En el interior de Lugo se encuentra un municipio que atesora el alma más pura y mística de la región. Su nombre, que deriva de la legendaria Fons Sacrata, ya anuncia que el lugar está marcado por su fuerte historia ancestral. Fonsagrada se sumerge en profundos bosques de cuento de hadas, aldeas donde el tiempo parece haberse detenido y senderos en ocasiones velados por la niebla que han guiado a peregrinos durante siglos. El legado celta y las tradiciones milenarias se acompañan aquí de sabores auténticos forjados en los hogares y entre las montañas, una inmersión en la Galicia más auténtica donde desconectar entre saltos de agua y un cuidado patrimonio no supone ningún problema para el viajero.
La crónica de este enclave lucense está grabada en su paisaje, con vestigios que se remontan a tiempos prehistóricos. Testigo de los asentamientos de la tribu de los Abólgicos, la comarca se convirtió en un punto estratégico por el que pasaba la calzada romana que unía Asturias con Lugo. Mámoas, dólmenes y hasta 75 castros han ido descubriendo poco a poco la magnitud de la ocupación de estas tierras desde largo tiempo atrás. Entre los antiguos poblados fortificados destaca el Castro de Castañoso, conocido como ‘O Castelón’, que alberga ocho viviendas castreñas y una sorpresa: la sauna más grande y mejor conservada del noroeste peninsular, un testimonio fascinante de los rituales y la vida social de hace más de 2000 años.
Mucho más cercano en el tiempo es el desarrollo medieval de A Fonsagrada, que estaba totalmente conectado al paso del Camino Primitivo de Santiago por sus tierras. La ruta jacobea más antigua hizo que el municipio se convirtiese en la primera gran referencia gallega para los peregrinos que superaban los desafiantes puertos de montaña asturianos. Tal fue la importancia del camino que desbancó en importancia a A Pobra de Burón, capital del concejo en el que se ubica.
A Santiago está también enlazada la existencia de la Fuente Sagrada que se ubica junto a la iglesia de Santa María del municipio. La leyenda popular asegura que el Apóstol Santiago hizo que del lugar manara leche para alimentar a los hijos de una viuda pobre que le había ofrecido su hospitalidad. Aun así, otros aseguran que el milagro lo efectuó la virgen, sanando milagrosamente a una peregrina enferma tras beber de las aguas. Sea como sea, lo cierto es que el lugar sagrado le dio nombre al pueblo y se convirtió en un lugar de consuelo y esperanza para los caminantes.
REINO DE AGUA Y BOSQUES
El brotar de la fuente no es la única forma de disfrutar aquí del arrullo de las aguas. Estas son las grandes protagonistas del santuario natural en el que se levanta A Fonsagrada. Dentro de la Reserva de la Biosfera Eo-Oscos-Terras de Burón, este refugio de paz lejos del bullicio turístico está repleto de majestuosos montes y profundos valles fluviales que dibujan lugares como la Seimeira de Vilagocende. Esta cascada de más de 50 metros de caída libre es considerada la más alta de Galicia.
El camino hasta ella viene marcado por un agradable kilómetro de bosque de ribera lleno de robles, abedules y alisos que crean una atmósfera mágica bajo el estruendo del agua. Las Seimeiras de Queixoiro también son una manifestación de la belleza del agua en A Fonsagrada. Este conjunto de cascadas que hacen saltar al río Tronceda son accesibles a través de un hermoso bosque de castaños centenarios, pero siempre se puede escoger lugares más tranquilos, como la playa fluvial de A Pena do Inferno, a orillas del río Suarna, para los días más cálidos.
Una red de rutas hace de las opciones en la naturaleza todo un dilema si se va con el tiempo justo. Vale la pena hacer una parada larga en la localidad para recorrer con calma senderos como el de Forno do Bolo, de 4,2 kilómetros, que serpentea entre bosques frondosos y arroyos cristalinos; o buscar los escenarios de cuadro que le dan nombre a la ruta de Os Pintores.
