Viajar por la antigua región de Langedoc-Roussillon, hoy Occitania, significa descubrir sin mirar el reloj. Aquí, entre colinas cubiertas de viñedos, fragancia a lavanda y horizontes que se funden con el Mediterráneo, se hallan coquetos pueblos de calles empedradas y balcones floridos. Una oferta irrechazable y tentadora a la que sumar, cómo no, animados mercados colmados de los más deliciosos productos locales, galerías de arte, un rico patrimonio en forma de catedrales e iglesias y agradables terrazas en las que brindar con un vino de la tierra sabiendo que la vida transcurre con la serenidad necesaria para saborear el presente. De regalo, un antiguo châteaux francés reconvertido en hotel boutique en el que descubrir la esencia más auténtica del sur francés.

Béziers, un viaje al pasado
No hay mayor placer que recorrer las carreteras de este pedacito de Occitania sin prisas, contemplando el esbelto paisaje que es su seña de identidad. A lo largo de sus colinas y fortalezas se escribieron algunas de las páginas más intensas de la Edad Media gala, cuando los cátaros defendieron su fe frente a las cruzadas dejando tras de sí un patrimonio que aún hoy se puede contemplar en las ruinas de castillos que vigilan el horizonte.

Béziers, monumental como pocas, se otea desde lo lejos gracias a la inconfundible silueta de su catedral de Saint-Nazarie, que domina el río Orb desde las alturas. De origen medieval, combina en su fachada los estilos gótico y románico y conforma la seña de identidad de la ciudad, una de las más antiguas de Francia y un estupendo punto de partida para una ruta por el sur del país. Cruzar el Puente Viejo nos regala la estampa más buscada del destino, pero será tras subir sus empinadas cuestas cuando alcancemos el casco histórico, en el que no hay mayor placer que el de perderse por sus estrechos callejones y plazas soleadas.


Uno de los personajes locales más reconocidos fue Paul Riquet, nacido a comienzos del siglo XVII y famoso por haber llevado a cabo la obra del Canal de Languedoc. Una placa en su honor luce en la céntrica calle que también lleva su nombre, justo frente a Les Halles de Béziers, el mercado municipal y el lugar idóneo para hacer acopio de productos locales que llevarnos a casa. ¿Qué tal añadir a la cesta embutidos, vinos y quesos? Muy cerca, otra tentación: la tienda Caves Paul Riquet, esta, de productos gourmet, vuelve a homenajear al personaje. ¿El aperitivo? En Pica-Pica (pica-pica.fr), un bonito restaurante inspirado en las brasseries de los 50, que propone platillos para compartir coloridos, sabrosos y repletos de inspiración.

Pézenas, con el arte hemos topado
Nos percatamos en cuanto caminamos apenas dos minutos por las calles adoquinadas de su casco histórico: aquí, las galerías de arte, anticuarios y tiendas de diseño están a cada paso, tras cada esquina. Quizás algo tenga que ver que el personaje más popular vinculado a la ciudad sea el mismísimo Molière, ya que Pézenas fue refugio del dramaturgo en el siglo XVII y, de alguna manera, el vínculo cultural continúa vigente aún hoy. Cada verano, un festival lleva a las calles de la ciudad algunas de las obras del autor.

Al recorrer las entrañas del barrio histórico se percibe cierto ambiente bohemio en la ciudad. Sus palacetes renacentistas y patios escondidos, como el Lacoste, sirven hoy de talleres y salas de exposiciones de numerosos pintores y artesanos como Nicole Fernández. No hay mayor placer que callejear por el barrio judío y contemplar las fachadas de vetustos edificios como la Maison des Métiers d´Art (la casa de los oficios de arte), que ocupa la casa consultar y en la que trabajan modistas y ebanistas, joyeros y ceramistas. Una forma más de tomarle el pulso a la ciudad.

Olargues y sus balcones floridos
No es de extrañar que se le conozca como uno de los pueblos más bellos de Francia: solo hay que tomar un poco de perspectiva y contemplar la silueta de la hermosa Olargues para cerciorarse. Y es que este pequeño pueblito de postal despliega sus encantos a lo largo y ancho de sus esbeltas callejuelas, esas que lucen balcones floridos, casas con entramados de madera y fachadas empedradas. La ciudad medieval conserva todo su encanto e invita al forastero a andar y desandar sus cuestas, pero también sus alrededores, colmados de rutas para realizar senderismo. En lo más alto de la colina, sobresale una esbelta torre-campanario, lo único que ha sobrevivido de la antigua iglesia románica del siglo XIV y hoy considerada Monumento Histórico.


Olargues se halla ubicado en el corazón del Parque Natural Regional del Alto Languedoc, y según cuenta la leyenda, el pueblo adaptó su forma de fortificación tras ser construido el castillo, en el siglo XII. Al cruzar el popular Puente del Diablo, de la misma época, se alcanza Fleurs d´Olargues (fleursdeolargues.com), un distinguido restaurante mencionado en la Guía Michelin en el que disfrutar de un menú degustación basado en el producto regional con las mejores vistas que se puedan imaginar al Olargues medieval.

Autignac, desconexión entre viñedos
En pleno corazón de la región vinícola de Hérault, Autignac encarna la esencia más auténtica de la Occitania rural. Sus apenas cuatro calles tranquilas y su iglesia de Saint-Martin, visible desde casi cualquier rincón, recuerdan que aquí la vida transcurre a otro ritmo mucho más pausado. Dar un paseo por ellos es embriagarse del aroma de las flores que decoran sus entradas y balcones, saludar a los gatos que deambulan por sus calles y cruzarse con apenas ningún vecino: en este rinconcito del sur de Francia, la vida sucede más de puertas para adentro de sus casas.


Los viñedos que rodean el pueblo, plantados en suelos de esquisto, producen vinos con un carácter único pertenecientes a la D.O. de Faugères: tintos intensos, blancos frescos y rosados que conquistan con cada sorbo. Y, en medio de todo ese vergel, como epicentro del propio municipio, el Châteaux Autignac (chateauautignac.fr/en), una antigua maison del siglo XIX transformada en coqueto hotel boutique de solo cinco habitaciones. La elegante construcción fue, durante generaciones, la residencia señorial de una familia de viticultores, pero con los años pasó a quedar abandonada. Hoy, insuflado de una nueva vida y tras un ambicioso proyecto de rehabilitación, sus huéspedes no solo pueden disfrutar de la desconexión más anhelada en sus elegantes habitaciones, sino que también pueden relajarse en su amplia piscina, disfrutar de uno de los múltiples tratamientos ofrecidos en su completo spa, o ahondar en el universo enológico de la región visitando los viñedos circundantes de Domaine des Prés Lasses. Con una copa de vino, y unos quesos de la zona, se vivirá la velada perfecta acomodados en la terraza mientras se contempla cómo se despide el sol.