En este entorno de costa salvaje, brumas atlánticas y viñedos que casi tocan el mar, nueve municipios gallegos conforman una comarca cuyo nombre pocos conocen: O Salnés, a pesar de que aquí están algunas de las localidades más célebres del turismo gallego: Cambados, O Grove, A Toxa, Sanxenxo –uno de los destinos predilectos del rey emérito–, Vilagarcía de Arousa… Un territorio que, al ritmo de la marea, ofrece sus tesoros: pazos centenarios de historia fascinante, torres que resistieron ataques vikingos, playas paradisíacas, el mejor marisco de Europa y un vino, el albariño, que con su sabor y tonos dorados ha dado fama mundial a la región.
Pazos con alma
Realizar un viaje por el Salnés supone, inevitablemente, adentrarse en un laberinto de pazos señoriales que custodian siglos de historia entre sus muros, pero también los secretos de uno de los mejores vinos del mundo. En Vilanova de Arousa, el Pazo de Baión (pazobaion.com) se eleva majestuoso sobre una colina, guardián de un pasado fascinante. Ya en el siglo XVII, cuando pertenecía a los señores de Sarmiento, la finca contaba con más hectáreas de vid que de cereal, todo un presagio de lo que estaba por llegar. A principios del siglo XX el edificio fue transformado por un indiano en la primera bodega “industrial” de Galicia y hoy, tras la remodelación trazada por el arquitecto César Portela, el pazo ha renacido como una de las bodegas más singulares de la DO Rías Baixas, donde se elaboran albariños excepcionales.
A pocos kilómetros, en la cercana Vilagarcía de Arousa, el Pazo de Rubianes ofrece un contrapunto de belleza serena. Sus orígenes se remontan al siglo XII, aunque su aspecto actual, que recuerda más a un château francés que a un pazo gallego, data del siglo XVIII. Aunque el edificio goza de una belleza singular –y también alberga una bodega de renombre–, lo que realmente convierte a Rubianes en un lugar mágico es su jardín, declarado de Excelencia Internacional y tapizado por más de 4500 ejemplares de camelias que transforman el paisaje en una explosión de colores durante la floración, que se produce en invierno. Esta flor exótica, que se adaptó maravillosamente al clima gallego, era el símbolo con el que los burgueses del XIX ornaban su estatus social. El pazo forma parte de la Ruta de las Camelias, un itinerario que serpentea por las Rías Baixas siguiendo la estela perfumada de estos arbustos coloridos y centenarios.
En Cambados, capital del albariño, el Pazo de Fefiñáns preside la plaza a la que da nombre con aires de palacio renacentista italiano. Construido en el siglo XVI por Juan Sarmiento de Valladares, consejero de Felipe II e inquisidor general, el edificio esconde una leyenda romántica en su fachada: varias esculturas de sirenas sostienen escudos heráldicos, recordando la historia del segundo vizconde de Fefiñáns, quien según la tradición se salvó de un naufragio gracias a una sirena con la que posteriormente contrajo matrimonio. Hoy, el pazo alberga una bodega que produce algunos de los albariños más prestigiosos y apreciados de toda Galicia.
Después de visitar estas antiguas casas señoriales, es probable que uno se pregunte cómo sería vivir en una de ellas. Se puede vivir la experiencia en el Parador de Cambados, antiguo Pazo de Bazán. El recinto, enclavado a un paso del casco histórico, fue el hogar de varios miembros del clan familiar, entre ellos la escritora Emilia Pardo Bazán. A pocos minutos, en Meaño, el hotel Quinta de San Amaro (quintadesanamaro.com) es un refugio contemporáneo con alma rural, rodeado de parras, hórreos (hay uno acristalado, con vistas increíbles) y terrazas abiertas al paisaje del albariño; un lugar perfecto como base para explorar la comarca y brindar sin prisas al caer la tarde.
Torres vigía y ecos vikingos
La historia del Salnés está marcada por las incursiones de pueblos invasores que llegaban por mar. Las Torres del Oeste, en Catoira (en la vecina comarca de Caldas), son el testimonio más imponente de aquellos tiempos turbulentos. Construidas en el siglo IX por orden del rey Alfonso III de Asturias, estas fortificaciones protegían el paso fluvial que remontaba el río Ulla hasta Iria Flavia y, desde allí, hasta Santiago de Compostela. Los vikingos, esos “demonios nórdicos” que atemorizaban a la población con sus drakkars, encontraron en estas torres un obstáculo formidable.
En Cambados, los restos de la Torre de San Sadurniño se alzan solitarios en un islote unido al barrio marinero de Santo Tomé por un estrecho puente. Levantada en el siglo VIII o IX, fue reconstruida en el XII por el arzobispo Diego Gelmírez para reforzar la defensa de la ría y el camino a Compostela. Sus muros han sido testigos de batallas, naufragios y amores cortesanos: aquí se alojaron temporalmente la reina Urraca I de León y Xoana de Castro, reina consorte de Castilla. Contemplar sus ruinas al atardecer, mientras las gaviotas graznan sobre las aguas de la ría, supone sumergirse en un pasado de guerreros y conquistas.
