Hay una calle en la ciudad de Nápoles en la que siempre es Navidad. Se llama Via San Gregorio Armeno y es una suerte de mercado bullicioso, consagrado a uno de los elementos más típicos en esta temporada de villancicos y turrón: los pesebres (presepi), que se venden durante todo el año, aunque es ahora, claro, cuando se presentan invadidos por la magia de las fiestas.
Pasear en estos días por esta arteria cercana a la piazza Nicola Amore es empaparse de un espíritu cálido y entrañable, y al mismo tiempo maravillarse con lo que está considerado todo un arte. Aquí, junto a una cincuentena de comercios, se amontonan las galerías y los talleres en los que, desde tiempo inmemorial, se elaboran de manera artesanal estos belenes cuyo precio roza los 6000 €. Y es que algunos están inspirados en grandes genios del arte como Caravaggio y otros recogen los diferentes estilos que han marcado el gusto de la realeza europea. No faltan los de carácter contemporáneo, que incluyen a personajes vinculados a la actualidad como Taylor Swift, Leo Messi o Donald Trump.
UNA TRADICIÓN ANCESTRAL
¿Pero qué es lo que tiene esta ciudad enérgica y temperamental con estas tiernas figuritas que escenifican el nacimiento de Cristo? Muchos no lo saben, pero Nápoles es la cuna de esta tradición, que se desarrolló a partir del siglo XV influenciada por los virreyes españoles. Una tradición que se consolidó durante el siglo XVIII bajo el reinado de los Borbones (especialmente con Carlos III), cuando la elaboración de los pesebres se convierte en un arte apreciado por todas las clases sociales, que no solo los colocan en iglesias y monasterios sino también en los palacios de la nobleza y, más tarde, en el calor del hogar. Hoy, no hay una casa napolitana que no exhiba un majestuoso belén.
A diferencia de los pesebres comunes, en la ciudad de la pizza los presepi destacan por unas peculiaridades únicas: son figuras pequeñas, de unos 40 o 50 centímetros, con la cara, manos y pies de barro o porcelana y con el cuerpo de cuerda y alambre (lo cual les da movilidad). Figuras que, además, exhiben un elaborado vestuario en el que llama poderosamente la atención la riqueza de las telas y el detalle de los ornamentos.
PERSONAJES DE LA VIDA COTIDIANA
Más allá de su logrado realismo, la característica primordial es la mezcla de lo sagrado con lo profano. En el belén napolitano no faltan los personajes clásicos de la Sagrada Familia: la Virgen, San José y el Niño Jesús, pero también los Reyes Magos, el buey y la mula, los pastorcillos por aquí y por allá… Pero además hay espacio para la imaginación a la hora de reflejar la vida cotidiana de Nápoles.
Así, vendedores ambulantes, cocineros, músicos, pescadores y hasta oficinistas desfilan en estas representaciones, integrados en la esencia de la Navidad. Incluso hay quien encarga su propio alter ego a escala para que ocupe un lugar en la escena. Esta simbiosis entre lo divino y lo secular no solo convierte en único al belén napolitano, sino que es también un reflejo de como la fe y la vida se entrelazan de manera magistral en esta ciudad histórica.
LOS MÁS ESPECTACULARES
Llega la Navidad y Nápoles se ha transformado ya en la ciudad con los belenes más bonitos del mundo. En la agitada Via San Gregorio Armeno, como decíamos al principio, pero también en las iglesias, que exhiben piezas que presumen de varios siglos de antigüedad. Todas merecen la pena, pero destaca la basílica de San Lorenzo Maggiore, uno de los complejos monumentales más antiguos, y la Capilla Sansevero, desacralizada, que alberga obras maestras como el Cristo Velado de Giuseppe Sanmartino, famoso por las transparencias del velo. En ambas se exponen hermosos y elaborados pesebres.
Espectacular resulta también el llamado pesebre Cuciniello, que se exhibe en el Museo de San Martino, en el que las figuras (alrededor de 800 procedentes del Settecento italiano) fueron donadas por Michele Cuciniello, un coleccionista versado en distintas artes, que además se ocupó de crear la escenografía y la puesta en escena. El resultado es una obra de arte de gran impacto visual.
LUCES Y ESPUMILLONES
Raro es el monumento que no exhibe un hermoso belén, unas veces con un marcado matiz religioso y otras simplemente como testimonio de una época histórica. Pero el espíritu navideño también se expresa con otras manifestaciones festivas. Las calles hierven por esta época de más animación si cabe. Luces, espumillones, coloridos adornos y árboles como el de la piazza del Plebiscito decoran la ciudad.
No hay que perderse el mercadillo navideño de Il Vomero, el barrio situado en lo alto de una colina que domina el centro histórico, con productos artesanales en sus casetas de madera. Y no hay que irse sin probar los struffoli, unas bolitas de huevo, harina, azúcar, mantequilla y licor (limoncello, anís o ron blanco) que se fríen y se adornan con frutas confitadas y almendras garrapiñadas de colores. Pero, sobre todo, no hay que dejar de contagiarse de la inconfundible alegría de vivir que distingue a los napolitanos.










