Valencia, la pasión de Sorolla: un tour artístico en el año del pintor

La capital del Turia celebra el centenario de la muerte de su artista más universal. De las playas a los huertos de naranjos, seguimos los pasos del gran maestro de la luz

Por Noelia Ferreiro

Fue el pintor de las gentes sencillas y las escenas cotidianas, de las playas y los huertos, de las costumbres y las tradiciones de una tierra perfumada de salitre y azahar. Fue también el artista que pintaba al aire libre, que improvisaba su taller bajo las sombrillas, que ejercía la libertad de concepto y de pincelada. Pero fue, sobre todo, el maestro de la luz, el genio que mejor supo plasmar la luminosidad del Mediterráneo. Joaquín Sorolla es a Valencia lo que Renoir es a París, Klimt a Viena o Miguel Ángel a Florencia. Más que una inspiración, toda una pasión. El vínculo de este artista con la ciudad que lo vio nacer y crecer (y a la que retrató con fervor) fue determinante para perfilar el estilo con el que su obra se hizo un hueco de honor en la historia del arte.

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© vídeo: Belén Pérez Bayón

La huella del artista más universal que ha dado la capital del Turia está presente en cada chaflán de su centro histórico, en la brisa que sopla a orillas del mar, en la calma de sus noches estrelladas. En todo lo que atrapa la luz. En este año en el que se cumple un siglo desde su desaparición, seguimos sus pasos por la ciudad que le inspiró la mayor parte de sus lienzos.

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DESCUBRIENDO A SOROLLA EN SU CIUDAD

Un tour por la Valencia de Sorolla ha de tener un claro punto de partida: el número 2 de la calle de Las Mantas, donde en su día se alzaba la casa natal. Hoy ya no existe, como tampoco la de Blasco Ibáñez o la de Mariano Benlliure, nacidos también en este barrio humilde. Sí se mantiene en pie la Iglesia de Santa Catalina, allí donde fue bautizado el pintor al día siguiente a su nacimiento, en febrero de 1863.

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Poco tiempo, no obstante, moraría en esta vivienda. Cuando una epidemia de cólera acabó de golpe con sus padres, el pequeño Joaquín contaba sólo con dos años. Fue entonces cuando él y su hermana fueron adoptados por sus tíos. Y cuando comenzó a mostrar sus dotes para el dibujo y la pintura. En aquella infancia temprana ingresa en la Escuela de Artesanos y, más tarde, en la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos. Son los tiempos en los que germina en Sorolla una faceta historicista, hoy algo menos conocida. 

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Hay que detenerse en la plaza del Mercado, ante el maravilloso edificio de la Lonja de la Seda, que es Patrimonio de la Humanidad. Es aquí, en sus escaleras, donde el pintor enmarca la escena de su famoso cuadro El grito de Palleter. Esta obra, que recrea el momento en el que un vendedor de paja anima al pueblo a levantarse contra los franceses, le vale al artista una beca para estudiar arte en Roma.

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SU GRAN INSPIRACIÓN

Son estas ayudas al estudio las que resultan decisivas en la formación de Sorolla, obligado a adaptarse a una temática que se alejaba de sus inquietudes. «Para ganar medallas hay que pintar muertos», llegó a decir en cierta ocasión. Fue también la manera en la que pudo viajar a otras ciudades -Madrid, Londres, París- para conocer a los clásicos y descubrir las vanguardias europeas.

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Pero a pesar de sus ausencias, siempre regresaba a Valencia, cuyo paisaje natural y humano, agraciado con su luz característica, fue su verdadera inspiración. Como también lo fue su mujer, Clotilde, el gran amor de su vida. “Pintar y amarte, ¿qué más se puede pedir?”, le escribió en una de sus cartas.

Es un cuadro sobre su ciudad natal el que le otorga la consagración definitiva. Se trata de Triste Herencia y se sitúa en la playa del Cabanyal, con un grupo de niños enfermos asistidos por un fraile en el momento del baño. Con él obtuvo el Grand Prix en la Exposición Universal de París del año 1900. Y también el reconocimiento de su tierra: Valencia le concede, a él y al escultor Benlliure, el nombre de sendas calles. Y ambos artistas acuerdan, en un gesto fraternal, que cada uno sería el autor del rótulo del otro. Sorolla pinta y Benlliure esculpe y ambos letreros se conservan hoy en día.

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EL PROYECTO DE SU VIDA

Además de la catedral, el Mercado Central, la Casa dels Bous y la casa de San Vicente Ferrer, presentes en algunos de sus lienzos, hay que volver al Mediterráneo para completar la ruta de Sorolla. Porque fueron las playas urbanas su más recurrente escenario. Es aquí donde inmortalizó las escenas de pesca, los juegos infantiles, el ambiente marinero, la potencia emocional del movimiento del agua. Chicos en la playa, Casa dels bous o Marina son algunas de las obras que destacan en este sentido.

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Temática valenciana tiene también Las grupas, con sus labradores ataviados con trajes tradicionales, sus palmeras y sus naranjas. Es uno de los 14 paneles de la serie Visión de España que Sorolla realizó para la sede neoyorkina de la Hispanic Society of America. Fue su proyecto más grandioso, pero también el que acabó con su vida, puesto que supuso un esfuerzo extenuante que afectó a su delicada salud.

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ADMIRAR SU LEGADO EN EL 'AÑO SOROLLA'

El 'Año Sorolla' es una ocasión ideal para conocer el legado de este artista en su adorada ciudad (visitvalencia.com/que-hacer-valencia/cultura-valenciana/sorolla). Desde El grito del Palleter en el Palau de la Generalitat hasta los óleos que descansan en el Museo de Bellas Artes, como Clotilde contemplando la Venus de Milo o Retrato a la tiple Isabel Bru. Pero, sobre todo, para disfrutar, hasta el 11 de junio, de la exposición De la foscor a la llum, en el Palacio de las Comunicaciones (antiguo edificio de Correos en la Plaza del Ayuntamiento), donde destaca su obra Yo soy el pan de la vida.

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Por si fuera poco, hasta se puede descubrir a qué sabe Sorolla con el menú homenaje al maestro elaborado por Jorge de Andrés, el chef del restaurante Vertical (restaurantevertical.com). Catorce platos inspirados en sus obras más emblemáticas para saborear la herencia del mayor genio que ha dado al mundo la terreta.

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