Al mirar por la ventanilla del avión uno ya intuye –siente– que no va a aterrizar en un lugar cualquiera. Al fin y al cabo, estamos en medio del Atlántico, donde el archipiélago canario llega a su fin haciendo brotar, desde las profundidades marinas, su última islita: la más pequeña y joven —apenas tiene un millón de años—. Un paraíso deslumbrante, colmado de colores ferrosos y alejado del turismo de masas, que aguarda a ser desvelado sin prisas.
Aterrizamos así en el punto más meridional de la geografía española, habitado por apenas 12.000 habitantes. Una isla de origen volcánico que defiende con orgullo sus raíces aborígenes y que tiene su capital en La Villa de Valverde, en el nordeste. Con una superficie total de 270 kilómetros cuadrados –y solo 30 kilómetros de un extremo a otro–, en El Hierro toca entregarse sin miramientos a sus retorcidas carreteras, esas que conectan sus múltiples rincones, para descubrir cada una de sus bondades. ¿Y cuáles son? Espera, que ya te las contamos nosotros.
PAISAJES DE CONTRASTES
La orografía de El Hierro es complicada, de ahí que, cuando se recorre su territorio, las subidas y bajadas sean constantes. Su origen volcánico no solo fue responsable de hacerla emerger desde las profundidades del océano hace muchos —pero muchos— siglos atrás, sino también de modelar su silueta, dando lugar a acantilados de vértigo y a altísimas montañas en este pequeño espacio. Por eso, podemos estar a ras de mar, donde el sol se hace notar bien fuerte y el calor aprieta, y en menos de media hora encontrarnos a 1500 metros de altura, rodeados de neblina y teniendo que echar mano de la sudadera para hacer frente al frescor.
Esto sucede en el corazón de El Hierro, allí donde comienza La Llanía, un sendero circular que atraviesa un bosque milenario de laurisilva. El juego entre su densa vegetación y los vientos alisios hace que, a menudo, la bruma oceánica quede atrapada entre los árboles, formando un mar de nubes que regala estampas absolutamente oníricas. Es también aquí donde los verdes imposibles del follaje contrastan con el negro de los extensos lajiales, esos campos de magma solidificado que encontramos más abajo, camino del puerto de La Restinga. Una prueba más de la intensa actividad volcánica que ha marcado la isla, con más de 500 volcanes en su territorio. También El Hierro guarda milagros naturales repartidos bajo el agua. La riqueza de sus paisajes submarinos es tal, que atrae a aficionados al submarinismo de todos los rincones del mundo.
Como bonus track, algo único: Isla de Ferro (isladeferro.org). Un proyecto que, desde hace 20 años, desarrolla el artista herreño Alexis W., en colaboración con el Cabildo Insular, y que señala en el mapa aquellas localizaciones de El Hierro deterioradas visualmente en las que se ha intervenido —ya sea a través de la arquitectura, el arte, el paisajismo o la artesanía— para rendir un homenaje al universo cromático de la isla. Una herramienta especial y diferente que, gracias a una guía, invita al visitante a vivir El Hierro desde otra perspectiva: descubrir su territorio a través del color.
PISCINAS NATURALES, LISTAS PARA UN CHAPUZÓN
Lo cierto es que son otra consecuencia más de su perfil volcánico, solo que, en esta ocasión, sirven también para el deleite popular. Hablamos de las piscinas naturales que hay repartidas por la costa herreña. Formaciones imposibles entre las que se cuela un agua límpida, cristalina, verde esmeralda: rincones de ensueño donde entregarnos a refrescantes chapuzones sin fin. Uno de ellos es Charco Azul, en la zona de El Golfo. Un pequeño edén protegido por un arco volcánico al que se accede tras bajar una larga escalinata. También en este lado de la costa se halla La Maceta, otras de las piscinas más populares, que luce sus espléndidas aguas frente a los Roques de Salmor, dos pequeños islotes gemelos que brotan del mar. El Pozo de las Calcosas es otro de esos espacios privilegiados. Una bahía natural ideal para el disfrute en familia que, aunque exige una bajada importante, no resulta difícil de recorrer. Uno de sus mayores atractivos, además del espectáculo natural que ofrece, es la presencia de un antiguo asentamiento construido en piedra volcánica en sus alrededores. Un lugar en parte recuperado, donde aún hoy viven algunos isleños.
Y la lista sigue, porque ahí está también Charco Manso, cerca de Valverde. O la Cala de Tacorón, en la zona del Mar de las Calmas, uno de los lugares más deseados por los propios herreños. Con chiringuito, aparcamiento, una belleza volcánica extrema e incluso una pequeña playa, hasta aquí llegan los locales cada día de verano, cargados con neveras y sombrillas, dispuestos a dejar pasar las horas entre chapuzones y vueltas bajo el sol. Por último, otra tentación más: las piscinas del puerto de Tamaduste, de aguas tranquilas, pero igual de cautivadoras.
