Cuentan los autores clásicos que fue el héroe griego Diomedes, hijo de Tideo, quien fundó Tui al borde del Miño, donde niebla e historia se entrelazan como raíces bajo la piedra. También aseguran que el cercano monte Aloia, custodio de la ciudad desde lo alto, fue el célebre Medulio, último bastión de los castrexos, quienes prefirieron quitarse la vida antes que entregarse al invasor romano.
Mito y memoria se entrelazan en esta ciudad gallega que ha sido encrucijada y símbolo de resistencia desde los albores del tiempo. Aquí, en el sur de la provincia de Pontevedra, donde el río Miño traza desde hace siglos una frontera líquida –la más antigua de Europa–, los ecos del pasado no han enmudecido: aún resuenan los pasos de los bravos galaicos, el choque de los gladium romanos, la lengua extraña de los suevos, la alarma de las razzias vikingas e, incluso, el rezo en hebreo de los sefardíes.
A un lado del río, Tui; al otro, Valença do Miño. Galicia y Portugal: dos reinos hermanos separados poco después de nacer, que aprendieron a convivir divididos, pero nunca distantes. Tui y Valença crecieron de la mano, convirtiéndose en cruce de culturas y escenario de batallas, pero también de peregrinación y trapiche (contrabando).
Mil vidas antes de Tui
Desde mucho antes de que el legendario Diomedes soñara con fundar ciudades en los confines de Hispania, ya habitaban estas tierras los grovios, uno de los pueblos galaicos asentados entre montes y riberas. En la época castrexa, Tui fue capital de este grupo, y el cercano monte Aloia –entonces Medulio– sirvió de refugio y resistencia. Más tarde llegarían los romanos, que fundaron el Castellum Tyde, integrándolo en la Vía XIX que conectaba Braga con Astorga, y convirtiendo a la ciudad en un importante enclave comercial y estratégico.
Tras el ocaso de Roma, la ciudad pasó por manos suevas, visigodas y musulmanas. Fue refugio y corte, sede episcopal y lugar de exilio. En el siglo IX, Ordoño I impulsó su repoblación, pero nuevos ataques normandos y sarracenos obligaron una y otra vez a huir, reconstruir y resistir. Esta sucesión de culturas dejó huella profunda en la identidad tudense: una mezcla de lenguas, liturgias y creencias que hoy se intuyen en las calles, muros y plazas tudenses.
Una ciudad monumental
Tui guarda entre sus rúas empedradas uno de los conjuntos históricos más extensos e importantes de Galicia, solo por detrás del de Santiago de Compostela. Su silueta, recortada contra el cielo por la torre catedralicia, está abrazada por lienzos de muralla, conventos e iglesias, conformando una de las urbes medievales mejor conservadas del noroeste peninsular. Aquí todo invita a un paseo sin prisas, deteniéndose a descubrir blasones, hornacinas barrocas, patios ocultos y fachadas centenarias.
El corazón de este laberinto de piedra es la catedral de Santa María, una joya arquitectónica iniciada en 1120 que resume el arte de siglos. Su planta románica fue enriquecida con la primera portada gótica de la península ibérica: una imponente fachada esculpida como un retablo de piedra, con escenas de la Natividad. Dentro, la catedral es un crisol de estilos y emociones. Destacan el retablo barroco de la Virgen de la Expectación, el coro tallado en madera, el claustro gótico –el único de este estilo conservado en catedrales gallegas– y la Sala Capitular románica, donde aún parece resonar el eco de los antiguos canónigos.
Mención especial merece la Capilla de las Reliquias, donde se custodian los restos de San Telmo, patrón de la ciudad y de los hombres del mar. Este espacio, cargado de simbolismo, refuerza el carácter peregrino de la catedral, que durante siglos acogió a viajeros y devotos de toda Europa.
Más allá de la catedral, el patrimonio tudense se despliega en la iglesia de San Domingos, con retablos barrocos y estructura gótica; en la iglesia de San Francisco, vestigio del antiguo convento franciscano; y en la singular capilla de San Telmo, ejemplo único de barroco portugués en Galicia, construida sobre la casa donde murió el santo.
También se conservan varios tramos de las murallas medievales, que recuerdan la función defensiva de esta ciudad de frontera, reforzada en los siglos XVII y XVIII con nuevos baluartes ante las continuas tensiones con Portugal.
El legado judío
Tui también fue hogar para una importante comunidad judía. Desde al menos el siglo XI, los sefardíes formaron parte activa de la vida local: establecieron sinagoga, cementerio, carnicería propia y, sobre todo, un lugar en el que vivir sin miedo. Frente a la intolerancia que se extendía por otros rincones de la Península, el reino de Galicia ofreció a menudo un trato más benigno a quienes profesaban la fe hebrea.
Hoy, ese legado se puede seguir a pie entre las calles del casco histórico. La antigua judería se extendía por la calle de las Monjas (antigua Oliveira), la calle Ordoñez, donde aún se conserva el patio de la vieja sinagoga, y la calle obispo Castañón, donde se encuentra la Casa de Salomón, una bella vivienda del siglo XV con patio interior. En esta misma zona se alza la Torre do Xudeu, un pequeño hotel boutique de nombre evocador.