Remansos de paz celestial
Tierra adentro, en las faldas del monte Castrove, el monasterio cisterciense de Armenteira parece una parcela del paraíso depositada en la tierra. Tanto es así que, según la leyenda, el noble Ero, tras fundar el cenobio a mediados del siglo XII, quedó absorto escuchando el canto de un pajarillo. Cuando volvió en sí, descubrió atónito que habían pasado más de 300 años: había atisbado brevemente la eternidad. Hoy, el monasterio conserva elementos románicos originales en su iglesia y un claustro de serena belleza que invita al recogimiento. Una pequeña comunidad de monjas mantiene viva la espiritualidad del lugar, que funciona también como hospedería para quienes buscan paz y silencio entre viñedos y bosques.
De vuelta en Cambados, las ruinas de Santa Mariña de Dozo ofrecen una postal romántica que conquistó al escritor Álvaro Cunqueiro, quien las describió como "el cementerio más melancólico del mundo". Construida en el siglo XII y abandonada en el siglo XIX, esta iglesia acabó convertida en cementerio parroquial, y sus ruinas fueron declaradas Monumento Nacional. Entre sus arcos se representan escenas bíblicas y pecados capitales, mientras que, a unos pasos de allí, desde lo alto del monte A Pastora se contempla una vista sublime de la ciudad, los viñedos y la ría.
Otro mirador, el de Siradella, en O Grove, ofrece uno de los panoramas más espectaculares de Galicia. Desde sus 166 metros de altura, la vista abarca el istmo de A Lanzada, la Ría de Arousa, la isla de A Toxa y, al fondo, las islas de Ons y Cíes. En el monte aún se conservan restos del antiguo castro da Siradella y también A Figueira do Meco, una higuera incluida en el registro de Árboles Singulares de Pontevedra.
A los pies del mirador se extiende la playa de A Lanzada, uno de los mejores arenales gallegos para bañistas y amantes del surf, con más de 2,5 kilómetros de arena fina y blanca a los pies de una ermita románica. Este templo vigila desde hace siglos una de las tradiciones más singulares de Galicia: el Baño de las Nueve Olas. Según la creencia popular, las mujeres que, en el último sábado de agosto, a medianoche, toman las nueve olas rituales podrán curar su esterilidad.
Culto al albariño… y al marisco
En el Salnés, el vino no es solo una bebida: es religión, cultura y forma de vida. Cambados celebra cada año, en la primera semana de agosto, la Fiesta del Albariño, la más antigua de Galicia y declarada de Interés Turístico Nacional. Durante varios días, la ciudad se transforma en un templo dedicado a este vino, con catas, conciertos y degustaciones que atraen a miles de visitantes. La Denominación de Origen Rías Baixas tiene aquí su epicentro, y visitar las bodegas locales permite descubrir los secretos de un vino que brilla en la copa con reflejos dorados y despliega en boca aromas de frutas tropicales y toques minerales.
Si el albariño es el rey del Salnés en la copa, el marisco lleva la corona en el plato. En octubre, O Grove celebra la Fiesta del Marisco más concurrida de Galicia, un homenaje multitudinario a los tesoros que la ría de Arousa regala con generosidad: mejillones, percebes, ostras, vieiras, nécoras, centollos, almejas y navajas. La península de O Grove, conocida como el “paraíso del marisco” o el “Caribe gallego” por sus playas de arena blanca y aguas turquesas, vive volcada al mar. Aquí, empresas de turismo náutico permiten acercarse a las bateas de mejillón, hablar con los trabajadores del mar en plena faena y conocer las artes de cría y pesca.
La isla de Arousa, unida a tierra firme por un puente de casi dos kilómetros, presume de tener 2600 bateas, que suponen dos tercios de todas las de Galicia. Además, la isla celebra su propia Fiesta de la Almeja, (finales de agosto) igual que Vilagarcía de Arousa, donde la reconocida almeja de Carril tiene un santuario particular en el fin de semana posterior a San Roque. Miles de raciones de almejas a la marinera regadas con albariño local convierten estas celebraciones en auténticas peregrinaciones gastronómicas.
No es casualidad que Julio Camba, el genial cronista y periodista nacido en Vilanova de Arousa, dedicara cientos de páginas a desgranar las excelencias culinarias en su libro La casa de Lúculo o el arte de comer. De pluma ágil y paladar educado, Camba habría disfrutado como un niño recorriendo las tabernas y restaurantes del Salnés actual, donde el pulpo a la gallega, el marisco y las empanadas se elevan a categoría de arte.
De Valle-Inclán a las islas atlánticas
Vilanova de Arousa, tierra natal de Camba, también vio nacer a otro genio de las letras: Ramón María del Valle-Inclán. El Pazo do Cuadrante, convertido hoy en casa-museo, custodia la memoria del dramaturgo modernista que inmortalizó los paisajes del Salnés en obras como El embrujado, tragedia de tierras de Salnés y Romance de lobos.
Desde Vilanova parten embarcaciones que recorren la Ruta Fluvial Xacobea del Mar de Arousa y Río Ulla, siguiendo el camino que según la tradición recorrieron los restos del apóstol Santiago desde Tierra Santa hasta Iria Flavia. Este Camino del Mar o Translatio se combina con la Variante Espiritual del Camino Portugués, conformando un itinerario jalonado por 17 cruceiros que constituye el único vía crucis marítimo-fluvial del mundo. Las excursiones permiten también acercarse al islote deshabitado de Areoso, hogar de antiguos dólmenes de más de seis mil años de antigüedad, y cuyas aguas turquesas recuerdan a las lejanas y cálidas del Caribe. Y es que aquí, en el Salnés, todo es posible…




















