En el extremo oriental de Guipúzcoa, donde los Pirineos se encuentran con el mar Cantábrico, se erige majestuoso el macizo de Aiako Harria, un bastión de granito que atesora los secretos geológicos más ancestrales del País Vasco. Sus cumbres afiladas, bosques frondosos y barrancos esculpidos por arroyos cristalinos componen el escenario de una inolvidable travesía a través del tiempo. En este paraje es posible explorar las entrañas de la tierra en minas explotadas desde la época romana y seguir las huellas de antiguos pastores entre dólmenes y cromlechs. La inmersión en la historia minera de Arditurri, el recorrido por senderos que serpentean entre hayedos y robledales, y la culminación de la jornada con la degustación de la gastronomía local constituyen sus atractivos más irresistibles.
Aiako Harria ostenta el orgulloso honor de ser una de las formaciones más antiguas del País Vasco, con una historia que se remonta a hace aproximadamente 250 millones de años. A diferencia de las montañas calizas que predominan en su entorno, el macizo es una rareza única. Su origen se encuentra en el interior de la tierra, donde una masa de magma ascendió sin llegar a la superficie, enfriándose lentamente y cristalizando hasta formar el granito.
Con el paso de millones de años, la erosión ha dejado al descubierto este imponente batolito de tonos rosados, cuyas tres cimas principales –Irumugarrieta (806m), Txurrumurru (821m) y Erroilbide (843m)– se recortan en el horizonte. Este enclave, que supone aproximadamente un sexto de la extensión total del parque natural que lleva su nombre, presenta una orografía abrupta y escarpada, con agujas y paredes que lo convierten en la montaña más singular de la costa vasca, donde se han hallado fósiles de animales marinos, testigos de un pasado sumergido.
ECOS DE LA PREHISTORIA
Mucho antes de que llegasen los romanos, las laderas de Aiako Harria ya estaban pobladas. La presencia humana de aquel entonces queda atestiguada por la notable concentración de monumentos megalíticos que salpican ahora el paisaje del parque. Dólmenes, cromlechs y túmulos funerarios revelan las huellas de los primeros pastores que habitaron estas tierras, dejando un legado prehistórico de gran valor etnográfico.
En los municipios de Errenteria y Oiartzun se encuentran extraordinarios ejemplos de esta riqueza patrimonial. La Estación Megalítica de Oiartzun agrupa un dolmen y una docena de conjuntos de crómlech pirenaicos. Algunas de las rutas megalíticas más destacadas incluyen, por ejemplo, la Aitzetako Txabala, donde se puede visitar el dolmen del mismo nombre, además del Berrozpin I, II y III, así como el monolito de Txoritokieta.
Otra de ellas es la Oieleku, que permite descubrir los crómlech de Kauso I y II, Munerre, Oieleku sur y norte y Arritxurieta Gaña, además del dolmen de Gainzabal. Por último, y no por ello menos importante, las Cuevas de Aizpitarte ofrecen la vista de un conjunto de siete grutas que albergan las huellas humanas más antiguas de la comarca, correspondientes al Paleolítico superior. La magia de estos lugares, envueltos en la atmósfera mística de los bosques y prados de Aiako Harria, enmarcan un viaje introspectivo a los albores de la civilización en la región.
EL LEGADO ROMANO
El corazón del Parque Natural Aiako Harria guarda un tesoro de la arqueología industrial: las minas de Arditurri. Este coto minero es uno de los pocos en la península que ha sido explotado de manera casi ininterrumpida durante más de 2000 años, desde la época romana hasta su cierre definitivo en 1984. Los romanos, con su avanzada ingeniería, fueron los primeros en horadar la roca en busca de galena argentífera para la extracción de plata.
Su pericia queda patente en la red de galerías y, especialmente, en los cuniculus, acueductos subterráneos diseñados para el drenaje de las minas. A lo largo de los siglos, de estas también se extrajo hierro, plomo, zinc, fluorita y blenda. Hoy en día, el complejo minero de Arditurri ofrece una fascinante ventana a este pasado.
El antiguo laboratorio de las minas acoge el Centro de Interpretación del parque, donde los visitantes pueden aprender sobre su riqueza natural y patrimonial. Las visitas guiadas permiten adentrarse en las galerías, un viaje subterráneo a través de la historia amenizado con efectos de sonido e iluminación que recrean el arduo trabajo de los mineros a lo largo de los tiempos.
SANTUARIO NATURAL
Cada sendero del parque natural es una invitación a sentir el pulso de la tierra y dejarse maravillar por la robustez de la montaña. Para una inmersión amable y accesible, no hay mejor opción que la Vía Verde de Arditurri, un camino llano que sigue el antiguo trazado del ferrocarril que transportaba mineral de las minas hasta el puerto de Pasaia. A lo largo de 12 kilómetros el camino serpentea junto al río Oiartzun, ofreciendo la visión de las montañas y los vestigios del pasado en antiguos molinos, ferrerías y túneles.
Además de este, el parque está surcado por 19 senderos señalizados para todos los gustos. Uno de ellos es el Camino de los Neveros, un recorrido circular corto que permite descubrir los pozos de nieve donde se almacenaba hielo mientras se disfruta de las vistas de las comarcas colindantes. La Vuelta a Arditurri es un breve sendero de 3,5 kilómetros que es un complemento perfecto a una visita a las minas.
En contraposición, el Corazón de Aiako Harria es una ruta extensa de 14 kilómetros que se adentra en las entrañas del parque, con frondosos bosques de ribera y cimas como la de Zaria que muestran la diversidad del paisaje. La Cascada Escondida es otro de los senderos top del parque, con el salto de agua más alto de Guipúzcoa. Para llegar hasta él hay que pasar por lugares como los Hornos de Irugurutzeta, bosques de castaños y cinco túneles que muestran el legado minero de la zona.
Más allá de las tres cimas, que exigen una buena forma física y conocimientos avanzados de montañismo, el parque también ofrece lugares como los densos hayedos de Oberan y los robledales, como el de Endara, donde habitan corzos y gatos monteses. Los ríos cristalinos, donde los salmones remontan, rodean tierras donde viven algunas especies amenazadas, como el visón europeo. Y en lo alto, los buitres leonados comparten el cielo con halcones peregrinos y alimoches, todo un espectacular ecosistema donde las especies dan vida a un refugio de valor incalculable.
UN ALTO PARA COMER
No hay ruta sin buena cocina que la corone, y Aiako Harria no podía ser menos. En los restaurantes de los alrededores del espacio natural, como los de Oiartzun, se puede disfrutar de comida tradicional vasca con productos locales. El restaurante Olaizola, enclavado en el propio parque, ofrece una experiencia culinaria inmersiva. Pero la comarca de Oarsoaldea también brinda la oportunidad de visitar productores locales, como el caserío Momotegi (momotegi.com) o la quesería Eguzki Borda (eguzkibordagazta.com), además del mercado de Ordizia, que se celebra cada miércoles desde el año 1512.
No hay que alejarse mucho de Aiako Harria para toparse con el corazón de la cultura de la sidra vasca, Astigarraga. Especialmente durante la temporada del txtox, de enero a mayo, las sidrerías, como Astarbe (astarbe.eus) ofrecen el menú tradicional que consta de tortilla de bacalao, bacalao frito con pimientos, chuletón a la brasa y queso Idiazabal con membrillo y nueces. Sin embargo, durante todo el año, en los bares de los pueblos que rodean y componen el parque, se puede disfrutar también de los clásicos pintxos y de los pescados y mariscos de la costa.













