Hay lugares que sorprenden desde que se ponen los pies en sus calles, y Candeleda es uno de ellos. Al sur de Ávila, casi tocando Extremadura, este rincón entre la Sierra de Gredos y el valle del Tiétar tiene algo especial: un aire cálido, a veces casi andaluz, que se cuela entre sus balcones con flores, sus plazas con palmeras y el murmullo constante del agua de las gargantas. Con razón le dicen la "Andalucía" abulense.
Pasear por su casco antiguo es como retroceder a un pueblo que ha decidido no correr. Las calles empedradas, las casas entramadas con aleros de madera y macetas colgantes, los vecinos que aún se saludan por su nombre... todo tiene un ritmo tranquilo. A poco que uno se ponga a andar llega a la plaza Mayor y ve la Casa de las Flores, un edificio tradicional que guarda en su interior un curioso museo del juguete de hojalata, ideal para nostálgicos. Muy cerca, en una plazuela, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, del gótico rural, con su torre cuadrada.
La Casa de la Judería, que conserva el encanto de una vivienda típica del siglo XV –con sus muros de adobe, vigas de madera, teja árabe y esas solanas utilizadas para secar higos, pimientos y flores– y ahora es un espacio cultural, sorprende en la calle de la Amargura, en el antiguo barrio judío, que gira en torno a la plaza del Herreñal y se extiende por otras de nombres evocadoras: Rosa, Luna, Sol, Fortuna...
Entre ida y vuelta por las calles, van surgiendo bares para hacer parada y probar unas croquetas caseras o el famoso queso de cabra a la plancha con miel de la Vera o las patatas revolconas en La Taberna de la Vera, en la calle Real, que se condimentan con el famoso pimentón de Candeleda.
Lo mejor de Candeleda no se queda solo en sus calles. Es también el entorno natural que lo envuelve. Las gargantas de Santa María o Chilla bajan frescas desde Gredos, formando pozas de agua clara donde hay que darse un chapuzón. Y en medio del bosque está el santuario de Nuestra Señora de Chilla, una ermita preciosa que es lugar de devoción de los candeledanos.
Un poco más arriba, ya en las laderas de la montaña, se encuentra el castro celta de El Raso, uno de los yacimientos vetones más importantes de la zona, con un centro de interpretación donde. Desde aquí, las vistas al Almazor –el pico más alto de la Sierra de Gredos– son espectaculares: el valle se extiende a lo lejos, lleno de huertos, olivares y caminos que se pierden entre robles y encinas. En verano es una postal verde; en otoño, otra muy diferente en tono ocre.
PARA QUEDARTE DE DORMIR
A este rincón del sur de Ávila se viene a cargar pilas, respirar aire puro de montaña y disfrutar de muchas actividades al aire libre. Y para alojarte, tienes varias opciones que combinan lujo campestre: Nabia Hotel (hotelnabia.es), con unas vistas impresionantes y piscina; La Casa de los Tomillares (lacasadelostomillares.es), perfecta para desconectar rodeado de naturaleza; Hotel Rural El Camino (hotelruralelcamino.es), un refugio tranquilo con piscina natural; Las Terrazas de Chilla (lasterrazasdechilla.com), junto al santuario; y El Vergel de Chilla (elvergeldechilla.com), con tres acogedoras casas de estilo Provenza y piscina común.