Y como siempre hay quienes buscan algo de desafío, el sendero de Gallol, de 17 kilómetros, les hará atravesar uno de los sotos de castaños más grandes del mundo no apto para principiantes. Para culminar el paseo, imposible perderse una última perspectiva de la naturaleza, la del Mirador de Arexo, que regala la vista de uno de los valles que separan Galicia de Asturias.
EL ALMA RURAL DE LA MONTAÑA
No, no nos hemos olvidado del núcleo de la localidad ni de su arquitectura popular. La orografía montañosa ha permitido que el pueblo conserve intacto su patrimonio etnográfico, algo de incalculable valor. El legado de sus aldeas y tradiciones sigue vivo también en el Museo Etnográfico de A Fonsagrada, fundado en 1984 gracias a la iniciativa de los vecinos. Guardián de la memoria de la comarca, en sus salas se pueden conocer herramientas de numerosos oficios, así como vestimentas y recreaciones de espacios como la escuela rural o la lareira, el espacio de la cocina donde se encendía la lumbre para cocinar.
Entre entramado de piedra y pizarra reside el alma de la localidad, con ejemplos de arquitectura tradicional gallega de montaña, en la que pueden verse también galerías de cristal, balconadas de madera y alguna que otra fachada señorial. El epicentro de la villa lo marca la iglesia parroquial de Santa María, de estilo barroco, construida entre los siglos XVI y XVII, con la Fons Sacrata a sus pies.
También merece la pena acercarse a aldeas como A Pobra de Burón. Capital del concejo hasta mediados del siglo XIX, su importancia en el pasado aún se respira en las ruinas de su fortaleza medieval, atacada durante las revueltas irmandiñas del siglo XV, que hoy solo conserva en pie una torre. La iglesia de Santa María Magdalena y las antiguas casas son testigos mudos de la prosperidad perdida, pero no dejan de ser un lugar agradable para pasear y disfrutar del rural gallego.
La aldea de Castañoso, punto de partida de la hermosa ruta de senderismo que lleva hasta los castros, también es un ejemplo perfecto de vecindad de montaña, así como A Fornaza, hoy parcialmente abandonada tras un pasado muy ligado a la minería, que goza de lugares tan mágicos como la capilla de la Virgen del Carmen, sobre una elevación rocosa, y restos de hórreos y molinos que llevan de lleno al imaginario gallego de interior. Por último, y no menos recomendado, la aldea de Montouto guarda las ruinas del Real Hospital de Santiago de Montouto, fundado en el siglo XIV para asistir a los peregrinos en una de las etapas más duras de la ruta.
CAMINAR TAMBIÉN DA HAMBRE
A nadie se le escapa que en Galicia se come muy bien. Ya sea en la vibrante costa, en sus bonitas ciudades o en las aldeas más pequeñas, no hay plato que defraude. La gastronomía fonsagrada es un reflejo total de su entorno: contundente, sabrosa y con ingredientes naturales que reponen cuerpo y alma, siendo el cerdo el rey indiscutible de la mesa. El butelo es el embajador gastronómico de toda despensa presente en la zona.
Este embutido, elaborado artesanalmente con costilla y otras partes del cerdo adobadas, embutidas en el estómago y luego curadas y ahumadas con leña de roble, es una delicia cuya tradición nadie tiene la intención de perder. Su feria anual comenzó a celebrarse en 1998 con apenas tres productores, y con el tiempo ha crecido tanto que se ha convertido en un evento que llega a vender miles de kilos, atrayendo a visitantes de toda Galicia y de fuera de sus fronteras.
Junto a este manjar, el cocido es un plato que no puede faltar, una receta gallega de montaña por antonomasia que rivaliza en sabor con la calidad de la carne de ternera gallega y el porco celta que aquí se cocinan tanto en contundentes guisos como en una buena parrilla. Para acompañar, el pan de centeno, las setas de temporadas y las castañas completan la despensa, así como la miel y las truchas de sus ríos. Como no podía ser de otra forma, no puede faltar un dulce icónico, que en este caso es el Pastel de Fonsagrada, un postre hecho a base de bizcocho, almendra y crema del que todo visitante querrá la receta.