas. Y si de islas se trata, la de Tabarca, accesible desde Santa Pola, es la única habitada de la comunidad y un remanso de paz que permite recorrer sus murallas y probar el caldero tabarquino en paz bajo los rayos de sol del invierno.
Buscando el sol en el golfo de Cádiz
El invierno atlántico, definido por una luz de gran intensidad, cielos cambiantes y temperaturas suaves moderadas por el océano, se suma en Cádiz a una geografía marcada por la desembocadura del Guadalquivir y la cercanía con África, lo que influye en clima, pero también en historia. La ruta podría comenzar en Sanlúcar de Barrameda y su barrio marinero de Bajo de Guía, desde donde se observa, en la orilla opuesta, el Parque Nacional de Doñana.
Junto con Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María, Sanlúcar conforma el Marco de Jerez. En invierno, la actividad en las bodegas es constante, permitiendo conocer el sistema de criaderas y soleras único en el mundo para la elaboración de sus finos, manzanillas y olorosos. Jerez añade a la ecuación la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, donde se preserva la tradición del caballo cartujano, y un centro histórico con un alcázar almohade y numerosas casas-palacio.
La capital, considerada una de las ciudades más antiguas de Occidente, guarda en su urbanismo el arte de encajar toda su belleza en tan poco espacio. Sus calles estrechas desembocan en plazas abiertas y en el paseo del Campo del Sur, que bordea el mar. Lugares como la Torre Tavira, antigua torre vigía de los cargadores a Indias, ofrecen una cámara oscura para ver cómo esta ciudad apretujada se las ingenia para estar llena de luz.
Siguiendo la costa hacia el sur, el paisaje se vuelve más salvaje hasta llegar a Vejer de la Frontera, parapetada en su colina a 200 metros sobre la comarca de la Janda. Su recinto amurallado y su castillo se rodean de una arquitectura popular andaluza inmaculada. Ya en el Estrecho, las playas de Tarifa y Bolonia, de grandes dimensiones y arenas finas, se complementan con el conjunto arqueológico de Baelo Claudia y la visión de paseantes, surferos e incluso jinetes con la costa de Tánger al frente.












