Cuando se piensa en vacaciones en la costa portuguesa, el Algarve suele acaparar toda la atención. Sin embargo, a lo largo del extenso litoral atlántico existen otros destinos que poseen el mismo encanto –o incluso más– sin las aglomeraciones del sur. Son pueblos que han sabido conservar su esencia marinera y la autenticidad de otros tiempos. Están rodeados de playas salvajes, tienen cascos históricos con casas blancas y calles empedradas, y una gastronomía llena de sabores del mar. Joyas costeras que resultan ideales para disfrutar este verano de unos días apacibles frente al Atlántico.
Como en la famosa región italiana de las Cinque Terre, pero a la portuguesa. Así se descuelga esta joya costera sobre el acantilado, a solo 15 minutos de Sintra y a 45 de Lisboa. Sus casitas blancas trepan y se apilan en la roca, sobre unas piscinas naturales de agua salada que se forman cuando baja la marea. Subiendo por unas escaleras, un mirador regala la mejor panorámica y, junto a él, en la terraza del restaurante Azenhas do Mar, te espera un atardecer deslumbrante.
Entre las kilométricas playas de arena blanca frente al Atlántico y los imponentes acantilados del Algarve, y a lo largo de los 150 kilómetros de costa donde se suceden decenas de pueblos, aún es posible encontrar villas sosegadas que han preservado la esencia de las antiguas aldeas de pescadores, como Ferragudo. Entre sus imprescindibles: pasea para ver a los marineros cuidar sus redes, piérdete por sus calles adoquinadas, repletas de buganvillas, y contempla el horizonte desde el fuerte de São João do Arade.
Uno de los secretos mejor guardados de la costa del Alentejo se encuentra en una de las zonas menos exploradas de Portugal. Porto Covo es un pequeño pueblo de casitas blancas ribeteadas en azul, con restaurantes donde saborear pescados y mariscos excepcionales o un riquísimo arroz caldoso, plazoletas encantadoras para reposar la comida con un helado y calles que se asoman al Atlántico. También podrás disfrutar de sus famosos arenales, como Buizinhos, Pessegueiro, Samoqueira o Praia Grande.
Un tesoro costero que ha sabido conservar su esencia marinera. Así es Vila Nova de Milfontes, un precioso pueblo dividido en dos por la desembocadura del río Mira, que da la bienvenida con un cartel que reza: «Alentejo, tiempo para ser feliz». Y es que, como vaticinan quienes nos reciben, la felicidad es lo que se siente al pasear por sus callejuelas repletas de comercios, bares y restaurantes, y por sus infinitos arenales, arrullados por las bravas olas del Atlántico.
La costa del Alentejo se extiende a lo largo de 140 kilómetros de litoral extraordinario, en uno de los tramos costeros más vírgenes de Europa. Desde Odeceixe, en el límite con el Algarve, hasta la península de Troia, se suceden playas y pueblos de postal que invitan a hacer un alto en el camino. Entre las paradas imprescindibles está Sines, cuna de Vasco da Gama. Casas blancas y azules asomadas al océano, un viejo castillo del siglo XIII, las huellas de su hijo más ilustre y magníficas playas forman parte de sus atractivos.
Desde el monte de Santa Trega, en A Guarda, se disfruta de las mejores vistas de este atractivo pueblo emplazado donde el río Miño abraza al Atlántico. Calles empedradas, plazas animadas y casitas de pescadores dibujan un casco histórico fortificado en el que sobresale la Torre del Reloj. El sonido de las gaviotas y el aroma a sal acompañan el paseo hasta la playa de Camarido o al ferri que cruza a Galicia. En una solitaria isla cercana se levanta el imponente fuerte de Ínsua, con forma de estrella.