INCONTABLES MIRADORES
El Hierro es una isla vertical y, como tal, cuenta con un despliegue asombroso de balcones al infinito que bien valen no una, sino múltiples paradas. Hablamos de sus miradores, enclaves estratégicamente situados sobre acantilados o montañas desde los que sentirnos diminutos ante la inmensidad: a nuestros pies, el paraíso.
Y hablamos de icónicos spots como el Mirador de Malpaso, uno de los más aplaudidos. Es el más alto de toda la isla, situado a 1501 metros, y permite contemplar el mar de nubes que a menudo se forma sobre ella o, en los días claros, las vecinas islas de Tenerife, La Palma y La Gomera.
Tampoco escatima en espectacularidad el Mirador de Isora, ubicado a unos 1000 metros de altitud, cuya panorámica del Atlántico y de la zona de Las Playas –un anfiteatro natural de 9 kilómetros de extensión– hace que la parada sea obligatoria. ¿Lo mejor? Una intervención reciente ha dotado al lugar de parterres colmados de vegetación y numerosos bancos donde descansar.
Ahí están el Mirador de La Llanía, desde donde deleitarse con la postal del Valle del Golfo, o el Mirador de El Julan, que muestra la cara sur de la isla. Muy cerca se encuentra otra parada interesante: el Centro de Interpretación del Parque Cultural de El Julan, perfecto para ahondar en los orígenes de la isla, conocer más sobre los bimbaches –los aborígenes herreños– e indagar en los numerosos petroglifos que salpican su territorio.
SABOREAR LOS ORÍGENES SENTADOS A LA MESA
Y si hablamos de aborígenes y del pasado herreño, entonces toca mencionar el restaurante más emblemático de toda la isla. De hecho, el nombre lo dice todo: 8Aborigen (8aborigen.es), ubicado en la Villa de Valverde, es el templo gastronómico del chef Marcos Tavío, oriundo de la vecina Tenerife, pero entregado, desde hace años, a una pasión trabajada desde el respeto a los fogones. Y hablamos de un templo culinario especial, único, que sirve de plataforma para dar a conocer al mundo las bondades de la cocina aborigen, basando su narrativa en los 20 años de historia que se plasman en un espectacular menú degustación.
Porque en cada uno de sus pases se integran las bases de la identidad canaria, que da su lugar a los ingredientes y recetas que definen la isla. Preparaciones y combinaciones de sabores, texturas y técnicas con las que, además de disfrutar, se aprende. No falta en la lista el gofio, por supuesto. Ni los alimentos que fueron introducidos en la isla por los primeros habitantes, procedentes de África —la cabra, el cerdo, las semillas de trigo duro o la cebada—. Tampoco aquellos que llegaron con Colón desde América, como el millo, el tomate o la patata, ni los pescados autóctonos capturados en las costas isleñas y adquiridos en el puerto de La Restinga.
Por si fuera poco, Tavío se encarga en primera persona de preparar un maridaje a la altura, dando también su espacio a bodegas herreñas. La vajilla, por cierto, está inspirada en los grabados rupestres encontrados a lo largo y ancho de la isla, entre los que no falta, por supuesto, el 8, símbolo del restaurante.
UN REFUGIO EXCLUSIVO EN EL PARAÍSO
Ubicada en el Valle del Golfo, a solo unos minutos de Frontera y perdida en el paisaje de coladas volcánicas herreño, se alza, blanca e impoluta, una morada de arquitectura autóctona y belleza indescriptible. Se trata de La Rayuela (larayuelasuites.com), un refugio exclusivo rodeado de frondosos jardines y vistas tanto a la costa como a la montaña, en el que cinco suites componen su particular oferta. Uno de esos alojamientos boutique dotados de una estudiada decoración a base de muebles con historia y piezas únicas, que tientan a no moverse de su interior; a entregarse a la paz y al silencio que en él reinan, y que son, también, representativos de esta isla en el fin del mundo.
Al mando de ella se encuentra Federico, que hace unos años decidió transformar el que había sido el hogar familiar en un espacio donde compartir y convivir con quienes arribaran a El Hierro deseosos de conocer y descubrir. ¿Qué mayor placer que mostrar su isla y agasajar a sus huéspedes con el mejor de los tratos? Porque así es La Rayuela: un lugar de calma en el que sentirse como en casa haciendo uso de sus coquetos salones o de su terraza, pero con la privacidad y servicios propios de un hotel.
Un lugar rodeado de exuberantes jardines con una clara protagonista: la piscina que, con un diseño de aires que recuerdan a César Manrique, es ideal para entregarse al fantástico arte de la desconexión. No se quedan atrás los fastuosos desayunos a base de productos locales, que se disfrutan mientras se escucha el piar de los pájaros y no se mira el reloj. Una razón más por convertir El Hierro en ese destino soñado, en esa isla con alma a la que todos, absolutamente todos, soñamos con poder escapar.