Todo el mundo lo sabe: Ítaca fue el mítico hogar de Ulises, la isla de la que partió para luchar en la Guerra de Troya y en la que su fiel esposa Penélope esperó pacientemente su regreso, tejiendo y destejiendo en una ausencia que se prolongó durante veinte años. Así lo cuentan los versos de Homero en el poema épico de La Odisea, donde el héroe sobrevivió a tempestades, monstruos y seductoras sirenas para volver, al fin a esta tierra, que ha quedado para siempre simbolizada como el camino de la propia vida.
Ítaca, efectivamente, es el lugar al que regresar siempre. Por sus calas de blancos guijarros que reverberan bajo el sol, por sus acantilados que parecen cortados a pico, por sus escarpados pasos de montaña y por sus deliciosas aldeas de pescadores en las que dejar discurrir el tiempo bajo el emparrado de una taberna. Más allá del mito, esta isla posada sobre el azul cobalto del mar Jónico, es una joya que concentra la belleza de la Grecia más auténtica.
ISLA DE CAMINANTES
Perteneciente al archipiélago de las Jónicas, diseminadas a lo largo de la costa oeste del país, Ítaca está formada por dos grandes penínsulas unidas por un estrecho istmo. Su hermosa capital, Vathy, se extiende sobre una bahía, dibujando un entramado de callejuelas tortuosas, casas de colores y una plaza que es el centro de la vida (Plateria Efstathiou Drakouli), con animadas terrazas y restaurantes bajo la mirada de Ulises, inmortalizado en una escultura. Su nombre, junto al de Penélope, aparece a menudo en los comercios de la isla.
Fuera de este núcleo urbano, Ítaca esconde un territorio accidentado y con un formidable macizo interior que la convierte en especialmente atractiva para los amantes del senderismo. Agraciados con la alternancia de paisajes, decenas de senderos serpentean entre colinas hasta dar con el mar, al paso de cipreses, olivares y lentiscas, y con la grata sorpresa de encontrar entre los pliegues iglesias de sabor bizantino.
Así se llega a pueblos preciosos como Stavros y Anogi, a recogidos monasterios como Moni Katharon o a insólitos castillos como el de Alalkomenae. Y también a aldeas perdidas como la pequeña Frikes, engarzada entre acantilados barridos por el viento, o Kioni, en una cala con forma de herradura, con casas que descienden al mar y patios llenos de flores.
PLAYAS MITOLÓGICAS
Pero son las cristalinas aguas del mar Jónico las que hacen de esta isla griega un recóndito paraíso, en el que las playas son el gran reclamo. Playas como Sarakinico, con su doble faceta (familiar y nudista), Filiantro, en forma de U y abrazada por la vegetación o Gidaki, a la que se accede en barco o a través de un empinado sendero.
También está la playa de Dexa, a la que cuentan que Ulises llegó dormido y solo a bordo de su barquita, después de un largo naufragio. Porque, aunque no se quiera, en Ítaca siempre se vuelve al mito. No faltan quienes acuden hasta aquí para seguir las huellas homéricas, aunque encontrarlas, dada la deficiente señalización, puede ser (nunca mejor dicho) una odisea.
La Fuente de Aretusa, en la parte meridional, a la que hay que llegar por un camino con fantásticas vistas al mar, es uno de estos parajes tocados por el héroe clásico, como también lo es la Cueva de las Ninfas, donde parece ser que escondió su tesoro al desembarcar en la isla. Menos clara está la ubicación del palacio del protagonista, si bien los arqueólogos lo sitúan en la Colina de Pelikata, cerca de Starvos.
PLACERES TERRENALES
Para los que también conciben a Ítaca como un refugio, pero en este caso contemporáneo, está el hotel Perantzada 1811 (perantzadahotel.com), en una mansión neoclásica con bonitas vistas a la bahía de Vathy y habitaciones repletas de obras de arte. Y para los que creen que el camino al paraíso pasa por el paladar, hay todo un abanico de restaurantes donde descubrir la gastronomía de las Jónicas, en las que a los famosos platos tradicionales (ensalada griega, mousakka, sovlaki… y los variados mezhedes o entrantes) se suma el sabroso pescado de la costa y una influencia italiana que se aprecia en el sofrito, un plato de carne salteada con ajos y salsa de vino.
Myrtia (myrtiaithaca.com), cerca de Exogi, combina la gastronomía típica con los platos más creativos y O Batis, en el paseo marítimo de la capital, ofrece deliciosas recetas con el pescado más fresco. Los más golosos no pueden irse de Ítaca sin probar el rovani, (una especialidad autóctona de arroz, miel y clavo) en las pastelerías de la plaza de Vathy. De haberlo conocido Ulises, tal vez nunca se habría ido.