Otro vestigio sorprendente es la Casa dos Capeláns, cuya fachada conserva dos ménsulas talladas con las figuras de Moisés y Aarón. Y, aunque pueda parecer insólito, hasta en la propia catedral se encuentra una menorá grabada en piedra en el claustro gótico: testimonio de la convivencia que durante siglos existió entre cristianos y judíos.
Pero no todo fue tolerancia. El Museo Diocesano de Tui conserva cinco sambenitos, únicos en Europa, que señalan a catorce personas “penitenciadas” en 1617 por mantener prácticas judaicas. También se puede visitar la antigua Cárcel Capitular, donde fue encerrado un canónigo acusado de criptojudaísmo. Aun así, el alma sefardí de Tui pervive: en sus calles, en sus símbolos… y hasta en su repostería, pues los pececitos de almendra –unos dulces que todavía elaboran las monjas clarisas– son herederos directos de las recetas que los conversos mantuvieron consigo.
Camino de espiritualidad
Desde la Edad Media, Tui ha sido una parada clave en el Camino Portugués a Santiago. De hecho, es el primer gran hito gallego para quienes vienen desde el sur. Su distancia, de algo más de 100 kilómetros hasta Compostela, la convierte en punto de inicio ideal para quienes desean obtener la Compostela, y cada año miles de peregrinos cruzan el Miño para comenzar aquí su andadura.
El Camino atraviesa la ciudad desde el Puente Internacional, pasando por la avenida de Portugal, el Arrabal de Frinxo y el conjunto histórico. Cruza la plaza de San Fernando –donde la catedral se impone majestuosa– y serpentea por túneles, callejones y plazas hasta salir al entorno natural del río Louro. En este tramo, los caminantes respiran naturaleza, cruzan viejos puentes como el de A Veiga do Louro y hacen pausa en la capilla de la Virxe do Camiño, en Rebordáns. En la Ponte das Febres se recuerda con un hito el lugar donde enfermó San Telmo poco después de partir rumbo a Santiago.
La huella de los peregrinos está escrita también con nombres ilustres, como los de Don Hugo –obispo de Oporto en el siglo XII–, y reyes como Santa Isabel de Portugal o Don Manuel. Tui acogió hasta tres hospitales de peregrinos y aún conserva el espíritu hospitalario en sus albergues, paradores y posadas.
Valença do Miño y la Eurociudad
Desde 2012, Tui y Valença conforman una Eurociudad: dos núcleos urbanos, dos países, tres lenguas y un solo río que ya no separa, sino que une. Esta iniciativa transfronteriza ha estrechado la cooperación en cultura, turismo y servicios, creando un espacio compartido donde los vínculos históricos se celebran con naturalidad.
Merece la pena cruzar el Puente Internacional –ese icono que ha unido a ambas orillas desde 1895– y perderse por la fortaleza de Valença do Miño, declarada Monumento Nacional y Patrimonio de Interés Cultural para la Humanidad. Con más de 5 kilómetros de perímetro amurallado, sus baluartes, garitas y cañoneras conforman uno de los cascos fortificados mejor conservados de Europa. Dentro se hallan joyas como la iglesia de Santa Maria dos Anjos, la colegiata de Santo Estevão y la capilla do Señor do Encontro, junto a la antigua armería, hoy convertida en Centro de Interpretación. Además, sus calles están repletas de tiendas de artesanía, restaurantes y miradores sobre el Miño.
El primer parque natural de Galicia
Tui no solo mira al pasado: también invita a disfrutar de su naturaleza. A cinco kilómetros del centro se alza el monte Aloia, primer parque natural declarado en Galicia. Este espacio protegido, de frondosos bosques y vistas panorámicas, es ideal para senderistas, ciclistas o quienes buscan una escapada tranquila entre castaños, robles y pinos.
Desde sus miradores –como el de A Cruz de San Xiao– se contemplan las tierras del Baixo Miño, el Val Miñor e incluso las Cíes en días claros. Entre sus joyas destacan la muralla ciclópea –posible vestigio castreño– y el centro de interpretación, que ofrece mapas y pistas para disfrutar de sus rutas. En lo alto hay mesas para comer al aire libre e incluso un pequeño restaurante.
Sabores del Miño, aromas de frontera
Y ya que hablamos de comida: como todo lugar de paso, Tui ha cocinado una identidad también en los fogones. Su gastronomía, ligada al río y a la estación, ofrece delicias como las angulas del Miño (o meixón), la lamprea a la bordelesa (que se cocina en su propia sangre), el salmón, el sábalo y otras especies que han alimentado a generaciones enteras. En los bares, no faltan tapas y vinos de la D.O. Rías Baixas, con el albariño como emblema.
Y es que, en cada plato, en cada conversación de sobremesa, late buena parte del carácter de esta ciudad ribereña. Tui es, en el fondo, una metáfora del alma gallega: resistente como sus piedras y abierta, generosa y hospitalaria como su mesa. Aquí, donde el Miño ya no es frontera sino vínculo, el viajero encuentra un destino acogedor e inolvidable. Porque hay ciudades que se visitan. Y otras, como Tui, que se quedan contigo.